El 1º de noviembre los ciudadanos israelíes están convocados, por quinta vez en tres años y medio, a elegir una nueva Knesset (parlamento).

En el sistema parlamentario israelí es la mayoría del Legislativo la que elige al primer ministro y vota la confianza o no a su gabinete. La crisis que viene dividiendo a las fuerzas políticas israelíes entre las que están a favor y en contra de Benjamin Netanyahu -quien fuera primer ministro desde 2009 a 2021- no se resolvió el año pasado con la asunción de un gobierno conformado por una muy amplia coalición sin Netanyahu y sin su partido de derecha populista, el Likud.

Si bien la endeble coalición anti Netanyahu aguantó varios embates, terminó colapsando por su punto más derechista, el del sector del exprimer ministro Naftali Benett, cuyos diputados fueron desertando hasta dejarlo sin mayoría parlamentaria. El complejo mecanismo de rotación al disolverse la Knesset implicó la asunción por cuatro meses del centrista Yair Lapid como primer ministro.

En un año y pocos meses el gobierno de Benett y Lapid tuvo algunos éxitos desde el punto de vista de sus componentes: logró aprobar presupuestos y realizar nombramientos clave para el servicio público tras dos años de parálisis y recientemente llegó a un acuerdo con Líbano para delimitar la frontera marítima en aras del inicio de la explotación de gas de ambos lados del límite acordado.

A la vez, garantizó la continuidad y avance del juicio por corrupción a Netanyahu, desactivando las presiones que este y sus seguidores ejercían desde sus puestos de poder sobre el sistema judicial y sobre buena parte de la prensa.

Hasta cierto punto la coalición actual integró a una fuerza política árabe, los islamistas moderados, y mejoró levemente la distribución de presupuestos para la población árabe, largamente discriminada.

En el lado de los fracasos del gobierno saliente está el deterioro constante del conflicto con los palestinos en los territorios ocupados, la incapacidad para integrar a sectores sociales que son la base política de Netanyahu y de sus aliados religiosos, el aumento de la desigualdad económica y la incapacidad o falta de voluntad para contener los precios de la vivienda que se disparan continuamente.

La actual campaña electoral no logra despertar interés entre la mayoría de la población más que las cuatro campañas anteriores. La inmensa mayoría del electorado tiene más o menos fija su posición, pero lo que cambia es la configuración de las fuerzas políticas. En esta ocasión parece que Netanyahu tiene una ventaja, ya que el bloque de partidos que lo apoya se presenta muy sólido y sin nuevas fisuras como las que lo hicieron caer en las últimas elecciones.

Aparentemente no estaría perdiendo votantes y hasta ganaría parte de los votos de quienes en las elecciones pasadas votaron a Benett (que esta vez decidió no postularse) y se desilusionaron por haber creado un gobierno de coalición que incluía a la centroizquierda sionista y peor aún, desde el punto de vista racista de estos sectores, una coalición que se apoyaba en los votos en el parlamento de un partido árabe.

Para asegurarse de que ningún partido de extrema derecha se quede por debajo del umbral mínimo de representación parlamentaria (3%-25%), Netanyahu intervino personalmente en la negociación para unificar dos partidos y una tercera agrupación y que estos se presenten en una lista unificada, evitando así el eventual derroche de votos de su bloque. En esa lista ultraderechista que se llama Sionismo Religioso participa el partido Otzma le Israel (Potencia a Israel), heredera de la ideología kahanista, que promueve abiertamente la supremacía racial judía y la expulsión de buena parte de la población árabe de Israel.

Se teme que en caso de obtener el bloque de Netanyahu la mayoría parlamentaria (al menos 61 diputados), este quedaría dependiendo de los votos de estos sectores extremistas.

Por el otro lado, el apoyo del partido árabe-islámico a la coalición gubernamental a cambio de partidas presupuestales a poblaciones árabes implicó el quiebre de la Lista Común que unía a todos los sectores de la minoría árabe. Y en lugar de una o dos listas que representen a los árabes ciudadanos de Israel esta vez se presentarán tres, con altas posibilidades de que una o dos de estas no logren superar el umbral mínimo para tener representación parlamentaria. El partido árabe-islámico se postula representando el pragmatismo total, dispuesto a apoyar a todo gobierno que acceda a sus exigencias presupuestales. Hadash, el frente de izquierda hegemonizado por el partido comunista y aliado con el diputado Ahmed Tibi (nacionalista liberal), se presenta como la opción árabe (que incluye militantes judíos de izquierda) dispuesta a considerar apoyos puntuales a un gobierno contrario a Netanyahu, pero condicionando el apoyo parlamentario a políticas de negociación real con perspectivas de paz con los palestinos, mientras que el partido Balad (izquierda nacionalista) anuncia que no apoyará a ninguna coalición gubernamental sionista. Los votos de Balad, que no parece con posibilidades de superar el umbral mínimo se perderían de esa manera y no contarán para frenar al bloque de Netanyahu.

Dentro de la población árabe hay un ambiente de desaliento ante las divisiones políticas y se teme una baja participación electoral, que puede poner en peligro la representación parlamentaria de las otras dos listas.

A una semana de las elecciones, el bloque de Netanyahu parece mejor posicionado. Sin embargo, no se puede descartar que aún así se vuelva a registrar un empate parlamentario o una victoria tan estrecha que no permita la consolidación de un gobierno estable, obligando a la convocatoria de nuevas elecciones en cuestión de meses.

Sin embargo, a diferencia de la mayoría de los observadores de la política israelí, creo que lo más trascendental en este momento no son las repetidas elecciones israelíes, sino el prolongado deterioro violento en los territorios ocupados. El gobierno de Benett y Lapid no modificó las premisas estratégicas israelíes en los territorios ocupados que heredó de Netanyahu, según las cuales el conflicto con los palestinos no es solucionable y tiene que ser “administrado”. Dicha “administración” implica, según los términos militares israelíes, “cortar el césped y la vegetación” cada tanto, esto es, realizar acciones militares destinadas a eliminar o apresar a militantes de las organizaciones armadas palestinas, alternando la represión y las ofensivas militares con “concesiones” a la población y a la Autoridad Palestina cuando esta colabora con Israel.

A la vez, Israel prosigue la colonización de buena parte del territorio ocupado, consolidándola como permanente y despojando de sus tierras, a ritmo lento pero continuo, a campesinos árabes de los sectores más debilitados de la sociedad palestina.

Esta política que implica estallidos de violencia más o menos periódicos está llevando a sectores importantes de la población palestina en los territorios ocupados al borde de un enfrentamiento generalizado. Hay indicios de estar ante una posible nueva Intifada, cuyas formas, alcances e implicancias son muy difíciles de predecir. Las acciones individuales de palestinos contra patrullas militares aumentaron, y cada acción represiva israelí (muchas de ellas ingresando con patrullas al territorio controlado por la Autoridad Palestina), incluyendo el asesinato de militantes, despierta más olas de violencia.

Incluso en los barrios palestinos empobrecidos de Jerusalén, donde los habitantes supuestamente residen bajo jurisdicción israelí y tienen mayor libertad de movimiento, pero no tienen derecho de voto, se multiplican los incidentes violentos con la Policía y con colonos israelíes en donde estos se han establecido desalojando a familias árabes. Es difícil saber si la situación desembocará en un enfrentamiento generalizado o no, pero está claro que para los palestinos que sufren la ocupación diariamente no hay ninguna diferencia entre un gobierno de Netanyahu u otro de Lapid o del general Gantz (actual ministro de Defensa).

Y que el agravamiento del conflicto sin perspectivas ni voluntad de solucionarlo costará vidas humanas y sufrimientos de palestinos y de israelíes.

Gerardo Leibner, desde Tel Aviv.