Florencia Astori es maestra de sexto año y está cerca de terminar una maestría en dificultades del aprendizaje. Es pintora, orfebre y gestora cultural, actividad que desempeña en el museo Gurvich.

La compra de ese museo por parte del Estado en 2018 derivó en ciberacoso en su contra, por lo que en 2021 presentó denuncias por difamación que generaron cientos de retractaciones y pedidos de disculpas en redes sociales digitales.

¿Cuándo comenzaste a percibir la existencia de difamaciones, insultos y otros tipos de ataques en redes sociales digitales en tu contra?

Más allá de lo puntual de mi caso y desde una mirada general, en el último tiempo hubo un corrimiento hacia una hiperactividad digital que trajo aparejado el ciberacoso. Esta presencia tan fuerte de las redes sociales nos tiene expuestos mucho más a la violencia digital, la difamación, la circulación de noticias falsas y la polarización. Todos los hijos de personas políticamente expuestas estamos acostumbrados a que se hable y opine de las gestiones de nuestros padres. Puede gustar o no, pero todos tenemos la libertad de comentar sobre lo que tengamos ganas; el problema es cuando se transgrede el límite de la opinión y el ataque es personal. Ese quiebre en mi caso lo noté cuando me casé en 2017 y se hizo pública mi orientación sexual, lo que tomó una dimensión más grande de lo que hubiera querido, y fue mayor cuando en 2018 el Estado adquirió el museo Gurvich. Un detalle no menor es que en 2019 hubo una campaña política y esto, que era algo menor, creció y se masificó como herramienta de desprestigio a un movimiento político, al ser funcional a la campaña electoral, a mi juicio una de las más violentas que experimentamos.

¿Cómo lo viviste?

Fue algo sumamente masivo y sostenido en el tiempo; pensá que sigue sucediendo. No he visto que haya pasado algo por el estilo con una persona que se desempeñe en el ámbito privado, que no ejerce la política ni tiene un cargo público. El alcance de esta situación de acoso inédita constituyó una experiencia traumática. Y no lo digo victimizándome, sino porque me parece que los riesgos y consecuencias de la difamación se desconocen, ignoran o para muchas personas no tienen importancia, pero hay riesgos y consecuencias visibles. Te puede agarrar bien parado o más o menos, pero las consecuencias a nivel emocional y psicosomático en mi caso fueron reales, puedo dar fe de que existen. Es importante hablar del tema, porque hay gente que difama y repite sin pensar, enceguecida o fanatizada con algo, e ignora o no presta atención al daño que hace. Más allá de lo angustiante que fue, me hizo bien tratar de entender lo que pasaba. Me costó darme cuenta de que no tenía tanto que ver conmigo como persona, sino que era circunstancial y me trascendía.

¿Por qué te trascendía?

Este acoso se pudo gestar en un escenario de hiperactividad digital, en el que ganaron terreno las redes sociales; hubo una notoria renovación generacional a nivel de dirigentes políticos que usan Twitter y están en las redes, y una militancia atravesada por las nuevas posibilidades que ofrece la tecnología y de fidelidad fanatizada a una causa sin importar lo demás. Yo me quedé callada, no hice ninguna declaración, no sabía desde dónde posicionarme. Eso se sumó a que esto fuera funcional a una estrategia a través de la cual se podía golpear sin ninguna respuesta y quedaba instalado ese discurso de que a Florencia Astori le regalaron el museo Gurvich o que Florencia Astori gana 10.000 dólares por mes, o mentiras menores que igual instalan un perfil que no tiene que ver conmigo. Además, no me parece ingenuo que el acoso se haya dado así conmigo. Nos pasa a quienes ocupamos algunas intersecciones que generan mayor vulnerabilidad, y uno termina quedando un poco más expuesto que otros: ser mujer, lesbiana y joven. Hechos que generaban que era más fácil pegarle a Florencia que en otro lado.

¿Cuándo tomaste la decisión de denunciar en el Departamento de Delitos Informáticos de la Policía?

Pasaron unos tres años y no hubo un hecho puntual por el que dijera: “Voy a ir a denunciar”. Guardé mucho tiempo de silencio y me dediqué a contemplar, también a tratar de sanar el daño que eso generaba, y una vez que me sentí más fortalecida y empoderada, porque por suerte tuve un entorno que me continentó y respaldó, decidí junto con una abogada presentar algunas denuncias en la sede de Delitos Informáticos, donde llegué con incertidumbre, tuve buena recepción y [comprobé que] funciona muy bien.

¿Tuvo efecto presentar denuncias?

Me sorprendió el efecto inmediato y masivo. Hice público el momento en que decidí denunciar y eso generó un freno notorio al acoso, lo que me hizo pensar mucho hasta dónde una persona puede difamar a otra gratis y sin consecuencias por el solo hecho de hacer un daño. Antes de venir a la entrevista entré a Twitter y vi tres comentarios vinculados a esto; es difícil.

Es importante hablar del tema, porque hay gente que difama y repite sin pensar, enceguecida o fanatizada con algo, e ignora o no presta atención al daño que hace.

Mediante esas denuncias personales hay también una intención tuya de incidir en este fenómeno de una manera más general. Algo así como una búsqueda de hacer pedagogía contra el odio.

El tema de las redes sociales requiere estar preparados y hacer un uso responsable, y para eso debe contribuir la población en general. Las empresas vinculadas a la tecnología y la comunicación, las familias, las escuelas y las instituciones culturales deben educar desde temprano en la cultura del respeto, de la buena convivencia y la aceptación del otro con sus diferencias como elementos claves de prevención. También es fundamental que existan marcos regulatorios que garanticen el pleno goce de derechos en todos los ámbitos, incluidas las redes sociales, que respalden por un lado la libre opinión y por otro detener las difamaciones. Esto del ciberacoso sólo se puede resolver en clave comunitaria. No hay manera de hacer que el uso de las redes sociales sea bueno viendo algo puntual, hay que ampliar la mirada. Sí puede ser positivo ejemplificar con casos para visibilizar, pero hay que trascender el ejemplo y ver qué podemos hacer.

¿Te comunicás con las personas antes de denunciarlas?

Siempre trato de dialogar antes de presentar una denuncia porque es fuerte hacerlo aunque corresponda. Con algunas personas es más fácil el diálogo, con otras es más difícil y a veces uno, cansado del acoso, no está tan de buen humor. Para mí la mejor forma de reparar esto es eliminar un comentario y poner unas disculpas que esclarezcan la información. Con mucha gente con la que hablé tuve la oportunidad de decirles esto, que pudieran hacer una reflexión y decidieran disculparse públicamente y reparar un poco lo que habían roto, más allá de que el daño estaba hecho. En ese sentido hubo gente que se disculpó públicamente como decisión personal. En otros casos, en los que era más complicado dialogar, se presentó denuncia con mi abogada en Delitos Informáticos, donde las personas son ubicadas y citadas a declarar. Hay un llamado de atención que por lo menos genera un cambio de mirada, y fue importante que la Policía diera respuestas, porque si no, queda en la nebulosa de “da lo mismo que denuncies o no”, y no da lo mismo.

¿Qué opinás sobre la denominada “cultura de la cancelación”?

Es una línea delgada. En primer lugar, es una respuesta a situaciones que no han podido ser canalizadas por la vía judicial, que merecen ser atendidas de alguna manera, que en general están relacionadas con la vulnerabilidad de derechos y asociadas a romper con lo que ya está instituido, o a lo patriarcal. Entonces la cultura de la cancelación es la forma de romper con eso de manera colectiva y buscando una visibilidad tajante. Nos haría muy bien que pudiera haber otra vía de solución y que incluyera el diálogo, pero es muy difícil encontrarla.