Premio Julio Castro 2022 - 1er premio

Se calzó las botas de goma, tomó una linterna y el celular y se introdujo en aquella noche de febrero de una forma tranquila y solitaria. Parecía no temer el interior salvaje del departamento de Rocha, que había sufrido una tempestad producto de grandes lluvias. Eran campos desconocidos para una persona que vive en plena ciudad de Montevideo, precisamente en la zona del Prado. Rodrigo Praderi es médico desde hace trece años, tiene un posgrado en psiquiatría, está casado y tiene un hijo de cinco años.

Con un interés particular la gente del interior del país lo recibe de forma extraña al ver que les muestra una foto de un sapo bastante raro, el denominado sapo escuerzo. Muchos se preguntarán: ¿qué hace un psiquiatra buscando un sapo? Y es que Rodrigo desde su niñez tiene una especial atracción por los anfibios como sapos, ranas y escuerzos. Desde pequeño en sus vacaciones de invierno y verano acostumbró a pasar en la estancia San Jorge, en Conchillas, en el departamento de Colonia. Allí, además de despejarse del ruidaje montevideano, se concentraba en buscar todo tipo de sapos y escuchar sus cantos.

Esta fascinación se intensificó gracias a su tío Ricardo Praderi, quien era ingeniero agrónomo e investigaba los cetáceos en Rocha, concretamente los delfines franciscanos.

Este le brindó material a Rodrigo acerca de anfibios y allí aprendió sobre esta especie, su taxonomía, hábitos y biología. Además, gracias a su tío, quien trabajó en el Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) en Montevideo, pudo acceder a una colección de sapos escuerzos en formol. Tenía 13 años y fue varias veces a aquel lugar donde conoció al naturalista Carlos Prigioni y a Miguel Ángel Klappenbach, autor de un libro sobre anfibios. “Los leo desde muy chico y empiezo a aplicar los conocimientos de los libros en el campo”, sostiene Praderi. Esto lo hizo hasta los 18 años; después estuvo casi 20 sin tener contacto con eso, ya que se dedicó exclusivamente a sus estudios en Medicina. Actualmente, hace cuatro años retomó su investigación y lo hace de manera independiente.

En los últimos años ha recorrido a lo largo y ancho todo Uruguay, visitando cada uno de los departamentos, generando contactos y amistades que lo ayudan en su sinuosa investigación y lo hospedan en sus casas. Busca todo tipo de anfibios, los habituales y los extraños, pero hace tiempo que desea encontrar el sapo escuerzo, que tiene como nombre científico Ceratophrys ornata.

Después de grandes lluvias y cuando el pronóstico es bastante malo para los demás, Praderi toma su auto, sus ahorros y emprende viaje al departamento de Rocha o Delta del Tigre, en San José. Son los dos lugares del país en donde esta especie está descrita, mientras que en Argentina hay poblaciones de escuerzo muy conservadas. “No aparece en el medio natural y salvaje desde la década del 80, es decir que hace varios años no hay un registro oficial en el país”, dice preocupado Praderi. Sumado a eso, asegura que la gente acostumbra a llamar escuerzo a cualquier sapo grande que ve por ahí, pero el que él busca tiene ciertas características que lo diferencian del resto.

“Es un animal robusto, de forma redondeada, con ojos saltones, colores llamativos como verde con manchas negras, que se confunde con la vegetación de zonas bajas. Se alimenta al acecho; permanece quieto, enterrado en el barro y a la espera, y cuando una presa pasa la embiste y la traga de manera brutal”, describe fascinado Praderi. Lo sorprendente de esta especie es que pueden ser caníbales y comerse a otros anfibios. Asimismo, se alimenta de pichones de patos, pollos, ratones y pájaros.

Los ojos del recuerdo

Barra de Valizas es considerada la cuna de los escuerzos, ya que hay muchas personas que vieron esta especie alrededor del año 1960. Domingo Pezzolo vive allí y es un pequeño productor que tiene campos en donde han aparecido estos sapos. Cuenta que en la década del 60 era común encontrar este animal en grandes cantidades. Además, recuerda que había personas que los vendían en aquella época a cinco pesos, cuando una oveja costaba diez pesos. Pezzolo apenas tenía 14 años y relata que en aquel entonces habían chacras y quintas con frutales donde había más de 20 sapos. Este tipo de cultivos se fueron dejando y Pezzolo opina que puede ser una de las causas de su posible desaparición.

Por otro lado, otro referente que tiene Praderi es Carlos Pallas, un pescador de 59 años de Valizas, que divisó este animal cuando tenía 20 años. “Me acuerdo de que en una primavera había llovido mucho y cuando paró salí al campo. Había pajonales, y en una laguna con una especie de isla en el medio, veo dos cosas enormes de color verde mirándome. Nunca había visto un sapo tan grande”, sostiene Pallas. Tiene muy presente ese episodio porque recuerda salir corriendo de ese lugar y observar como los sapos no le quitaban la mirada de encima. En ese entonces en el balneario Valizas había poca población y era un lugar sin luz, por lo tanto Pallas piensa que el escuerzo desapareció al incrementarse los habitantes.

Juan Pedro Acosta, alias el Coco, es otro de los contactos de Praderi que tuvo la oportunidad de enfrentarse con esta especie cuando tenía 15 años. Acosta se retiró de guardaparques de la Fortaleza de Santa Teresa en 2011 y afirma que vio este sapo en épocas de crecientes o cuando se araba la tierra. Para él es inevitable acordarse de los cuentos tradicionales que señalaban que eran venenosos y daban miedo, algo que a él no le pasó porque hasta los agarraba, y recuerda que pesaban 500 gramos. “Creo que a esta altura no queda nada de esos sapos”, dice convencido.

Víctor Méndez, un pequeño productor rural de Paso de Barrancas, en el departamento de Rocha, acompañó a Praderi a recorrer esa zona. En conjunto caminaron por grandes campos en los que Méndez había observado el escuerzo hace varios años. Este productor de 64 años vio la especie durante toda su infancia en Rincón Bravo y en el paraje Cañada Grande. Recuerda que veía a este anfibio cuando los bañados se inundaban y aprovechaba a salir a las partes secas. “En octubre de 1992 fue la última vez que vi este sapo”, dice Méndez. Asegura que las personas de aquella época consideraban esta especie como una “plaga” porque mataba a los pequeños animales domésticos. “Hubo varios años de crecientes por lluvias y eso pudo haber contribuido a su extinción, pero tengo la esperanza de que todavía queda algún ejemplar”, cuenta Méndez, quien espera una nueva travesía para buscar este animal.

“La persona que vive en el lugar es la que tiene más posibilidades de observar un avistamiento de una especie rara”, afirma Praderi. Como investigador independiente valora la importancia de la “ciencia ciudadana”, que consiste en el aporte que realiza la comunidad con cierta información, ya sea de avistamientos o dudas que le surgen. Gracias a la vasta cantidad de contactos que tiene a lo largo del país, Praderi se comunica periódicamente con personas de su confianza para saber el estado del tiempo y si han observado algo extraño en la zona. Con el sapo escuerzo esto no sucede hace años porque nadie lo ha vuelto a ver, ni tampoco ha sido registrado en ninguna parte. Caracteriza a sus contactos como seres sabios que conocen a los animales, la fauna y lo que tienen en sus campos, y por lo tanto pueden llegar a saber del escuerzo. “Me guío por los registros históricos y por los datos extraoficiales de individuos de confianza que para mí tienen una validez igual que si estuvieran escritos en un libro”, expresa. Además, gracias a la orientación que le brindan estas personas ha encontrado otras especies raras de anfibios que son difíciles de ver.

Rodrigo Praderi con un sapo Cururú.
Foto: gentileza de Rodrigo Praderi

Rodrigo Praderi con un sapo Cururú. Foto: gentileza de Rodrigo Praderi

La presente realidad

Praderi considera que las características de estos animales y los mitos asociados a ellos les han jugado en contra, al generar rechazo en las personas. Esto llevó a que se atentara contra ellos o se los eliminara. “No es venenoso, tiene toxinas en la piel como cualquier anfibio, pero no es ponzoñoso ni inocula veneno al morder”, afirma.

Al pasar la mayor parte de su vida enterrados son animales difíciles de encontrar, ya que tanto en épocas frías como secas están escondidos, y sólo salen para comer y reproducirse. Esto puede durar de 24 a 72 horas y luego desaparecen, y es desde setiembre a marzo el momento ideal para divisarlos. Praderi explica que eso se le denomina “reproducción explosiva”: en determinado momento aparecen en grandes cantidades y a los tres o cuatro días se escabullen. Claramente esto ha sido un factor sustancial en su búsqueda, ya que la mejor oportunidad para verlos se da inmediatamente después de una copiosa lluvia . Praderi espera ansioso que llueva el próximo verano y tiene la esperanza de escuchar cantar al menos a un ejemplar y así descartar su posible extinción.

Considera que el humano puede intervenir en esta búsqueda y, en caso de que quede un sapo, contribuir a su preservación. A su entender, la opción es encontrar ejemplares de escuerzo en Uruguay, reproducirlos en cautiverio y comenzar a liberarlos. Comenta que se puede tomar el ejemplo de Chile, donde están recuperando a la ranita de Darwin, que está en peligro de extinción. En Perú y Bolivia, por su parte, están trabajando en criar a la rana gigante del lago Titicaca, que está en peligro de desaparecer.

Otro de los problemas que hay en Uruguay es la poca cantidad de fondos destinados a la preservación de fauna. Asimismo, Praderi sostiene que tiene que haber más personas capacitadas en anfibios, por lo tanto, más herpetólogos. Aun así, asegura que si hay investigadores interesados en el tema no es que no tengan la intención de trabajar en eso, sino que no hay una inversión que les permita vivir de ese trabajo. Diego Arrieta, investigador y encargado del área de herpetología del MNHN, afirma que el proceso de la desaparición de esta especie ha sido muy rápido pero que no cree que esté extinta. A su vez, sostiene que la pérdida de este anfibio pudo verse impulsada por la urbanización que ha producido el humano en determinados lugares donde habitaba.

“Lo mío es todo a pulmón, y mi gran herramienta de registros de los relatos es mi memoria”, expresa con una sonrisa Praderi. Además de tener esa virtud, se caracteriza a sí mismo como una persona persistente que no se da por vencida y se aferra a sus conocimientos sobre los anfibios. Sin embargo, opina que si bien los libros son de mucha ayuda, el trabajo de campo es enriquecedor y aporta mayor conocimiento. En cuanto a los registros de los animales, tiene varias filmaciones, grabaciones de sus cantos y fotografías que enriquecen su investigación.

Por su parte, Prigioni expresó que el trabajo de Praderi es sumamente interesante, teniendo en cuenta que hay escasa información sobre los escuerzos. Praderi sostiene que si está extinto, las causas pueden ser la sobrepoblación del balneario Valizas, que hace que se pierda el hábitat de los escuerzos, o la contaminación de las aguas por parte de las arroceras, que utilizan pesticidas que dañan la piel de los anfibios. Además, ha desaparecido la pradera clásica que se inundaba con la grandes lluvias cuando se crearon canales para la agricultura. Finalmente, otro motivo puede ser la matanza de los sapos y, como ha sucedido en otras partes del mundo, el mascotismo. Aun así, no descarta que el sapo escuerzo pueda encontrarse en otro departamento del país. Prigioni coincide con Praderi en que la especie puede estar en otro departamento, por ejemplo en Colonia, que está cerca de Argentina. Sin embargo, esto no puede verificarse porque no se ha hecho un relevamiento sostenido en ese lugar.

Prigioni especula sobre la incidencia de causas climáticas en la posible extinción de este sapo: “Uruguay tenía más marcada una época de seca y una de lluvia. Quizás un aumento en las lluvias y el no lograr realizar esa pausa, que a veces puede ser de meses o años, pudo haber afectado la fisiología reproductiva de la especie”. Para Praderi, “es difícil decir que está extinto y tampoco podés afirmar que todavía existe”.