En su discurso ante la Convención Nacional Republicana de julio de 2024, Donald Trump invocó a China 14 veces. El expresidente recicló su tan criticado concepto del “virus de China” para la pandemia de covid-19, dijo que China estaba robando empleos en la industria automotriz y se jactó de que su administración había vencido a China en una variedad de frentes.
China también estuvo presente en los principales discursos de la Convención Nacional Demócrata de 2024. En la primera noche, el presidente Joe Biden dijo que, al asumir el cargo, “la opinión generalizada era que China superaría inevitablemente a Estados Unidos”. “Nadie dice eso ahora”, añadió.
La candidata demócrata a la Presidencia, Kamala Harris, se hizo eco de este sentimiento, afirmando que, si era elegida, se aseguraría de que “Estados Unidos, no China, gane la competencia por el siglo XXI”.
Una estrategia electoral probada y comprobada
Desde que Biden abandonó la carrera presidencial, los candidatos demócratas aparentemente han limitado sus referencias a China en la campaña, en contraste con sus pares del Partido Republicano.
Trump y sus aliados republicanos han recurrido durante mucho tiempo a China para posicionarse como anticomunistas y pulir sus credenciales de “America First” (“primero Estados Unidos”). Para Trump, en particular, se trata de una estrategia electoral probada y comprobada. En el período previo a las elecciones de 2016, Trump invocó a China con tanta frecuencia que The Huffington Post produjo un video sampleado en el que el candidato repetía “China” 234 veces.
Esta situación ha continuado durante el actual ciclo electoral. Además de las frecuentes menciones en los discursos de Trump y otros, la plataforma republicana de 2024 enfatiza la “independencia estratégica segura de China” como un compromiso clave, mediante la limitación del comercio y la inversión, así como la necesidad de “contrarrestar a China” para “que retorne la paz mediante la fortaleza”. Por el contrario, otros países percibidos como adversarios, tales como Rusia e Irán, no recibieron ninguna mención en la plataforma oficial republicana.
Mientras tanto, el Proyecto 2025 –el plan de políticas de la conservadora Heritage Foundation, que suele ser asociada a Trump, aunque sus encargados de campaña nieguen el vínculo– menciona a China no menos de 483 veces en un documento de 922 páginas. El sitio web oficial del proyecto incluso enfatiza el objetivo de “enfrentarse a China” en la sección “Acerca de”.
A nadie sorprendió, por lo tanto, que facciones que apoyan a Trump en los medios estadounidenses se precipitaran sobre la noticia de que Tim Walz, el gobernador de Minnesota elegido para ser compañero de fórmula de Harris, dio alguna vez clases en China y había viajado a ese país en unas 30 oportunidades desde 1989, incluida su luna de miel.
Si bien Walz ha dicho que “no es ni un ‘asesino de dragones’ ni un ‘abrazador de pandas’” en lo que respecta a China, algunos comentaristas conservadores lo retrataron como un “marxista” que haría a la China comunista “muy feliz”. Jesse Watters, presentador de Fox News, pidió incluso que Walz fuera sometido a una verificación de antecedentes por parte de la Oficina Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés) debido a sus vínculos con China.
El 16 de agosto, el presidente del Comité de Supervisión y Responsabilidad de la Cámara de Representantes, el republicano James Comer, abrió una investigación sobre las “relaciones de larga data” de Walz con China. Los vínculos que algunos republicanos consideran sospechosos incluyen la empresa de viajes educativos Educational Travel Adventures, que Walz dirigió junto con su esposa, Gwen Walz, entre 1994 y 2003. La empresa que fundaron ayudó a estudiantes de pequeños pueblos de Estados Unidos a viajar a China para aprender sobre la historia y la cultura del país. Walz también formó parte de la Comisión Ejecutiva del Congreso sobre China, encargada de monitorear los derechos humanos, durante su etapa como miembro de la Cámara de Representantes.
Si bien Walz ha criticado constantemente al gobierno chino, ha reconocido también que la relación entre Estados Unidos y China no tiene por qué ser de adversarios y que puede haber “muchas áreas de cooperación”.
A pesar de su vasta experiencia relacionada con China, el candidato demócrata a la vicepresidencia aún no ha mencionado a este país durante sus principales discursos de campaña: China no figuró en su discurso ante la Convención de su partido, a diferencia de los discursos de Harris, Trump y el rival de Walz para la vicepresidencia, JD Vance.
Una de las razones que explican el distinto énfasis en China de las dos candidaturas presidenciales es, creo, el diferente marco de la elección. Para los demócratas, la próxima votación tiene que ver con el movimiento: la presentan como una opción entre retroceder o avanzar. Lemas como “No vamos a volver atrás” de Harris suponen a Estados Unidos y sus habitantes marchando hacia un prometedor futuro de unidad y oportunidades que, en su opinión, deja atrás el caos, la división y la represión del pasado.
En este marco, el papel de China como amenaza se basa principalmente en la competencia en el plano de las tecnologías de avanzada; las menciones de Harris en su discurso ante la Convención se refirieron al futuro del espacio y la inteligencia artificial.
En cambio, la campaña republicana se basa más en proteger una esencia estadounidense imaginaria de fuerzas extranjeras, y es por eso que se oye más a Trump y Vance hablar de la muy dramatizada “invasión” de inmigrantes que cruzan ilegalmente las fronteras y “traen” drogas y crimen. Yo diría que es la misma lógica que articula la frecuente invocación de China por parte del Partido Republicano como una amenaza geopolítica y económica.
Después de todo, Trump ha atribuido durante mucho tiempo una gran cantidad de acciones al gobierno chino, desde llamarlo creador del “virus de Wuhan” hasta culparlo de haber producido el “engaño” del cambio climático. En su discurso ante la Convención, Vance vinculó a China directamente con el comercio transfronterizo ilegal de drogas. En un mitin en Michigan el 27 de agosto, también acusó a Harris de usar dólares de los impuestos para pagarle “al Partido Comunista Chino para que construya fábricas en suelo estadounidense”, omitiendo el hecho de que el programa había sido diseñado por el cuerpo legislativo liderado por los republicanos.
En las dos décadas pasadas, algunos medios de comunicación estadounidenses han mezclado al gobierno del Partido Comunista de China con el fascismo y el totalitarismo.
Esa retórica en Estados Unidos sobre el “virus chino” durante la pandemia desencadenó un aumento de los ataques racistas contra personas asiáticas, lo que demuestra que el miedo fabricado a un lugar distante como China también puede sembrar el odio contra personas percibidas como provenientes de ese lugar.
En este sentido, la renuencia de Walz a invocar a China tal vez responda a una negativa a simplificar demasiado la compleja sociedad de ese país. “La mejor manera de estudiar a las personas es escucharlas contar cómo es el lugar donde viven”, dijo el exprofesor de estudios sociales en 1991, mientras describía un programa de amigos por correspondencia entre Estados Unidos y China con un periódico local.
A medida que transcurre la campaña electoral, es probable que el espectro de China regrese, aunque los titulares sigan estando dominados por conflictos geopolíticos más urgentes.
Después de todo, incluso uno de los exalumnos de Walz –un autodenominado “republicano latente” que intentaba defender al candidato a la vicepresidencia de los ataques republicanos a su carácter– aconsejó a los responsables de campaña de Trump “enfocarse en la política y relacionarla con China”.
Este artículo fue publicado en español en Nueva Sociedad. Se había publicado originalmente en inglés en The Conversation. Traducción: Carlos Díaz Rocca.