El Sahel, una vasta región marcada por el desierto y la lucha constante por la supervivencia, se encuentra en un momento de quiebre. Burkina Faso, bajo la conducción de Ibrahim Traoré, se ha convertido en el rostro de una resistencia que desafía las estructuras de poder establecidas en África Occidental. La salida de las tropas francesas, el ascenso de Rusia como nuevo actor regional y el crecimiento de los grupos insurgentes han hecho de este país un punto de tensión global. Este fenómeno plantea la pregunta: ¿estamos presenciando la emergencia de un nuevo orden regional o la profundización de una crisis estructural que se arrastra desde tiempos coloniales?
Burkina Faso, al igual que muchos países del Sahel, ha estado históricamente ligado a las potencias coloniales europeas, en particular Francia. Tras su independencia en 1960, la nación quedó atrapada en una relación de dependencia económica y política que ha causado desconfianza hacia el antiguo colonizador. La reciente retirada de las fuerzas francesas en 2023 y el creciente acercamiento a Rusia son una manifestación de esta ruptura con Occidente. Rusia ha sabido aprovechar el vacío dejado por Francia, ofreciendo apoyo militar a cambio de acceso a recursos estratégicos como el oro y el uranio, y expandiendo su influencia en un continente en el que las potencias tradicionales pierden terreno.
Burkina Faso en el Ojo de la Tormenta: un Sahel en Guerra
Desde que Ibrahim Traoré asumió el poder en setiembre de 2022, el país ha impulsado una agenda basada en la “soberanía total”, con un fuerte enfoque antiimperialista que resuena con las aspiraciones de una población cansada de décadas de inestabilidad y pobreza. Sin embargo, el costo de este giro político ha sido elevado: restricciones a la libertad de prensa, represión de la oposición y una creciente militarización del gobierno.
El régimen de Traoré se presenta como el sucesor de figuras como Thomas Sankara, el líder revolucionario que gobernó Burkina Faso en la década de 1980. Sin embargo, Traoré enfrenta un contexto mucho más complejo: la región está sumida en una guerra abierta con grupos yihadistas que controlan vastos territorios, mientras el país mismo está profundamente fragmentado. Aunque Burkina Faso no está solo en esta lucha, pues Malí y Níger también han optado por distanciarse de Francia y estrechar lazos con Rusia, la situación regional sigue marcada por una creciente violencia, con grupos como Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y Estado Islámico en el Gran Sahara luchando por el control de recursos, rutas comerciales y territorios.
En este momento crítico, ¿quién estará dispuesto a acompañar a los países del Sahel en su búsqueda de un futuro autónomo y libre de injerencias externas?
La larga sombra del neocolonialismo
El Sahel no sólo es un campo de batalla militar, sino también un escenario de lucha por la autodeterminación frente a los vestigios del colonialismo. Mientras la salida de las potencias occidentales podría percibirse como una victoria para la soberanía local, la situación muestra que el cambio de aliados no es suficiente. Como en el caso de Burkina Faso, muchos países latinoamericanos también buscan liberarse de la dependencia de las potencias tradicionales, buscando en nuevos actores como China alternativas a los viejos modelos de dominación.
Sin embargo, la experiencia en África demuestra que el simple reemplazo de una potencia imperial por otra no resuelve las estructuras de desigualdad económica y política que alimentan la crisis. Para que la región encuentre un camino hacia la estabilidad, será necesario un proceso de reformas profundas, tanto en términos políticos como económicos, que permitan un desarrollo sostenible y una mayor integración social.
El Sahel se encuentra en un cruce de caminos. Burkina Faso lidera un movimiento de ruptura con Occidente, pero el futuro de la región sigue siendo incierto. A pesar de la retirada de las potencias coloniales, el Sahel continúa atrapado en una espiral de violencia y descomposición estatal. La falta de estabilidad política, junto con la creciente militarización de los gobiernos, pone en riesgo cualquier intento de establecer un orden nuevo.
Para que el Sahel logre su verdadera autodeterminación será necesario no sólo romper con el pasado colonial, sino también encontrar soluciones internas que frenen la violencia y promuevan un desarrollo económico y político inclusivo. Este proceso requiere el compromiso de todos los actores locales, sin que se impongan nuevas formas de dependencia de intereses externos que perpetúen la vulnerabilidad de la región.
En este momento crítico, ¿quién estará dispuesto a acompañar a los países del Sahel en su búsqueda de un futuro autónomo y libre de injerencias externas?
Joaquín Andrade Irisity es estudiante de Historia en el Instituto de Profesores Artigas.