En las primeras semanas de gobierno, el presidente argentino, Javier Milei, ha transparentado el descomunal atropello que pretende implementar. Ninguna denominación exagera esa ofensiva. Es “un plan de guerra contra la clase trabajadora”, una “motosierra contra los desposeídos” y una “contrarreforma integral de la sociedad argentina”. Aplica la doctrina neoliberal del shock con una virulencia nunca vista. José Martínez de Hoz, el Rodrigazo, Carlos Menem y Mauricio Macri son tibios antecedentes de la brutalidad en curso.

Milei espera consumar en un año la cirugía del gasto público que el Fondo Monetario Internacional (FMI) propuso efectivizar a lo largo de un quinquenio. Proclama la conveniencia del sufrimiento y pronostica un desplome aún mayor de los ingresos populares, antes de lograr la prometida recuperación económica. Omite que esos padecimientos no se extenderán al puñado de poderosos que enriquece su gestión. También oculta el carácter innecesario y premeditado del daño que está provocando a toda la población.

El libertario presenta su mazazo como la única contención posible a una inminente catástrofe de la economía. Pero fundamenta ese diagnóstico con cifras disparatadas. Inventa una hiperinflación del 15.000%, déficits gemelos del 17% del PIB, y alerta contra un encarecimiento del litro de leche de 400 a 60.000 pesos. Exagera alocadamente los desequilibrios de la herencia recibida para disimular la atrocidad de sus medidas.

En pocos días ha desmentido todos los mensajes de la campaña electoral. Sus decretos penalizan al grueso de la población y no a un puñado de políticos. Ya sustituyó las menciones a la “casta” por todo el Estado como destinatario del recorte. Ahora confiesa que su tijera se extenderá al sector privado, pero omite que los grandes grupos capitalistas quedan eximidos de ese ajuste.

Empobrecimiento general

Con el cuento de evitar una hiperinflación futura, Milei genera una superinflación inmediata. Comenzó con una megadevaluación del 100% que escaló la carestía al 25-30% mensual. Remediar con más inflación el peligro de ese flagelo es el primer absurdo de su programa.

Los precios de los alimentos se han disparado nuevamente por encima del promedio, amenazando la supervivencia de los sectores más humildes. Milei motoriza esa degradación, anulando todos los obstáculos legales al salvajismo del mercado (ley de abastecimiento y de góndolas).

Todo esto hace avizorar un dramático salto en los niveles de pobreza, que en el primer trimestre de 2024 afectaría al 55-60% de la población. Y la irrelevante compensación que dispuso el congelamiento de los planes sociales desembocará en situaciones de subalimentación.

La prioridad de Milei es precarizar el trabajo, aprovechando la demolición del costo laboral que impone la inflación. Con ese objetivo motoriza una reforma laboral que pulveriza las indemnizaciones, elimina la ultraactividad de los convenios y extiende los períodos de prueba.

La clase media será atropellada con tarifazos que, en el Área Metropolitana de Buenos Aires, duplicarán el precio del transporte, argumentando, sin apartarse del principio de nivelar para abajo, que en el resto del país esas erogaciones son más elevadas.

La guadaña para los empleados públicos pasa por congelar los sueldos en pleno aluvión inflacionario, al tiempo que ya se encuentra en marcha el despido de los contratados y una purga posterior en numerosos organismos y también avanza la destrucción de la estructura científica, acorralando al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) a sobrevivir con seis meses de presupuesto.

Milei pretende consolidar la demolición del nivel de vida popular con una recesión que genere altas tasas de desempleo y con esa masa de desocupados disuadir la resistencia social. Menem recurrió a esa receta y su émulo la recrea, paralizando la obra pública y reduciendo las transferencias a las provincias. Ese vendaval provocaría, además, un masivo quebranto de las pequeñas empresas a favor de los grupos concentrados nacionales, que el libertario favorece con la anulación de la ley de góndolas. En ese esquema, también las compañías foráneas son premiadas con la eliminación de la ley de “compre argentino”.

El ocupante de la Casa Rosada supone que, gracias a esa topadora, la economía encontrará un punto de inflexión cuando la depresión pulverice el consumo interno, y prevé que la estabilidad monetaria inducirá en ese momento un ciclo de reactivación, manejado por los poderosos que sobrevivan al hundimiento del resto. Pero no computa la posibilidad de una estanflación perdurable por los desequilibrios que introduce su ajuste. Si, por ejemplo, junto al declive del nivel de actividad, la recaudación decreciera más que el recorte del gasto público, la economía quedaría entrampada en un círculo vicioso de sucesivas regresiones. También la inflación puede carcomer la devaluación y forzar en poco tiempo otro ajuste del tipo de cambio, con el consiguiente rebrote de los precios.

Estas eventualidades son conocidas, pero omitidas por el grueso de las clases dominantes. Todas sus fracciones sostienen la feroz arremetida del nuevo mandatario y celebran la fenomenal transferencia regresiva de los ingresos que ha impuesto la remarcación de los precios.

Milei no disimula su convocatoria a reforzar la primacía económica de un grupo de empresas. El libertario ya tiene preestablecidos a los ganadores de su partida. Diseña las privatizaciones a medida de esas firmas, mediante la conversión de las empresas públicas en sociedades anónimas. Cada capítulo de su megadecreto favorece a un grupo predeterminado.

La resistencia inclina la balanza

El principal obstáculo que afronta la agresión de Milei es su potencial rechazo popular. Si esa oposición se masifica en la calle, el ajuste del libertario quedará neutralizado y será recordado como otro fracasado intento de doblegar al pueblo argentino. Esa posibilidad atormenta a las clases dominantes.

La resistencia al ajuste ha comenzado y la pulseada con Milei exige motorizar la movilización, con los nuevos llamados de piqueteros, feministas y vecinos a ocupar la calle. Esas convocatorias contrarrestan las vacilaciones imperantes en el peronismo y la centroizquierda. La cautela de ambos sectores es justificada con argumentos que resaltan la inconveniencia de confrontar con un recién llegado a la Casa Rosada.

Pero esa prudencia choca con la acelerada motosierra que puso en marcha el nuevo mandatario. Milei motoriza el ajuste con vertiginosa celeridad para desconcertar a los opositores y si se lo deja actuar, reforzará esa tónica en el futuro. Si, por el contrario, afronta un freno de entrada, sus iniciativas perderán cohesión.

Claudio Katz es economista, investigador del Conicet y profesor de la Universidad de Buenos Aires. Este artículo es un fragmento del publicado originalmente en Jacobin.