Hay una foto de Onetti que quizá sintetice como ninguna otra la imagen que se ha construido en torno a su figura para quienes no lo conocieron. En ella, el escritor luce desprolijo, con barba de días, de camiseta, el vaso de whisky sobre su mesa de luz y la especie de cordillera que lo rodea, conformada por diversas montañas de libros. Todo gran escritor fue, antes, un gran lector. Es conocida la admiración de Onetti por Faulkner; después de leer Absalom, Absalom! pasó por su cabeza no escribir nunca más; ya todo había sido hecho. Y también, como parte del mito, casi como una curiosidad que resulta a la vez simpática, su afición por la lectura de novelas policiales. Por supuesto que lo hizo para entretenerse –¿acaso hay entretenimiento literario mejor?–, aunque también para conocer y terminar por apropiarse de su estructura y construir en muchas de sus obras relatos que remiten al género, aunque, claro, la maestría de su escritura lo trascendió.

Mi intención es mostrar que, más allá de que la excede, la obra de Onetti, o una parte importante de ella, está anclada, más por su forma, aunque también por su contenido, en la novela policial. Y más aún en la novela negra. Me baso en lo que Ricardo Piglia llama la “lectura del escritor”, que no es ni más ni menos que, luego de la lectura placentera, inocente, abordar otras, para intentar desentrañar cómo funciona el “artefacto literario”: desmontarlo, entender por qué funciona cómo funciona. También me remito a las lecturas de escritores y académicos que han dedicado largo tiempo al estudio de la obra de Onetti: el mismo Piglia, Juan José Saer, Josefina Ludmer, Ana Inés Larre Borges, Alma Bolón, Martín Kohan.

La caja de herramientas

Es sabido que entre las principales influencias de Onetti están William Faulkner y el escritor argentino Roberto Arlt. Del primero toma, desde la forma, el barroquismo de la escritura, la ambigüedad, la oscuridad (al referirse a Faulkner, Onetti dijo que, aun cuando muchas veces no se entiende lo que está ocurriendo en sus novelas, sabemos que lo que ocurre es terrible). De Arlt, la vida de personajes marginales, perdedores, de los fuera de la ley. Ejemplos paradigmáticos de estos señalamientos son Santuario, de Faulkner –quizá la mejor novela negra que haya sido escrita, en la que el crimen, que es el eje de la novela, está casi oculto–, y Los siete locos, de Arlt, la historia de una absurda conspiración llevada adelante por otros tantos “inadaptados”. Es de aquí de donde abreva Onetti, de sus lecturas, de los escritores que admira. El primero, Faulkner, que escribe “alta literatura”; el segundo, Arlt, un escritor durante años despreciado.

Pero deberíamos sumar un aspecto nada menor. Cierta vez, ante un cuestionario Proust, Onetti –que, es cierto, bromeaba mucho en las entrevistas– contestó, cuando le preguntaron cuál era su idea de la felicidad: “Un whisky y una buena novela policial”.

Pasó noches enteras leyendo novelas policiales. Por supuesto, los clásicos –dice Dolly, su esposa, a Vargas Llosa, que Laura, de Vera Caspary, la leyó una docena de veces–, pero también las ediciones baratas de una colección de libros de la editorial Rastros que fue muy popular en la Argentina de los años 1950; es más, hizo algunas traducciones para esa colección.

La particularidad de Onetti, que no es un autor de género, es que utilizó los recursos del policial, ensanchó sus fronteras, tomó sus mecanismos y sus temas. Experimentó con el género, al que convirtió, también él, en “alta literatura”. Esto se cristaliza en un formato en el que Onetti quizá no tenga parangón en la literatura universal: la nouvelle, la novela corta, aquella que no excede las 80, 100 páginas.

Aquí hay un punto sustantivo, que tiene más que ver con la estructura de la nouvelle que con el tema que trate. El eje central de una nouvelle, por su extensión, es todo aquello que no se narra y que conforma lo que Deleuze identifica como la cuestión central del género: el secreto que paradójicamente constituye el núcleo del relato.

Cabe distinguir entre el secreto y el enigma, porque la diferencia es también el parteaguas entre lo que llamamos “novela enigma” y “novela negra”. En la primera, el enigma nace para ser revelado, y, en más amplio sentido, para que sea esa resolución la que restituya el orden. Es, en sentido estricto, una novela “conservadora”. En el segundo caso, el secreto no será revelado, nada quedará muy claro; las fronteras del orden se desdibujan y por eso la verdadera novela negra es, en amplio sentido, “subversiva”.

En cualquier caso, muchas veces le preguntaron a Onetti por el valor de la novela policial, más allá del placer por su lectura. En respuesta, dijo: “El problema de la novela policial no es lo que le falta para que sea una novela a secas, sino lo que le sobra: la necesidad de ser una novela policial; la visible voluntad que tienen todas ellas de mantener el interés”. Y cita ejemplos de potenciales policiales: “Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov: son policiales porque hay crimen y misterio, ¿quién lo hizo y por qué lo hizo? Pero hay, a la vez, mezclada con la peripecia policial, la vida de la gente, los conflictos”.

Llegado a este punto, hay que citar a una de las principales exégetas de Onetti, la argentina Josefina Ludmer: “Los textos de Onetti son formados por el proceso de lectura de la novela policial, pero en donde la función del detective debe ser asumida por el lector. Onetti toma del policial sólo el centro, prescindiendo de la tradicional apertura signada por el quiebre de alguna regla moral o legal básica, y del cierre, cuando la revelación o solución final restaura el orden”.

Los adioses

Luego de El pozo –quizá el mojón fundante de la novela moderna uruguaya– y La vida breve –donde se da la fantástica fundación de Santa María, el escenario de casi toda su obra posterior–, Onetti publicó Los adioses, en 1954. Hay aquí una muerte, un triángulo amoroso, una eventual relación incestuosa: todos ingredientes para una novela negra. Pero lo que hay, sobremanera, es un misterio, que nos es contado a través de un narrador, un testigo más o menos distante de lo que ha ocurrido. Un almacenero que cuenta lo que vio, lo que le contaron. Y lo que no vio ni le contaron lo supone. Obviamente, todo resulta ambiguo, aunque el narrador nos coloca en un lugar donde sus opiniones y creencias parecen “cerrar”, de forma que el relato, al final, pueda explicarnos lo sucedido, como en una buena novela policial, donde todo debe ser minuciosamente justificado.

Onetti, como hemos dicho, quiebra esta lógica, y en las páginas finales –con el aporte de unas cartas hasta ahora escondidas por el narrador– todo queda patas para arriba y no hay una sino varias soluciones posibles; no hay más de tres, casi nada; cada una de ellas cambia absolutamente el sentido del relato. No hay enigma develado; lo que hay es un secreto que se mantiene.

Omar Prego, otro gran escritor uruguayo, amigo de Onetti y estudioso de su obra, habló de Onetti y la “contranovela policial”; Ludmer, de relatos “parapoliciales”. Onetti no escribe una novela policial, pero se vale de todas sus técnicas –el ocultamiento, las versiones contradictorias– para construir una pequeña gran joya literaria.

La cara de la desgracia

La cara de la desgracia, otra novela breve, publicada en 1960, es la reescritura y ampliación de un cuento de 1944, “La larga historia”. ¿Qué hay aquí? Otro suicidio, como en Los adioses, al que se agrega un asesinato. Hay dos historias, en principio independientes. Pero en una de ellas aparece otro ingrediente que también explica el vínculo de Onetti con la novela criminal: la crónica roja de los diarios.

Se sabe, Onetti publicó sus primeros cuentos en Crítica, un diario muy popular, cuyo director, Natalio Botana, era también uruguayo. Desde allí hizo del crimen y el delito uno de los ejes centrales en la construcción de un nuevo modelo de crónica periodística. Onetti publicó allí durante su primera estadía bonaerense, en los años 1930, cuando Arlt, que era cronista policial de ese mismo diario, ya era una figura. Fue ese ambiente de nocturnidad, de redacción de diario, de crónicas policiales en las que tantas veces los misterios no se aclaran, el que Onetti frecuentó. Ese carácter inconcluso y fragmentario de la crónica periodística conecta con su discurso literario.

Foto del artículo 'Juan Carlos Onetti, escritor de policiales'

En esta otra nouvelle, el hermano del narrador se ha suicidado luego de haber sido descubierta su estafa. La portada del diario, el relato de ese crimen, y alguna novela policial, también de su hermano, acompañan al narrador, que ha ido a descansar a un balneario. Allí descubre a una casi niña que pasea en bicicleta. Las niñas, las adolescentes, las vírgenes son otra obsesión de Onetti. El narrador sale a caminar una noche por la playa y termina por mantener una relación con la adolescente. A la mañana siguiente, la jovencita aparece asesinada. Llega la Policía. El narrador confiesa.

Dicho así, parece sencillo. Fin de la historia. No. Todo esto, narrado por Onetti, lo único que despeja es la certeza. Al finalizar queda la duda, la ambigüedad, otra vez el secreto, otra vez la contranovela policial.

En los cuentos

Hay más ejemplos. La muerte y la niña, de 1973, Cuando entonces, escrita ya en el exilio español, o Para una tumba sin nombre, que es casi un ensayo sobre la verdad de los relatos, en el que, cuando el lector cree haber llegado a la “verdad”, se encuentra con que el narrador lo abandona a su propia suerte con una madeja de infinitas puntas.

Entre los cuentos, en “El perro tendrá su día”, el policía sabe que el responsable del crimen es Jeremías Petrus, pero renuncia a desenmascararlo y decide prostituirse. En “El infierno tan temido”, quizá el cuento más logrado de Onetti, el suicidio de Risso, el periodista, ha sido objeto de múltiples interpretaciones y, una vez más, los lectores tendrán que develar el enigma, porque Onetti se mantiene fiel al secreto, a la intimidad del pensamiento y al dolor de Risso.

El policial es político

Hay trabajos en los que a la estructura del policial Onetti agrega el componente político. Claro, en su estilo: elusivamente, absolutamente lejos de toda escritura panfletaria, porque en Onetti, mucho más que el compromiso político –que tuvo durante toda su vida–, lo que primaba era el compromiso con su arte.

No obstante, hay dos trabajos, un cuento y una novela, en los que el compromiso político se hace explícito. En uno de ellos, la poco leída Para esta noche, la anécdota central refiere a los últimos días de la República Española, su caída, la llegada del horror.

En el cuento “Presencia”, también escrito en el exilio español, en 1978, la particularidad es la aparición de un detective, a quien el narrador –Jorge Malabia, uno de los personajes de la saga santamariana– contrata para saber de los pasos de una mujer, María José Lemos. Ocurre –otra vez la contranovela policial– que el narrador sabe perfectamente que el detective es un estafador y que los reportes que le envía detallando sus investigaciones sobre la mujer son absolutamente falsos. ¿Por qué, entonces, paga semanalmente los honorarios por una falsa versión? Aquí viene la maravilla: para que la mujer, al menos en el relato –o lo que es lo mismo, en la literatura–, continúe viva. ¿Por qué hace eso? Porque en la última línea del cuento nos enteramos de que se trata de una desaparecida.

Para esta noche fue publicada en 1943, o sea, antes de que naciera Santa María. Durante mucho tiempo fue erróneamente interpretada como una premonición del arribo del peronismo en Argentina. Recordemos que Onetti estuvo prolongados períodos viviendo en Buenos Aires, y durante mucho tiempo se pensó que tanto los hechos como la ciudad en que transcurren remitían a la historia argentina. Con el tiempo se advirtió que la novela está edificada sobre un hecho real y muy próximo a su escritura: el fin de la guerra civil española, el derrumbe y la derrota de la República, la concentración caótica de los contingentes en huida en los puertos mediterráneos, particularmente en las zonas de Valencia y Alicante.

Producto de esos sucesos, llegaron a Uruguay muchos españoles republicanos que lograron escapar. Onetti participó en noches de café en las que estos sobrevivientes contaban sus historias. Y, a su modo, hizo su homenaje. Claro, no pudo evitar el sarcasmo, esta vez sobre sí mismo, y en el prólogo dice: “En muchas partes del mundo había gente defendiendo con su cuerpo diversas convicciones del autor de esta novela, en 1942, cuando fue escrita. La idea de que sólo aquella gente estaba cumpliendo de verdad un destino considerable era humillante y triste de padecer. Este libro se escribió por la necesidad –satisfecha en forma mezquina y no comprometedora– de participar en dolores, angustias y heroísmos ajenos. Es, pues, un cínico intento de liberación”.

Hay aquí, en Para esta noche, un argumento policial. Básicamente, un individuo, integrante de “El Partido”, busca afanosamente acceder a un pase para subir a un buque que lo saque de la zona de guerra y salvar su vida. Todo transcurre a lo largo de una noche, en donde comienzan a aparecer los jefes del partido, traidores, fuerzas militares; nadie confía en nadie. Nadie es quien dice ser. La atmósfera es angustiante. Por supuesto, otra vez una niña, que el protagonista recoge e intenta salvar. Por supuesto que a las ambigüedades de la propia historia se suma la de la prosa de Onetti, pero es, en definitiva, un clásico policial de puro corte político.

También a la inglesa

Es sabido que Onetti estuvo preso durante unos cuantos meses durante la dictadura que gobernó Uruguay entre 1973 y 1985. El motivo de su detención fue muy particular. En 1974 Onetti ya no trabajaba para el semanario Marcha, quizá la publicación periódica más prestigiosa que tuvo nuestro país entre 1939 y 1974, pero fue uno de los jurados de su concurso literario en el que se premió un relato, “El guardaespaldas”, de Nelson Marra, que era una especie de misil dirigido al corazón de la dictadura. Onetti recomendó a su director y fundador, Carlos Quijano, que antes de publicarlo lo leyera. Eran tiempos de urgencia, y el cuento se publicó. Dos de los jurados, entre ellos Onetti, marcharon presos.

Volvamos a 1939, cuando Onetti publica El pozo y Quijano le confía el cargo de secretario de redacción de Marcha. Todo era muy artesanal, Onetti vivía a los fondos de la redacción, y claro, como ocurre tantas veces –yo mismo fui secretario de redacción de un periódico–, hay que rellenar espacios porque alguno que se comprometió a entregar un artículo no lo hizo. De estos espacios vacíos surgieron un par de cuentos, “El fin trágico de Alfredo Plumet” y “Un cuento policial, un crimen perfecto”, respectivamente de 1939 y 1940, firmados con seudónimo. Son dos cuentos a la inglesa, dos rarezas en el volumen de la obra de Onetti, dos enigmas que se resuelven; dos ejercicios literarios que no retomaría, para adentrarse desde entonces en la oscuridad, sin juicio moral, donde cualquiera, puesto en circunstancias, puede ser un asesino, su víctima, o un suicida.

Obras de Onetti en Biblioteca País.