En un extremo de la rambla de la ciudad de Mercedes, muy cerca del puente Liber Seregni, frente al club Ayuí, está el Espacio Memoria, que homenajea a los diez detenidos desaparecidos sorianenses. Este 6 de diciembre se cumplieron ocho años de la inauguración de este espacio abierto y parquizado, cedido por la intendencia a la Comisión Memoria, Justicia y contra la impunidad de Soriano, que es cada vez más utilizado por la comunidad mercedaria para encontrarse a disfrutar del río Hum y recordar sobre lo que nos pasó hace medio siglo, que duele todavía.

Para conmemorar este nuevo aniversario y los 52 años del asesinato del estudiante Joaquín Klüver, la comisión (compuesta por militantes de derechos humanos, docentes, sindicalistas, trabajadoras sociales, exiliados y ex presas y presos políticos) organizó el viernes una charla entre integrantes del Grupo de Investigación en Antropología Forense (GIAF, de Uruguay) y el Colectivo de Arqueología, Memoria e Identidad de Tucumán (Camit, de Argentina). Durante dos horas, los expertos compartieron en la Casa de la Cultura sus metodologías de trabajo, ante la falta de acceso a la información oficial para la búsqueda de detenidos desaparecidos y las dificultades para sostener estos proyectos en 20 años de existencia, según las instituciones de las que dependen. En la mañana del sábado 7 todos se reencontraron en el Espacio Memoria para seguir conversando y matear un rato.

Néstor Cacho Gurruchaga era militante del Partido Comunista Revolucionario, compañero de Ricardo Blanco Valiente. Estuvo exiliado en Argentina y Holanda, fue vecino de Luisa Cuesta en Mercedes y en Europa, y es uno de los fundadores de la Comisión Memoria. En diálogo con la diaria, recuerda que el diseño que ganó el concurso para armar este espacio se llamó Proyecto Ingá, que es el nombre de los árboles nativos plantados acá, “típicos del río Uruguay y sus islas”. Un amigo de Villa Soriano, muy del río, le explicó un día, mientras pescaban, que las aves o las corrientes suben las semillas: “Era un árbol casi en extinción, que está volviendo a aparecer”.

Cuando colocaron piedra sobre piedra, contenida entre alambres y musgos, tenían claro que no querían un memorial, en el sentido frío, magnánimo, monumental, sino un espacio de memoria, abierto y vivo.

El parque tiene bancos de cemento, cada uno con una baldosa que lleva el nombre de un desaparecido del departamento de Soriano. Los bancos tienen una inclinación que alguna niña ha criticado diciendo “quedó linda la plaza, pero los toboganes son muy chicos”. La baldosa que lleva el nombre de Luján Sosa Valdés apenas puede leerse tras ser vandalizada. Las letras rasgadas invitan a preguntarse doblemente quién es/era.

Actualmente, estudiantes de la Facultad de Artes de la Universidad de la República están diseñando nuevas baldosas para cambiarlas. Ruy Zurita, arqueólogo forense que preside el Camit y participó en la charla y en la visita al Espacio Memoria, sugirió que no saquen las baldosas que ya están, sino que coloquen las nuevas al lado para que quede la marca de lo que ya hay, el recuerdo de la herida, la pregunta de quién lo hizo y –sobre todo– por qué lo hizo. Así podría construirse un palimpsesto de memorias, algo parecido a lo que él encontró junto a sus compañeros hace más de 20 años en el centro clandestino de detención (CCD) Pozo de Vargas, cuando dieron con esta vieja fosa en una finca de Tafí Viejo, utilizada en el siglo XIX para proveer de agua a las locomotoras a vapor y que se volvió, entre 1975 y 1978, una de las inhumaciones clandestinas más grandes de la dictadura argentina. En el Pozo de Vargas fueron arrojados unos 149 detenidos desaparecidos, entre los que podría haber uruguayos.

Néstor _Cacho_ Gurruchaga, integrante de la Comisión Memoria, Justicia y contra la Impunidad de Soriano.

Néstor Cacho Gurruchaga, integrante de la Comisión Memoria, Justicia y contra la Impunidad de Soriano.

Foto: Azul Cordo

En uno de los bancos de cemento está sentada Dinar Guigou. Tiene la mirada apenas perdida en un recuerdo de 52 años atrás, aquel jueves 7 de diciembre, cuando prendió la radio a las 6.00 para empezar a coser, como todas las mañanas. A las 7.00 supo que su amigo Joaquín Klüver había muerto; el informativo de Monte Carlo, que pasaba los avisos del Comando, lo nombró como “un sedicioso”. Al año y medio Dinar se fue a estudiar a Montevideo y tres años después a Piriápolis. Estuvo internada seis meses en la Colonia Etchepare después de pegarle a un policía en la calle. Recibió seis electroshock con cura de sueño. “Despertaba con un cigarrillo y hablaba con el psiquiatra. No me acordaba nada de lo último que había pasado, pero la memoria no la dejé de recuperar, gracias a Dios”, dice. Tuvo ocho hijos que son “lo mejor de la vida”; los crio limpiando casas en el este y nunca hizo mucho hincapié sobre lo que vivió. A pesar de no contar mucho sobre su militancia, la mayoría de sus hijos tienen alguna militancia gremial o partidaria.

Mientras Cacho y Pedro Ortiz siguen en otro rincón mateando con el equipo del GIAF y le cuentan a Alicia Lusiardo algunas historias que vivieron con Ricardo Blanco, Pascual Carozzo abraza a su perrita Bella y recuerda cuando estudiaba Educación Física en Montevideo. Recuerda a su compañero Eduardo Chizzola “cuando bajaba del ómnibus en el Obelisco y caminaba hasta el ISEF”. Chizzola fue asesinado y desaparecido en Buenos Aires en 1976, enterrado como NN, identificado en 2001.

“Con el golpe del 73 fue un desparramo de gente –dice Carozzo sobre la dispersión de sus compañeros de estudio y militancia–. Cuando volví a Mercedes estaban muertos, presos o en el exterior”. Pascual dio clases y fue destituido. En Remeros les enseñó a nadar a 10.000 personas y se dedicó al atletismo. Es habitué del Club de Pesca Ayuí. Viene dos o tres veces por semana, deja a la perra en este espacio, cruza al club y al rato vuelve y aprovecha a sacar algunos yuyos para mantener prolijo el lugar.

El mantenimiento también lo hacen funcionarios de la Intendencia de Soriano. Pero para que fuera colectivo y la comunidad se apropiara del espacio, fueron construyendo la obra con jornadas dedicadas a cada desaparecido, invitando a sus familiares, amigos y compañeros de militancia y de trabajo. Unos días antes de la anunciada Jornada por Ricardo Blanco, apareció un hombre en bicicleta. Era Pedro Ortiz, trabajador de UTE. Le dijo a uno que estaba colocando piedras si él podía participar. Desde entonces no se fue y se encargó hasta febrero de este año de podar cada cerco.

Cada centímetro es una escena del crimen

Durante la charla, el GIAF brindó una detallada explicación de cada paso que conforma su trabajo cotidiano: desde cómo identifican posibles lugares de enterramientos clandestinos, siendo que la información oficial al respecto sigue siendo “escasa y vaga”, pasando por los infinitos cruces con archivos familiares, de prensa, fichas y entrevistas, hasta cómo arman una cuadrícula, cómo prestan atención a lo que pasa con el suelo cada vez que la retroexcavadora levanta la pala y por qué hay que tratar la zona del hallazgo de restos óseos como una escena del crimen. Cómo se arma la cadena de custodia en cajas de colores; llegar al laboratorio y pasar por rayos X todo lo que viene del campo, marcar en una ficha de inventario óseo cuáles de los 206 huesos que tenemos fueron hallados y hacer los análisis de laboratorio para comprobar la hipótesis de identidad que se pudo desarrollar.

“Identificar es un proceso de múltiples comparaciones”, explica Lusiardo. Cuando el resultado dé 99,9% de certeza, empieza la restitución de los restos: la comunicación con los familiares, la decisión de cómo querrán acercarse a esos huesos (a solas, acompañados, minutos, horas).

Judith Jaitou y Dinar Guigou, integrantes de la Comisión Memoria, Justicia y contra la Impunidad de Soriano

Judith Jaitou y Dinar Guigou, integrantes de la Comisión Memoria, Justicia y contra la Impunidad de Soriano

Foto: Azul Cordo

Desde el público, un señor pregunta cómo se sienten cuando pasan días o semanas sin encontrar a nadie y qué les pasa cuando encuentran. Rápidamente Alicia recuerda que, antes de Eduardo Bleier, habían pasado siete años desde el último hallazgo. Su colega Florencia Díaz dijo que “es difícil porque es la tristeza por saber lo que le pasó a esa persona (una muerte violenta, seguro). Y después, obviamente, te atraviesa la felicidad, porque nosotros todos los días vamos al campo, estamos siete u ocho horas ahí, con lluvia, frío, sol, calor. En mi caso, que estuve en los hallazgos de Bleier, [Amelia] Sanjurjo y [Luis Eduardo] Arigón, soy de las que lloran. Compartís la emoción con los compañeros y después la dejás de lado para seguir con el trabajo”.

Natalia Azziz, que, excepto los dos primeros, presenció el resto de los hallazgos, dice que va procesando distinto la situación. Pero ante cada uno “decimos: ‘Te encontramos. Te vas con nosotros’. Es una sensación de paz decir ‘acá está’, y vamos a seguir buscando”.

El arqueólogo forense tucumano Ruy Zurita contó las particularidades del Pozo de Vargas, descubierto a partir de los relatos orales de vecinos que mencionaban ciertos movimientos en el campo de los Vargas. Cuando encontraron el pozo, en abril de 2002, estaba cubierto con limoneros. Los arqueólogos demoraron un par de años en destapar esa fosa común –de la que han sacado casi 40.000 restos óseos de 149 personas. Atravesaron tres napas sacando escombros, cal, chapitas de refrescos, botellas de químicos. Colocaron sogas y un ascensor. Bajaron a las profundidades para encontrarse con militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo-Partido Revolucionario de los Trabajadores y Montoneros, con el vicegobernador Dardo Molina, secuestrado el 15 de diciembre de 1976, con trabajadores azucareros de la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera.

“El pozo es profundamente político”, dice Zurita, que recuerda cuando asumió Domingo Bussi como gobernador de facto, en diciembre de 1975, y remarcó que no le habían dejado “nada por hacer”, ante las desapariciones masivas de militantes. Es que Tucumán fue un “laboratorio” del modelo represivo que traería la dictadura argentina desde marzo de 1976, con secuestros, torturas, creación de CCD y desapariciones desde 1974. Con planificaciones como el Operativo Independencia en 1975 y el Operativo Independencia II desde 1976. Tras aniquilar y desmembrar las militancias armadas, fueron por la persecución de gremialistas, mediante listas presentadas por el empresariado de los ingenios azucareros a los represores y sus patotas. De los 149 hallazgos, “encontramos 26 personas del mundo azucarero y diez del mundo ferroviario”.

El agua y la humedad conservaron muy bien las miles de piezas que fueron personas. “El agua protegió los huesos y la ropa”, dice Ruy sobre este lugar donde “cada centímetro era una escena del crimen”. Por cada desaparecido encontrado, han plantado un árbol en el predio. Como hizo Josefina, la hija de Dardo Molina, que en 2014, una semana después de saber que habían identificado a su padre, plantó un lapacho y puso unos cencerros como llamadores, “para que sean más los que se vayan identificando”.

En el equipo han diversificado tareas según las pasiones que cada integrante ha desarrollado en estos años de búsqueda. Una búsqueda a contracorriente de decisiones políticas que los privaron de recursos materiales, que repercutieron en la continuidad de los recursos humanos, que desfinanciaron al equipo llegando a no pagarles durante dos años, cobrando actualmente la mitad del salario que solían percibir como peritos judiciales, tarea para la que facturan como monotributistas al Consejo de la Magistratura de la Justicia nacional. Entonces, uno se ha dedicado a leer mapas para ubicar CCD, otro a reconstruir las historias de los aparecidos a partir de las prendas (blusas estiradas por un posible embarazo y cortes de objetos punzantes en la tela), y otro a dar visitas guiadas en el sitio... o todo eso junto.

Antropólogos y arqueólogos forenses hacen a diario aquello que alguna vez Alicia Lusiardo llamó “el relato inverso”: reconstruyen cómo llegó ahí ese desaparecido para devolverle el nombre, que es devolver su historia para inscribirla en la memoria colectiva.