En el último fin de semana de la 23ª Feria del Libro Infantil y Juvenil, la escritora chilena-argentina Carola Martínez Arroyo dio una charla sobre “Libros para la primera infancia”, en una actividad organizada por la librería Libros del Árbol Rojo. Martínez tiene dos libros publicados, Matilde y Nunca jamás, ambos en la editorial Norma, y lleva adelante el blog Donde viven los libros, de transparente referencia al clásico de Maurice Sendak. Desde allí se ha convertido en una voz lúcida en lo referente a literatura infantil y juvenil (LIJ). Mantuvo hasta hace poco la librería con el mismo nombre, es tallerista y conferencista, y desde 2018 a 2024 estuvo al frente del Plan de Lectura de la Ciudad de Buenos Aires.

En tu primer libro, Matilde, abordás la historia reciente de Chile y tu historia personal. Uno de los elementos que le dan potencia a la novela es la voz narrativa: la tragedia es vista a través de los ojos de una niña, una mirada de asombro que debe manejarse con la información que se le escatima. ¿Cómo fue el proceso de escritura de la novela?

Matilde no es lo primero que escribí, pero sí es lo primero que me publicaron. Lo mandé al Premio Norma y salió seleccionada, pero no ganó. El proceso de producción llevó dos años y algo. Al principio, Matilde era más grande, pero tenía que encontrar una forma de que fuera suficientemente chica para no darse cuenta de algunas cosas y suficientemente grande para darse cuenta de otras. Hay una franja, cuando tienen entre 8 y 9 años, cuando ya no son unos bebés y tampoco son chicos grandes. Esa fue mi primera decisión. Y también la de que no fuera todo tan explícito, trabajar con la metáfora. La mayoría de los niños y las niñas que leen el libro están muy lejanos a la dictadura, entonces sucede que tengo que hablarle a la gente que no conoce la historia, sobre todo cuando viajo a Chile, donde un montón de niños me dicen: “Nunca había hablado de esto, ni en la escuela, ni en ni casa, ni en ningún lado”.

En los países de América Latina que han vivido dictaduras en la década del 70 la memoria se ha procesado de maneras diversas y eso tiene su correlato en la producción de LIJ. ¿Cómo se procesa ese tema en Chile?

Argentina es la que lleva la bandera, y lo que cambia completamente la forma de abordar la memoria y los derechos humanos es el Juicio a las Juntas, que permitió que se pueda hablar de esto abiertamente. En Chile ha sido un proceso súper lento y muy difícil para los sobrevivientes; por ejemplo, en este momento existe el Plan de Búsqueda, pero es sólo para lo que ellos llaman “víctimas probadas”, que son los asesinados y los desaparecidos. Todo el resto de los sobrevivientes no existe: los exiliados, los torturados, etcétera. Y hay que hacer un camino larguísimo. Incluso todavía hay gente que dice que no pasó nada. Hay algo de la memoria histórica que en Chile no se logra saldar. Para mí tiene que ver con que no se hizo socialmente un juicio, con lo que decía Hannah Arendt: todo lo socialmente dañado tiene que ser socialmente reparado. En la medida en que no hubo una reparación social, no se puede hablar de esto abiertamente. Creo que la tercera generación va a tener un cambio, como sucedió en Alemania. La tercera generación ya empieza a hacerse preguntas.

¿Qué vínculo mantenés con Chile?

Hace 28 años que estoy en Argentina. Ya llevo más años viviendo en Argentina que en Chile, mi marido y mis hijos son argentinos. Mi vínculo con Chile es complejo, es un poco como la sufrían los exiliados: me imagino un Chile y, cuando voy, nunca encaja con lo que es realmente. Quiero que sea de una manera y Chile es como es. Hace un año y medio, por primera vez, di testimonio, porque cuando tenía 14 años me secuestraron, y está siendo muy difícil. Estoy recién en la etapa en que me tengo que reconocer como sobreviviente de la violencia sexual política, toda una vuelta que le tengo que dar.

Viviste toda la dictadura en Chile.

Sí, y me vine a Argentina cuando estaba terminando de cursar [la secundaria]. Fue muy larga la dictadura, fue toda mi educación: yo tenía un año y medio cuando fue el golpe y 19 años cuando terminó. Fue casi la mitad de mi vida. Y eso hace que las víctimas tengan mucha diferencia de edad; acá en Uruguay, lo mismo que en Argentina, es una generación la que está golpeada, mientras que en Chile son varias: los de los 70, los 80 y los 90. Entonces es mucha gente distinta que sufrió daño.

Y recién ahora se empieza con esa instancia judicial.

En mi caso, sí. Hace dos años, cuando se cumplieron 50 años del golpe, viajé a dar testimonio. En Argentina se puede dar testimonio sin que se inicie un juicio, pero en Chile no: tenés que iniciar un juicio. Entonces, en este momento hay un juicio penal en busca de los responsables y un juicio civil que le estoy haciendo al Estado por todo lo que ocurrió. Es un proceso súper duro, en el que volvés a sentir lo mismo, tenés que contar pormenores de cosas que son muy difíciles. Un poco está la culpa del sobreviviente, y hay mucho de revivir. Pero yo creo que vale la pena, porque a mí me sirve, pero también a un montón de gente. De última, para que digan que fueron 301 y no 300, porque el número también importa.

Has trabajado en el ámbito de la LIJ desde lugares y posiciones muy distintas que te dan un punto de vista privilegiado, amplio. Me interesa que me cuentes sobre la tarea que desempeñabas en el Plan de Lectura de la Ciudad de Buenos Aires.

Estuve a cargo del Plan de Lectura desde 2018 hasta 2024; en este momento estoy de licencia psiquiátrica por lo que te contaba anteriormente: ha sido muy duro y me impidió seguir trabajando. Lo que se hace en un plan de lectura es intentar implementar una política de lectura que afecte a todos los niveles de las instituciones educativas. Nosotros trabajábamos con la entrega de materiales, libros, también con el seguimiento, con clubes de lectura. Desde el nivel central pensás una política. Chile lo hace fantástico y tiene una política de lectura increíble, donde son muchos los actores y muchos los ministerios que participan. En Argentina no se logró nunca hacer una política de lectura y es muy difícil mantenerla porque está a merced de quien sea el presidente. Como las provincias no tienen la obligación porque no existe un plan nacional, están sujetas a lo que quiera su ministro. En este momento no hay muchos planes de lectura jurisdiccionales que estén funcionando. El de la ciudad de Buenos Aires permanece, pero sin presupuesto. Creo que los dos que están funcionando mejor son el de Córdoba, que lo lleva adelante Luciana Trocello, y el de la provincia de Buenos Aires, que lo lleva adelante Paola Davico. Son muy fuertes, lograron mantener una política más allá de los cambios de gobierno. Es algo que nosotros no logramos, porque trabajar sin presupuesto te hace imposible pensar cualquier cosa. La única manera es que exista una política de lectura.

La selección de libros implica un doble juego de restricción y valorización, que entraña un dilema ético –qué recomiendo, basada en qué–, entre otras cosas, porque la selección tiene consecuencias. ¿Qué reflexiones has hecho al respecto?

Mi libro Una llave, un mar, un puente, que se puede descargar gratuitamente en la Biblioteca Nacional del Perú, habla de eso. Como dice Geneviève Patte, seleccionar es valorar, pero cuando seleccionás, dejás un montón de libros afuera. Intentamos buscar libros que no entran en el canon escolar fácilmente. El canon escolar existe y los niños leen esos libros para siempre; queríamos romperlo, ampliarlo, entonces elegimos libros que fueran distintos, también pensando que al seleccionar estamos mandando guiños a la sociedad diciendo “esto sí” y “esto no”. Argentina tiene una producción enorme de materiales de todos los tipos, de todos los colores, y hay que ser muy ético para poder elegir los libros que van a repercutir más, a tener mejor encuentro con el lector en la escuela. Nosotros no se los mandamos a los chicos directamente, se los mandamos a un montón de adultos que los van a leer antes de que lleguen a ellos. Entonces, en ese sentido, pensamos en libros que sean lo suficientemente novedosos, lo suficientemente impactantes, pero que no los dejen guardados en una caja porque no se animan a darlos. Y siempre tenemos en la cabeza que al seleccionar un libro de una editorial estás haciendo que esa editorial subsista por lo menos por un año, porque son compras muy grandes. Tenés que ser súper consciente de eso y saber que no podés elegir todo de una misma editorial, que tenés que jugar con editoriales chiquitas y grandes e ir haciendo un tetris pensando cuál va a ser el impacto y saber que ese libro que elegís va a entrar en el canon escolar y que salvaste a ese autor para siempre, porque, una vez que entra, ya está dentro de la escuela. No podés crear un monstruo: si alguien tiene sólo un libro valorable, le vamos a elegir ese libro y él va a poder vender todos los que no son tan buenos. Hay que ser muy cuidadoso y eso lleva un montón de tiempo.

El equipo que tenía yo estaba conformado por docentes que estaban en aula, así que estaban frescos. Porque hay selecciones hechas por especialistas que eligen lo que querría leer una maestra o un maestro. Sólo los docentes saben qué es lo que podría funcionar; soy muy admiradora de esa tarea y trato de que los libros también tengan ingreso, porque es verdad que, si no, quedan adentro de una caja y perdiste un montón de plata, y no es plata nuestra sino de la gente. No dejaste huella, que es lo que tiene que hacer una política. Si no estoy yo tiene que seguir funcionando, porque no es mío el plan, es de la gente.

Otro tema que me interesa abordar es el de la importancia de las bibliotecas públicas.

En Argentina no está tan aceitado el sistema de bibliotecas públicas porque dependen de cada jurisdicción, entonces las más ricas tienen mejores bibliotecas públicas y las más pobres tienen peores bibliotecas públicas. Pero lo que sí se sostiene es la Conabip, que son bibliotecas populares. El Estado les da un incentivo, pero no son estatales. Eso hace que sean muy variadas. Son muy fuertes las bibliotecas de la Conabip; al no estar obligadas con el Estado nacional, pueden trabajar más abiertamente. Una biblioteca estatal está sujeta a cuestiones que tienen que ver con los cambios de gobierno. Las bibliotecas públicas de la ciudad de Buenos Aires son muy buenas, súper interesantes. Hay poquitas, alrededor de 20 en toda la ciudad, y funcionan muy bien.

En una entrevista sostenías que las bibliotecas públicas son el único lugar “donde el niño puede encontrar de todo, sin que nadie esté haciendo de censor”.

Las bibliotecas escolares tienen un adulto en el medio que es el bibliotecario escolar, que no va a dejar que entren libros que no se puedan leer en la escuela. Temas como drogas, suicidio, relaciones sexuales no van a entrar a la escuela porque es muy cuidadosa con el material que se da. Pero una buena biblioteca pública tiene todo porque es para todos, incluso los que te caen muy mal o con los que jamás estarías sentada a la mesa. Es el lugar más democrático de la sociedad. Las bibliotecas, si te ponés a investigarlas, tienen un recorrido increíble. Hace poquito estuve en una actividad en la biblioteca de un museo, y mientras yo estaba dando la charla veía que entraba gente, entonces después le fui a preguntar a la directora. Lo que hacen es que abren los baños para que se bañe la gente que está en calle. Eso es lo que hacen las bibliotecas públicas: son espacios abiertos donde nadie juzga. Y son súper democráticos porque están todos, incluso las personas que viven en la calle y necesitan el baño para hacer pis y para ir a bañarse. Eso es lo que hacen las buenas bibliotecas: abrirse a la comunidad. Son los palacios del pueblo, dice Eric Klinenberg.

Pensaba, en torno a eso, por un lado, que es imprescindible que esté garantizada la existencia, el acervo.

Pero las bibliotecas son más que su acervo, son más que un archivo de libros. En este momento también son actores sociales: hay talleres, encuentros con autores, hay mucha vida social. Lo que buscan es la apropiación del espacio público, lo que quieren es que la gente entre y sea su biblioteca. Lo que ocurría antes es que eran expulsoras porque eran grandes lugares donde se guardaban libros. Por eso decía que es lo más democrático, porque se va a hacer muchas cosas: desde un taller de cerámica hasta buscar el libro que te pidieron en la facultad. Deberías poder hacer esas dos cosas.

En un momento en que la apropiación de los espacios públicos es difícil.

Yo creo que socialmente la gente ya está sabiendo cuáles espacios puede ocupar. Yo todavía soy medio extranjera en Argentina y me parece increíble cómo la gente se apropia de las plazas. En setiembre sale un rayito de sol y están todos los argentinos en biquini tomando sol en una plaza, porque se apropian rápidamente del espacio público. Es de ellos, no tenés que explicarles. Los chilenos son distintos, no se apropian mucho del espacio, se sienten expulsados, por eso las bibliotecas chilenas no están pintadas de blanco, porque el color blanco les daba glamur, entonces se pintan de otros colores para que la gente tenga ganas de entrar y sienta que puede pertenecer a ese lugar. Yo creo que sí se está apropiando la gente del espacio público, pero lentamente.

En una entrevista hacés referencia a que en la LIJ los protagonistas suelen ser niños de clase media de la ciudad.

Igual, ahora me contradigo. Lo que sí ocurre es que hay muchas novelas a las que con algunos amigos llamamos “novelas de Scooby Doo”, las típicas novelas de un niño o un grupo de niños que van a la playa y resuelven un misterio, que se hacen como chorizos y siempre funcionan, pero no mantienen la bibliodiversidad. Lo que tampoco puedes hacer es darle libros sobre la gente pobre a la gente pobre; tenés que hacer al revés: abrir la posibilidad y mandarle al pueblo más perdido un libro donde haya ascensores, para que conozca otra cosa distinta. Mostrarles lo mismo que viven diariamente ¿para qué?

Pero sí sigo pensando que debería haber más libros cuyos protagonistas no pertenezcan a la clase media. Sé que es difícil, que después te cuesta colocarlos, que las editoriales no se animan, pero deberían existir. Es un llamado a que se pueda hablar de eso que es difícil. Hablar siempre desde la clase media es aburrido. Pensar que hay niños que tienen una vida y niños que tienen otra. No es lo mismo un niño en Palestina en este momento, que están siendo asesinados, que un niño de clase media en Montevideo. Entonces, no puedo pensar libros para todos los niños. Y la verdad es que la industria editorial piensa en ese que es el que va a comprar libros. En ese sentido también tenés que abrirles la cabeza a esos niños y mostrarles que existen otras formas de infancia, niños diferentes, gente que no tiene manera de salir de la pobreza y que esa va a ser su realidad.

No hay muchos libros con esa perspectiva, pero algunos se pueden encontrar. Hay uno del escritor mexicano Antonio Malpica que se llama Margot [Margot: la pequeña, pequeña historia de una casa en Alfa Centauri, Norma, 2011], que es muy hermoso y trata sobre una niña que vive en un basural. Hay otro libro, también de Colombia, que se llama No comas renacuajos y es de Babel [Francisco Montaña Ibáñez, 2008], que también muestra la fisura, gente que se cae de la sociedad. Llorás desde que lo abrís hasta que lo cerrás, pero es hermoso.

Yo entiendo que sea así: si yo soy escritora y vivo de lo que escribo, necesito que el libro se venda rápido, que me lo quieran publicar. Yo no vivo de mi escritura, entonces puedo tomarme el tiempo que necesite para hacer un libro. Entonces, sí podría haber más bibliodiversidad, pero en este estado de crisis en Argentina la gente va a lo seguro, a lo que sabe que se va a vender.

¿Cómo ves el estado de la LIJ en este momento?

En general, la veo muy pequeña y sólo están publicando esos libros que saben que funcionan, están dejando de hacer los libros que sabés que son buenos pero que tienen poco público. Las editoriales están descatalogando a grandes escritoras porque no salen, porque no se venden: a Christine Nöstingler, a Katherine Paterson, a Sharon Creech. Por otro lado, hay una máquina de hacer libros álbum, que están muy de moda, y son pocos los que les gustan a los niños, están hechos para poner arriba de la mesa, para mostrárselos a otros adultos. Creo que en otro momento eran más jugados y podían hacer libros que no les gustaran tanto a los adultos pero les gustaran mucho a los chicos. Pienso en una editorial en particular que tiene muchos libros álbum que son hermosos, una obra de arte, pero no les llegan a los niños. Esa es una de las cosas que están más divorciadas. Son muy pocas las editoriales que se la juegan, y después tienen que ponerse los libros de sombrero. Pienso, por ejemplo, en un libro de Paula [Fernández, Loreto Salinas y Adriana Burgos], Nativas [Ojoreja, 2018], que está súper caro pero que necesitás que esté porque están todas las plantas nativas de Argentina y es una belleza. Y si no lo hace Paula no lo hace nadie más, porque a nadie le interesa mostrar las plantas nativas de Argentina. Es difícil conjugar el libro que tenés que hacer y el libro que debés hacer. Tenés que tener espalda y decir: sé que este se va a vender y que este no, y con el primero pagaré el otro; es lo que hacían antes las editoriales. Eso es lo interesante, que se pueda diversificar a partir de apuestas editoriales, pero está muy golpeado el sector del libro. No le podés pedir nada.

¿Cómo era tu vínculo con la literatura cuando eras niña?

Cuando era niña estábamos en plena dictadura, entonces entraba muy poco material y entraba material censurado. Yo leía libros de grandes. En mi casa había libros, los que leían mis papás. Había una colección de Salvat, que después fue Alfaguara, con grandes títulos. Se vendían en Argentina o en algún quiosco rarito. Yo leía lo que había en mi casa o lo que encontraba en la biblioteca de mi escuela. Pero leía todo el tiempo. Cuando tenés que estar guardada leés mucho. Eso o te aburrís como un hongo. Era lo único que podía hacer en silencio sin jorobar a nadie.

Contame de tu segunda novela, Nunca jamás.

Matilde es el primero y estoy muy orgullosa de todo lo que pasó, pero Nunca jamás es mi favorito por ahora, porque soy súper fanática de Peter Pan, lo leí miles de veces y pude jugar a buscar una historia con dos personajes que sean espejo de Peter y Wendy, con esta cosa de los niños que tienen que dejar de ser niños por distintas razones. La razón que tiene Fiorella, la protagonista, es que su mamá se muere y ella tiene que empezar a hacer cosas de grande. Lo que más me gusta escribir es sobre los niños y la soledad; creo fervientemente que los niños están muy solos, llegan a la casa y están solos, los papás están trabajando, se ven una hora al día, se bancan la vida solitos desde muy chiquititos. Eso es lo que me llama a escribir: qué es lo que pasa cuando te criás solo. Quería hablar de esa niña que se queda sola con su padre, que se deprime a niveles extraordinarios y ella tiene que sacar adelante su casa, a su hermana, sus cosas. Estuve mucho tiempo reescribiéndola y eso me gusta: me gusta más reescribir que escribir, porque me parece que es la parte donde hacés literatura, encontrás la puntita artística cuando tenés algo escrito y buscás la palabra poética.

Incide en la búsqueda de la voz, que finalmente es lo que hace a los personajes creíbles.

Sí, eso es mucho trabajo de reescritura. Buscarles la voz es lo que me sale más fácil porque parto de diálogos: en mi cabeza empiezan a resonar los personajes hablándome primero y después los puedo escribir. Por supuesto que hay gente que escribe de otras formas. Yo los escucho, y una vez que los escucho ya puedo sentarme a escribir porque sé cómo me hablan. Hay una novela que todavía no está publicada, que la tiene Babel para sacarla en algún momento, de una nena cuya mamá es lituana y cómo es tener una mamá a la que no le entendés. Me animé a escribirla en verso, es un gran poema. Me entretuve toda la pandemia.

¿Tenés algo más entre manos?

En todo el proceso de ir a presentar la denuncia hice un manuscrito y voy todos los martes a un taller de escritura, mis maestros son José Esses y Mariana Eva Pérez, que se llama Princesa Montonera en X. Estoy transformando ese escrito en biodrama, que es lo más difícil que he escrito en mi existencia, porque es empezar de cero: todo lo que sé de escritura no me sirve para hacer eso. Me parece increíble porque me encanta, es un desafío.