Al abrir la cumbre del G20 en Río de Janeiro, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, intentó concentrar la atención internacional en la población mundial que sufre hambre, sacando el foco de los conflictos armados.

“Me he propuesto no traer la guerra al G20 porque, si no, no discutiríamos otras cosas que son importantes para el pueblo que no está en guerra, el pueblo pobre, que son los invisibles del mundo”, dijo a Globonews.

Repudió que en un mundo con hambre se inviertan sumas millonarias en guerras. “Constato con tristeza que el mundo está peor. Tenemos el mayor número de conflictos armados desde la Segunda Guerra Mundial y la mayor cantidad de desplazamientos forzados jamás registrada”, dijo.

“Estoy seguro de que si asumimos la responsabilidad de combatir la pobreza, podemos tener éxito en muy poco tiempo”, dijo, y recordó que, según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para la Agricultura y la Alimentación (FAO), hay 733 millones de personas en el mundo que sufren desnutrición.

“En un mundo que produce casi 6.000 millones de toneladas de alimentos al año, esto es inaceptable. En un mundo cuyo gasto militar alcanza los 2.400 millones de dólares, esto es inaceptable”, dijo.

Lula denunció además que después de la pandemia de covid-19 la desigualdad social aumentó. “El hambre y la pobreza no son resultado de la escasez o de fenómenos naturales”, sino de “decisiones políticas que perpetúan la exclusión de gran parte de la humanidad”, dijo.

De todos modos, los conflictos armados estuvieron presentes en su discurso. El presidente de Brasil llamó al G20 a avanzar hacia una reforma de la gobernanza global y dijo que “las omisiones del Consejo de Seguridad son una amenaza a la paz” y “el uso indiscriminado de vetos convierte a ese órgano en rehén de los cinco miembros permanentes”, China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia.

“De Irak a Ucrania, de Bosnia a Gaza, se consolida la percepción de que no todo territorio merece tener su integridad respetada ni que toda vida tiene el mismo valor”, dijo. “La indiferencia ha relegado a Sudán y Haití al olvido”, agregó, y expresó a los mandatarios presentes: “Nadie está en mejores condiciones que nosotros para cambiar el rumbo de la humanidad”.

Lula también defendió su iniciativa de aprobar un impuesto global a los llamados superricos. Dijo que “un impuesto del 2% sobre los patrimonios de individuos superricos podría generar 250.000 millones de dólares por año para invertir en superar los desafíos sociales de nuestros tiempos”.

En la cumbre, que continuará este martes en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro, el presidente de Brasil presentó la Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza, una iniciativa que él mismo impulsó y que tiene como sus fundadores a todos los miembros del G20 excepto Argentina. Sin embargo, finalmente también Argentina se plegó este lunes a la iniciativa, en lo que fue leído como una forma de conciliar con el gobierno de Brasil.

Para ese momento, a la alianza ya se habían sumado 81 países y 26 organizaciones internacionales, entre ellas la Unión Europea y la Unión Africana, nueve instituciones financieras y 31 fundaciones filantrópicas y organizaciones no gubernamentales. La alianza tiene como objetivo impulsar unos 40 proyectos que consisten en transferencias de renta que beneficien a unos 500 millones de personas y en alimentación que se brinde en las escuelas para cerca de 150 millones de niños.

Para implementar esas medidas se apunta a articular políticas públicas que sigan recomendaciones internacionales para eliminar el hambre y reducir la desigualdad. Para Lula, esta iniciativa es el mayor legado de este encuentro.

Sin embargo, su país también trabajó para impulsar una declaración conjunta que anoche fue aprobada. También en este punto Argentina es la voz discordante.

El gobierno de Javier Milei estaba en desacuerdo con varios puntos, entre ellos los que referían a la igualdad de género, el impuesto a los superricos, los frenos a la violencia en ámbitos virtuales ―en particular contra las mujeres― y las menciones a los Objetivos de Desarrollo Sustentable y la Agenda 2030 de la ONU, que incluye metas sobre pobreza y protección del medioambiente. Finalmente, firmó el documento con una serie de salvedades.

En la declaración, los países del G20 se comprometieron a apoyar una “tributación progresiva” para que los ricos paguen impuestos de forma más efectiva y también a seguir analizando la iniciativa de crear un impuesto global a los superricos. Destacaron “la necesidad de aumentar la colaboración y el apoyo internacionales, en particular con miras a aumentar la financiación y la inversión pública y privada para el clima en favor de los países en desarrollo” y promover un “crecimiento económico sostenible”.