El miércoles 12 de marzo se produjo una multitudinaria movilización social en las inmediaciones del Congreso argentino. Desde ya hace unas semanas, todos los miércoles, los jubilados intentan hacer oír sus voces de disconformidad con la política gubernamental. En esta ocasión, fueron apoyados por integrantes de hinchadas de clubes de fútbol como muestra de la originalidad con que nuestros hermanos argentinos resuelven sus contenciosos sociopolíticos. Sólo una parte del movimiento sindical acompañó la movilización y apenas algunos partidos de izquierda se sumaron a la convocatoria de manera explícita. De todas maneras, los adultos mayores se vieron acompañados por una multitud de entusiastas movilizados.
La respuesta gubernamental consistió, en lo esencial, en una enérgica represión por obra de fuerzas de choque que apostaron a la dispersión de la multitud, por una parte, y a la manipulación de los hechos, las imágenes de estos y, sobre todo, de las interpretaciones propias de la prensa hegemónica, por otra. En estos tiempos, sin embargo, todo fenómeno social es registrado masivamente por las cámaras de los celulares, con lo que se consigue cierta proliferación masiva de evidencias e interpretaciones alternativas. A su vez, las dinámicas de las redes y los servicios de prensa en streaming ofrecen una difusión extendida de imágenes y comentarios a los que el poder no tiene más remedio que contestar.
Escena 1
En una primera escena filmada desde un celular se puede observar cómo una fila de efectivos policiales avanza por una avenida hacia la derecha del cuadro. En la retaguardia de este grupo, un policía con uniforme similar a los anteriores extrae de entre su indumentaria un bulto que, en primera instancia, examina con atención, para luego arrojarlo hacia el césped cercano. Luego de comprobar su posición, lo desplaza unos centímetros con su pie. El particular que está tomando el registro aguarda que el policía se aleje para acercarse al objeto y se ve que parece ser un arma corta, sin que se pueda verificar si se trata de una auténtica o de una réplica. Una voz en off disuade a otros de tomarla y los convence de conformarse con registrar el hecho.
Esta escena se deja interpretar como una furtiva maniobra para plantar un falso testimonio de hallazgo de un arma en la movilización. Al día siguiente, distintas autoridades llegarían a repetir, sin pruebas, que había personas armadas en la protesta. En los medios hegemónicos no parece tener interés la escena efectivamente registrada, pero sí abundan escenas en las que se muestra a ciertos civiles arrojando piedras a los represores. De esta manera se construye el relato de que, a causa de la violencia civil, hubo represión con carros lanzaaguas y disparos con munición no letal.
Escena 2
Varios registros muestran un vehículo policial dado vuelta y en llamas, volcado en el medio de una calle. La imagen se corta con unos aparentes flashbacks en los que se muestra el patrullero aún no encendido, que es objeto de roturas por unos encapuchados que no se consiguió nunca detener. Lo que aparece en otro video es el mismo patrullero, estacionado contra el cordón, abandonado con las puertas abiertas, y con las luces distintivas funcionando.
Si se reordenan las imágenes, se puede interpretar, sin mucho esfuerzo imaginativo, que el vehículo fue abandonado por sus ocupantes y ofrecido, si puede decirse así, a las personas que lo vandalizaron, de cuya identidad nadie sabe y ni siquiera se puede establecer que se tratara, necesariamente, de personas manifestantes. No ha faltado la suspicacia de ver en esta operación un obrar de los servicios de inteligencia.
En los medios hegemónicos la escena del patrullero incendiado fue exhibida acompañada de la interpretación de una necesaria, pero no probada, actividad violenta e ilegal por parte de los manifestantes.
Dicen los que saben que, en todo conflicto bélico, la primera baja es la de la verdad. Si es preciso tomar esta proposición de manera literal, puede sospecharse que nuestros hermanos argentinos están casi en guerra civil.
Escena 3
En una filmación particular se puede observar una fila de efectivos policiales que forman un muro humano opuesto a un pequeño grupo de civiles. Entre estos últimos se encuentra una señora añosa, de estatura ligeramente inferior a la media, de complexión delgada, que se desploma luego de que un efectivo, que está de espaldas, se da vuelta en dirección a ella. Llama la atención que la señora cae con una actitud inerte, sin trastabillar para recuperar el equilibrio. Se escuchan voces de indignación y varios civiles se reúnen en torno de ella para asistirla.
La lectura más obvia que hacen los que registran el hecho es que el policía le ha pegado o empujado a la señora, sin mayores miramientos, y se cree, en principio, que fue rociada con gas paralizante, interpretando lo curioso de la caída. Luego se sabría que la afectada sufrió un corte importante en la cabeza como resultado de la caída y que tenía unos 87 años.
La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, asegura, de modo terminante y sin que se pueda apreciar, que la señora habría propinado golpes con su bastón al policía cuando este estaba de espaldas (protegido por el casco y chaleco de su uniforme). La caída de la anciana resultaría... de la propia golpiza que ella estaba propinando al agente cuando este se dio vuelta. Todo un desafío a las leyes de la física corriente, y ni hablar de las del sentido común. Pero la ministra habla e interpreta en un medio masivo hegemónico.
Escena 4
Un fotógrafo se hinca en el medio de una avenida con el fin de tomar imágenes de unas cercas incendiadas en primer plano, con el fondo de la columna de efectivos policiales asistidos por un carro lanzaaguas. En cierto momento cae hacia atrás, abatido por un objeto de trayectoria horizontal a gran velocidad que le impacta en su cabeza. Varios civiles se agrupan para brindarle los primeros auxilios. Luego se sabe que es un fotógrafo independiente y que se le ha intervenido de una herida muy grave que lo tiene postrado con pronóstico reservado.
Los testigos son unánimes en afirmar que el muchacho fue blanco de una granada de gases lacrimógenos dirigida directamente al cuerpo de los manifestantes. Estos artefactos deben dispararse hacia arriba, precisamente, para no poner en riesgo la integridad física de las personas. Otras imágenes recabadas del mismo cuerpo represivo en el mismo escenario y a la misma hora muestran a los efectivos apuntando con sus armas en forma horizontal, sin excepción.
En esta ocasión, la ministra del gobierno ensaya que la granada habría sido lanzada correctamente, pero que habría rebotado con las bardas incendiadas y, casi por un azar de infortunio, terminó dando en el cuerpo del fotógrafo... Terrible mala suerte del sujeto al que la ministra no le ahorra el calificativo de kirchnerista, como si la filiación política fuera un atenuante de la tragedia.
Ya no existen los hechos, lo que opera son las interpretaciones. Vivimos en un tiempo histórico en que ni lo que vemos con nuestros propios ojos puede considerarse un testimonio de lo que sucede, sino que apenas si se trata de interpretar, de modo ineludiblemente sesgado, aquello que tenemos como endeble evidencia. Cabe preguntarse cómo es posible discutir con otra persona, salvo cuando comparta con nosotros un territorio vasto de creencias compartidas. Porque si no hay creencias compartidas, entonces tampoco hay modo humano y razonable de zanjar diferencias.
Dicen los que saben que, en todo conflicto bélico, la primera baja es la de la verdad. Si es preciso tomar esta proposición de manera literal, puede sospecharse que nuestros hermanos argentinos están casi en guerra civil, por lo menos, en la fase de la disputa por las interpretaciones. Desde este apacible lado del charco, no podemos menos que contemplar, con consternación, esta ¿nueva? trágica película argentina.
Néstor Casanova Berna es arquitecto.