A esta altura del partido, no constituye ninguna novedad el maridaje que se ha establecido entre literatura y psicoanálisis. Tamaña conjunción (o contaminación) de disciplinas ha proporcionado a la cultura en general una jerga propia, a saber, una suma de términos provenientes del campo del psicoanálisis que se incrustan en el discurso literario, intensificando su validez y pertinencia en el trasiego permanente que tanto la academia como el periodismo cultural realizan de dicha terminología. Y para potenciar aún más esa convivencia en el ámbito de los quehaceres humanísticos, de un tiempo a esta parte se ha intensificado la aparición de libros escritos por psicoanalistas que, lejos de mantener la pulsión (ya que estamos) creadora en el ámbito estricto de su saber profesional, se introducen a pleno en los terrenos de la labor literaria.

La tentación es muy fuerte debido, entre otras cosas, a que el campo de trabajo de los psicoanalistas, empezando por el propio escenario en el que se relacionan con sus pacientes/clientes y siguiendo por la multiplicidad de “historias de vida” que cruzan el ambiente de las sesiones, invita a un registro escrito que trascienda el mero diagnóstico o el eventual archivo clínico. Todo esto nos lleva al abordaje de Sesiones de amor, el más reciente libro del mediático psicoanalista y prolífico escritor Jorge Bafico (1969), aparecido en la colección Andanzas de la editorial Tusquets.

En la nota a la edición que cierra el volumen se informa que el material que conforma Sesiones... tuvo su origen en un libro anterior del autor, ¿Hablamos de amor? (2008), “en el que el reconocido psicoanalista comenzaba su carrera literaria en un terreno que le es cómodo, el de su oficio, el de la escucha atenta y la construcción de ficciones con elementos de la cotidianidad”. La generalidad de tamaña expresión es bajada a tierra en la suma de cuentos relativamente breves que conforman el volumen, que llevan títulos como “Amores fantasmales”, “Amores sordos”, “Amores perros”, “Amores lúgubres”, y que hacen del elemento conversacional un permanente motor de acción.

En ese sentido, el libro cumple con creces y proporciona a sus lectores una conjunción de historias de estructura clásica (ajustadas al sempiterno y anquilosado sistema planteo-desarrollo-desenlace), que en ocasiones se presentan en una primera persona que va directo a los hechos, sin rodeos (“Me encontraba a punto de llegar a mi casa. Una conversación pendiente y crucial con mi mujer aclararía nuestro porvenir”, se lee al principio de “Amores puntuales”), o en una tercera persona pródiga en detalles descriptivos (“El cuarto de hotel era uno más de tantos, impersonal: una cama grande, un televisor, un decorado sin gusto, una pequeña heladera que ofrecía chucherías”, se lee al comienzo de “Amores celestiales”).

El problema de Sesiones de amor no se encuentra en las historias en sí, sino en el escaso trabajo escritural puesto en ellas, que en el mejor de los casos logra el nivel de un buen ejercicio de taller literario (otra actividad que viene contaminando desde hace mucho tiempo a la literatura). Bafico despliega en sus cuentos una prosa simple, ramplona, que no procura ya desarrollar cualquier firulete estilístico, sino que se propone en todo momento no complicarle el trabajo al lector.

Tomemos, a modo de ejemplo, el párrafo inicial del primer cuento, “Amores dulces”: “Jaime Sarango trotaba despreocupado por la rambla de Pocitos cuando divisó un camión de bomberos y una patrulla de Policía detenidos frente a un edificio. Rápidamente entrevió el nudo de la escena. Sus conocimientos en el campo de la medicina forense le indicaban, sin discusión, que se trataba de un hombre a punto de cometer una locura”. No es necesario haber cruzado los claustros de Letras y ni siquiera ser un lector muy atento para señalar la debilidad del párrafo anterior, subrayada por esa oración final en la que el narrador introduce la sapiencia del personaje en un ámbito determinado así como la forma en que avizora la posibilidad de un suicidio. En la siguiente página, Sarango piensa: “Correré libre como un pájaro”, y el narrador informa: “Sabemos que las aves no corren; pero, desde su punto de vista, no dejaba de ser una buena metáfora y siempre había sido un hombre testarudo al que le costaba demasiado reconocer sus errores”. Pero sigamos unos párrafos más al personaje: “Mientras Sarango corría y meditaba al mismo tiempo, se llevó por delante a un niño que intentaba dar sus primeros pasos. El indefenso pequeño rodó por la vereda como una pelota por el césped. ‘Otra buena metáfora’, pensó”.

No ayuda al crecimiento de estas historias el afán de Bafico por adosarles, dos por tres, un aparato metatextual, que lejos de adensar las tramas termina volviéndolas aún más débiles o empantanándolas en las arenas movedizas de la escritura de autoayuda (“Jacques-Alain Miller habla de esos divinos detalles que se encuentran en el otro en las cosas menos pensadas. Te enamorás de alguien y existe un momento de ilusión en el que parece que eso imposible se ha hecho posible”, se lee en “Amores divinos”). En otros casos, las referencias se vuelven risibles, como en este pasaje de “Amores celestiales”: “La relación de esos dos cuerpos salvajes e infantiles se convertía en un cuento erótico, digno de las mejores escenas de los clásicos, podría ser de García Márquez, de Vargas Llosa y hasta del mismísimo Vladimir Nabokov”.

Finalmente, permítaseme señalar otra falla del libro, de la que podemos exculpar al autor para endosársela al trabajo editorial: el interlineado que marca el pasaje de un párrafo al otro es más amplio que el habitual, lo que establece que cada unidad que determina el punto y aparte funcione como un bloque independiente del texto, en detrimento de la unidad de cada relato. Es un detalle menor, pero que no deja de señalar el descuido puesto en la manufactura del volumen.

Sesiones de amor, de Jorge Bafico. 240 páginas. Tusquets, 2024.