La posición de los médicos respecto de las vacunas –o de algunas vacunas– no es homogénea, y la polémica se manifestó recientemente en un grupo de Whatsapp que involucraba el ámbito académico y gremial. Por eso, el martes 21 la Agrupación Fosalba del Sindicato Médico del Uruguay dio una charla titulada “Vacunas: ¿un debate cerrado?”, en la que participaron cinco médicos: Noelia Speranza, Carlos Zunino, Victoria Frantchez, Eduardo Regueira y Clara Niz.

Speranza es pediatra, docente de la Cátedra de Farmacología de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República, y forma parte del Programa Nacional de Vacunaciones del Ministerio de Salud Pública (MSP). Destacó la importancia de este programa, gratuito y universal, que surgió en 1982 con ocho vacunas y ahora reúne 15. Speranza remarcó que junto con el acceso al agua potable, la vacunación es “una de las estrategias primarias de prevención de enfermedades en nuestro país”. Afirmó que las vacunas son “herramientas muy probadas, con bajos riesgos y altos beneficios”. Según Speranza, estas 15 vacunas han tenido un impacto positivo “en la lucha contra enfermedades mortales tales como la neumonia, la hepatitis, la varicela y la rubeola”. En este sentido, introdujo el concepto de solidaridad comunitaria, que se basa en el “efecto rebaño”, a partir del cual las personas “no sólo se cuidan a sí mismas sino que también cuidan a las otras”. Resaltó las altas tasas de vacunación a nivel nacional, que “en promedio alcanzan a 95% de la población y posicionan a Uruguay como país líder en la materia en América Latina”.

La mesa de profesionales se mostró de acuerdo en que es central el rol de los trabajadores de la salud en la vacunación, y destacaron la importancia de vacunarse ellos mismos, para protegerse a sí mismos, a su familia y a los pacientes. “Hay una responsabilidad ética en hacerlo”, expresó Speranza, y dijo que si un profesional duda sobre la eficacia de una vacuna –de la gripe, por ejemplo– no debe transmitirle sus problemas al paciente, “sino decirle lo que la evidencia nos demuestra”. En ese sentido, remarcó que las vacunas son, por excelencia, un medicamento de “gran balance” de riesgo-beneficio, porque se usan “en millones de personas, y personas sanas”. Agregó que desde 2010 el sistema nacional de farmacovigilancia uruguayo hace vigilancia pasiva de los efectos adversos por vacunación y que Uruguay cuenta con una Comisión Nacional Asesora en Vacunaciones que es de las más antiguas de América Latina. Dijo que las dosis que llegan al país son precalificadas por la Organización Mundial de la Salud y que actualmente el MSP publica en su sitio web la información sobre los efectos adversos por vacunación, así como el acceso a los prospectos, algo que fue solicitado por varios actores, dijo.

El hecho de desconfiar de los beneficios de algo es denominado “vacilación”, y ese fue el móvil de la charla. El panel coincidió en que la vacilación sobre las vacunas va más allá de esas sustancias: “Interpela a todo el sistema de salud, va en contra de la confianza de todo el sistema, interpela la transparencia de las instituciones, la calidad de las vacunas que administramos, cuáles son los contralores y seguimientos que se hacen después de que se administra la vacuna”, remarcó Speranza. Afirmó que se está ante un nuevo escenario que “diez años atrás no existía”, y que pone en cuestión las recomendaciones médicas, porque se entiende que lo indicado “no siempre es lo mejor para uno y su familia”. “Seguimos siendo una muy buena fuente de información”, afirmó Speranza, aunque reconoció que hace años los médicos “gozaban de una confianza que hoy no es tal”. Sostuvo que la vacilación “no se puede ocultar, sino que es una nueva realidad”, y que en lugar de decirle al paciente que está equivocado, “hay que ver cómo se construye algo nuevo en base a esta nueva realidad”. Pidió evitar la descalificación del que piensa distinto”. Hizo énfasis en que hay que “reconocer, validar y habilitar la duda”, pero en determinados ámbitos. “No podemos hacer un traslado salvaje, bruto, de la discusión a la población que es la vulnerable, que es la que no puede tener dos campanas muy dicotómicas”, expresó, remarcando que las personas no puede quedar “rehenes” de esa situación. Para eso, propuso que haya “debates a la interna para poder homogeneizar un discurso que no sea dogmático, que sea cuestionador, que hable de la evidencia disponible, que diga que por ahora lo que sabemos”. Dijo que la Comisión Asesora de Vacunaciones y el grupo interdisciplinario que se formó en 2018 para trabajar la validación son ámbitos propicios para la discusión. Este equipo “se aleja de la dicotomía de buenos y malos”, y rechaza la posibilidad de que el problema de la vacilación se pueda solucionar por la vía judicial.

Lo individual y lo colectivo

Carlos Zunino hizo hincapié en que la autonomía, la beneficencia, la no maleficencia y la justicia son pilares de la bioética, enfoque que propuso para abordar la problemática de la vacilación. “Se trata de una cuestión de libertad individual contrapuesta a un bien común”, dijo, contraponiendo el derecho de la persona a no vacunarse y el derecho de todas las personas a no tener infecciones prevenibles por vacunas.

Puntualizó que el Estado intenta saldar el conflicto entre la libertad individual y colectiva con la definición de políticas públicas en base a lo que es aceptado por la sociedad y al principio de precaución. Para eso, define aceptar algunos riesgos y no otros, en base a los “objetivos socialmente aceptados y compartidos por la mayoría”. Agregó que muchos autores plantean que hay principios de la bioética, como el de la solidaridad y la responsabilidad, que “no son suficientes” para saldar esta discusión, por lo que hay que “tratar de proteger a las personas más vulnerables” y que para eso “surgen los programas de salud”. Catalogó a esa postura de los Estados como “paternalista”, pero dijo que en una relación clínica, en el consultorio, el vínculo con el paciente “pasa de ser paternalista a una relación más democratizadora, en la que los valores de la otra persona son tan importantes como los del profesional de la salud, y juntos debemos tratar de elaborar una nueva estrategia”. Habrá “un núcleo duro” que preferirá vacunarse, dijeron los profesionales, que se inclinaron por concentrar los esfuerzos en quienes habiliten la construcción de esa nueva estrategia.

Frantchez resaltó que la vacilación no sólo compete a los pediatras, sino también a los médicos de adultos. Expresó que a la hora de inculcar las vacunas los profesionales de la salud tienen la “obligación de repensarse en su práctica cotidiana”, ya que “crean cultura y conciencia de por qué es bueno hacerlo y que eso se transmita de padres a hijos”. “Tenemos que pensar qué hemos hecho nosotros como médicos para que esto pase, cuántas personas vemos en el consultorio que tienen indicación de SRP [dosis contra el sarampión, rubeola y paperas] y la tenían desde antes de 2010. ¿Qué hicimos los médicos de adultos para que antes no pasara? Más allá de estar enojados con los antivacunas tenemos que poner el foco en qué hacemos en la práctica diaria para que esto no pase y tratar de comunicar con argumentos por qué es importante la vacunación”, sugirió.

Autocrítica

Como médica de familia, Niz expresó que la vacilación es “un problema de todos los días” y destacó la importancia de la difusión del tema. Todos los profesionales concordaron en que hay que “desmitificar la vacilación” y brindar información “lo más veraz posible”, ya que los usuarios son “muy diversos, por lo que hay que atender sus dudas, cuestionamientos y crisis de confianza”. Insistió en que los médicos deben “cuidar la confianza de la que gozamos, porque es desde allí que podemos hacer las recomendaciones que hacemos”.

Niz deslizó una crítica a sus colegas, cuando han acusado a algunos médicos: “Si uno no recomienda sistemáticamente todas las vacunas que salen, ‘sos un antivacunas’, y eso no entendemos que sea así. Validar la duda y respetar la autonomía de las personas, reconocer la variedad que hay no es ser antivacunas”, reafirmó, y pidió concentrarse en todos los desafíos que se tienen en la atención clínica. Hizo un llamado “al cuidado, al respecto, validar todas las interpelaciones que por algo están”, y sugirió construir en el consultorio “un lugar de confianza para aclarar todas esas dudas”.

Regueira dijo que hay que “apuntalar la relación médico-paciente”, a la que se refirió como “la raíz del árbol”. “Si viene un padre con su hijo a una consulta y se va con dudas, es culpa mía”, aseveró. “Soy partidario de que hay que bajar las armas pero no los brazos”, ya que la dualidad de información “no es negociable”, concluyó.