La muerte de Gonzalo Curbelo causa mucha tristeza, un entrañable recuerdo de su legado en estas páginas y el fin de una esperanza larga sobre lo que podía seguir haciendo. “Causa”, dije, y debió ser “me causa”. Es inevitable la primera persona, sepan disculpar.

Lo conocí porque frecuentábamos la misma disquería, y descubrimos varias referencias comunes antes de que supiera que él también era periodista. Fue como si me hubiera vinculado con Eduardo Darnauchans sin saber que cantaba, pero así de raros son los rumbos de la vida, incluso en la pequeña escala de Montevideo. Años después, otros caminos impensados llevaron a que quedara, junto con Gabriel Lagos, al frente de la sección de Cultura de la diaria desde la primera edición. Fue una enorme suerte.

Desde ese lugar aportó muchísimo de la libertad, la personalidad y la calidad necesarias para mostrar, en años difíciles, que aquel pequeño periódico era necesario. A su vez, la diaria le dio una plataforma para mostrar de cuánto era capaz, durante más de una década en la plenitud de su trayectoria.

Por lo que pueda valer mi opinión en materia de escritura periodística, aquí queda registrada: muy pocas personas me han entusiasmado tanto al leerlas.

En sus cimientos había una formación cultural vasta, con zonas de verdadera erudición, construida al final del período en que los insumos eran objetos materiales y experiencias directas. Fue parte de una generación que, a comienzos de este siglo, aprovechó el acceso a internet para multiplicar y consolidar el contenido de esa formación, y una de las personas en Uruguay que cabalgó la transición con resultados óptimos.

Sobre esas bases fundó un territorio temático propio, muy diverso pero inconfundible por los métodos, el estilo y la pasión con qué trataba desde filosofía del arte hasta incidentes de farándula en la sección “Mundo Idiota”.

Siempre era interesante, ameno y provocador del pensamiento, pero muchas veces llegaba más allá. Muchas veces, cuando ya se había elevado hasta niveles que cualquier periodista desea, tenía resto para un envión extra, que convertía la nota en una obra trascendente. Lograba el efecto de algunos versos en canciones de Leonard Cohen, de algunas viñetas en el cómic Sandman, de algunas escenas inolvidables en la serie Atlanta o del derechazo de Alí que noqueó a Foreman. En esos momentos dejaba caer el micrófono y nos dejaba maravillados.

Hacían falta en los medios su intensidad, su ingenio, sus amores y odios. Ahora es definitivo. “Me hacían”, pude haber dicho, pero esto es más que personal.