Con la muerte de Jorge Bergoglio, el papa Francisco, desaparece una figura poco común que, en una Italia gobernada por los neofascistas y una Europa cada vez más reaccionaria, se distinguía por un sorprendente compromiso ético, social y ecológico.
Desde que Pío XII excomulgó a los comunistas, la izquierda sólo podía esperar anatemas del Vaticano. ¿Acaso Juan Pablo II y Ratzinger no persiguieron a los teólogos de la liberación, acusados de utilizar conceptos marxistas? ¿No intentaron imponer a Leonardo Boff un “silencio obsequioso”? Es cierto que, desde el siglo XIX, siempre ha habido corrientes de izquierda en el catolicismo, pero sólo han encontrado hostilidad por parte de las autoridades romanas.
Max Weber ofrece un análisis más general sobre la relación entre la iglesia y el capital: en sus trabajos sobre sociología de las religiones, constató la “profunda aversión” (tiefe Abneigung) de la ética católica hacia el espíritu del capitalismo, a pesar de las adaptaciones y los compromisos. Es una hipótesis que hay que tener en cuenta para comprender lo que sucedió en Roma con la elección del papa argentino.
Jorge Bergoglio, el papa Francisco
Una vez elegido como sumo pontífice, Francisco se distinguió inmediatamente por su postura valiente y comprometida. En cierto modo recuerda al papa Roncalli, Juan XXIII, quien fue elegido como un “papa de transición” para garantizar la continuidad y la tradición, pero inició el cambio más profundo en siglos en la iglesia: el Concilio Vaticano II (1962-1965). De hecho, Bergoglio había pensado inicialmente en tomar el nombre de Juan XXIV para honrar a su predecesor de los años 60.
El primer viaje del nuevo pontífice fuera de Roma fue en julio de 2013, al puerto italiano de Lampedusa, donde llegaban cientos de inmigrantes ilegales, mientras muchos otros se ahogan en el Mediterráneo. En su homilía, no tuvo miedo de ir contra el gobierno italiano –y gran parte de la opinión pública– al denunciar la “globalización de la indiferencia” que nos hace “insensibles a los gritos de los demás”, es decir, a la suerte de “los inmigrantes muertos en el mar, en esas embarcaciones que, en lugar de ser un camino de esperanza, eran un camino de muerte”. Luego volvería varias veces sobre esta crítica a la inhumanidad de la política europea hacia los inmigrantes.
Con relación a América Latina también se produjo un cambio notable. En setiembre de 2013, Francisco se reunió con Gustavo Gutiérrez, fundador de la teología de la liberación, y el diario vaticano Osservatore Romano publicó por primera vez un artículo favorable a este pensador. Otro gesto simbólico fue la beatificación –y más tarde canonización– del arzobispo salvadoreño Óscar Romero, asesinado en 1980 por militares tras denunciar la represión antipopular, un héroe celebrado por la izquierda católica latinoamericana pero ignorado por anteriores pontífices. Durante su visita a Bolivia en julio de 2015, Bergoglio rindió un intenso y vibrante homenaje a la memoria de su compañero jesuita Luis Espinal Camps, sacerdote misionero, poeta y cineasta español asesinado el 21 de marzo de 1980, bajo la dictadura de Luis García Meza, por su compromiso con las luchas sociales. Durante su encuentro con Evo Morales, el presidente socialista boliviano le regaló una escultura realizada por el mártir jesuita: una cruz apoyada sobre una hoz y un martillo de madera...
Cuando Rush Linebaugh, un periodista católico reaccionario estadounidense, lo calificó de “papa marxista”, Francisco respondió refutando cortésmente el adjetivo, al tiempo que añadía que no se sentía ofendido, ya que conocía “a muchos marxistas que eran buenas personas”.
Es cierto que cuando se trata del derecho de la mujer a controlar su propio cuerpo y de la moral sexual en general –anticoncepción, aborto, divorcio, homosexualidad–, Francisco se aferró a posiciones conservadoras de la doctrina de la iglesia. Pero hubo algunos signos de apertura, de los que el violento conflicto de 2017 con la cúpula de la Orden de Malta, una institución rica y aristocrática de la iglesia católica, fue un síntoma llamativo.
Está claro que no había nada marxista en el papa Francisco y que su teología estaba muy alejada de la forma marxista de la teología de la liberación. Su formación intelectual, espiritual y política le debe mucho a la teología del pueblo, una variante argentina no marxista de la teología de la liberación, cuyos principales inspiradores fueron Lucio Gera y el teólogo jesuita Juan Carlos Scannone. La teología del pueblo no pretende basarse en la lucha de clases, pero reconoce el conflicto entre pueblo y “antipueblo” y apoya la opción prioritaria por los pobres. También muestra menos interés por las cuestiones socioeconómicas que otras formas de teología de la liberación y le presta más atención a la cultura, en particular a la religión popular.
En un artículo de 2014 (“El papa Francisco y la teología del pueblo”), Scannone subraya con razón cuánto le deben a esta teología popular las primeras encíclicas del papa, como Evangelii Gaudium (2014), denostada por sus críticos de izquierda como “populista” (en el sentido argentino y peronista del término, no en el europeo). Sin embargo, me parece que Bergoglio, en su crítica al “ídolo del capital” y a todo el “sistema socioeconómico” actual, va más lejos que sus inspiradores argentinos. Sobre todo en su última encíclica, Laudato si’ (2015), que merece una reflexión marxista.
Laudato si’
Se trata de un documento de gran riqueza y complejidad que propone una nueva interpretación de la tradición judeocristiana –rompiendo con el “sueño prometeico de dominación del mundo”– y una reflexión crítica sobre las causas de la crisis ecológica. En ciertos aspectos, como la inseparable asociación del “clamor de la tierra” y el “clamor de los pobres”, es evidente que la teología de la liberación, en particular la del ecoteólogo Leonardo Boff, fue una de sus fuentes de inspiración.
Me gustaría subrayar un aspecto de la encíclica que explica la resistencia que encontró en el establishment económico y mediático: su carácter antisistémico.
Para el papa Francisco, las catástrofes ecológicas y el cambio climático no son únicamente el resultado de comportamientos individuales, aunque estos desempeñan un papel, sino de “los actuales modelos de producción y consumo”. Bergoglio no es marxista y la palabra “capitalismo” no aparece en la encíclica, pero queda muy claro que para él los dramáticos problemas ecológicos de nuestro tiempo son el resultado de los engranajes de la economía globalizada actual, engranajes constituidos por un sistema global “estructuralmente perverso de relaciones comerciales y de propiedad” (sección 52 del documento).
El poder “absoluto” del capital financiero especulativo es un aspecto esencial del sistema, como confirman las crisis bancarias. En este sentido, el comentario de la encíclica es desmitificador: “La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación. La crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo una reacción que llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo al mundo” (189).
Esta dinámica perversa del sistema global que “sigue rigiendo el mundo” es la razón del fracaso de las cumbres mundiales sobre medioambiente: “Hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para no ver afectados sus proyectos” (54). En este contexto, la encíclica denuncia la irresponsabilidad de los “responsables”, es decir, de las élites dominantes o de las oligarquías interesadas en preservar el sistema, con relación a la crisis ecológica.
Ante la dramática destrucción del equilibrio ecológico del planeta y la amenaza sin precedentes que supone el cambio climático, ¿qué proponen los gobiernos o los representantes internacionales del sistema (Banco Mundial, FMI, etcétera)? Su respuesta es el llamado “desarrollo sostenible”, un concepto cuyo contenido es cada vez más vacío, un verdadero flatus vocis, como decían los escolásticos de la Edad Media. Francisco no se hace ilusiones sobre esta mistificación tecnocrática: “El discurso del crecimiento sostenible suele convertirse en un recurso diversivo y exculpatorio que absorbe valores del discurso ecologista dentro de la lógica de las finanzas y de la tecnocracia, y la responsabilidad social y ambiental de las empresas suele reducirse a una serie de acciones de marketing e imagen” (194).
Al vincular la cuestión ecológica con la cuestión social, Francisco insiste en la necesidad de medidas drásticas, es decir, de cambios profundos para hacer frente a este doble desafío. El principal obstáculo para ello es la naturaleza “perversa” del sistema: “La misma lógica que dificulta tomar decisiones drásticas para invertir la tendencia al calentamiento global es la que no permite cumplir con el objetivo de erradicar la pobreza” (175).
Si bien el diagnóstico de Laudato si’ sobre la crisis ecológica es impresionantemente claro y coherente, las acciones que propone son más limitadas. Es cierto que el papa habla de la utilidad de “grandes estrategias que detengan eficazmente la degradación ambiental y alienten una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad”, pero este aspecto estratégico está poco desarrollado en la encíclica.
Reconociendo que “el actual sistema mundial es insostenible”, Bergoglio busca una alternativa global, que denominó como “cultura ecológica”: “La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático” (111).
Pero hay pocos indicios de la nueva economía y de la nueva sociedad que correspondan a esta cultura ecológica. No se trata de pedirle al papa que adopte el ecosocialismo, pero la alternativa de futuro sigue siendo un tanto abstracta.
El papa Francisco hace suya la “opción prioritaria por los pobres” de las iglesias latinoamericanas. La encíclica lo expone claramente, como un imperativo planetario: “En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres” (158).
Pero en la encíclica los pobres no aparecen como actores de su propia emancipación, el proyecto más importante de la teología de la liberación. Sin embargo, será un tema central en los encuentros del papa con los movimientos populares, los primeros en la historia de la iglesia.
Por supuesto, como subrayó Bergoglio en la encíclica, la tarea de la iglesia no es ocupar el lugar de los partidos políticos proponiendo un programa de cambio social. Con su diagnóstico antisistémico de la crisis, que vincula inseparablemente la cuestión social y la protección del medioambiente, “el grito de los pobres” y “el grito de la tierra”, Laudato si’ constituyó una contribución preciosa e inestimable a la reflexión y a la acción para salvar a la naturaleza y a la humanidad de la catástrofe.
Es difícil prever cuál será el futuro de la iglesia después de la muerte del papa Francisco: quien sea elegido por el próximo cónclave, ¿seguirá la orientación crítica y humanista de Bergoglio o volverá a la tradición conservadora de los pontífices anteriores? Muchos nuevos cardenales fueron nombrados por Francisco, es cierto, ¿pero cuáles son sus convicciones íntimas? En las próximas semanas sabremos si Bergoglio fue sólo un paréntesis o si efectivamente abrió un nuevo capítulo en la larga historia del catolicismo.
Una versión más extensa de este artículo fue publicada por Jacobin.