La colección Lectores de la editorial argentina Ampersand está conformada por ensayos en los que autores de gran relevancia en las letras hispanoamericanas nos cuentan sobre sus libros, su acercamiento a la lectura, sus primeras aproximaciones como lectores y, muchas veces, como escritores. Su función sería dar a conocer el universo íntimo del acto de leer. Quien dirige esta sofisticada colección es Graciela Batticuore, doctora en Literatura, docente de Literatura Argentina en la Universidad de Buenos Aires y escritora. Por este motivo, lo que resalta de estos libros es la sutileza crítica, la mirada aguda sobre el ecosistema literario que rodea a cada autor y también la hondura afectiva con la que es tratada la lectura.

Lo imprescindible en esta serie, entonces, es conocer cómo estos autores, que se destacan como escritores, exploran el hábito de leer. La colección pone en primer plano las experiencias lectoras de Sylvia Molloy, Noé Jitrik, Alan Pauls e Ida Vitale, entre otros. Allí encontraremos la voz de estos autores contándonos acerca de sus bibliotecas, su orden, si vuelven o no a un libro, cuándo lo dejan o si, aunque no sea bueno, toleran su lectura hasta el final. También si tienen un librero de cabecera que les acerca los libros o si son ellos quienes se adentran en el recorrido por las librerías.

De algún modo, estos ensayos sobre la lectura son como una experiencia del lector común, sin el brillo de la legitimación por el reconocimiento de la escritura. Es la persona, con sus vicios, caprichos y sensibilidad, la que nos pone en primer plano qué la hace escoger un libro o varios, si lee antes de dormir o en los tiempos muertos de una sala de espera, o si ordena su biblioteca por géneros literarios, editorial, épocas o una clasificación personal que sólo puede entenderse desde lo afectivo y personal.

La última entrega de esta colección es Archipiélago, de Mariana Enriquez. Aquí, la autora argentina, mayormente conocida por los cuentos de horror, nos muestra cómo se fue haciendo lectora, pero también cómo eso la llevó a ser escritora. Una particularidad de este ensayo es que Enriquez navega por el mundo lector a través de la música y el cine. Sus experiencias sensibles no se unifican sólo en la literatura, sino que en su universo lector convergen muchas veces varias artes que la hacen acercarse a un libro, a una temática o a la fascinación completa que une un libro, un disco y una película: “Gracias a Nick Cave y sus continuas citas al gótico sureño le di una oportunidad a William Faulkner”, dice, por ejemplo.

“Sé a la perfección que lo ético y romántico y correcto es mencionar a ese personaje del librero que sabe y recomienda, pero ese personaje no existe en mi vida. Tengo amigos libreros que adoro como personas y, de alguna manera, colegas, pero nunca tuve uno de cabecera”, anota también. De este modo, la autora transmite su modo de circulación de recomendaciones, en el que tienen peso otros autores que le son cercanos, como Rodrigo Fresán o María Gainza: el primero recomienda hasta el exceso; la segunda, con precisión.

Más allá de ser una historia de la lectura, la escritura y la compra o préstamo de libros, la colección nos muestra algunas debilidades como lectores, esas que nos envuelven en el fetiche por el objeto libro, su apariencia, el aroma, las dedicatorias y los regalos. Detrás de cada uno de ellos hay una historia impregnada de lazos amistosos, autógrafos y ediciones. De este modo, Enriquez manifiesta que le gusta leer en ómnibus y que, a causa de ello, se ha pasado de parada varias veces; que una de sus novelas favoritas es Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy, y que por tal motivo ha recorrido de Ciudad Juárez a Chihuahua en auto; que una de sus lecturas predilectas de Borges fue el cuento “La casa de Asterión”, que le llegó por primera vez en fotocopia en el segundo año de la secundaria porque lo estudió con su profesora de Literatura de esa época, y que ahora puede abandonar un libro sin culpa si no le gusta, algo que antes le resultaba estresante.

Lo más enriquecedor, no sólo de este libro sino de esta colección, es que acudimos a una especie de confesionario lector, donde los autores nos plantean las formas en que fue armada su biblioteca. Allí están los arrepentimientos, los cambios de intereses, pero también el cambio de signo de una época: “Me da culpa que la gran mayoría de los escritores que me formaron sean autores que escriben en inglés. Me siento ignorante de lo propio y cipaya. No me da tanta culpa que la gran mayoría sean varones porque eso puedo explicarlo: hace 35 años las autoras estaban en segundo plano y ni se pensaba en rescates ni modas ni ediciones bonitas”.

Mariana Enriquez, quien en las entrevistas es celebrada por su espontaneidad, su mirada aguda ante sí misma y el afuera, nos brinda en estas páginas una versión así de cercana, casi sin cuidado y con una honestidad que nos acerca a esos libros que la transformaron y que, por supuesto, la convirtieron en la rockstar literaria que es hoy. Esta obra no es sólo un confesionario lector, sino también un lugar donde las conclusiones de su trayectoria dejan huella: “Leer a un autor en orden es verlo crecer, retroceder, dudar, brillar y [...] ser testigos del destello final”.

Archipiélago, de Mariana Enriquez. 300 páginas. Ampersand, 2025.