Soy lo prohibido (libro ganador del concurso Crónicas de Acá del Ministerio de Educación y Cultura), la instigante narración del autor de Maricas muertas, Los rotos y Papeles suizos, inscribe la relación entre el devenir infantil y la sexualidad como instancia liberada del deseo, seguida de ensayos performativos sobre el tránsito del cuerpo en lucha hacia sus posibilidades.

La crónica inicial se sabotea en una conocida advertencia literaria sobre la memoria (que recuerda a Borges). La crónica es íntima y carece de testigos. Es un escenario propicio para acusar cualquier intento de despegarse de la ficción.

Las “Postales del sexo niño”, cuya dedicatoria exclusiva parece dedicada a la génesis de experiencias propias de la sexualidad en la infancia, destemplan duros imaginarios por medio de una voz autodefinida por la mezcla de registros. El libro gravita en torno a referencias (Butler, Hirigoyen, Peri Rossi, González Tuñón, Preciado, Dolina), mixturas poéticas, pulsos “iletrados” y variedades que ejercen el extremo cuidado y el desparpajo de las palabras en relación con el sexo.

Arenas explora el erotismo desde un deseo presente en las experiencias rituales de su niñez, su adolescencia y, finalmente, descomprime el choque del cuerpo contra las recetas higienistas y escultóricas del mundo adulto contemporáneo.

Desde una cruda y sutil práctica de las vivencias, las conceptualizaciones “niñas” construyen una cartografía propia de la sexualidad aliada al paradigma de género, la orientación sexual y el placer liberado. La presencia infantil instala la perversión mentada como posibilidad de goce, la insinuación de la lujuria, un deseo “recién parido” a partir de descarnadas experiencias vitales con las que parece posible escribir el “recuerdo a la raíz de la intemperie”. En este sentido, la curiosidad se vuelve un intenso relato reflexivo.

Las descripciones naturalistas de las condiciones sociales actúan como espacios de fondo del desglose de la energía sexual naciente en obsesivas casitas, patios y los escenarios escondidos en la estructura y la cultura escolar y barrial. En este punto el erotismo se contrae brevemente con un gesto que permite asociar la burla cronificada que se moldea en los ambientes familiares, la pobreza y el clasismo.

En la adolescencia los grupos de pares castigan gradualmente las distinciones, y las instancias varonas desechan con violencia otras formas no patriarcales del género y la sexualidad.

Ala de plomo

En la segunda parte del libro, “El cuerpo en guerra”, se localizan en clave de ensayo los convergentes tópicos del mercado que ahogan a los cuerpos en una impositiva sanidad. Siempre presente, el sarcasmo sucede a la cacería del transcurso de las identidades frente a la sexualidad, aunque el narrador no se encierra en las disidencias y diversidades sexuales y genéricas sin denunciar sus estereotipos encajonados.

La normalización de los cuerpos admite el fordismo heterosexual, las limitaciones de la libertad y la conciencia, pero observando a la disidencias fuera del marco hegemónico como un terreno asimismo “pedregoso y afilado”.

El capítulo “Te quiero para mi ejercicio” repasa los cuerpos en los gimnasios como automatización deportiva, la crítica al resultado vendido como vía de superación y amor propios, como ética sentimental de la alienación, como impostación sanitaria de la paz.

Otros apartados sobre la plataforma GRINDR (aplicación de citas al servicio de la comunidad LGBTQ) revisan el uso político del cuerpo, la construcción de la imagen, la corporalidad y la relación con la virtualidad que finalmente absorbe y ahoga al cuerpo en la imagen. Así el cuerpo de lo inmediato en el turbulento escenario de las redes sociales puede redimir engañosamente la soledad soportada, la angustia del devenir.

Otras secciones, llamadas “Cicatrices”, revisan las autoagresiones, las laceraciones antidepresivas, el sufrimiento del cuerpo contrahegemónico y los castigos sociales. Estas páginas alternan con comentarios insertos en forma de reseñas, como sucede con un cuento de Camila Sosa Villada que ilustra la comparación con una mujer trans enfrentada a la “identidad construida de manera coercitiva” en su pueblo como marica.

Del libro comentado de Alejandro Mondarelli Noches del mundo surge el concepto de maricón, y el conocido manifiesto de Pedro Lemebel actúa como “Necronomicón de la gaycidad” de las parejas, con el que pone en vilo su manifestación tradicional. El núcleo de las caricaturas mimetizadas en las corporalidades, en la voz, en los modos de hablar, de caminar, de correr, de comer y de pensar otorga un importante espacio a la utopía de la sociedad de consumo.

Hay una instancia dedicada a la “estética” musculosa, al estilo geek y a la categorización despectiva de cierto uso de la disidencia que muestra sus casilleros compartidos como formas “menguelianas” del deseo, en el modo de elegir, en las radiografías sexuadas del cuerpo y, por último, en las corporalidades expulsadas del eros común. El escenario es compartido con los cuerpos de indigentes que se vuelven opresivos deterioros vagando ante las corporalidades que se desviven por volverse cristalinas.

Arenas no sacraliza su experiencia ni el cuerpo propio; lo presenta con sarcasmo, como síntoma, como destrozo de la mesura, tratando de resolverse entre los químicos que fallan e impregnan el dolor que se padece como una brutalidad endémica. Entre la palabra y el lenguaje del cuerpo, entre el deseo mudo y maltratado aparece el momento de escuchar y de decir.

La sugerente transgresión del libro abre la sospecha de que va en dirección contraria a lo que provoca, aunque exalte precisamente esta condición. Ciertamente, en la carta final que aletea sobre la conciencia del amor como fórmula de ennoblecimiento, se puede intuir la música del último portazo.

Soy lo prohibido, de José Arenas. 254 páginas. Editorial Fin de Siglo, 2024.