La omnipresencia del buscador de Google, las innúmeras aplicaciones virtuales que nos permiten conocer aspectos como la temperatura que habrá en determinado lugar dentro de una semana o cuántos minutos faltan para que llegue el ómnibus a la parada en que lo esperamos, la precisión milimétrica del GPS y su georreferenciación permanente, así como la variedad de posibilidades de la IA, han vuelto a este mundo que habitamos un espacio de conocimiento continuo, en el que todo parece está mensurado, pesado, medido, analizado y explicado, donde no hay espacio para la ignorancia sobre cualquier tema y en el que todo dato dudoso puede ser refutado a instancias de un simple click.
Sobre ese caudal informativo universal gravita el factor tiempo, pues tamaño despliegue de conocimiento se mueve por la lógica de la instantaneidad y todo debe ser conocido en el momento. En un punto resulta llamativo, por no decir desconcertante, comparar este presente de sobreinformación sobre los temas más diversos con la profunda ignorancia que vivía el mundo tres siglos atrás, tema central del libro “Terra incognita”. Una historia de la ignorancia (siglos XVIII-XIX), del historiador Alain Corbin (1936), originalmente publicado en 2020 y que editó recientemente en español la editorial Acantilado, en traducción de Marco Aurelio Galmarini.
Alain Corbin, un especialista de fuste en el siglo XIX y uno de los máximos representantes de la llamada “historia de las sensibilidades”, autor de libros como Historia del cuerpo (2005), Historia del cristianismo (2007) e Historia del silencio (2019), toma como punto de partida de su estudio el gran terremoto de Lisboa, ocurrido el primer día de noviembre de 1755 y que le costara la vida a unas 10.000 personas.
Aquel Día de Todos los Santos, cerca de las diez de la mañana, se produjeron cuatro sacudidas de nueve minutos y espesos vapores sulfurosos oscurecieron el cielo. Luego, un maremoto de cinco o seis metros de altura devastó la ciudad. Una hora después hubo una réplica, a la que siguió un colosal incendio que duró casi una semana. El pillaje reinó en la ciudad devastada. Hasta aquel momento, los temblores de tierra eran muy numerosos, pero no existía un conocimiento cabal acerca de sus causas. En las décadas siguientes al terremoto de Lisboa, los eruditos desarrollaron posiciones opuestas sobre el fenómeno, arribando a tres posibles explicaciones: una inflamación subterránea de materiales sulfurosos y bituminosos, la dilatación del aire como causa de las sacudidas y la propagación instantánea del fluido eléctrico en todos los cuerpos conductores. Ese conjunto de teorías contrapuestas subraya, al decir de Corbin, “la debilidad de las certezas y la importancia de las ignorancias compartidas”, y se convierte en la tesis central de su libro: la ignorancia como motor de la curiosidad humana y los importantes avances registrados entre los siglos XVIII y XIX en diversos campos del conocimiento.
Dividido en tres grandes bloques –‘El pobre conocimiento de la Tierra en el Siglo de las Luces’, ‘El lento retroceso de las ignorancias (1800-1850)’ y ‘La Tierra y el retroceso de la ignorancia (1860-1900)’–, en Terra incognita Corbin analiza temas tan variados como el conocimiento gradual que en aquellos siglos se fue obteniendo acerca de los glaciares y los volcanes, cómo se desarrolló la conquista del aire y de qué manera se estudiaron las fosas marinas, la implementación de la lectura de las nubes y el persistente avance para conocer la ubicación y la naturaleza de los polos, entre otros asuntos. Corbin es un erudito preciso y un divulgador nato, que nunca empantana el texto en disquisiciones inconducentes o fárragos teóricos y que se mueve con las claves de un narrador de novelas de aventuras del siglo XIX. No en vano atraviesan diversos capítulos de su libro referencias a algunas obras de Julio Verne, un autor que como pocos explotó en sus ficciones los avances científicos de su época. Pero no es Verne el único autor de literatura del que se vale Corbin; en el capítulo ‘Hacia la solución de los enigmas de los cursos de agua: fluvialismo, hidrología, espeleología’, por ejemplo, avanza de la mano del libro Rin (1845), de Victor Hugo, dedicado al río homónimo: “Hay que leer los centenares de páginas en forma de epistolario que consagra al río para tomar conciencia de la multiplicidad de facetas que encierra el ansia de enterarse de todo lo relativo al Rin, al que, según el autor, todo el mundo visita y nadie conoce”.
Otro elemento a destacar en el abordaje que Corbin emprende sobre el retroceso de la ignorancia a lo largo de casi dos siglos es el de la lectura de los diarios de viaje, bitácoras y registros de testigos de diversas empresas destinadas a surcar lo desconocido, sobre todo hacia el Polo Norte y el continente antártico. Especial destaque merecen las páginas que dedica al capitán de ballenero William Scoresby, que en 1817 describió la manera en que se hiela el mar Ártico, contraria a la idea por entonces dominante, o a los distintos viajes emprendidos por John Franklin (que para muchos lectores de estos tiempos tendrá siempre el rostro del actor Ciarán Hinds, que lo encarnó en la brillante serie de AMC The Terror, en 2018).
De lectura atrapante, que avanza con la misma progresión climática y de giros argumentales de una buena novela de aventuras decimonónica (pienso en La esfinge de los hielos, de Julio Verne, pero cada lector podrá ocupar este paréntesis con el título que más le agrade en la materia), Terra incognita es una reivindicación del conocimiento como un bien colectivo y una cruzada contra las hordas de la ignorancia.
“Terra incognita”. Una historia de la ignorancia (siglos XVIII-XIX). Alain Corbin. 240 páginas. Editorial Acantilado, 2024.