Una radio de las de antes, con música de una FM, ambienta la sala de espera de la policlínica Manuel Liberoff y da una tónica calma, descontracturada, al variado público compuesto por bebés, niños, jóvenes, adultos y ancianos. El espacio no es muy grande, pero es cálido y ofrece asientos para todos. De afuera, la policlínica también tiene su armonía: un mural homenajea a Manuel Liberoff, médico que atendía a los más humildes de la zona y que desapareció en 1976, luego de haber huido de la dictadura uruguaya. El compromiso de aquel médico sigue siendo venerado por los vecinos y también por los que trabajan hoy en la policlínica, que tratan de solucionar los problemas de quienes acuden y de promover intercambios que deriven en acciones saludables.

La policlínica fue creada en 1993, con el impulso de la comunidad. Está ubicada en la esquina de Carlos Prando y José de Freitas, en el barrio montevideano Malvín Norte; es pública, depende de la Red de Atención Primaria de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE).

Julio Laborde, especialista en medicina familiar y comunitaria, dirige la policlínica y es, también, el único doctor; trabaja allí desde 2006. Está capacitado para atender a personas de todas las edades, lo que le permite, en muchos casos, atender al núcleo familiar, e identificar y abordar problemáticas en ese nivel.

El centro tiene activas 260 historias clínicas familiares, lo que corresponde a unos 600 usuarios. Laborde cuenta que se ha intentado que la policlínica tenga la mayor capacidad de resolución posible. Hoy cuenta con una auxiliar de enfermería que va todos los días –al comienzo no había, luego fue un día, después dos, hasta que se logró la carga horaria completa–, y desde fines de 2017 concurren una vez al mes una trabajadora social y una nutricionista. Con los años, la policlínica logró también tener un conserje, que orienta a los usuarios en la sala de espera, y una auxiliar de limpieza. La mayor resolutividad se ha logrado gracias a la coordinación de estudios y consultas con especialistas que hace la enfermería, y que evita las largas colas a las seis de la mañana que antes debían hacer los vecinos en centro de salud La Cruz de Carrasco, que es un centro de primer nivel, pero tiene mayor complejidad que la policlínica Liberoff. Al salir de la policlínica, el paciente se va sabiendo cuándo tendrá la consulta con el especialista o cuándo irá a hacerse el estudio, y si no se le puede decir en el momento, lo llaman después.

Tanto Laborde como Jhoana de León, la enfermera, resaltan la ventaja de atenderse en una policlínica. “Si uno tiene que ir al ámbito hospitalario todo se diluye más, hay más gente; acá, en cambio, la enfermera y yo conocemos a los pacientes, es otro trato”, consideró Laborde. Además de hacer control de presión, talla y peso a los niños, así como hemoglucotest y curaciones, la enfermera conversa con los usuarios y los orienta, y le transmite información al médico. Ambos conocen a los pacientes y los llaman por su nombre.

Integrados

Además de la consulta en policlínica, que abarca también visitas domiciliarias a personas que no pueden trasladarse y a recién nacidos, el equipo de salud desarrolla talleres y redes comunitarias. “La salud la entendemos desde la disciplina y desde el Sistema Nacional Integrado de Salud como algo más amplio, no es solamente ver si la persona está enferma o no. Llegar a la enfermedad es un camino que empieza desde los factores de riesgo, circunstancias que pueden ir de a poco deteriorando la salud de la persona, no sólo desde el punto de vista físico, sino también desde el punto de vista psicológico, afectivo, social, familiar”, explicó Laborde.

Es así que funciona un grupo de mujeres que “aborda temas de salud de las mujeres desde una perspectiva de derechos y de promover la autoestima y el crecimiento personal”, resumió Laborde, y otro de obesos, diabéticos e hipertensos. La policlínica integra, también, la Red de Adultos Mayores de Malvín Norte y la Cruz de Carrasco –conformada por centros de ASSE, de la Intendencia de Montevideo y del Casmu–, que desarrolla talleres e instancias de actividad física. “La idea es promover la participación de la gente en esos grupos, que se mantenga activa, que se integre, que no esté aislada, sobre todo adultos mayores que quedan viudos; se trata de promover salud y de prevenir”, expresó Laborde.

Bien informados

Es miércoles de mañana y una neblina cerrada anuncia la llegada del frío. Son las 9.30 de la mañana y el barrio recién parece estar despertándose cuando algunos vecinos llegan al club La Virgen, que está pegado a la policlínica y que es donde se reúne, cada 15 días el grupo de obesos, diabéticos e hipertensos denominado ODH, en la jerga de técnicos y usuarios. Algunos habían cumplido con la consigna de dar vueltas a la manzana antes de entrar, para sumar, de a poco, actividad física; otros se habían salteado ese paso y los compañeros, cual tirón de oreja, se lo reprochaban al pasar una lista invisible. Todos se conocen, se saludan con un beso. Son usuarios de la policlínica Manuel Liberoff, pero también, y en su gran mayoría, del Casmu. Allí también la conexión es trazada por Laborde, que trabaja en los dos centros de salud. El taller lo da una nutricionista del Casmu, acompañada por Laborde, De León y una licenciada en Enfermería, también del Casmu. La instancia estuvo orientada a la alimentación saludable y a cómo, sin pasar hambre, se puede cumplir con los tratamientos. En el abc está el disfrute de la comida, optar por alimentos naturales y comida casera, y hacer dos horas y media de ejercicio a la semana. La nutricionista dio pequeños consejos, entre ellos: hacer las cuatro comidas diarias, preferir el agua (saborizada con hojas de menta, pepino, naranja, limón o jengibre) sobre las gaseosas, comer muchos cítricos en esta época para evitar resfríos, comer pescado, hacer los guisos rehogados en agua en lugar de usar aceite, o evitar pasar más de una hora de corrido sentado, para lo que recomendó pararse y caminar de cinco a diez minutos por hora. Les pidió, también, que sean “críticos” con los mensajes publicitarios y que eviten los ultraprocesados. Se propuso una dinámica grupal en la que los 15 asistentes armaron la rueda de alimentos, que propone el equilibrio alimenticio. “¿Cómo les fue con la rueda?”, preguntó la nutricionista. “Y, faltaron los churros”, dijo uno de los participantes. Entre risas, piques y reflexiones, pasó una hora y media. Para la próxima reunión, llevarán plantines de aromáticas para compartir, y recetas saludables.

Al finalizar el taller, Carlos, uno de los vecinos, comentó en diálogo con la diaria: “Venimos porque nos nutrimos de una cantidad de conceptos que de repente los tenemos desvirtuados y que acá nos los aclaran”. “Tenemos que disciplinarnos para poder orientarnos en el prevenir”, dijo. También, destacó la oportunidad de confraternizar e intercambiar opiniones. “Yo soy de campaña, esto es la parte más civilizada de lo que solía ocurrir en los locales feria donde, contra un alambrado, tres o cuatro paisanos intercambiaban opiniones acerca de las enfermedades que tenían y los medicamentos que tomaban; entonces, como a uno un medicamento le despistaba un dolor; el otro lo tomaba para otro; no importaba de qué se trataba, de repente era una cosa distinta. Acá somos más disciplinados, y como tenemos asistencia técnica, porque tenemos a los profesionales, ese riesgo no lo corremos y salimos bien informados”, detalló. Luis, otro de los usuarios, comentó que el grupo ayuda a cumplir con el autocuidado. “Cuesta menos viniendo a este grupo”, dijo, y agregó que ayuda a tomar conciencia y a conocer más, “porque en una cita médica no aprendemos, ir al médico sólo cada vez que uno está enfermo, no sirve; el tema de venir a estos grupos es que justamente uno tiene la información y toma conciencia del estado de uno”, remarcó.

Desde abajo

La policlínica estuvo de reformas en 2017, cuando se amplió la sala de espera, se construyó un consultorio y se hizo el baño a nuevo. La obra contó con fondos donados por los hijos de Manuel Liberoff –Jenny, Liliana y Benjamín (subsecretario de Turismo)– y con aportes de ASSE.

La comisión de vecinos financió la mano de obra del cielo raso de uno de los consultorios y el cerramiento de la entrada. Esas inversiones se llevaron lo que habían ahorrado durante un buen tiempo con la venta de rifas, entonces se pusieron en campaña para implementar otras vías de ingreso. Se les ocurrió vender tortas fritas; la primera vez fue en febrero, acompañando un espectáculo carnavalesco barrial, y ahora están todos los miércoles y jueves de tarde, enfrente a la policlínica. Mirta López hace la masa; ella y Rosario las estiran, y junto con Lydia López, las venden. Las tres mujeres, junto con Walter Castaño, integran la comisión de vecinos que trabaja con Laborde en la mejora de la policlínica.

La ampliación fue un gran paso para los vecinos: hacía cinco años que trabajaban para que se concretara la obra, y para eso tuvieron que acudir a la Alcaldía, la IM, la Junta Departamental (el terreno es municipal), las oficinas de ASSE y el Ministerio de Salud Pública. Siguieron los expedientes e insistieron acá y allá.

Ahora están juntando plata para hacer la vereda, porque en el invierno la entrada se convierte en un barrial. Entre lo que falta, mencionaron que les gustaría que haya otro médico –o médica– que pueda cubrir el horario matutino (Laborde atiende de tarde), y que cada 15 días pueda ir un oculista y un reumatólogo, especialidades para las que les cuesta conseguir hora en el centro de La Cruz de Carrasco. También está la necesidad de contar con un psicólogo.

Las tortas fritas no son de lo más saludable y los vecinos lo saben, pero, según dicen, es para comer una, no muchas. Las venden a 15 pesos la unidad, y de a poco iba cayendo gente a comprar; una señora salió de la sala de espera y les encargó dos, dijo que las retiraba al salir de la consulta, se las comería al día siguiente con el desayuno si se aguantaba de no hacerlo en la merienda, reconoció.

La tarea de los vecinos es totalmente honoraria. Lydia es usuaria de ASSE a través del Fondo Nacional de Salud (Fonasa). Contó que un tiempo en que no tuvo trabajo en la policlínica la atendieron muy bien, y luego, cuando volvió a tener cobertura de salud, optó por ASSE. “Dije ‘no me voy a cambiar, porque si cuando yo los precisé ellos estaban, que el aporte mío vaya para ASSE’”. Rosario ahora se atiende en una mutualista, y sin embargo estaba allí, fritando tortas. “Fue mi policlínica, vivo a dos cuadras, atendieron a mis hijos cuando eran chicos; la quiero muchísimo a esta policlínica”, expresó.

“Aunque muchos de nosotros pagamos el Fonasa, no pagamos medicamentos ni los análisis, todo eso influye en lo que es nuestro ingreso, porque no podríamos pagarlo. Trabajar en la comisión es dar, por lo menos, una mano, y apoyarnos a nosotros mismos, que somos los que nos atendemos acá”, agregó Lydia.

Los cuatro referentes destacaron el trato de los integrantes del equipo de salud, y lo principal es que saben escuchar, valoraron. “Todo el personal que ha venido es espectacular. Son una especie de amigos”, dijo Walter.

Como mensaje final, los vecinos desearon que su experiencia sirva como ejemplo para otras policlínicas barriales, para “que los usuarios no se queden sólo con lo que tienen o sólo esperen de los demás. Poner un poquito de uno también, es el bienestar de uno”.