Mientras Cervantes estaba escribiendo su famosa novela Don Quijote de la Mancha, su mundo vivía tiempos convulsionados desde hacía décadas: inflación, suspensión de pagos y quiebra de la corte en dos ocasiones, pauperización de los hidalgos y de los artesanos, peste negra que arrasó con la tercera parte de la población, guerras contra los turcos, contra los piratas ingleses y los sarracenos, y otro sin fin de calamidades. Por esto, quizás, este viejo soldado y funcionario a cargo de la recaudación de impuestos para la Armada Invencible pone en boca del caballero de la triste figura, estas palabras: “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío”.

Es frecuente que nuestros pensamientos y nuestros recuerdos busquen refugio en un pasado mejor; esto parece ser el recurso universal de nuestra especie: un edén en los orígenes y un paraíso prometido si cumplimos ciertas normas, o, según una versión más prosaica y personal, un pasado idealizado mientras suceden estas convulsiones incomprensibles en el mundo contemporáneo.

Confieso que extraño los tiempos de mi niñez despreocupada en aquel Paysandú donde la actividad industrial se mostraba al ritmo de las sirenas; añoro aquellos momentos cuando aún estaban lejos la reforma monetaria y cambiaria del contador Juan Eduardo Azzini y el empobrecimiento de amplias masas de trabajadores.

Aunque parezca mentira, extraño también aquel mundo bipolar irreconciliable entre el campo socialista y el campo capitalista. Todo aquello parecía más simple de comprender.

Extraño aquella década de los 60 con la conquista del espacio y las películas de la nouvelle vague, la irrupción de los Beatles y de la bossa nova, del mayo francés con sus seductoras consignas como “Prohibido prohibir” y “La imaginación al poder”.

En la Casa Blanca se instaló la grosería, un semidiós de trapo, arrogante y autoritario que se comporta como si aún estuviera en su programa televisivo.

Ante la bestia del presidente de Estados Unidos actual, que parece jugar a la guerra comercial y esparce amenazas cada día, quien muy suelto de cuerpo se burló delante de sus correligionarios manifestando a viva voz: “Les digo que estos países nos están llamando, besándome el culo. Se mueren por hacer un trato: ‘Por favor, por favor, hagamos un trato’ –ruegan–, ‘haré lo que sea, haré lo que sea, señor’”, resulta inevitable recordar los discursos de un Robert Kennedy cuando dijo: “Tengo malas noticias para ustedes, para todos nuestros conciudadanos y para quienes aman la paz en todo el mundo: Martin Luther King fue asesinado a tiros esta noche. [...] Lo que necesitamos en Estados Unidos no es división; lo que necesitamos en Estados Unidos no es odio; lo que necesitamos en Estados Unidos no es violencia ni anarquía, sino amor, sabiduría, compasión mutua y un sentimiento de justicia hacia quienes aún sufren en nuestro país, ya sean blancos o negros”.

Las diferencias son abismales. En la Casa Blanca se instaló la grosería, un semidiós de trapo, arrogante y autoritario que se comporta como si aún estuviera en su programa televisivo, que se llamó El aprendiz.

Hace cinco años al mundo lo sacudió una pandemia inesperada y mortal. Hoy nos toca un virus de otra naturaleza: la política proteccionista expresada por el tipo con más poder del planeta; un viejo rubio teñido que se comporta como un niño caprichoso y gritón que sólo sabe intimidar al mundo con sus aranceles inconsultos al estilo “te encajo un 34%, pero si vos replicás igual está mal, ¿cómo te atrevés a hacérmelo a mí? Entonces subo la apuesta al 50% y si termina arriba del 100% es problema tuyo...”.

Mientras tanto, las bolsas de valores parecen una montaña rusa sin término ni conclusión.

Cómo no voy a extrañar aquellos tiempos en que la maestra nos anunció que los rusos habían tirado el primer satélite a la luna y salimos al recreo mirando al cielo...

Por suerte, pese a saber que hace milenios que existe lo tuyo y lo mío, y pese a que muchos pretendan que lo tuyo también es de ellos, hoy puedo encender la tele y buscar en Youtube un bálsamo que despeja, momentáneamente, estos nubarrones presentes. La música se expande por mi casa y se oye a John Lennon cantar:

Imagina que no hay paraíso. / Es fácil si lo intentas.
No hay infierno debajo nuestro. / Arriba nuestro, sólo cielo.
Imagina a toda la gente / Viviendo el presente.
Imagina que no hay países. / No es difícil hacerlo.
Nada por lo cual matar o morir, / Y tampoco ninguna religión.
Imagina a toda la gente / Viviendo la vida en paz.
Quizás digas que soy un soñador. / Pero no soy el único.
Espero que algún día te unas a nosotros / Y el mundo será uno solo.