Tal como indicaban las encuestas, los conservadores de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania y la Unión Social Cristiana de Baviera (CDU/CSU, por sus siglas en alemán) ganaron las elecciones federales. Obtuvieron el 28,5% de los votos en unos comicios con una altísima participación (82,5%), lo que indica que el próximo canciller de la República Federal Alemana será Friedrich Merz, un conservador adinerado, históricamente enfrentado en su partido con la excanciller Angela Merkel. Sin embargo, al no contar con la mayoría de los escaños en el Parlamento, la CDU/CSU deberá formar un gobierno de coalición.

El gran perdedor de las elecciones es, sin duda, el Partido Socialdemócrata (SPD), que desde 2021 lideró la llamada “coalición semáforo”, integrada también por el Partido Democrático Libre (FDP) y Los Verdes. Los socialdemócratas alcanzaron apenas 16,4% de los votos, en el que constituye su peor desempeño en la historia de la República Federal Alemana. Si se comparan los resultados de la anterior elección federal con la que tuvo lugar el domingo 23 de febrero, queda claro que el SPD tuvo una caída importante: perdió más de 9 puntos.

Tradicionalmente, el partido más votado tiene el derecho a iniciar negociaciones para conformar gobierno. Merz ya afirmó que no pactará con el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) -que obtuvo el segundo lugar, con 20,8% de los votos-, lo que indica que mantendrá el “cordón sanitario” establecido por los partidos democráticos, aunque en el pasado reciente amagó con romperlo. La exclusión de AfD deja a la “gran coalición” entre la CDU/CSU y el SPD como la opción más probable. Pero aunque esto parezca una repetición del pasado, las diferencias con las grandes coaliciones previas son evidentes.

En primer lugar, el mundo ha cambiado. Hace exactamente tres años, el 24 de febrero de 2022, Rusia lanzó su guerra contra Ucrania. Y en la sesión extraordinaria de emergencia convocada por el Parlamento alemán el 27 de febrero de ese año, el canciller socialdemócrata Olaf Scholz declaró que la guerra de agresión rusa marcaba un cambio de época. Scholz no sólo se refirió al conflicto con un país que hasta este momento era un socio comercial importante para la economía alemana, sino que también subrayó la necesidad de que Alemania se preparase para una eventual defensa de su territorio en el futuro -en alusión a la posibilidad de que el país se viera involucrado directamente en la guerra con Rusia, algo impensable tras el fin de la Guerra Fría-.

Hoy, los cambios geopolíticos se han acelerado a tal nivel que el orden multilateral y sus instituciones están en peligro y el que está demoliendo las certezas sobre él es el propio gobierno estadounidense. De hecho, hay fuertes señales de la ruptura de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Ahora mismo, Estados Unidos negocia con Rusia el fin de la guerra en Ucrania. Pero ni el presidente ucraniano ni los líderes europeos han sido convocados a esa negociación, que en verdad trasciende al conflicto bélico y podría rediseñar aspectos centrales del orden global.

La jornada electoral anticipada en Alemania -tras el fin del gobierno de coalición- se produjo, entonces, con el telón de fondo de un mundo convulsionado. Hay que recordar que el gobierno de Scholz, que incluyó a socialdemócratas, liberales y verdes, conocido mediáticamente como coalición semáforo -por los colores de los partidos-, se llamó oficialmente “Coalición por el progreso”. Esa coalición gubernamental manifestó una ambiciosa agenda con el objetivo de combatir el cambio climático, transformar la matriz energética, promover la digitalización, reformar el sistema de inmigración, fortalecer los derechos de la niñez y mejorar la educación. Pero la potente agenda inicial no tuvo correlato en la práctica en los tres años de gestión.

En buena medida, la falta de concreción de esas políticas se vinculó al cambio radical que supuso la guerra en Ucrania, lo que llevó a un cambio de las prioridades del gobierno. Pero, además, la imagen pública de la coalición semáforo se vio fuertemente debilitada por las diferencias irreconciliables entre los tres partidos que la conformaron. Esas diferencias se cristalizaron en los debates sobre la posible eliminación del límite al endeudamiento para permitir más inversiones. La coalición se quebró el mismo día que el mundo se enteró de que Donald Trump volvería a ser el presidente de Estados Unidos.

El nuevo gobierno deberá enfrentar grandes desafíos. Por un lado, la crisis del modelo económico alemán, basado hasta ahora en la importación de energía a precios bajos. La importación de gas natural de Rusia constituía el 55% del gas importado en 2020. Además, el país carece de un sistema de defensa potente, ya que ha tendido a confiar su seguridad a la OTAN, cuyo destino hoy es incierto. Al mismo tiempo, la política de austeridad que guio los destinos del país desde la gestión de Angela Merkel ha provocado el deterioro de carreteras, puentes y del sistema ferroviario. Se han descuidado las inversiones en la infraestructura para transportar energía y datos. La gran fortaleza de la economía alemana, verdadero motor de la Unión Europea, ha sido la exportación de sus productos industriales. Una disminución de las exportaciones conlleva efectos negativos para la recaudación fiscal y, además, para las contribuciones al presupuesto de la Unión Europea. Alemania sigue siendo, al día de hoy, el mayor contribuyente neto de la organización que nuclea a los principales países del continente.

La campaña electoral se enfocó en tres grandes temáticas: la revitalización de la economía, la guerra en Ucrania y la inmigración. Otro tema transversal que movilizó a parte de la sociedad alemana -y que la llevó a manifestarse en las calles- fue el auge de la extrema derecha. AfD aprovechó una serie de ataques producidos por inmigrantes y refugiados para estimular el miedo y asegurar que el Estado alemán había fallado en sus políticas de asilo e integración de ciudadanos extranjeros.

El crecimiento de AfD ha sido constante durante los últimos años. En 2017, obtuvo 12,6% en las elecciones federales, en 2021 llegó a 10,3% y el 23 de febrero de este año superó el 20%. El partido -considerado en algunos estados alemanes como una organización que viola la Constitución debido a sus tendencias antidemocráticas- promueve un discurso etnonacionalista con posiciones y retóricas radicales que han dejado en evidencia, en numerosas ocasiones, su ambigüedad respecto del legado del nazismo. El partido se benefició del gran descontento de la mayoría de los alemanes con la inmigración. Según las encuestas de boca de urna, los temas más relevantes de los votantes fueron la seguridad interna, la seguridad social y la inmigración.

AfD no sólo promovió un endurecimiento de las condiciones para recibir nuevos inmigrantes, sino que planteó la posibilidad de expulsar a quienes ya viven en Alemania (la remigración). Con ello, el partido de extrema derecha capitalizó el descontento y el miedo de la población, particularmente fuerte entre los trabajadores y los desempleados, sobre todo en la ex República Democrática Alemana (RDA). El apoyo de estos grupos sociales a AfD creció en un 17%.

En las semanas previas a las elecciones, AfD recibió un impulso inédito. Si bien es cierto que durante la Guerra Fría existían operaciones y manipulaciones de agentes extranjeros sobre la política alemana, nunca antes el gobierno de Estados Unidos había interferido en la política local de una manera tan explícita y abierta y, para colmo, en favor de una fuerza con ostensibles posiciones antidemocráticas. El nuevo vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, habló en la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich en favor de la “libertad de expresión”. Pero no lo hizo criticando a AfD, sino como un modo de defender a esa fuerza de aquellos que consideran que trata de romper los consensos democráticos construidos en el país. Unos días después, Vance reiteró su apoyo a la fuerza de extrema derecha y conectó su discurso con una amenaza: la de retirar las bases militares que Estados Unidos posee en Alemania y cuya presencia es percibida por la mayoría de los alemanes como una protección contra Rusia. Su posición en favor de AfD se sumó al aparatoso apoyo que Elon Musk le viene brindando desde hace meses.

A todo esto se sumó la interferencia de Rusia en las elecciones, que marca otro episodio en la guerra híbrida que el Kremlin sostiene contra Alemania y la Unión Europea. Se presume que el gobierno de Vladimir Putin ha utilizado la migración como instrumento de desestabilización, al punto de que diversas investigaciones han marcado la posibilidad de que, en colaboración con Bielorrusia, ha organizado vuelos con migrantes para introducirlos en Alemania y la Unión Europea. En definitiva, tanto Rusia como el actual gobierno de Estados Unidos apoyan a AfD. La buena noticia es que esos apoyos todavía no han logrado abrir el camino para que la ultraderecha forme parte de un futuro gobierno.

La sorpresa más grande de los comicios ha sido posiblemente la resurrección del partido Die Linke (La Izquierda), que consiguió 8,7% de los votos. Después de que Sahra Wagenknecht abandonara Die Linke para fundar su propia organización -con posiciones antiinmigración-, el partido quedó dividido y luchando por su supervivencia en el Parlamento. Pero una campaña coherente, con trabajo de base y con nuevas caras -sobre todo la diputada Heidi Reichinnek (apodada Queen Heidi), una mujer de 36 años del este del país, muy activa en Tik Tok-, dio buenos resultados, principalmente entre los votantes jóvenes (25% de los votantes menores de 25 años votó por La Izquierda), e incluso consiguió quedar en primer lugar en Berlín. El partido logró presentarse como una alternativa a “la casta” o el establishment político. En las elecciones anteriores, los liberales del Partido Democrático Libre habían jugado el rol de outsiders, pero la participación en el gobierno de Scholz los dejó especialmente debilitados. De hecho, los liberales ni siquiera consiguieron ingresar al Parlamento, y su líder, Christian Lindner, ya presentó su renuncia.

¿Cómo se explica la derrota histórica del SPD? La campaña del Partido Socialdemócrata se basó en cuestiones vinculadas a la seguridad doméstica e internacional, en el marco de la guerra en Ucrania, y a la defensa de los intereses de los trabajadores y de la clase media. El SPD promovió reformas tributarias para favorecer a los trabajadores con ingresos medios y bajos, y prometió bajar el IVA para los productos de consumo diario, a la vez que se comprometió a aumentar el salario mínimo a 15 euros por hora (hoy está en 13). Además, aseguró que nunca pactará con AfD.

Históricamente, el SPD ha sido un partido que ha representado intereses amplios y que no se ha circunscripto a un solo sector social. Es decir, ha sido un volkspartei (partido popular de base amplia) que ha tendido a promover un programa capaz de representar los intereses de diversos grupos sociales. Pero en 2025 muchas personas ya no ven al SPD como un partido que defienda sus intereses; es poco atractivo para los jóvenes (sólo 12% de los electores menores de 25 años votó al SPD). Por otro lado, el estilo de Olaf Scholz, marcado por la búsqueda de consensos y compromisos, produjo cansancio. Scholz fue visto como un líder débil que no tomaba decisiones dentro de la coalición. Los votantes que acudieron decepcionados a las urnas consideraron que Scholz era el responsable de los magros resultados del gobierno. Pero el sistema alemán, basado en el pluralismo de partidos y a menudo en gobiernos de coalición, tiene como característica inherente procesos de negociación que tienden a ser lentos y tediosos.

El resultado de las elecciones parece presentar una última oportunidad para que el sistema democrático y representativo demuestre que es capaz de navegar sobre las aguas agitadas del “cambio de época”. Friedrich Merz, el próximo canciller, ya anunció que habrá nuevas formas de pactar un acuerdo de coalición, con un horizonte de tiempo más corto y con mayor flexibilidad para adaptar la agenda en el futuro. En las próximas semanas se verá si es posible la formación de una coalición de gobierno en estas condiciones. Y también iremos develando el papel de AfD, que contará con una inédita representación en el Bundestag.

Una versión más extensa de este artículo se publicó en Nueva Sociedad.