La victoria de Javier Milei en Argentina proporciona algunas pistas sobre cómo la extrema derecha logra organizarse, política y electoralmente, en diferentes países, contextos y situaciones.

En primer lugar, es necesario ver que la gramática misma de la política cambió con el ascenso de los extremistas, al igual que los instrumentos de análisis. Si hace unos años los candidatos se esforzaban por conceder entrevistas a periodistas de renombre y publicar artículos en periódicos impresos de mayor relevancia, por ejemplo, hoy prescinden de intermediarios y dan preferencia a las redes sociales. Sale el lenguaje escrito, y muchas veces el hablado, y las imágenes y los memes ganan relevancia.

También era común que se elogiara la oratoria de los políticos. Aún hoy la memoria política de las personas mayores está llena de discursos antológicos pronunciados en los mítines. Hoy el escenario da voz a candidatos que son intérpretes, personajes propios. También por esto, la desastrosa actuación de Milei en el debate celebrado una semana antes de la segunda vuelta no afectó su campaña.

Los aspectos caricaturescos o incluso el desconocimiento de personajes como Milei, Donald Trump o Jair Bolsonaro no hacen más que reforzar la imagen que quieren transmitir a la gente. “En otras palabras, en un momento en que la industria cultural ha proporcionado definitivamente la gramática de la política, es más fácil para la extrema derecha hacerse pasar por alguien que habla el idioma del pueblo”, afirmó el filósofo y profesor de la Universidad de San Pablo Vladimir Safatle.

El concepto vacío de libertad

Los mensajes enviados por estos candidatos son múltiples. El individualismo exacerbado tiene su límite en la restrictiva noción de “familia” y, entre los muchos enemigos ocasionales fabricados en la retórica extremista, el Estado es el principal, como radicalizó Javier Milei en su propuesta. Se lo vende como algo que obstaculiza la “libertad” de las personas. En un escenario donde se elogia el emprendimiento, el camino debe estar “despejado” para que la persona tenga éxito.

Además del lenguaje y la gramática, también es necesario prestar atención al predominio que existe hoy en gran parte del mundo de los valores de la doctrina neoliberal. Aunque acumula fracasos desde el punto de vista económico, la receta que predica el individualismo y demoniza al Estado se ha vuelto dominante desde el punto de vista cultural. Esto implica también inmediatez e impaciencia, terreno fértil para las soluciones aparentemente simples que venden los extremistas.

Regreso a un pasado glorioso

Si Donald Trump encarnó un regreso a un pasado idílico con su principal lema de campaña, Make America Great Again, Javier Milei también invocó el pasado como faro para el futuro de Argentina.

Recurrente en su campaña, en el cierre de la primera vuelta estuvo su promesa. “Tenemos que retomar las ideas de la Constitución de [Juan Bautista] Alberdi. Hay que remontarse a 1860, cuando de un país de bárbaros, en 35 años, pasamos a ser la primera potencia mundial”, afirmó. A partir de ese período considerado dorado, prometió un nivel de vida similar al de Italia o Francia, en un plazo de hasta 15 años, y al de Alemania, en 20. “Si me das 35, Estados Unidos”, enfatizó.

La construcción y recuperación de un pasado que no tiene en cuenta índices de desigualdad ni de opresión y sometimiento de segmentos enteros de la sociedad va en línea con la defensa de los llamados valores de la familia tradicional, ciudadela contra los cambios que perturban a parte de los sectores resentidos de la sociedad. Pero también suelen decirles a los jóvenes que “sí, se puede”, ya que el país habría sido mejor en otros tiempos y dejó de serlo por culpa de los enemigos tradicionales: la izquierda, los corruptos, el Estado, la casta que se habría apoderado del país.

Esto también permite dar un nuevo significado al pasado histórico reciente, como lo hizo y aún lo hace Bolsonaro en Brasil, al adoptar una versión revisionista de la dictadura militar, algo que Milei también reprodujo en Argentina.

La naturalización de la extrema derecha

Un candidato extremista no sólo se convierte en candidato extremista por la adhesión explícita, sino también por la omisión cómplice. Al igual que en Brasil y en otros países, en Argentina no se confronta adecuadamente a estos personajes con propuestas extrañas, que difunden prejuicios y desinformación. En general, no les molesta un cómodo periodismo declarativo (que, de hecho, no es periodismo), una mera repetición de discursos sin contestación.

“Naturalizados”, estos personajes no son presentados en los medios tradicionales como amenazas a la democracia, ni siquiera cuando profesionales de esa misma prensa son atacados verbalmente e incluso físicamente, como ocurrió en Brasil y Argentina.

Por otra parte, la atracción por el poder hace que la derecha o centroderecha suavice o incluso imite los discursos y prácticas de la extrema derecha. Figuras como Simone Tebet y Geraldo Alckmin, que en Brasil hicieron el movimiento contrario, son excepciones dentro de la regla.

El problema es que la alianza oportunista ofrece pocas opciones de retorno. O este segmento es completamente absorbido por el campo extremista, generando transformaciones en las que el aliado se vuelve más “auténtico” que los originales, o pronto pasa a los márgenes de la política, convirtiéndose en actores secundarios. El declive del PSDB lo demuestra en Brasil, pero no es el único ejemplo.

Si parte de los medios tradicionales sirve de escalera para el ascenso de estas figuras siendo cómplice, omiso y a veces socio activo, es la derecha/centroderecha la que allana el camino para el ejercicio del poder. La defensa de la democracia ni siquiera sirve como retórica.

Glauco Faria es periodista, exeditor ejecutivo de Brasil de Fato y de la revista Fórum. Una versión más extensa de este artículo fue publicada originalmente en Outras Palavras.