Para pensar la desigualdad en el campo de la educación es bueno basarse en el concepto de “prosperidad educativa” que introduce Douglas Willms (2018) para poder analizar el efecto acumulado que produce un sistema educativo en los estudiantes. Utilizamos una simplificación de este concepto para elaborar nuestro argumento.

Partimos de la base de que ningún sistema educativo puede eliminar la desigualdad preexistente de la sociedad en la que se inserta. En el mejor de los casos, la acción escolar puede atenuar, o en algunos casos amplificar, la desigualdad de origen. Los centros educativos reciben estudiantes con distintos puntos de partida tanto sociales como comportamentales. Esa desigualdad preexistente no puede ser modificada por el sistema educativo directamente, pero sí en el largo plazo, a través de la acumulación de años de estudio, que genera mayores posibilidades de movilidad a los individuos.

Con esa desigualdad como punto de partida, el sistema educativo tiene la misión de que todos sus estudiantes alcancen los objetivos de logro esperados, o sea que, independientemente del contexto social, la escuela pueda cumplir su misión educativa. Por ello se suele afirmar que un sistema es de calidad cuando logra aprendizajes que no están condicionados por los contextos sociales de los estudiantes. Si bien este es un ideal de política educativa, la evidencia muestra que existen sistemas educativos menos inequitativos y que logran que los aprendizajes de los estudiantes no estén fuertemente estratificados por el origen social de los alumnos.

Veamos el cuadro que acompaña este artículo, que tiene tres paneles de datos sobre Uruguay. El panel de la izquierda recoge indicadores socioeconómicos sobre el origen social de los niños que concurren a la escuela pública en base a datos de Primaria. En el cuadro se muestra la distribución en quintiles, donde el quintil 1 es el más vulnerable y el quintil 5 el menos vulnerable (ANEP, 2021). Allí se muestra, para cada uno de los quintiles, el porcentaje de estudiantes cuyas madres reportan como máximo nivel educativo primaria completa o menos, viven en condiciones de hacinamiento o en asentamientos irregulares, y también el porcentaje de niños en hogares que reciben la Tarjeta Uruguay Social del Ministerio de Desarrollo Social. A este cuadrante lo denominamos “desigualdad de origen”, ya que son las condiciones sociales de los estudiantes matriculados en educación primaria previa a su ingreso a la escuela.

En el cuadrante central, que hemos denominado “intermediación escolar”, hemos puesto el gasto por estudiante que realiza la ANEP tanto para Primaria como para Secundaria y UTU. Refleja el esfuerzo que realiza el sistema en recursos humanos, suministros e inversiones estimados para cada centro educativo y luego clasificados por los quintiles del índice de vulnerabilidad social que calcula la ANEP como medida de focalización educativa. Estos datos surgen de la publicación del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed, 2024) y muestran, como todos los estudios de costos en educación, que el mayor gasto refiere a docentes y funcionarios, ya que estos representan entre el 87% y el 95% del total, mientras que entre el 12% y el 4% corresponde a gastos corrientes y suministros, y sólo el 1% a inversiones, según el nivel educativo que se analice.

Si se quiere que los resultados educativos no sean un reflejo de la desigualdad de origen, la inversión en educación en los quintiles más vulnerables económicamente debería al menos multiplicarse por tres.

Por último, en el cuadrante de la derecha se muestran algunos “resultados educativos” según niveles socioeconómicos, con el objetivo de mostrar si el producto final del proceso educativo puede atenuar o incrementar las desigualdades de origen, simplemente a manera ilustrativa de un argumento conceptual.

Foto del artículo 'La escuela sola no puede: desigualdad de origen, gasto escolar y resultados educativos'

El argumento central que queremos discutir aquí es que, si bien el sistema educativo tiene una leve tendencia de gasto progresivo (se invierte 30% más en el quintil 1 que en el quintil 5), ese esfuerzo por atenuar las diferencias de origen no se refleja en los resultados educativos. Mientras que la desigualdad de origen según el indicador que elijamos es entre 15 y 4 veces mayor en indicadores de vulnerabilidad entre el quintil 1 y el quintil 5, los resultados educativos al fin de primaria, en la mitad de educación media o al final de la educación obligatoria varían entre 2,6 veces para Aristas Matemática en noveno a 6,3 veces en el porcentaje de no culminación de la educación media superior (ver última fila del cuadro 1). De hecho, este sigue siendo el indicador con el mayor gradiente de desigualdad de los que se comparan comúnmente en educación.

El esfuerzo por una inversión educativa pública que pretenda anular las desigualdades (o al menos atenuarlas) debería ser significativamente mayor que el actual. Si se quiere que los resultados educativos no sean un reflejo de la desigualdad de origen, la inversión en educación en los quintiles más vulnerables económicamente debería al menos multiplicarse por tres y no ser apenas 30% mayor.

Para el quinquenio 2025-2030, la ANEP ha propuesto tres líneas de política educativa que van en la dirección de generar las condiciones para reducir la desigualdad educativa. En primer lugar, la extensión del tiempo pedagógico, sobre todo si se focaliza en los quintiles 1 y 2, permitirá crear las condiciones para mejores resultados educativos. En segundo lugar, la ANEP se plantea implementar servicios de alimentación en educación media mayoritariamente orientados a los dos quintiles más vulnerables, de manera de poder asegurar la alimentación a estudiantes que, mientras estaban en primaria, comían en los comedores escolares y, al cambiar de nivel, perdieron este apoyo.

En tercer lugar, la apuesta más grande que realizará esta administración será reforzar el programa de becas en educación media para asegurar que los adolescentes puedan cursar sin presiones económicas o de cuidados como existen actualmente. La beca estará focalizada en la población más vulnerable económicamente, por lo que contribuirá a reducir la desigualdad de egresos de la educación media. El programa de becas pretende pasar de apoyar el magro 5% de los matriculados que reciben becas para asistir a educación media a llevarlo a casi uno de cada cuatro estudiantes que cursarían ese nivel, con becas y con acompañamiento pedagógico para el cursado.

Las tres medidas reflejan el compromiso por nivelar la cancha que tiene la actual administración y el convencimiento que surge de las investigaciones de que la mejora de los aprendizajes es producto de una reducción de la desigualdad, mayoritariamente de los que tienen menores desempeños. Como dice la vieja consigna de magisterio, “la escuela sola no puede”, pero la política educativa no debe renunciar a su capacidad de reducir las brechas de acceso y de resultados.

Andrés Peri es sociólogo y doctor en Demografía. Es director de Planificación Educativa de la ANEP.

Referencias