La gran fábrica de embutidos del cine de terror, que manufactura año tras año los productos más variados –desde chorizo de Cantimpalos a salami, desde salchichas de hígado a butifarras–, ha explotado hasta el hartazgo una fórmula cuya aplicación subraya su rendimiento: un grupo reducido de personas (una familia, una pareja, una barra de amigos) llega a un lugar geográfico preciso (una playa, una cabaña en el bosque, una villa) para ser acosado y diezmado por alguna representación autóctona del Mal (un clan caníbal, un tipo con una motosierra, un demonio local). También la literatura policial ha recurrido a la misma estructura para explotar la confrontación entre el eventual protagonista y una zona inhóspita.
En el ámbito del cine, para sumar otro formato, ya que estamos, es posible apreciar ese modus operandi brillantemente expuesto en dos películas del francés Claude Chabrol: Inspecteur Lavardin (1986), en la que el personaje del título (encarnado por Jean Poiret) investiga un asesinato en un pueblo de provincias, a la interna de una familia que él mismo conoce, y Bellamy (2009), en la que el inspector homónimo (en la piel de un veterano Gérard Depardieu) realiza una pesquisa mientras vacaciona junto a su esposa en Nimes.
Lo anterior viene a cuento para enfrentar la argamasa argumental que conforma la breve novela Taormina, del escritor, dramaturgo y docente francés Yves Ravey (1953), que acaba de aterrizar en librerías de la mano del sello local Forastera: una pareja de mediana edad, Melvil y Luisa, al borde del colapso marital, emprenden un viaje a Sicilia y, por una serie de circunstancias, terminan varados en la ciudad que le da nombre al libro. No corresponde desglosar acá los giros de la trama, sabiamente urdidos a partir de un cuidado manejo de lo no dicho y de un puñado de elipsis convenientemente orquestadas, pero en el centro mismo de la historia se encuentra el enfrentamiento de los dos protagonistas con un terreno hostil.
En lugar de las sobreexplicaciones y subrayados característicos de buena parte de la literatura policial, Yves Ravey opta por una prosa económica y medida, al servicio del relato en primera persona que realiza el personaje de Melvil.
En la narración de los sucesos, que se va contaminando de a poco por una suerte de extrañamiento, el narrador no abandona nunca el elemento racional, como una forma de comprender cada hecho al que su esposa y él se van enfrentando, aunque también hay espacio para la duda, el titubeo fugaz, la conciencia lacerante de que lo que exhibe la realidad puede ser una trampa: “Caminé de un lado a otro entre las piedras, juguetes de playa de plástico recubiertos de una película de arena, restos de conchillas, y al final me instalé usando como respaldo un banco con los asientos desvencijados, aguardando el final del baño, volviendo a caminar, creo que con cierto desenfado, las manos en los bolsillos, cerca de las cabinas de playa en desuso, cuidando mis mocasines blancos de nobuk, regalo de Luisa”.
El movimiento magistral de Yves Ravey al momento de desarrollar la oscura historia que cuenta en Taormina no se basa en el registro de los hechos que realiza el protagonista, pues si en algo se lucieron autores canónicos del policial como Raymond Chandler y Jim Thompson fue en el recurso confesional que siempre ofrece un relato en primera persona, sino en la forma en que ese procedimiento de narrar los sucesos, más allá del elemento netamente episódico, explora las diversas líneas de incomunicación en una pareja. Las discusiones, los malentendidos, las conversaciones truncas, las visiones encontradas ante un mismo fenómeno y las referencias veladas o no a la forma de ser del otro atraviesan la aventura que viven Melvil y Luisa durante su accidentado viaje de vacaciones, pero al momento de ser puestas en texto siempre están sujetas al modo de ver los hechos del narrador, dominado por su propia subjetividad, en un flujo de información que deja fuera de la escritura los diálogos –aunque siempre sean referidos– y acumula acciones continuamente mediadas por un elemento de incomprensión.
Taormina es el segundo libro de Yves Ravey en ser traducido al español, luego de la aparición de la novela Cutter (Barataria, 2011, en traducción de Santiago Martín Bermúdez). La encargada de verter a nuestro idioma este pequeño volumen, originalmente publicado por la preciosista Les Éditions de Minuit en 2022, ha sido Lil Sclavo, traductora de Jean Allouch, Amélie Nothomb y Marie Darrieussecq, entre otros, quien ha optado por acentuar con expresiones locales algunos pasajes puntuales (“¡Soltá la manija, Luisa!”, “Y también me pregunto y te lo pregunto a vos”, “No le entendía ni un pepino”) en una suerte de línea de trabajo común de la editorial, si se tiene en cuenta lo que ocurre con otro libro del mismo sello publicado anteriormente: Auē, la primera novela de la neozelandesa Becky Manawatu en traducción de Rosario Lázaro Igoa. Finalmente, corresponde celebrar la constancia de esta joven editorial uruguaya dedicada a la traducción que, además de los títulos antes mencionados, dio a imprenta el libro Divertimentos mecánicos, de la escritora francesa Suzanne Doppelt y en traducción de Isabel Retamoso.
Taormina, de Yves Ravey. Editorial Forastera, Montevideo, 2024. Traducción de Lil Sclavo. 120 páginas.