Todo bien con las sorpresas, pero saber con qué nos vamos a encontrar antes de abrir un libro puede ser una buena sensación. Me pasó con Caza y pesca, la más reciente novela de Rodolfo Santullo, que devoré. Uno se ha acostumbrado (en el mejor de los sentidos) a su obra, así que puede adentrarse en la lectura con la confianza de estar aprovechando el tiempo.
Sin el disparador histórico de algunos de sus últimos libros, Santullo sigue moviéndose por terrenos que maneja muy bien, con un narrador que a fuerza de oraciones cortas y muy descriptivas nos lleva de la mano por una aventura costumbrista, pronta para pasar a la gran pantalla con las credenciales literarias al día. Y cuando la cosa se empieza a poner oscura, esa mano guía nos aprieta bien fuerte, no sea cosa que nos acobardemos y queramos dejar de leer.
Todo comienza con tres amigos que inician su escapada anual de Semana de Turismo. No, mentira. Eso sería demasiado fácil. Todo comienza con un capítulo corto que describe de manera muy gráfica una escena de perros peleándose por unos dedos cercenados entre el barro y las moscas y los árboles (no sea cosa que el autor nos dejara acomodarnos antes de los primeros golpes).
Después sí, primero desde el punto de vista de unos perros que conviven en una desierta 8 de Octubre, conocemos a cada uno de los protagonistas. El Chino trabaja en una tienda de artículos de camping y es la voz cantante en asuntos relacionados con el título del libro. Willy es psicólogo y acaba de ser padre, y lidia con la culpa de dejar sola a su familia por un viaje que no termina de entusiasmarlo. Federico, por último, es un escritor que se tiene en tan alta estima que lleva su propio libro para releerse en esos días de ocio.
El plan de estos amigos, que (en el momento más realista, por lejos) cada año se ven un poco menos que el anterior, es ir a pescar a orillas del río Yi. Por el camino los vamos conociendo y nos reencontramos con el Santullo dialoguista que nunca decepciona, que hilvana las frases que dan información sobre los protagonistas y sus mundos privados con referencias más o menos populares, como el Llanero Solitario. Finalmente, llegan a la estancia de Etchenique, el hombre que siempre les permite pasar para acampar y tirar las cañas, pero esta vez hay algo diferente en el aire.
“Ahora que lo tiene al lado, el Chino nota que Etchenique está pálido y nervioso”, avisa el narrador. Y los perros, en este caso los del estanciero, vuelven a aparecer como los pájaros de Hitchcock. Primero una gaviota que apenas hace un corte en la frente de Tippi Hedren, pero sabemos que vendrán por más: alcanza con recordar los dedos del primer capítulo.
Al igual que el director británico, Santullo se divierte moviendo las piezas en su tablero (el medio del campo) sabiendo que nosotros nos estamos comiendo las uñas a la espera de que la bomba explote, o que la escopeta detone. Porque Etchenique les pidió que esta vez no fueran a la playita de siempre, porque hay gente acampando. No hace falta haber hojeado la contratapa para saber que la cosa se va a complicar, que los recién llegados son los que tienen nervioso al dueño de la estancia y que de todo ese universo de personajes habrá quien no regrese después de Turismo.
Todo eso sin mencionar a Capitán. La novela tiene un antagonista tradicional en don Gregorio, misterioso cazador de jabalíes que resulta tener una ocupación increíblemente mundana (en, quizás, la mejor revelación del libro), pero es Capitán, su inmenso dogo negro, el que pone los pelos de punta dentro y fuera de la historia con cada una de sus apariciones.
Como ocurre en esta clase de relatos, hay una pastilla que deberemos tragar para eliminar cualquier síntoma de descreimiento: los amigos toman varias decisiones estúpidas. Santullo prepara muy bien cada uno de esos momentos para que tengan sentido en la narrativa, pero es imposible que en dos o tres momentos no se nos escape un “¡pero qué estúpido!”. A esa altura, estamos interesados en su porvenir, y lo que está por venir, después de tamaños errores, no suele ser bueno.
La verdadera explosión, la que estamos esperando desde la primera página, se toma su tiempo en aparecer. Desde ese momento hasta el final del libro vamos a estar tan tensos como el arco con el que el Chino practica bowfishing, con una trama que incluye una repugnante pizca de Don’t Breath (Stephen Lang sería un gran don Gregorio) y una torpeza digna de los hermanos Coen. Ojo que estas son solamente referencias orientadoras: Santullo es Santullo, en esto del thriller.
Caza y pesca, de Rodolfo Santullo. 192 páginas. Tusquets, 2025.