La avanzada del feminismo y el consecuente cambio en el mercado literario, que apuesta a publicar y premiar a más autoras, ha visibilizado nuevas voces. Es particularmente notorio en la narrativa, un género en el que la presencia masculina era dominante. Se sostiene que las mujeres siempre han escrito pero ahora se las publica más. A esta idea habría que sumar que quizás hoy se animan más a escribir y que, al explorar la intimidad, se cuelan otras problemáticas que inevitablemente desbordan esa esfera y nos obligan a referirnos al espacio público.

El mercado literario, entonces, ha propiciado que las autoras se apropien de los espacios de discusión, creación y saberes, con una mayor legitimación institucional. En este punto, el espacio público es una brecha definitoria, porque la literatura escrita por mujeres ya no se define únicamente por lo doméstico, sino por el modo en que cuerpos e identidades habitan los lugares de lo público. El cuerpo se apropia de estos espacios y, a partir de ello, se construye discursivamente.

En la narrativa uruguaya hay una línea clara de autoras que escriben sobre la ciudad –muchas veces Montevideo–, sus barrios periféricos y bares olvidados. Sus protagonistas exhiben una hondura psicológica que nos permite acceder a un mundo exterior sucio y destruido, y a un interior cargado de rabia y ternura.

Encontramos esta estética en Camila Guillot, Mariana Olivera Navillat, Natalia Parodi, María Eugenia Trías. Se trata de autoras nacidas a finales de los años 1980 y principios de la década siguiente, que sitúan a sus protagonistas en una vida adulta que desprecian no por el paso del tiempo, sino por constatar que la injusticia es el signo que define no sólo sus propias vidas, sino también la de cualquiera que pretenda permanecer vivo. Por otro lado, la diversión y la sexualidad sin prejuicios demuestran que esta narrativa se expande hacia la conquista de espacios comunes.

En esta línea también se puede ubicar Punto muerto, la primera novela de la actriz, gestora cultural y productora Gabriela Pintado (Montevideo, 1987). Es un relato breve que indaga en la voz interior de su protagonista, una mujer que transita los 30 y un duelo de pareja. Este proceso la lleva a un viaje de placer extremo, desidia hacia sí misma y rabia absoluta. Su escritura puede catalogarse como visceral, en la medida en que los capítulos son cortos, pero evidencian en primer plano la introspección de la protagonista: “¿Cuántas veces te puede romper el corazón la misma persona? ¿Será que lo rompe muchas veces o simplemente el pegamento que usé no era demasiado fuerte y sólo maquilló las grietas?”, leemos.

Además de narrar una etapa de esta mujer, la historia se intercala con poemas, canciones y notas breves que enmarcan su proceso. Es un tránsito de idas y vueltas, marcado por la búsqueda de sensaciones extremas en cada página. En este juego encontramos citas de La Renga, Sylvia Plath y Luna Miguel.

Sin embargo, más allá del dolor y la rabia que se expresan, hay lugar para la ternura y la memoria: “Llegué a la casa de mi infancia. La recordaba más grande, más fea, más tenebrosa. Fui hasta el árbol, ese árbol al que me trepaba para salvarme del tiburón, que era Rita, la perra que me acompañó fielmente toda mi infancia y me enseñó lo que era la verdadera pérdida a su partida”. Los vaivenes entre la nostalgia asociada a la ternura se cruzan con monólogos interiores cuya explosión verbal conecta con la violencia hacia los otros, hacia su vida y, por supuesto, hacia sus propias decisiones.

La novela se centra en los refugios. Por un lado, los lugares –muchas veces tratados por la protagonista como “sótanos”– donde, entre amigos, se gastan lo poco que tienen. Por otro, los vínculos amistosos y sexoafectivos que funcionan como lugares de compañía segura o que, por el contrario, exponen la soledad extrema en momentos de angustia.

En esta novela Pintado comparte con otras narradoras, a quienes podríamos denominar “las rotas”, la visión de una generación que se resiste a aceptar convenciones sin cuestionarlas. Esta actitud es una defensa contra la pérdida de espontaneidad y la seriedad que acechan a las almas sedientas de libertad.

Punto muerto, de Gabriela Pintado. 76 páginas. Devuelo, 2025.