Lucía Rezzano se convenció de que su padre, Héctor Federico, estaba muy ocupado haciendo juguetes, era por eso que no lo veía. Para responder a la curiosidad de un niño y preservarlo del dolor, los grandes pueden recurrir a la fábula. Después viene el silencio, que se siente en la casa como la ausencia de quien no está, y las preguntas que no encuentran respuestas.
“¿Cómo una persona que no era militante se pudo haber suicidado en un allanamiento? Siempre quedaron preguntas, un silencio y un dolor muy fuerte. Fijate que yo casi a los 40 años empecé a juntar las piezas del rompecabezas por mi cuenta”. Lucía es nieta de Amanda Lavagna, detenida en su casa de Manantiales el 27 de abril de 1975 y conducida al Batallón de Ingenieros N° 4 de Laguna del Sauce. Ese día murió por responsabilidad de las Fuerzas Conjuntas, que alegaron que se suicidó tras ingerir veneno para cotorra.
Tras la muerte de su abuela, fueron detenidos su padre, su madre, Amanda Tizze, su tío, José Pedro Tizze y el sobrino de su madre, Alejo Tizze. “Lo de mi madre fue increíble. Ella fue a averiguar al Batallón N° 4 por mi viejo y, por suerte, fue con una tía de San Carlos que me tenía en brazos. Entró a averiguar y no salió más. Mi tía se fue con una bebé en brazos que era yo. Fuimos de esos niños que tuvieron que vivir en casa de acá para allá [...] Mi vieja estuvo un año y algo porque le conversó tanto a los milicos que al final la sacaron antes. No me pregunten dónde anduvimos yo y mi hermano, pero estábamos separados”.
Para Lucía, el silencio que reinó en su familia durante su infancia y adolescencia responde a las “trancas que tenían [los mayores] para preservarnos de ese dolor, de esa porquería”. A los 20 años leyó el nombre de su abuela en un artículo de un diario. “Se me vino el mundo abajo. Fui a hablar con mi vieja, que metió una maquillada [a la historia]”.
El Batallón N°4 de Laguna del Sauce fue la “base de la represión en el departamento”, indicó el historiador carolino Andrés Noguez Reyes en su libro “Maldonado en dictadura: aportes a la construcción de la memoria colectiva”. En el predio de 220 hectáreas había un centro de interrogatorios y tortura al que llamaban “El rancho” o “El tambito”, situado a orillas de la laguna, en el que operaba el Organismo de Coordinación de Operaciones Antisubversivas (OCOA) por decisión del comandante de la División IV, el general Gregorio Álvarez, señaló el historiador.
En el batallón estaba la Oficina de Inteligencia identificada como el “S2”. La nómina de militares que la integraron y responsables de los detenidos, según el registro que hizo Noguez Reyes, fueron Hugo Aguilera, Víctor Stocco, Eduardo Giordano, Álvaro Rovira, Héctor Rodríguez, Ariel Ordeig, Dardo Barrios, Daniel Gordillo y Daniel Reissig. Los médicos que intervinieron en el batallón fueron Luis Braga, Francisco Pons y Julio César D’Albora.
La detención de Amanda Lavagna en ese lugar fue en el marco de un allanamiento de las fuerzas armadas en busca de las armas que su esposo coleccionaba. Años antes, el MLN había robado alguna de las armas. Tras torturarlo, Tizze no confesó que tenía escondidas varias de ellas dentro de su casa de Manantiales, reseñó el historiador.
Los militares dijeron que a Lavagna se le hizo una autopsia que reveló que su muerte fue por “intoxicación exógena” relacionada a la ingesta de Phosdrin, un veneno para cotorras, y que habían encontrado un paquete vacío en la casa. Sus familiares no creyeron en el relato. El 29 de febrero de 1975 se dispuso el archivo de la causa judicial.
“Ella estaba muy preocupada por la detención de su marido, pero estaba muy bien. Era una persona con mucha entereza, no la noté como que estuviera en malas condiciones para que no se pudiera quedar sola, por lo que no insistí en quedarme”, expresó el sobrino de Lavagna, Alejo Tizze, quien estuvo con Amelia horas antes de que llegaran las fuerzas conjuntas.
Su hija Amanda, por su parte, alegó: “Quien conozca Manantiales, sabe que no hay plantaciones que justifiquen el uso de ese veneno porque no hay cotorras”. El marido de Amelia sostuvo siempre que no se suicidó.
“Me di cuenta de que, además de ser Lula, también era hija y nieta de quienes pasaron por esto. Si no me avisaban que iba a haber un memorial en San Carlos con el nombre de mi abuela, no hubiera podido juntar todas las piezas, pero es una necesidad porque es parte de mi identidad”, reflexionó Lucía. El Paseo de la Memoria Amelia Lavagna fue inaugurado en octubre de 2019, en la calle José Enrique Rodó de San Carlos, y es el lugar de llegada de la Marcha del Silencio, que se conmemoró el viernes.
“Desde muy niña hablar de mi abuelo en casa era como tocar una fibra muy compleja. Muchas veces mi padre se ponía a llorar y yo me daba cuenta de que era algo que no daba mencionar”, contó Melani Martínez, nieta de Sócrates Martínez, militante del Partido Comunista, periodista de El Popular y testigo de las muertes de Eduardo Mondello, asesinado el 9 de marzo de 1976 en el Batallón N° 4, y de Horacio Gelós Bonilla, a quien mataron producto de la tortura el 2 de enero de ese año en el mismo lugar, aunque su cuerpo continúa desaparecido.
Melani se reencontró con la historia de su abuelo en su adolescencia. Primero buscó en las redes sociales. Supo que estuvo preso reiteradas veces antes de 1972, durante 1973 y luego definitivamente entre 1976 y 1979. Luego conoció a amigos de Socrátes en un homenaje que se hizo en Maldonado, cuando ella tenía 15 años, y quedó “maravillada”. Se enteró de que Sócrates tenía una biblioteca enorme, que Zitarrosa le dedicó un concierto cuando volvió del exilio, que lo querían. “Lo que supe fue más por la gente que transitó con él que por mi padre”.
La abogada María del Carmen Nany Salazar, defensora de víctimas y familiares denunciantes de delitos de lesa humanidad en Maldonado, le compartió parte de su archivo documental, como las actas de la Comisión Departamental de Derechos Humanos. Le advirtió que la información era muy dolorosa y le sugirió que no las leyera sola. Luego Melani empezó a hacer entrevistas a allegados de su abuelo, incluso entrevistó a su tío y a su abuela con la idea de escribir un libro o un ensayo.
En las actas se leen las declaraciones de Sócrates en primera persona, describe las torturas y menciona a sus represores. En un punto, Melani suspendió su investigación porque la historia la estaba “perturbando”, pero piensa retomarla desde “otro lugar” porque quiere reparar el daño.
Sobre la muerte de Gelós Bonilla en el batallón, Sócrates Martínez dijo el 25 de abril 1985: “Estaban siendo torturados Omar Varona, Viera, Carlos Julio Barrios, Romero y caído Gelós Bonilla, que estaba con los ojos vendados completamente inmóvil. Unos estaban crucificados, otros de plantón, otros sentados y, reitero, Gelós Bonilla tirado, inmóvil en el suelo. En ese momento, se armó un gran revuelo…”.
“En el mes de junio de 1976, en tanto, en el Ingenieros N°4, una noche, alrededor de media noche, los oficiales -como era de costumbre- nos hacían escuchar las torturas. En determinado momento cae un cuerpo de uno de los detenidos y la guardia pide que venga el enfermero. Cuando éste viene, manifiesta: ‘a este le dio un infarto’, luego viene un camión y se llevan el cuerpo. Me doy cuenta, además, por el comentario de los soldados, que la persona es Mondello, de la ciudad de Piriápolis”, narró Martínez, según el documento aportado a la diaria por su nieta.
Años antes, en 1973’, Martínez reconoció a tres de sus torturadores: Víctor Stocco, Dardo Barrios y al “teniente Silvera”. También se da cuenta que fue Pons quien lo asistió en “ momentos de taquicardia”: “Lo reconozco de Punta del Este, desde hace cuarenta y cinco años. Además, mi familia le hizo llegar a él personalmente medicamentos, pero nunca me los dio”, contó. Ese año le pidió que lo revisara por marcas de corriente eléctrica en los testículos y el médico se negó. “Le dije al doctor Pons: no aguanto más”.
Luego lo llevaron a su casa en un auto rojo de “pintura desmerecida”. El doctor Ruíz Duarte le hizo un electrocardiograma cuyo resultado dio “preinfarto de miocardio”. Durante la convalecencia, lo volvieron a detener el 11 o 13 de enero de ese año. Sócrates falleció de un infarto el 17 de febrero de 1987, dos años después de la vuelta a la democracia y tras ocho años de vivir en régimen de “libertad vigilada”, lejos de su familia por decisión de los represores.
“No sé qué hubiera sido de mi padre sin esa experiencia. Hubiera sido una persona con otro semblante en la vida, quizás. Hay algo que después empecé a entender y que tiene que ver con el no juzgar”, expresó. Y agregó: “Si no podemos visualizar nuestro pasado, volvemos a repetir las mismas historias. A la vez, entiendo que no todo el mundo puede abrir una herida de ese modo. No juzgo cuando una persona me dice que no quiere hablar de este tema”.
Tania Fernández es integrante del colectivo carolino Cultivando la Memoria, es nieta de Chile Fernández, preso político de San Carlos, e hija de Dardo Fernández, exiliado. Coincidió con Lucía en que la historia del pasado reciente es un “rompecabezas que una va armando”. En su casa también se sentía el silencio, que sólo podía romper su tía, la única mujer entre siete hermanos.
Comenzó a enterarse de lo que había pasado en la familia cuando abordó el concepto de “imperialismo” en una clase de Ciencias Sociales en el liceo. Lo conversó con su padre y se indignó. Ahora es profesora de Historia y está haciendo una tesis sobre los años 60 en San Carlos para la maestría en Historia Política de la Facultad de Ciencias Sociales. “Siento que estoy reconstruyendo mi historia también”.
“Mi padre cayó preso con un grupo de amigos. Después, se reunían en casa, a no ser por dos que se exiliaron. Conversaban y siempre hablaban del tema y de política. Pero, en realidad, sobre la historia personal de mi padre o de mi abuelo nunca. Siempre se había sobrevolado el tema”, recordó Pierina Vilizzio, también integrante de Cultivando la Memoria, hija de Edizon Villizzio y nieta de Luis Alberto Fernández, integrante del Movimiento de Liberación Nacional - Tupamaros (MLN), ambos detenidos en San Carlos.
Pierina tenía 13 años. Un sábado a la noche su madre alquiló La noche de los lápices. “Ahí me contó cosas de mi padre, pero él no intervino. Fue el primer momento que entré en sintonía con el dolor de mi madre. Ella tenía 14 años cuando se llevaron a mi abuelo. Mi tía Leticia tenía siete. Mi abuelo falleció y mi padre también. Ahora hablamos mucho más que antes”.
En cambio, Gabriel Sánchez, primo de Tania y sobrino de presos políticos y exiliados, llegó a la adolescencia sin ganas de seguir escuchando la historia del pasado reciente. “Mi madre siempre lo habló abiertamente y por ser el más chico escuchaba lo que hablaban con mis hermanos mayores. Las historias de cuando fueron a buscar a mi abuelo, entender por qué tenía un tío que vivía en Suecia”, contó.
Al crecer volvió a interesarse, habló con su abuelo, con el padre de Tania y con amigos de la familia para “llenar los baches cronológicos”. En diálogo con la diaria Gabriel rememoró el relato sobre el día en que el párroco de San Carlos Luis Astigarraga, uno de los principales delatores de la ciudad, llamó a su abuelo para avisarle sobre la detención de sus hijos mayores, Daniel y Nino, horas antes de que cayeran presos.
“Creo que pasa a ser una responsabilidad. Al menos yo lo asumo así: de que no se olvide, que no se quede en ellos. Hay que mantener esa memoria para que no se repita”, consideró.