Ayer, 28 de abril, fue un día excepcional en la Península Ibérica. Toda la energía eléctrica se fue a cero en un apagón generalizado que afectó a España, Portugal y algunas pocas zonas del sur de Francia. Hoy, desde la tranquilidad de saber que todo ha pasado ya, puedo sentarme a escribir una pequeña historia de lo que fue mi día sin luz y lo poco que aprendí de ello.
Por la mañana, después de desayunar, pedí al robot ese que limpia el suelo –nosotros le llamamos Bichito– que se diera una vuelta por la casa, y así comenzó por el dormitorio y al rato se quedó sin batería. ¿Una señal? Ahora, mientras escribo, le he pedido que termine lo que le quedó pendiente. Yo bajé a la biblioteca a buscar ideas, como siempre que me acuerdo de que vivo encima de una, y estando en la sección de biografías se fue la luz. Eran las 12.35.
Sin darle mayor importancia, seguí con la linterna del celular y escuché a alguien gritar que la cosa era algo más generalizada: ni los semáforos ni el luminoso de la farmacia funcionaban. Subí a casa con dos libros en préstamo anotados a la vieja usanza, en un cuadernito improvisado. Tras comprobar que internet se había caído y no había datos en el celular, busqué información en la fuente más próxima y fiable, mi vecina Chelo, viuda de ochenta y tantos años que aún conserva el transistor con el que su marido escuchaba los partidos en la radio.
Restaurante en Burgos, España Foto: César Manso, AFP.
Saber que la cosa era a nivel país, más aún, países, y que nadie sabía nada nos hizo imaginar que iría para largo. Rosa teletrabajaba desde casa (saber que los tuyos estaban bien y viceversa da mucha tranquilidad), así que ante la imposibilidad de preparar nada nos fuimos al bar de siempre, donde nos dieron de comer caliente gracias al gas de sus fogones y a la luz que entraba por las ventanas. Volvimos a las buenas costumbres de hablar con los vecinos de mesa y desearnos lo mejor en estas excepcionales circunstancias. Nos preguntamos si el dinero que teníamos nos llegaría para hacer frente a las necesidades que sobrevinieran, y que el hecho de no saber cuánto durarían hacía que la duda fuese más acuciante. “Debemos tener siempre dinero en casa para estas cosas”.
Fuimos al chino (los migrantes chinos hace años que se posicionaron como comerciantes minoristas con pequeñas bodegas de conveniencia y almacenes más grandes donde adquirir casi de todo y a precios cómodos) a comprar un hornillo de gas para poder cocinar, linternas, pilas, velas y un encendedor. Antes ya habíamos comprado huevos y fiambres en otra bodeguita de chinos.
La calle presentaba un aspecto casi normal, los vehículos que transitaban lo hacían a menor velocidad que de costumbre al ver que los semáforos no funcionaban; en los carros es donde se escucha la radio, y eso sin duda contribuyó a que todos los que estuvieran al volante supieran que no eran momentos para prisas, sino para prudencia. Los niños empezaban a salir del colegio y el día primaveral contribuía a que el ambiente recordara más a un día festivo que a uno de emergencia –como fue declarado por las autoridades–. La tarde transcurrió entre lecturas de libros y búsquedas de emisoras que dieran alguna noticia diferente.
En torno a las siete, sabiendo ya que el pronóstico de Red Eléctrica de devolver el fluido en un margen de seis a diez horas, y de que algunas de las regiones más cercanas a Francia y Marruecos –que apoyaron proporcionando fluido que serviría para empezar a reactivar el sistema– ya habían empezado a normalizarse, salimos a dar un paseo y aprovechar para visitar a mi hermana, que vive cerca. El panorama confirmaba la tendencia a la fiesta frente a las voces agoreras y apocalípticas que hablaban de caos.
Foto: Oscar del Pozo, AFP.
Los parques estaban llenos de personas paseando, jugando o sentadas sobre la hierba, muchas de ellas leyendo libros de papel. Las bodegas de los chinos habían sustituido a los bares y pequeños grupos se reunían a sus puertas bebiendo cerveza, comentando en vivo y en directo lo que harían en las redes sociales si hubiera luz y señal (con menos memes, fotos de gatitos y bulos) y, probablemente, celebrando que tendrían algo que contar a sus nietos sin mayor trauma que el de que la cerveza no estuviera muy fría.
A las 10 y pico llegó la luz, pusimos las noticias y vimos cómo se pasó más allá de nuestro barrio. Las inconveniencias más severas las sufrieron los viajeros del transporte ferroviario –que se quedaron varados en mitad de la vía o tuvieron que pasar la noche en estaciones o polideportivos asistidos por la Cruz Roja–. La gente que estaba trabajando, al constatar que no podía hacer nada en sus empresas, salió de ellas para encontrarse inmersa, antes o después, en un colapso circulatorio; mi hermana, por ejemplo, tardó cuatro horas en llegar desde su oficina en su coche, tres más de lo normal.
Aparte de ese colapso no se informó de ningún accidente ni situación reseñable. Los hospitales funcionaron gracias a los generadores y no hay noticia de ningún servicio de soporte vital, urgencias o administración de fármacos que se viera afectada. En las ciudades, el metro y el tren de cercanías quedaron sin funcionamiento, pero los autobuses fueron cubriendo las necesidades de transporte como buenamente se pudo y los aeropuertos funcionaron casi con normalidad. Ha sido a lo largo de hoy día que los noticieros informaron de cinco víctimas mortales, tres de una misma familia por inhalar monóxido de carbono procedente de un aparato generador; una mujer víctima en un incendio causado presumiblemente por una vela y otra mujer que pereció al faltarle el oxígeno que le proporcionaba un respirador alimentado por electricidad. Por contra, la prensa también destacó que se produjeron menos accidentes de tráfico que en una noche cualquiera. Eso hasta el momento que termino de escribir esta crónica, ojalá el día no nos deje un nuevo recuento de víctimas.
Mientras Bichito sigue funcionando y yo me admiro de lo listo que es (y eso que compramos uno de oferta), termino la crónica y no me resisto a compartir algunas consideraciones. Lo primero que quiero destacar es el comportamiento ejemplar de la población y del sistema. En un momento en el que desde la “capital del imperio” se cuestiona el papel del Estado, se apuesta por administraciones mínimas y fórmulas privatizadas, lo que pasó ayer nos muestra lo dependientes que somos, como individuos y sociedad, y lo importante que es tener una organización en la que mal que bien confiemos y que sepa y pueda poner orden y recursos para que esto no pase de una anécdota.
También una sociedad, población, administración, empresas, gobiernos, que entiendan que los gastos en prevenciones y mantenimientos son necesarios y han de mantenerse siempre, aunque en la cuenta de resultados no generen beneficios directos.
En segundo lugar –podría ir también en primero–, constatar la absoluta dependencia que tenemos de la energía eléctrica. Se podría decir que ayer fue una fiesta, pero no puedo imaginar si la “fiesta” hubiera durado tres días en vez de uno; durante la pandemia por covid, que duró mucho más, tuvimos energía para calentar nuestros hogares (o refrigerarlos según el hemisferio), cocinar y mantener las redes para comunicarnos y mantenernos informados. Nada de eso había ayer, tampoco el calentador de gas funcionaba, porque su funcionamiento depende de la electricidad y el suministro de agua falló en algunas zonas. Tampoco quiero imaginar si lo mismo hubiera sucedido en diciembre, con bajas temperaturas y la noche comenzando a las cinco de la tarde; o dentro de dos días, cuando el puente de mayo pone a buena parte de la población en trenes o carreteras.
Una tercera reflexión, de las muchas que se podrían hacer, es la paz que da tener una información que, aunque escasa, se mantenga libre de bulos, cruces de acusaciones entre políticos o teorías absurdas vinculadas a extraterrestres o “illuminattis”. La normalidad también ha vuelto a la información y con ella todas estas posibilidades, que incluyen la elevación del tono y las acusaciones por parte de la oposición política, basada en la lentitud de la comparecencia del presidente y la falta de información que se está transmitiendo, pero estas recriminaciones, al ser hechas en un momento en el que la crisis ha sido superada y la normalidad casi consolidada, pierden la intensidad y la aspereza que llegaron a alcanzar hace seis meses durante el drama de la DANA, que tuvo más de 200 víctimas mortales, miles de pérdidas de hogares, negocios e infraestructuras y en las que el cruce de acusaciones sólo aportó incertidumbre, desesperanza y odio. Nosotros, la población, hemos demostrado que sabemos comportarnos; ojalá los políticos también lo pudieran demostrar.