El 31 de setiembre de 2023, en una conferencia organizada por la revista The Atlantic, el asesor de seguridad nacional estadounidense Jake Sullivan citó una larga lista de acontecimientos positivos en la zona de Oriente Medio que le permitían al gobierno de Joe Biden centrarse en otras preocupaciones. También sentenció que la región estaba entonces “más tranquila de lo que lo estuvo en las últimas dos décadas”. Ocho días después, la organización islamista palestina Hamas iniciaba una compleja invasión desde la bloqueada Franja de Gaza hacia Israel que empezó con una andanada de miles de cohetes sobre suelo israelí, siguió con un ataque de drones en los puestos de vigilancia y alerta temprana, y luego con la destrucción de un muro de seguridad ultramoderno con bombas colocadas a mano, y terminó con la penetración –en 30 comunidades israelíes– de 2.000 a 3.000 militantes armados que utilizaron motocicletas, camiones, planeadores y botes.

En un ataque planeado por años y basado principalmente en la sorpresa, los miembros de Hamas comandaron una masacre de 766 civiles y otros 373 miembros del aparato de seguridad israelí. Con el deseo de dejar constancia de sus actos, muchas de las horrorosas ejecuciones, mutilaciones y torturas de civiles israelíes fueron filmadas por los propios ejecutores.

Asimismo, la organización islamista secuestró a 253 personas entre civiles y militares, que llevó presurosamente a la franja (en noviembre Israel liberó a 240 prisioneros palestinos, 107 de los cuales eran niños y tres cuartas partes de los cuales no habían sido condenados por ningún delito, a cambio de que Hamas entregara a 105 civiles, entre ellos 81 israelíes, 23 tailandeses y un filipino).

Un día tardaron las fuerzas combinadas de defensa del Estado de Israel –que en ese momento estaban situadas mayoritariamente en Cisjordania, donde sostienen la seguridad de 290 colonias (ilegales según la legislación internacional)– en recuperar el terreno, y dos días más en asegurarlo. Una de las primeras medidas del ejército israelí fue ordenar a los residentes del norte de Gaza que se dirigieran al sur, y así cientos de miles de personas huyeron rápidamente dejando atrás casi todas sus pertenencias (para muchos palestinos, huir y abandonar sus hogares fue como una repetición traumática de la Nakba de 1948, cuando fueron expulsados de sus casas en lo que hoy es Israel para establecerse en campos de refugiados como los que existen en toda la franja y sus alrededores).

Luego, empezó una agresiva campaña de bombardeos del ejército israelí que ha continuado sin interrupciones, salvo un alto el fuego de una semana en noviembre, cuando se intercambiaron rehenes por prisioneros y detenidos palestinos. Los bombardeos del ejército israelí desde aire, tierra y mar causaron rápidamente daños devastadores en toda la franja. La mayor parte de la destrucción se produjo en el norte, pero la situación en el sur, donde se suponía que los civiles palestinos encontrarían refugio, no es mucho mejor: allí se encuentra alrededor de 1,5 millones de gazatíes, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En ese sitio han levantado enormes ciudades de tiendas de campaña a lo largo de la frontera egipcia, lo que ha creado una nueva realidad humanitaria, diplomática y de seguridad que moldeará la región en los años venideros.

Los informes de las diferentes organizaciones humanitarias ponen el foco en el vasto alcance de la destrucción provocada por Israel: viviendas, universidades, mezquitas, iglesias, edificios comerciales, infraestructura de agua y alcantarillado, instalaciones médicas, bibliotecas, escuelas, fábricas de alimentos y centros de ayuda. También han resultado dañados caminos, sitios arqueológicos y cementerios, y prácticamente todas las zonas de cultivo cercanas a la frontera donde Israel planea crear una “zona colchón”. Al menos la mitad de los edificios de la franja han sido destruidos, y la ONU señala que 70% de las viviendas civiles han sido dañadas o destruidas. Los últimos análisis satelitales de finales de enero encontraron que hasta 175.000 edificios resultaron destruidos o extremadamente dañados.

Bombardeo israelí en Rafah, el 26 de marzo, en el sur de la Franja de Gaza.

Bombardeo israelí en Rafah, el 26 de marzo, en el sur de la Franja de Gaza.

Foto: Said Khatib, AFP

La mayor parte de Gaza se ha vuelto inhabitable. En la ciudad de Gaza, la más grande del enclave y donde se encontraba la mayor concentración de infraestructura civil de la franja, prácticamente nada ha quedado en pie. Según la ONU, 390 instalaciones educativas, 20 instalaciones de agua y saneamiento, 183 mezquitas y tres iglesias han resultado dañadas (entre ellas, la Gran Mezquita Omari y la iglesia ortodoxa de San Porfirio, con una antigüedad de 1.600 y 1.700 años, respectivamente).

Los edificios gubernamentales, incluido el Parlamento palestino y todas las universidades, han sido arrasados. El 17 de enero, la última universidad que quedaba intacta en la franja fue destruida desde adentro con cargas explosivas colocadas por el ejército israelí. En los 70 días anteriores, las fuerzas israelíes utilizaron el edificio de la universidad como base militar y centro de detención para interrogar a los detenidos palestinos antes de enviarlos a destinos desconocidos.

Con miles de militantes de Hamas escondidos entre la población civil o en la extensa red de túneles (de 400 a 700 kilómetros, según las diferentes estimaciones) que atraviesan Gaza, Israel optó por lanzar más de 30.000 bombas desde el aire sobre el enclave. La operación terrestre también ha utilizado una potencia de fuego masiva, descrita como “una trituradora” por diferentes especialistas. Todo esto, la combinación del número de bombas, su tamaño y la densidad de población, ha hecho que la guerra sea especialmente letal para los gazatíes. Más de 30.000 personas han muerto y unas 67.000 han resultado heridas, según el Ministerio de Salud de Gaza dirigido por Hamas. Estas cifras no distinguen entre militantes de Hamas y no combatientes, pero si Israel afirma que ya ha acabado con la vida de “9.000 a 10.000 terroristas” de Hamas, más de la mitad de los muertos han sido civiles y de los perecidos, 260 son bebés palestinos que no pudieron alcanzar el año de edad.

A su vez, el Ministerio de Salud de Gaza controlado por Hamas (vilipendiado por Israel en cuanto a lo fidedigno de su información, aunque en las últimas cuatro guerras sus cifras han sido escrutadas por diferentes medios, organizaciones humanitarias y países como Estados Unidos y siempre se han comprobado verdaderas) informó que, entre los muertos, cerca de 70% son mujeres y niños (12.000 niños y 7.000 mujeres). Por ejemplo, de todos los que se apellidan Al Asta, 88 miembros de la familia, incluidos los niños, han sido asesinados por Israel en Gaza y ya no existen en el registro de población.

Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, por sus siglas en inglés), 610.000 niños viven sin hogar en las calles de Rafah y 19.000 han quedado huérfanos o sin nadie que los cuide en la Franja de Gaza. Israel ha matado a más de 130 trabajadores de la ONU en las últimas 12 semanas. También 72 de los 99 periodistas muertos durante 2023 fueron asesinados en Gaza en la guerra entre Israel y Hamas, lo que convierte a los últimos 12 meses en los más mortíferos para los trabajadores de prensa en casi una década, de acuerdo con una declaración del Comité para la Protección de los Periodistas.

La campaña de bombardeos provocó el éxodo de cientos de miles de personas hacia el sur. Las fuerzas israelíes ordenaron a los desplazados de Gaza que utilizaran dos vías: la carretera Salah al-Din y la vía costera. Sin embargo, algunos habitantes de Gaza permanecieron en sus viviendas debido a enfermedades, falta de combustible o la necesidad de cuidar a familiares, entre otras apremiantes razones. Más adelante, muchos de ellos fueron detenidos bajo sospecha de ser terroristas de Hamas y sufrieron abusos.

La carretera hacia el sur se colmó de personas desplazadas, incluidas familias, enfermos, personas en sillas de ruedas, pacientes en camas de hospital portátiles y recién nacidos. Salieron a pie, en burros, en carretas y en coches. El ejército israelí estableció una “zona humanitaria” para los residentes de Gaza en una parte de la franja que era principalmente una tierra de cultivo denominada Muwasi, que es donde se encontraba la mayor parte de los asentamientos israelíes antes de ser evacuados en 2005 por decisión de Ariel Sharon (Israel dice que desde ese año ya no ocupa más Gaza, pero aun así, mantiene la capacidad de cortar el suministro de electricidad, agua, atención médica y alimentos y controla su esfera electromagnética, su espacio aéreo y marítimo, y la entrada y salida de personas desde y hacia Gaza).

Sin refugio suficiente en Muwasi (una zona no más grande que la mayoría de los aeropuertos comerciales), los habitantes del norte de Gaza se dispersaron por el sur. Los bombardeos se intensificaron y el avance del ejército israelí continuó, al igual que las órdenes de evacuación. Y a mediados de diciembre se ordenó la evacuación de una zona en el centro de Gaza en la que solían vivir 150.000 personas.

Así, los desplazados llegaron a Khan Yunis, la ciudad más grande del sur de Gaza y cuna del mismísimo líder de Hamas Yahya Sinwar. Entonces, bajo el pretexto de que allí se encontraban los dirigentes de Hamas, el ejército también invadió la ciudad. A finales de enero, la operación terrestre se expandió fuertemente en la ciudad y llegó a su lado occidental. El ejército israelí anunció que estaban rodeando la ciudad y publicó instrucciones para nuevas evacuaciones.

Los combates en Khan Yunis obligaron a los habitantes de Gaza a huir una vez más a Rafah, en la frontera con Egipto, uniéndose a otros que llegaron allí antes en la guerra. La ciudad y sus alrededores están hoy cubiertos con enormes carpas para los refugiados.

Antes de la guerra, Rafah tenía 275.000 habitantes, cifra que ahora alcanza los 1,3 millones, según la ONU. La densidad de población ha aumentado de 4.100 personas por kilómetro cuadrado a más de 22.000. Allí los desplazados viven en calles llenas de aguas residuales, en condiciones de desesperación que conducen a un completo colapso del orden. Debido a que los líderes de Hamas pueden estar escondidos en la zona, donde también hay túneles que conducen a Egipto, el ejército israelí está planeando entrar a Rafah, y la decisión final de hacerlo recaerá en los líderes políticos de Israel.

La ONU señala que un desbordamiento del conflicto en Rafah tendría graves implicaciones para la población y para Egipto, que resiente la movida y cree que no sólo puede perjudicar sus relaciones diplomáticas con Israel, sino que también puede convertir la frontera en un reservorio de refugiados (Egipto está construyendo allí una especie de campo sellado para los desplazados que más de un periodista ha denominado “campo de concentración”).

Por ahora, el liderazgo israelí se niega a explicar hacia dónde podrían ir los palestinos en Rafah si lanzaran una operación militar en la zona (la creación de puestos de control, checkpoints, en la ruta costera al norte de Gaza permite inferir que la idea será volver a trasladar a la población palestina a una zona donde hoy no queda nada), pues prácticamente ya nadie duda de que Israel lanzará una nueva invasión, sino que la pregunta es cuándo la empezará y cómo se desarrollará.

En medio de esta situación, que puede empeorar aún más, las enfermedades se están propagando rápidamente en las ciudades-campamentos y los bebés nacen en la miseria. Nadie tiene acceso a la educación y el sistema de salud está colapsando. El elevado número de muertos y los desplazamientos masivos están provocando la destrucción de los lazos familiares y de la propia estructura social gazatí.

El hambre también se está extendiendo. Las organizaciones de ayuda describen una catástrofe humanitaria y advierten que Gaza se está volviendo inhabitable. El hambre es extrema. En la franja, 380.000 personas se encuentran en la fase 5 de la Clasificación de Fases de Seguridad Alimentaria Integrada: un nivel catastrófico de hambre, es decir, falta extrema de alimentos y agotamiento debilitante. La situación es particularmente grave en el norte. Llega poca ayuda y la que lo hace no es accesible para todos. El precio de una bolsa de harina, que antes de la guerra era de unos 30 shekels (unos 8,30 dólares), ahora es de 500, 700 o incluso 1.000 shekels (más de 250 dólares). Una lata de atún cuesta 100 shekels (27 dólares).

Guerra de venganza

Actualmente, el ejército israelí está librando una guerra de venganza en Gaza, una guerra sin restricciones, sin piedad, una guerra que ha ido más allá de la autodefensa para convertirse en castigo colectivo. El objetivo parece ser que la mayor parte de Gaza sea completamente inhabitable. En estos meses de guerra, casi 5% de la población gazatí ha resultado muerta, herida o quedado discapacitada, y según cifras militares israelíes, al menos 569 soldados israelíes han muerto y otros 2.897 han resultado heridos desde que estalló el conflicto.

El 7 de octubre le dio a Israel el derecho moral de golpear fuertemente a Hamas y sacarlo del poder en Gaza, pero a través de una guerra terrestre con apoyo aéreo táctico cuidadosamente dirigido, donde sufrirían mayores bajas militares pero se minimizaría el sufrimiento palestino civil. En cambio, el liderazgo israelí prefirió actuar de manera no muy diferente a lo hecho por algunos dictadores de la región como Bashar al Asad o Sadam Husein y así borrar del mapa ciudades enteras con todo lo que hubiera adentro.

Incluso hay más videos subidos por soldados israelíes cometiendo crímenes de guerra que se suman a los filmados por las propias fuerzas sirias o los militares rusos en Ucrania. Esta fetichización israelí de la destrucción por parte de las propias tropas habla de una cadena de mando quebrada en la que ya no hay rendición de cuentas, pero principalmente de una incipiente debilidad interna producto de una sociedad traumatizada. Durante décadas, numerosos israelíes y judíos en general intentaron advertir al gobierno israelí y a sus defensores que la arrogancia, la indiferencia ante el sufrimiento y la ocupación perpetua no sólo dañarían la legitimidad del Estado sino que, además, en una próxima instancia, corroerían el tejido moral del país y sus habitantes.

Está claro que no existe una guerra limpia y que Hamas utiliza sitios civiles para operaciones terroristas (como también lo han hecho los propios israelíes antes de tener su Estado independiente), y que la naturaleza compleja de Gaza y su densidad de población hacen muy difícil que los civiles no sufran daños. Pero eso no justifica que miles de habitantes inocentes de Gaza estén muriendo innecesariamente sin ningún beneficio tangible para ninguna de las partes. Esto es criminal y no se debe permitir que continúe.

Yahya Sinwar y Mohammed Deif, líderes militares de Hamas, están vivos y la estructura operativa de Hamas está claramente intacta. Hamas nunca se rendirá ni liberará a los rehenes israelíes presionando a la población de Gaza. Durante el bloqueo que duró 17 años, el grupo se fortaleció y encontró formas de aislarse a sí mismo y a sus patrocinadores de las consecuencias de las restricciones israelíes y egipcias. Los civiles inocentes están atrapados entre la operación despiadada del ejército israelí y la insensible indiferencia de Hamas.

Con cada líder de Hamas asesinado por Israel desde la década de 1990, han surgido nuevos, más envalentonados, poderosos y carismáticos. Todos los intentos de destruir a Hamas no sólo han fracasado, sino que han resultado contraproducentes y han dado lugar a líderes más vengativos y violentos. Cualquier esfuerzo serio para “desradicalizar” la sociedad palestina debe comenzar por tomar medidas prácticas que permitan las aspiraciones políticas, económicas y sociales de los palestinos.

Desde el 7 de octubre se produjeron 6.870 arrestos de palestinos residentes en Cisjordania (215 mujeres, 430 niños y 52 periodistas; 37 siguen aún detenidos, incluidas dos mujeres periodistas), mientras Israel también continúa ocultando los nombres y números de los detenidos de Gaza y cuántos fueron asesinados o murieron bajo custodia.

Preocupa cada vez más que la acusación de antisemitismo se esté formulando para silenciar un debate legítimo e importante. El antisemitismo va en aumento, pero también aumenta el uso sin escrúpulos del término para silenciar preguntas pertinentes sobre la situación israelí. Es preciso decirlo claramente: no es antisemita exigir justicia para todos los palestinos que viven en sus tierras ancestrales. Hacer que Israel rinda cuentas ante el derecho internacional nunca puede verse como un libelo de sangre. Israel, como Estado-nación, no tiene ningún derecho a la impunidad según el derecho internacional. Nunca puede ser considerado un acto discriminatorio pedirle a un tribunal que tome una determinación cuando hay evidencia prima facie de un delito (los miembros de Hamas también deberán rendir cuentas ante un tribunal de justicia cuando se presenten las pruebas de que han violado el derecho internacional).

El castigo colectivo del pueblo palestino no es una opción aceptable. Terminar la guerra no sólo es un imperativo para preservar la vida de civiles –la Organización Mundial de la Salud dice que en los próximos meses más palestinos podrían morir por enfermedades y hambre que el número total de palestinos muertos en la guerra hasta ahora–, sino también para desarmar un conflicto regional ya extendido a la frontera norte con Hezbollah en Líbano, con la Guardia Revolucionaria iraní en Siria o en el mismo Mar Rojo que puede poner a todo Oriente Medio en llamas.

  • Una versión más extensa de este artículo fue publicada originalmente en Nueva Sociedad.