En Iniciación a la noche, el periodista y escritor argentino Claudio Zeiger relata su adolescencia y juventud desde una perspectiva que entrelaza el despertar sexual en general –anfibio, brumoso, versátil– y el descubrimiento del sexo entre hombres. Pero además del componente coming of age, es una novela sobre cómo se escribe una novela y sobre cómo la experiencia nocturna –del goce al trauma, pasando por el reviente y el cinismo– puede alimentar el pulso literario.

El arco que va del higienismo trotskista a la nostalgia puede graficarla. El personaje principal, que es además el único narrador de esta cruza entre autobiografía, crónica generacional y ensayo literario, dibuja con su trayecto una curva: empieza con una adolescencia marcada por una especie de mojigatismo de izquierdas –verificable, por lo menos, en las organizaciones políticas de los años 1980– hasta un cierre, ya con juventud acumulada, en la que el personaje se asienta en una pareja estable y a “los ritmos de la noche” sólo los mira por el retrovisor.

A medida que se acerca al centro de su experiencia, el narrador se pregunta por qué escribir y cómo volver literatura su trajín. En ese trayecto construye una crónica de tránsito urbano, fundamentalmente de cuerpos y deseos, en un contexto del menemismo. Cuenta la noche trash porteña y mientras va mostrando la convivencia del hiperconsumismo y la fiesta con las consecuencias del ajuste estructural. Los paseos –del sauna al living, del boliche y el cine porno a la cama del “departamentito”– van colando su propia percepción de lo que se llamó “pizza con champán”, ese mix entre comida berreta y bebida exclusiva que sintetizó las aspiraciones y realidades de los 90 en Argentina.

El narrador traspasa fronteras sociales, sexuales y geográficas, dentro de Buenos Aires. Se detiene en lo que significaba entonces ser de Mataderos, una zona liminal de la ciudad, en contraste con la vida cultural del centro. Su tránsito cotidiano durante el secundario, desde Mataderos hasta el Normal Mariano Acosta en el barrio de Once, simboliza una despedida prematura de su lugar de origen, un poco más “campechano” que su nuevo entorno, una toma de conciencia de que en adelante su brújula lo orientará hacia el centro. Esta travesía implica también el cruce de otras fronteras: de clase, del trabajo asalariado, de la norma heterosexual. La novela narra este pasaje de la niñez a la adolescencia como una despedida íntima, política y territorial.

Joya siempre taxi

“Todavía hoy me pregunto por qué me empecinaba en escribir sobre un tema marginal sin prestigio, sobre una tipología en extinción como la de los taxiboys, un ejército proletario sin épica. Podría decir: insospechadamente, los deseaba, no sólo como sujetos de una modesta utopía de clase, sino como mis futuros, posibles lectores, quienes al menos por curiosidad, alguna vez, intentarían saber qué habían escrito acerca de ellos”, reflexiona el narrador. El trabajo sexual masculino fue el objeto de estudio de su primera novela, Nombre de noche, de 1999. Ahora, en Iniciación a la noche recupera todo lo que hubo alrededor de esa escritura en su vida personal.

Zeiger recuerda el escozor, o tal vez el miedo, que sintió la primera vez que advirtió que su cuerpo de “flaquito lindo” estaba siendo examinado por los ojos de otro hombre. Era un hombre mayor, grandote, que lo “intentó pescar” en la calle con un gesto que, para él en ese entonces, no era familiar. Con el tiempo, aprendería a moverse con más soltura por ese mundo de encuentros en los que, sin preámbulos, el cortejo se reduce al mínimo.

Conocer gente yirando por la avenida Santa Fe es muy diferente que hacerlo en los espacios de la militancia estudiantil, como una peña o un acto partidario en el Luna Park. De ese modo habla Zeiger del contraste entre, por un lado, el clima de fines de los 80 y, por otro, el mundo del yire en el que empezaba a dar sus primeras vueltas. Su adolescencia había estado primero marcada por la guerra de Malvinas y después por el mundo de la militancia de izquierdas, con todo su ascetismo, su mirada siempre con sospecha de la homosexualidad y de la fiesta, su solemnidad. Zeiger se describe, entonces, como un “desertor” del mitin que “ahora andaba merodeando, envalentonado, atraído y rechazado, por discotecas y bares que invariablemente proponían la figura del descenso a los infiernos”.

Dejar la noche

La primavera democrática le trajo aperturas propias. Pasa de ser un adolescente algo acomplejado a ser un habitué de la calle, específicamente de circuitos de levante y disidencia. Y llegado un momento, ya no se sabe si escribe porque deambula o si sale porque sí y después, como consecuencia, escribir. Lo que sí queda planteado es que el avance de sus textos tiene como consecuencia el hecho de ir él mismo convirtiéndose en un hombre sórdido. Cuando toma noción de eso y también conciencia de una misión cumplida –concluir el libro– es que puede empezar a planear cómo dejar la noche.

Acompaña, además, las historias y personajes con temas aledaños. Entre ellos, la amistad como una pasión intelectual, las marcas en los cuerpos que empezaban a verse en la posdictadura, los baches en las lecturas de las izquierdas argentinas y también cómo tanto la guerra, primero, y la epidemia del sida, después, influyeron en la educación sexual y emocional de más de una generación argentina. Aparecen también los dilemas, desde éticos hasta literarios, que le traen haberse acostado a sabiendas con un policía, rituales, ceremonias y simulacros de los cines porno de los 90 en el microcentro porteño.

Todo esto Zeiger lo hace prestando atención a un detalle que vuelve a esta novela única, entre muchas otras que abordan estos temas: escribe sin dejar jamás de volver a un tono de autoparodia. Con ese recurso desmantela cualquier pretensión de solemnidad, una de las peores amenazas que se presentan cada vez que un escritor se vuelca a hablar de su pasado, la juventud perdida y sus grandes esperanzas.

Iniciación a la noche, de Claudio Zeiger. 152 páginas. Emecé, 2025.