Toda la muerte es un título sugestivo, ya que se refiere a la muerte como una sustancia que de alguna manera puede cuantificarse, verse o sentirse, como quien dice “toda la arena” o, en un uso hiperbólico aunque automatizado, “toda la vida”. Esta novela, editada por primera vez en 1999 y reeditada en 2025, invita, una vez leída, a la interrogación sobre qué significa lo que se nombra.
Rápidamente nos veremos ubicados en la Nicaragua conflictiva de los años 1980, donde se moría mucho. El autor fue corresponsal en esa guerra, por lo que, si bien no asistiremos a un relato periodístico ni autobiográfico, sí podremos confiar o sospechar que lo ficcionado guarda relación con los factores geopolíticos y sociales que dan escenario al texto. Y, como tantas veces sospechamos sobre los sesgos informativos o las imposturas que hacemos sobre nosotros mismos, la literatura a veces tiene más que decir.
La narración sigue las vicisitudes de Vicente, un periodista uruguayo –¿o rioplatense?– en quien tendremos la tentación de suponer un álter ego del autor, o al menos un dispositivo animado que opera como la lupa que se va posando sobre el paisaje de la época. Allí estuvieron, en la convulsa realidad, la dictadura somocista, la revolución sandinista y los contras apoyados por Estados Unidos, en un período histórico en que a nivel mundial dos grandes potencias se disputaban territorios y relatos, la llamada Guerra Fría, y ya se había pasado por la guerra de Corea, Vietnam y, por mencionar un episodio, la crisis de los misiles de Cuba. Lo observado por este libro se sitúa en un momento en que ya está muy avanzada la guerra entre el sandinismo en el poder y los contras, cuando ya ha habido, efectivamente, mucha muerte.
Desde un inicio nos vemos expuestos a la incertidumbre, a lo difuso y conjetural del destino del personaje, lo que, sin demasiado esfuerzo interpretativo, se puede asociar al de cualquier persona en ese contexto de confusión y violencia o al de las propias naciones en guerra. Con facilidad estableceremos vínculos con los conflictos y matanzas a las que asistimos hoy en día y no nos costará enlazar las observaciones de los personajes situados en ese tiempo con el porfiado gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Hay algo bastante más profundo que las consignas ideológicas que de tanto en tanto nos enardecen y por las que no dudamos en pelearnos con nuestros semejantes, aunque estemos a miles de kilómetros de donde vuelan las balas y cae la gente.
Toda la muerte no es una novela de guerra con un héroe bélico, sino más bien una irrefrenable charla entre periodistas de diversas nacionalidades que, de bar en bar y cada tanto en un campo posiblemente minado, van discutiendo lo que pasa, intentando interpretarlo u obtener una declaración de alguno de los mandamases que por momentos se presentan mezclados en medio de uno de esos acontecimientos culturales caóticos, en los que no se privan de la gastronomía local abundante y constantemente regada. Es decir, en muchos casos se trata de una conversación de borrachos, en la que, por supuesto, se reflexiona acerca de política pero aparecen por doquier la música, la poesía y la filosofía, algunas de las fuertes tendencias del autor, manifiestas en otras de sus obras, como su anterior libro Nubes con cuervos (2022) o el gigantesco El infinito es sólo una forma de hablar (2011). Los acontecimientos centroamericanos, siempre confusos, son el telón de fondo para el retrato de esa subespecie humana que son los periodistas, que a veces son escritores, y cómo se vinculan con aquello sobre lo que tienen que informar y entre sí. Han estado en el conflicto y saben de la muerte, pero, siempre humanos, cultivan la amistad y brota, inevitable, el amor. Eso sí, no esperemos romanticismo, idilio ni idealización de ninguna clase, sino un minucioso escrutinio mutuo entre Vicente y Alexandra, quienes se conocen a partir del trabajo y buscan sus oasis tropicales mientras matizan el ejercicio sexual con el intelectual, en un ejercicio de profunda reflexión, de una construcción no exenta de conflictividad.
Tal vez el pensamiento central de este relato sea si algunas cosas, como la armonía, el diálogo o el amor, son posibles. En caso de que sí, no será a raíz de fórmulas sencillas ni mágicas, sino de un arduo tránsito interno y cronológico que deben atravesar los personajes, parejo con la estadía que se le propone a quien lea. Se trata, como acostumbra el autor, de un tomo extenso en el que se vive durante cierta temporada. Alguien cuestionará si es necesaria la longitud del relato y podrá esgrimirse que determinado tipo de experiencias se logran solamente en el largo aliento. De igual modo, también podrá generarse la interrogante de por qué la reedición y, amén de otros motivos, tal vez se piense que Nicaragua sigue ahí, que el oro no es tal si se mira de cerca y que siempre hay alguna Nicaragua en llamas.
Toda la muerte, de Horacio Verzi. 414 páginas. Yaugurú.