Desde los primeros días de la guerra iniciada tras la masacre cometida por Hamás el 7 de octubre de 2023, el coro de voces que califica las acciones de Israel de “genocidio” ha crecido, junto con el número de muertos y la destrucción en Gaza. Se estima que más de 55.000 personas han muerto y más de 110.000 han resultado heridas en ese enclave palestino. El 10% de la población de Gaza integraría la categoría de muertos, heridos, detenidos o desaparecidos. La gran mayoría de las víctimas no son combatientes, sino civiles, mujeres y niños. Pueden pasar años antes de que se conozca el número total de gazatíes sepultados bajo los escombros. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), 90% de la población de Gaza ha sido desplazada de sus hogares en múltiples ocasiones y vive en condiciones infrahumanas que sólo aumentan los niveles de mortalidad.
En su discurso pronunciado en la noche del 7 de octubre de 2023, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, dijo: “El diablo aún no ha creado la venganza por la sangre de un niño pequeño”. Estas palabras, que no eran nuevas y citaban un poema del autor judío Jaim Bialik, concitaron la aprobación de israelíes de todo el espectro político, incluida la centroizquierda, que apenas un día antes protestaba contra el intento de reforma del Poder Judicial. Los mismos reservistas que habían colmado las calles para protestar contra el gobierno fueron los primeros en responder al llamado y regresar al servicio activo, motivados por un profundo patriotismo.
En una conversación mantenida días después por Netanyahu y el jefe del Estado Mayor del Ejército israelí, Herzi Halevi, el militar de mayor rango del Estado hebreo le informó al primer ministro que el Ejército había alcanzado 1.500 objetivos en Gaza. Netanyahu contestó con fastidio: “¿Por qué sólo 1.500? ¿Por qué no 5.000?”. Halevi respondió que sólo se habían aprobado 1.500 objetivos, a lo que Netanyahu respondió: “No me importan los objetivos. Destruyan las casas, bombardeen todo en Gaza”.
El 9 de octubre, el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, expresó la intención manifiesta de bloquear la entrada de alimentos, agua y electricidad, esta última esencial para la purificación del agua. “He ordenado un asedio total a la Franja de Gaza. No habrá electricidad, ni comida, ni combustible; todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”. Ese mismo día, el periodista israelí especializado en asuntos militares Alon Ben David reveló que un importante funcionario de defensa israelí le había anticipado que “Gaza se convertirá en una ciudad de tiendas de campaña. No habrá más edificios”. Veinticuatro horas después, Gallant agregó que los gazatíes “lamentarán este momento, Gaza nunca volverá a ser lo que era. A quien venga a decapitar, asesinar a mujeres, sobrevivientes del Holocausto, lo eliminaremos con todas nuestras fuerzas y sin concesiones”.
Ese mismo día, el portavoz de las Fuerzas Armadas de Israel, Daniel Hagari, afirmó: “Mientras equilibramos la precisión [...] nos centramos en lo que cause el máximo daño”. El 13 de octubre, el presidente israelí, Yitzhak Herzog, avaló la posición oficial que sostiene que todos los gazatíes son cómplices y culpables por los crímenes del 7 de octubre cuando sentenció: “No es cierto que los civiles no estuvieran al tanto ni involucrados, es totalmente falso. Podrían haberse alzado contra ese régimen perverso que tomó el control de Gaza mediante un golpe de Estado”. Tres días más tarde, el 16 de octubre de 2023, el presidente Herzog repitió la idea cuando sostuvo que “toda una nación [palestina] es responsable”.
Antes de la guerra, vivían en Gaza unos 2,3 millones de palestinos, la mayoría en el norte. Esto cambió después del 7 de octubre con el contraataque de Israel basado en incursiones aéreas, una campaña de asedio y desplazamiento, y una invasión terrestre que comenzó 20 días después. La campaña militar israelí en la Franja de Gaza ha sido única en el siglo XXI. La evidencia demuestra que Israel ha llevado a cabo su guerra a un ritmo y con un nivel de devastación que superan los de cualquier conflicto reciente, destruyendo más edificios, en mucho menos tiempo, que la campaña liderada por Estados Unidos para derrotar al Estado Islámico en Iraq y Siria en 2017.
La guerra de Israel contra Gaza busca recubrir con la venganza contra la población civil las fallas del Ejército y la inteligencia israelíes, dos instituciones que durante años se autoproclamaron invencibles, que se pusieron de manifiesto el 7 de octubre. Israel está matando especialmente a quienes no participaron el 7 de octubre y esto no es accidental. Por el contrario, la intención es maximizar las víctimas para doblegar a la sociedad civil. Israel ha lanzado más bombas sobre Gaza que el total de las caídas en Hiroshima y Dresde durante la Segunda Guerra Mundial. El primer mes y medio de la guerra lanzó sobre la Franja más de 22.000 bombas, entre ellas, 500 bombas no guiadas (dumb bombs), de 900 kilogramos cada una, arrojadas sobre zonas densamente pobladas. Marc Garlasco, exanalista de inteligencia de defensa estadounidense y exinvestigador de crímenes de guerra de la ONU, declaró que la densidad del primer mes de bombardeos de Israel en Gaza “no se había visto desde Vietnam”.
En enero de 2024, la Corte Internacional de Justicia, dependiente de la ONU, determinó que las acusaciones de genocidio eran “plausibles”. Aún no hay un consenso claro: si bien la Corte Penal Internacional ha emitido órdenes de arresto contra Netanyahu y el exministro de Defensa israelí Gallant por crímenes de guerra y de lesa humanidad, hasta el momento no ha presentado cargos por genocidio. Para muchas personas es difícil aceptar que una nación cuyos fundadores fueron víctimas de un genocidio, y que además contribuyó a definir legalmente ese mismo término, pueda cometer una acción similar contra otro pueblo.
El de Gaza podría ser el primer genocidio de la historia transmitido en directo por redes sociales y parece haber cumplido las “diez etapas del genocidio” mencionadas en el modelo de Gregory H Stanton, fundador de Genocide Watch. Estas etapas son: clasificación (una división estereotipada entre “nosotros” y “ellos”); simbolización (una manifestación visual del odio); discriminación (la negación de los derechos civiles por el grupo dominante); deshumanización (un trato sin ningún tipo de dignidad personal a quienes son percibidos como diferentes); organización (el entrenamiento de quienes luego llevan a cabo la destrucción); polarización (grupos comienzan a difundir propaganda con mensajes de odio); preparación (se emplean eufemismos para ocultar intenciones o infundir terror en el grupo de víctimas); persecución (se identifica, se segrega, se deporta, se priva de alimentos y se expropian propiedades del grupo asediado); exterminio (se asesina a las víctimas identificadas en una campaña de violencia deliberada y sistemática que destruye o transforma sus vidas hasta volverlas irreconocibles) y, por último, negación (los perpetradores o las generaciones posteriores niegan la existencia del delito). Se trata de un enorme entramado en el que todos desempeñan un papel –grande o pequeño– y nadie se siente directamente responsable de las acciones del gobierno o las Fuerzas Armadas.
El historiador alemán Raul Hilberg argumentó en su libro La destrucción de los judíos europeos (1961) que la eliminación de un pueblo es “una operación paso a paso”. En el siglo XXI, organizaciones como Human Rights Watch sólo han usado el término "genocidio" para describir lo sufrido por los rohinyás en Myanmar, donde 9.000 personas fueron asesinadas y más de 800.000 expulsadas de sus hogares.
Se ha desatado un intenso debate sobre cómo caracterizar una guerra que ha matado y diezmado a miles de familias en Gaza. Nadie les dio a los soldados israelíes que se establecieron en la Franja (en corredores que funcionan como zonas de la muerte, donde todo el que entra es eliminado) una orden explícita para matar a mujeres y niños. Pero todos los soldados israelíes en Gaza comprenden que no sufrirán daño alguno si cometen alguna atrocidad o matanza. Asimismo, la combinación de declaraciones de representantes políticos y militares, expresamente genocidas, aplaudiendo las muertes y la destrucción, proyecta un sistema de impunidad y protección que se extiende hacia los perpetradores.
Hoy, la guerra de destrucción en Gaza nos lleva a preguntarnos si uno de los puntos ciegos del estudio sobre el Holocausto ha sido la idea subyacente de que las víctimas no pueden convertirse en victimarios. En los primeros años de Israel, un discurso extendido sostenía que los judíos habían sido sujetos pasivos e incluso habían prácticamente cooperado en su propio genocidio al no resistirse de manera colectiva y masiva (aunque sí existieron levantamientos en guetos o campos de exterminio). Esto comenzó a cambiar a principios de la década de 1980 con la llegada del primer gobierno del Likud al poder, junto con la reforma educativa del primer ministro, Menajem Beguin, quien gustaba de comparar al líder palestino Yasser Arafat con el mismísimo Adolf Hitler. El Holocausto, hasta entonces mantenido en un plano casi vergonzante, se convirtió en un elemento central de la memoria colectiva israelí: una fuerza unificadora para los judíos de todas las latitudes y vertientes. El pueblo judío no sólo había sido víctima efectiva en el pasado, sino que era también víctima potencial en el presente y en el futuro.
Esto llevó a sobredimensionar cualquier amenaza como potencialmente genocida, incluso la lucha contra la ocupación israelí de los territorios palestinos. Y como todo es válido para impedir un genocidio, también lo son el control militar y las acciones violentas sobre otro pueblo, el palestino, que es considerado una amenaza existencial no sólo para el Estado de Israel, sino para toda la diáspora judía. Y si los palestinos son los “nuevos nazis”, los israelíes (pero también los judíos de la diáspora) que se atreven a cuestionar el sufrimiento al que son sometidos los palestinos son acusados de colaborar con el nuevo enemigo “nazi”, como los integrantes de los Judenräte en los guetos.
La calificación de genocidio requiere evidencia de “intención genocida”, lo que representa una acción complicada de probar, y existe discrepancia sobre si esta debe ser explícita o puede establecerse sobre la base de un “patrón de conducta”. Después de cometido el Holocausto judío, todos se preguntaban: “¿Dónde está la orden expresa de Hitler de matar a todos los judíos?”. Y como no existió ninguna orden formal desde la cima de la pirámide de decisiones hacia la cadena de mando, se debatió si el exterminio masivo de judíos había sido el resultado de una directiva clara desde arriba o producto de subalternos que habilitaban los actos de exterminio.
En el caso israelí, las numerosas declaraciones genocidas esgrimidas por los altos representantes políticos y militares del Estado fueron replicadas por oficiales de alto y medio rango de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y luego articuladas por el soldado promedio. Netanyahu convirtió el deseo de revancha de la población israelí tras el 7 de octubre en una estrategia criminal en la que muchos de los blancos en Gaza son escogidos por inteligencia artificial, sin que los pilotos sepan qué están bombardeando. Una investigación de Yuval Abraham, publicada en la prensa israelí y corroborada posteriormente por una verificación de The Washington Post, reveló que las FDI utilizaban inteligencia artificial en sus bombardeos en Gaza, lo que, lejos de evitar los “efectos colaterales”, aumentaba el daño a civiles inocentes. Esta maquinaria crea incesantemente objetivos y, en ocasiones, autoriza la destrucción de barrios enteros y el asesinato de cientos de civiles sólo para neutralizar a una persona.
Está claro que el uso indiscriminado de bombas que causan un daño desproporcionado a civiles es responsabilidad de Israel. Esto no libera a Hamas de sus responsabilidades en legitimar una respuesta violenta al haber matado a civiles israelíes -incluso filmando con crueldad sus actos-, a sabiendas de que Netanyahu encabeza el gobierno más extremista de la historia de Israel y que estaría dispuesto a todo para que los israelíes olviden el día más fatídico de su historia -el 7 de octubre- mediante la destrucción de la Franja de Gaza.
La exjefa del Departamento de Derecho Internacional del Ejército israelí (2003-2009) Pnina Sharvit Baruch, quien autorizó personalmente los ataques de Israel contra Gaza en la guerra de 2009, afirma ahora que las operaciones militares actuales en la Franja podrían constituir crímenes de guerra y, potencialmente, genocidio.
Expertos antes reticentes a calificar como genocidio lo que Israel ha hecho en Gaza han cambiado de postura ante las crecientes evidencias. Una de ellas ha sido la política deliberada de obstruir la llegada de ayuda humanitaria y comida a las “zonas humanitarias” de la Franja, precisamente la pequeña fracción del territorio donde se ordenó a la gente congregarse por su seguridad, con sus vidas sujetas al control del Ejército israelí y sus drones, bombas y francotiradores. Israel ha convertido la distribución de ayuda en una forma más de matar palestinos. En el genocidio de Srebrenica, los serbios llevaron a los musulmanes al borde de la inanición. Como potencia ocupante, Israel debería cumplir con su deber de facilitar la llegada de ayuda humanitaria, libre de cualquier interferencia militar, política o económica, y permitir que esa ayuda sea ofrecida por organizaciones humanitarias en toda la Franja. Pero ocurre lo contrario: una acción intencional y criminal para provocar el hambre. La hambruna en Gaza no es una “crisis humanitaria”, sino un acto genocida.
La proporción de civiles muertos en Gaza será sin duda una de las más altas desde la Segunda Guerra Mundial y probablemente del siglo XXI. Las FDI son el primer ejército desde el genocidio de Ruanda en matar mayoritariamente a mujeres y niños. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia sostiene que las acciones israelíes han herido a más de 50.000 niños hasta la fecha: muchos han sido quemados vivos o desmembrados violentamente. Más de 16.500 niños han muerto en los 19 meses desde que comenzó la guerra, una cifra casi 24 veces mayor que la registrada en Ucrania, donde la población es 20 veces más grande, desde la invasión rusa. También al menos 28 trabajadores humanitarios han muerto en Gaza desde el 1º de mayo, un promedio cercano a uno por día. Desde el 7 de octubre, la cifra asciende a 450, incluidos más de 300 empleados de la ONU.
En Israel casi nadie habla de lo que sucede en Gaza o de los sufrimientos de la población gazatí, a pesar de que han sido los propios soldados israelíes quienes han documentado los múltiples crímenes de guerra cometidos al exhibirlos en las redes sociales. No es extraño que los israelíes no reconozcan los padecimientos de los palestinos, porque la propia ocupación ha sido negada por décadas y se la silencia de todas las maneras posibles para lograr que los palestinos que viven bajo los abusos cotidianos de los colonos se mantengan invisibles. Incluso las masivas protestas de la sociedad israelí contra el golpe judicial de Netanyahu evitaron cualquier mención de la dictadura militar y la colonización que desde hace más de medio siglo Israel impone sobre la población palestina.
Como escribió en estos días el escritor israelí argentino Uriel Kon: “En un último intento por limpiarse del genocidio en Gaza, noto que la única herramienta que le queda a la mayoría de los israelíes es la negación. Se dicen a sí mismos y a todos: ‘esto no sucedió’, ‘no es lo que piensas’, 'es mucho menos de lo que se dice’, ‘técnicamente no es limpieza étnica por esto y aquello’. O peor: ‘Todo se hizo sin intención’. O aún más terrible: ‘Alguien más, y no nosotros, es responsable de nuestros actos’. No hay persona en el mundo que pueda tomar en serio esos argumentos, sobre todo cuando todo está bien documentado, grabado, confirmado, incluso por los mismos perpetradores de los crímenes. Por supuesto, todo esto nos lleva a los despreciables negacionistas del Holocausto. Los israelíes se comportan como negacionistas del Holocausto, algo que, al final del día, quedará registrado como una mancha imperdonable en la historia de nuestro pueblo judío. Judíos que niegan atrocidades... eso es cerrar un círculo”.
Israel ha destruido, bombardeado e incendiado casi todos los hospitales de Gaza; ha asesinado a niños y mujeres, médicos, personal sanitario, periodistas, educadores y científicos; ha destruido infraestructuras y provocado hambrunas; ha reducido a escombros la mayoría de las unidades habitacionales palestinas, arrasado pueblos enteros como Beit Hanun y Rafah, y trasladado forzosamente a la población del norte y centro del territorio. Las universidades de Gaza y la mayoría de las escuelas, instituciones culturales y mezquitas ya son cosa del pasado, al igual que la infraestructura gubernamental y organizativa, las áreas cultivables para la producción local de alimentos y la distribución de agua, incluidos prácticamente todos los reservorios. Si el perpetrador de todo esto no fuese el Estado de Israel -un país cuya creación fue refrendada por la comunidad internacional con el propósito de darle refugio a un pueblo víctima de un genocidio “industrial”-, no cabe duda de que las reacciones del mundo occidental serían muy diferentes.
No obstante, el debate sobre el genocidio no debe distraer la atención de las atrocidades cometidas en Gaza -más allá de la figura que se aplique-, pues existe una tensión constante entre la estrechez del estándar legal y lo que la opinión pública entiende por genocidio. El genocidio no tiene por qué ser igual al Holocausto provocado por los nazis, que consideraban a cada judío un enemigo que había que exterminar y que apelaron a diferentes métodos en la búsqueda de completar esa tarea -incluido el llamado “holocausto por balas” en territorios ocupados de Europa oriental-.
El genocidio es cualquier acción que conduzca a la destrucción de la existencia de un colectivo como tal, no necesariamente a su aniquilación total. Gaza, como entidad humana, social y nacional, está imposibilitada de funcionar, y por eso lo que ha vivido desde 2023 puede asimilarse a un genocidio en marcha, sin final aparente y cuyo propósito, más que destruir al grupo Hamas, es bloquear definitivamente toda posibilidad de construcción de un Estado palestino.
Sólo cabe preguntarse cuánto habrá que esperar para que otras naciones del globo, cuando cometan crímenes contra la humanidad, se defiendan argumentando que “Israel ya lo hizo”. Si lo ocurrido no tiene consecuencias, nada estará fuera de los límites de lo tolerable y todo estará permitido. Una situación que debería preocupar a toda persona que piense en su futuro y el de sus hijos.
Este texto fue publicado originalmente en Nueva Sociedad.