Israel está cometiendo un genocidio en Gaza, o está al borde de cometerlo. Así lo advierten los historiadores israelíes Raz Segal y Omer Bartov y múltiples especialistas de la Organización de las Naciones Unidas, entre otros. Israel también ha recrudecido su campaña de desplazamiento forzado y limpieza étnica en los territorios ocupados de Cisjordania. Ante la inmensa e inédita movilización global frente a estos horrores, los partidarios incondicionales de Israel recurren a las consabidas acusaciones de antisemitismo. Y además destacan dos caras de Israel: es “la única democracia de Medio Oriente”, y en ella viven dos millones de árabes israelíes con estatus de ciudadanos e iguales derechos. Ambas afirmaciones tienen indudables matices, pero son ciertas. Para los judíos israelíes, Israel es una democracia plena, aunque la deriva autoritaria del gobierno, incluso respecto de este grupo, es alarmante, como lo describía hace unas semanas en estas páginas el historiador uruguayo-israelí Gerardo Leibner. Los árabes israelíes votan, tienen representación parlamentaria y, aunque está bien documentada la discriminación estructural que sufren, están integrados al funcionamiento cotidiano del Estado, en particular en áreas como la salud, donde representan un porcentaje muy alto del personal calificado.

Pero hay una tercera cara de Israel que sus defensores no suelen mencionar, aunque rompe los ojos, y es, claro está, el tratamiento de la población palestina en Gaza y Cisjordania, que se remonta a bastante más de medio siglo antes del 7 de octubre. Aquí me voy a limitar a mencionar algo que me parece particularmente inhumano: el sufrimiento de las niñas y niños en Gaza y Cisjordania a manos de Israel. Las cifras abismales de niñas y niños asesinados por los bombardeos israelíes en Gaza en las últimas semanas son bien conocidas, pero, además, con los intercambios de rehenes se está volviendo a echar luz sobre la política de Israel de encarcelar niñas y niños en Cisjordania. Desde el 2000, se estima que 12.000 niñas y niños palestinos han sido detenidos por Israel, frecuentemente por soldados que invaden sus casas en la noche, y aproximadamente 700 al año son juzgados por tribunales militares, interrogados sin abogados presentes y sometidos a numerosos abusos físicos y psicológicos, en un proceso con una tasa de condena cercana al 100%. ¿Los delitos que se les imputan? El más frecuente es tirar piedras, que tiene una pena de hasta 20 años, pero también actividad en redes sociales, o simplemente ninguno, porque la Justicia israelí tiene una herramienta legal llamada detención administrativa, mediante la cual se permite a sí misma mantener encarcelados indefinidamente a prisioneros palestinos sin llevarlos a juicio, y muchas veces sin siquiera acusarlos de un crimen (la diferencia entre detención administrativa y secuestro es sólo de nombre).

Confrontados con esta tercera cara de Israel, sus partidarios apelan a diversos argumentos: uno de ellos es negar que en Israel haya una situación de apartheid, precisamente porque tiene millones de ciudadanos de origen árabe. Pero los palestinos de Cisjordania no son ciudadanos israelíes, no tienen derechos cívicos y son juzgados por un sistema legal diferente, todo lo cual constituye apartheid, como lo han documentado hasta el cansancio numerosas organizaciones de derechos humanos, entre ellas Amnesty International, Human Rights Watch y la israelí B’Tselem. Otro argumento, frente al cual me voy a atajar inmediatamente, es la no condena de los actos terroristas de Hamas y soslayar el sufrimiento israelí: por supuesto que condeno la atroz masacre perpetrada por Hamas el 7 de octubre, la toma de rehenes, entre ellos varios niños, y el lanzamiento de cohetes hacia poblaciones civiles. Y no quiero minimizar el sufrimiento en Israel, no sólo de las víctimas y sus familias sino de todas las personas desplazadas por el conflicto, que son cientos de miles. El tema aquí es que la escala del horror y el sufrimiento, alta como lo es en Israel, alcanza cotas aún mucho más altas del lado palestino.

Un tercer argumento es otra variante de la acusación de antisemitismo: ¿por qué obsesionarse con Israel si hay muchísimos otros ejemplos de limpiezas étnicas y violaciones de derechos humanos en masa ocurriendo en el mundo actualmente? Me parece un tanto peculiar el intento de justificar atrocidades diciendo que hay otros que las cometen también, pero además apela a una victimización difícilmente aceptable en otros casos: ¿alguien se imagina al gobierno sudafricano de los años 80, durante los boicots generalizados que acabaron con el régimen de apartheid, lamentándose de que el mundo la tenía jurada contra los afrikáners?

De todos modos, me parece que el adversario más grande al que se enfrentan los defensores a ultranza de Israel son las imágenes. Con celulares e internet, tenemos acceso en tiempo real a todas las facetas del indescriptible martirio palestino. Y aquí quiero detenerme unos instantes en una imagen anterior al 7 de octubre. El 12 de mayo de 2022, en Jenín, Cisjordania, se llevó a cabo el funeral de la icónica periodista palestina Shireen Abu Akleh, asesinada el día antes por un francotirador del Ejército israelí. La Policía israelí reprimió a la procesión y arrancó la bandera palestina del coche fúnebre. Eso me hizo recordar algo que había leído; fui a buscar a internet y confirmé el recuerdo: el 25 de mayo de 1976, en el entierro de Héctor Gutiérrez Ruiz, el comandante de policía Gervasio Somma le quitó la bandera uruguaya al féretro, bajo la airada protesta de Mario Heber, padre del exministro del Interior. Heber y su esposa, Cecilia Fontana, fueron detenidos, mientras que Somma recibió una felicitación del propio Juan María Bordaberry. El paralelismo es demasiado fuerte, y la conclusión muy difícil de evitar: la población palestina en Cisjordania está sometida a la dictadura de Israel, tan cruel y despótica como lo fue la dictadura uruguaya.

Mientras tanto, en Gaza, antes del 7 de octubre, el bloqueo por aire, mar y tierra de Israel y la escasez de electricidad y agua potable en uno de los enclaves más densos del planeta amenazaban con volverla inhabitable a corto plazo. Hoy, gracias a los bombardeos israelíes, ya lo es. ¿Qué vendrá a continuación? El levantamiento del asedio a Gaza y la retirada de Israel de Cisjordania parecen aún menos probables que antes. Quizás Israel intente volver a un statu quo similar al del 6 de octubre, pero también es posible que aproveche la ocasión para jugarse al todo por el todo: expulsar a los dos millones de palestinos de Gaza, fundar allí nuevos asentamientos y al mismo tiempo anexar Cisjordania y arrinconar a su población en islotes cada vez más estrechos y dispersos. Entonces el mundo volverá a levantarse, y los defensores acérrimos de Israel volverán a intentar convencernos de que Israel sólo tiene dos caras, o dos lados de una misma cara de bondad y tolerancia. Pero, igual que el sol no puede taparse con un dedo, la tercera cara de Israel ya no podrá ser ocultada nunca más.