La primera vez que el presidente brasileño Jair Bolsonaro bloqueó al diputado federal por Minas Gerais, André Janones, fue en mayo de 2021, en ocasión de la muerte por coronavirus del comediante Paulo Gustavo, quien no sobrevivió a la demora del gobierno brasileño para comprar vacunas.

"Que Dios en su infinita misericordia pueda perdonarte, porque en la tierra no creo que podamos", tuiteó el abogado de 38 años, nacido en Ituiutaba, una de las diez ciudades del llamado Triángulo Mineiro.

La segunda fue el 8 de setiembre de este año, cuando se mofó de una publicación del presidente en la que se autocalificaba como "un semental", y utilizó el bloqueo para un nuevo posteo irónico que recogió más de 31.000 likes y 2.800 comentarios.

Hacía apenas un mes que Janones había desistido a su candidatura al frente del partido Avante, en un video junto al expresidente y candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inácio Lula da Silva, para probarse un traje que le queda mejor, el de enemigo virtual del presidente Bolsonaro y sus hijos, a quienes hoy supera en seguidores.

Era un sitio vacante para la izquierda brasileña, y sigue siéndolo para buena parte de los partidos progresistas de Latinoamérica que aún parecen no entender el juego de las redes sociales, campo minado de fake news y operaciones políticas.

Un estudio de Data Senado de 2019 determinó que las redes sociales influenciaron el voto de 45% de la ciudadanía brasileña durante las elecciones en las que Bolsonaro derrotó a Fernando Haddad para convertirse en presidente. La estrategia para la presente campaña fue la misma, y estaba dando buenos resultados... hasta que apareció Janones.

“Veo que nuestro país está discutiendo mucho más que quién va a ser el próximo presidente de la República, estamos discutiendo el régimen democrático, la continuidad o no de ese régimen”, afirma el diputado en entrevista exclusiva con la diaria. “En la actualidad, uno no necesita un golpe de Estado para vivir en una dictadura, a esto le llamamos dictadura 2.0 o dictadura 2022 y es lo que Bolsonaro está implementando en nuestro país: un régimen dictatorial por las vías democráticas”.

Para Janones, Lula va a conseguir una victoria, pero, más allá de eso, ve un avance respecto de las elecciones de 2018, porque considera que el campo progresista está aprendiendo a responder con altura a la extrema derecha, principalmente a través de las redes sociales.

Su estrategia está libre de regalías, como casi todo en internet, y la explica ilustrando con ejemplos en forma permanente.

La estrategia

“Tengo 38 años y no recuerdo el mundo sin redes sociales. Usé Orkut, MSN, ICQ, Fotolog -que mucha gente ya no sabe que existió- y desde el 15 de agosto, cuando empezó la campaña, yo nunca fui acusado de propagar una fake news. Yo siempre usé las redes sociales con extrema responsabilidad y por eso conseguí construir esa cifra de casi 13 millones de seguidores”.

Sumando Facebook, Twitter, Instagram y Youtube, Janones está próximo a llegar a ese número, sin embargo, su eficacia reside en cómo combina sus perfiles, más allá de su contenido. Así, en un plenario partidario que se realizó hace algunas semanas, brindó a los asistentes un decálogo de buenas prácticas en Twitter que recomendaban: acciones coordinadas entre todos los dirigentes; hablar en primera persona porque “en sus redes, usted es la estrella”; enfocar en el verdadero adversario, Bolsonaro, y no en sus seguidores; comunicar en el ambiente correcto, los indecisos, y enfocar el mensaje indicado a los grupos indicados; y por último, pero no menos importante, desestimar la búsqueda estética de las publicaciones porque “todo lo que es áspero, circula más”.

Twitter es el gran centro de atención política en todo el mundo, también en Brasil. Allí gobierna la indignación como pulsión, sin embargo, el diputado cree contraproducente responder a las fake news que allí se despliegan para evitar “alimentar el algoritmo”.

Es por ello que varios dirigentes del continente, que quizás cosechan un puñado de votos en las elecciones, o ni siquiera se presentan, pasan el día pescando en el gran océano de la indignación, usando como involuntarios aliados a quienes los insultan, o simplemente le responden y hasta retuitean.

“En Youtube, Tik Tok y Kwai, redes de videos, usted puede desmentir una fake news, en Instagram es posible que también. Ahora, Facebook, la red más grande del mundo y donde está la masa, así como Twitter, son redes en las que el algoritmo entrega más sobre un contenido cuando uno se refiere a ese tema, independientemente de si se afirma o se niega”, advierte. Y ejemplifica: “Ellos crearon la fake news de que Lula va a cerrar iglesias. Si uno pone en Facebook que Lula no va a cerrar iglesias, el algoritmo sólo entiende que Lula y cierre de iglesias es un tema relevante, y luego va a comenzar a entregar más contenido sobre Lula y el posible cierre de iglesias, esa es la lógica de las redes sociales”.

Al contrario de Twitter, que premia la multiplicidad de posteos, en Facebook la estrategia de Janones es más cauta: publicaciones y lives esporádicos en los que lanza sus bombas.

En esa red social hay más secretos. Janones escogió las comunidades de compra y venta para sus mensajes políticos dado que estos no tienen límite de participantes, como las fanpages. El resto lo hacen los propios usuarios que, muchas veces, migran esos mensajes a los grupos de Whatsapp que tienen con familiares y amigos, el santo grial de los community managers.

El estilo

El estilo de Janones es confrontativo, directo. Todo lo contrario al perfil que Lula da Silva escogió para la gente que lo rodea, como su candidato a vicepresidente. El exmandatario encontró en Janones la contrafigura de Alckmin, que le permite pendular de la moderación a la denuncia, de la política tradicional a la moderna, del debate al agravio.

Janones, como Bolsonaro, apunta a las emociones para obtener repercusión pero, según él, con una diferencia: el rechazo a las fake news.

“No hay que desmentir fake news, hay que superponer narrativas. Entonces, si ellos dicen que Lula va a cerrar iglesias, yo voy a decir que Bolsonaro va a acabar con el auxilio emergencial, que no es una fake news. Hay que usar las mismas herramientas que usan ellos pero sin usar mentiras, sin usar fake news”, afirma.

Y agrega, casi en modo live: “No queremos acabar con la prensa, queremos dar la verdad a la prensa; no buscamos debilitar las instituciones, buscamos fortalecer las instituciones; no queremos la ruptura institucional, queremos el fortalecimiento de la democracia, ahora, las armas que tenemos en este momento son estas, superponer narrativas”.

Luego se ufana de que parte de la prensa llama a esta estrategia "janonismo cultural" y desafía: “Si el bolsonarismo tiene como esencia la mentira, el janonismo tiene como esencia la duda”.

Así, el día en que el bolsonarismo afirmó que José Dirceu, declarado culpable de corrupción por la Corte Suprema, sería ministro de Lula, Janones salió a desmentir y, con una foto de ambos mandatarios, retrucó: “Tengo una bomba, el expresidente Fernando Collor de Melo podría ser ministro de Bolsonaro y, si eso pasa, las jubilaciones podrían ser confiscadas”, como ya pasó durante su mandato.

“Planteé la duda y técnicamente hablando no usé una fake news, porque dije que podría serlo, mostré la ligación de él con el presidente Bolsonaro y recordé que, en el pasado, Collor de Mello confiscó los ahorros de los brasileños”, se apura en defenderse.

El plan dio resultado. El que tuvo que salir a desmentir, esta vez, fue Bolsonaro.

Al instante de contarlo, Janones sabe que quien lo escucha puede pensar que es como Bolsonaro, pero al revés, y enseguida se diferencia: “Tengo un límite ético, voy hasta hasta un determinado punto, hasta la línea que limita la verdad con la fake news, pero no llego a propagar una noticia falsa como hace él”.

Finalmente, reconoce: “Quien está en contra del uso de armas de fuego, durante un conflicto bélico saca un arma y dispara, porque no tiene otra opción, y eso es lo que estamos viviendo. Yo concuerdo que esta actitud no enriquece el debate, yo quisiera estar escuchando propuestas, pero estamos en una guerra y tengo que utilizar métodos que no apruebo, la guerra está instalada y, si yo no hiciera eso, Bolsonaro continuaría en el poder por otros cuatro años con serios riesgos para nuestra democracia”.

Las calles de las principales ciudades de Brasil están inundadas de brillantes colores. En pegatinas, banderas, remeras, prendedores, gorras y hasta toallas. El rojo es Lula, el verdeamarillo, Bolsonaro. Las personas se increpan por la calle, muchas familias dejaron de hablarse y la presente campaña contabiliza al menos cinco víctimas fatales.

Los formadores de opinión son futbolistas, cantantes populares, actores, humoristas e influencers; y los spots aturden con ritmos y letras pegadizas, en su mayoría, al ritmo del sertanejo, el folclore brasileño.

Las masas ya no escuchan a Caetano Veloso o a Chico Buarque, sino a Gustavo Lima, aquel que en 2011 desparramó por todo el continente su pegadizo y vacío ‘tchê tcherere tchê tchê”.

En esta campaña el debate real estuvo ausente, incluso cuando los candidatos se enfrentaron en la TV.

El objetivo, entonces, es allanar el camino del entendimiento, bajar el mensaje político a la urgencia que hoy imponen las redes sociales, quitar el mensaje de las páginas de los libros que hoy nadie lee y ponerlo en forma intempestiva allí donde apuntan las miradas: las pantallas de los celulares.

“Los principios democráticos no son compatibles con la lógica de las redes sociales, porque la democracia prevé debates, discusiones, y los proceso dictatoriales no, ordenan compartir esto ahora mismo o dictan que para todo el mundo algo es mentira de un momento a otro”, plantea Janones. Y augura que, una vez pasadas las elecciones, habrá que “continuar este trabajo en las redes sociales, en la cámara de representantes, en el senado, en la sociedad, para restablecer la verdad y fortalecer la democracia”.

Una democracia que, con 30 millones de personas pasando hambre, un ejército de personas en situación de calle que se triplicó durante la pandemia y una baja inversión pública en educación básica, parece haber cambiado su corrección política por un concierto de gritos, acusaciones y confusión.

Ramiro Barreiro (San Paulo).