Mario Godino, especialista en medicina intensiva, aseguró que la violencia o el comportamiento inapropiado –aquel que genera que trabajadores o pacientes salgan dañados de su experiencia en el sistema sanitario– “se arraiga” al sistema sanitario. ¿Por qué sucede esto?, se preguntó en la actividad “La violencia en el ámbito de la salud”, organizada el jueves por el Grupo de Salud Mental de la Academia Nacional de Medicina. “Porque tenemos trabajadores faltos de herramientas en un sistema complejo al que le falta visión sistémica, rediseño del trabajo y resiliencia, en una organización habitualmente con inmadurez cultural y ausencia de cultura justa”, respondió. Pese a esto, sostuvo que “es posible” que el sistema sanitario dañe menos a los trabajadores y los pacientes.

Según Godino, sufrir daño físico o emocional, la tolerancia al comportamiento irrespetuoso, el trabajo fútil, la falta de trabajo en equipo y la falta de reconocimiento hacen perder a los trabajadores de la salud el significado del trabajo. Teniendo en cuenta esto, consideró fundamental pensar en un rediseño del sistema basado en el factor humano, aplicando una visión sistémica, que genere “una comprensión de que los comportamientos son importantes y que las personas necesitan habilidades”, justificó.

El médico explicó que los trabajadores de la salud están inmersos en un sistema adaptativo complejo que se caracteriza por un ambiente de alta demanda, donde trabajan equipos multidisciplinarios, existe un alto nivel tecnológico y, además, el agotamiento del personal es un hecho. Para enfrentarse a esto, es necesario que cuenten con habilidades clave no técnicas, opinó, e incluyó dentro de este grupo las siguientes: conciencia situacional, toma de decisiones, comunicación, trabajo en equipo, liderazgo, manejo del estrés y percepción de la fatiga. “Si tenemos un entorno que no va a cambiar o que va a tener siempre un suceso estresante, tenemos que rediseñarlo para hacerlo más amigable. Y al individuo preparémoslo en habilidades no técnicas para saber desenvolverse en ese sistema”, subrayó.

El especialista indicó que los trabajadores de la salud navegan en un “mar de incertidumbre”, en el que tratan de mantenerse más cerca “de la costa de la certeza” y de las buenas prácticas y de alejarse de “la costa de la vulnerabilidad”. Los motores que tienen para alejarse, añadió, han sido el desarrollo de buenas prácticas, la implementación de protocolos y las reglamentaciones administrativas. Pero todo esto, este personal se enfrenta en la práctica diaria a una cantidad de situaciones vinculadas a los comportamientos disruptivos (inapropiados o no profesionales), entendidos como cualquier conducta que interfiera con el cuidado del paciente o que socave la capacidad de los demás para brindar ese cuidado. “Los comportamientos disruptivos son constatables y se convierten en un problema real de gestión”, sostuvo. Para Godino, catalogar claramente a estos comportamientos como no profesionales es una estrategia clave para su prevención. Asimismo, subrayó que los trabajadores que no reciben la protección, el respeto y el apoyo que necesitan tienen más posibilidades de cometer errores, no seguir prácticas seguras y no trabajar bien en equipo.

“Estos comportamientos inapropiados y poco profesionales tienen un fuerte impacto negativo sobre la cultura de trabajo y seguridad de la institución, y deteriora el ambiente laboral, el liderazgo de las jefaturas y los mandos medios”, añadió. Además, recalcó que es un problema que afecta a todo el sistema de salud y que, por lo tanto, “enfrenta a los gestores al desafío de generar una política que se aplique por igual a médicos y a otros integrantes del equipo asistencial”. En general, las intervenciones en este tipo de situaciones son tardías. A su vez, se toman distintas medidas según la jerarquía del funcionario, lo que genera “ausencia de una cultura justa”, manifestó.

Consultado sobre este punto, Godino puntualizó a la diaria que en estos comportamientos disruptivos se observa la dificultad que les genera a gestores, administradores y gerentes a cargo de instituciones administrar y gestionar este tipo de conductas. Según el especialista, esta dificultad reconoce dos situaciones. Por un lado, la disrupción sistémica, que es cuando las propias organizaciones sanitarias desarrollan procesos que en sí mismos generan disrupción. “En general porque son mal diseñados o diseñados sin tener en cuenta a las personas que participan en ellos, ya sean trabajadores o pacientes”, comentó. Por otro lado, muchas veces por desconocimiento y por falta de definiciones estratégicas no se encara la gestión de estas situaciones, sea a nivel grupal o individual, y esto genera una cultura de la tolerancia (mirar para el otro lado) muy perjudicial para la cultura de trabajo y seguridad tanto para el paciente como para el trabajador, recalcó.

En esta misma línea, el médico aseguró que “sigue costando dar mensajes claros desde los equipos de gestión referentes a la necesidad de establecer el patrón de conducta esperado por parte de todos los integrantes de la organización”, incluyendo a mandos medios y cargos gerenciales. “Cuesta definirlo y cuesta tomar medidas después, cuando ese patrón es alterado”, opinó.

Números

Humberto Correa, especialista en medicina interna, medicina pulmonar y medicina intensiva, presentó durante la actividad los resultados de una reciente prueba piloto en la que fueron encuestados de forma anónima 26 estudiantes de Medicina de la Universidad Claeh sobre la violencia en la salud. “Esto es una introducción a estudios mayores”, adelantó el académico. En este estudio, 88% de los estudiantes dijo haber atestiguado violencia en los ambientes asistenciales y asistenciales educativos, mientras que 69% respondió que había observado algún episodio de este tipo en los últimos seis meses. La violencia verbal fue la más mencionada (84%), seguida de la violencia psicológica (77%), y por último se ubicó la violencia física (7,6%). Además, 73% de los encuestados admitió que había sido víctima de violencia. Los estudiantes localizaron, en promedio, en 3,44 el grado de violencia en la salud en una escala del uno (ausencia) al cinco (gravísima).

Correa también presentó otra encuesta, pero realizada a siete médicos y tres internos. Esta prueba piloto mostró que nueve de los diez consultados habían observado violencia en el ámbito de la salud y la misma cantidad había sido víctima de violencia. En los cuestionarios se encontraron 27 episodios. Los médicos fueron agresores 15 veces, mientras que fueron agredidos nueve veces. En el caso del personal de enfermería, los números son más parejos: en nueve episodios se consideran agresores y en nueve también, víctimas de agresiones. En los pacientes, los números bajan a ocho y uno, respectivamente.

En estos dos trabajos, que tienen visiones distintas, porque uno apunta a quienes van a aprender y el otro a quienes ya asisten y enseñan, se pueden encontrar coincidencias, señaló Correa. En primer lugar, la mayor violencia se da dentro de los equipos asistenciales y se ejerce mucho más desde el que tiene mayor jerarquía hacia el que tiene menor jerarquía, aseguró. “Los escalones más bajos en jerarquía no aparecen como agentes de violencia, pero sí como víctimas”, añadió.

Por otro lado, Correa indicó que los médicos aparecen como los mayores agentes de violencia psicológica y verbal, seguidos por el personal de enfermería. Pero ambos son los que sufren mayor violencia verbal y psicológica, aunque menos que la que ejercen, detalló.

En tanto, los pacientes son agentes frecuentes de violencia (observada sólo por los médicos), sin embargo, aparecen como poco agredidos, comentó. Mientras, los estudiantes son los que aparecen como los más agredidos y casi nunca figuran como agresores.

En la misma instancia, el académico Augusto Müller presentó una encuesta realizada en 2019 sobre la valoración de actitudes humanistas en estudiantes de sexto año de Medicina de la Universidad de la República. Los resultados de este estudio mostraron que 16,7% se sintió discriminado durante la carrera (11,7% en la facultad, 15% en el hospital y 0,8% en la comunidad). Los motivos fueron económicos (5%), por razones de género (4,2%), ideológicas (3,3%) o étnicas (1,7%). Además 30,8% se sintió humillado en público y 5% sufrió bullying, 3,3% de ellos por parte de personal de la salud, 2,5% por parte de docentes y 0,8% por parte de compañeros.

“Es importante destacar lo que ocurre en la esfera psicológica de repercusión vinculada a la actividad en la propia facultad: prácticamente todos sufrieron eventos psicológicos adversos”, advirtió Müller. El estrés se manifestó en 98,3% de los casos, la ansiedad en 75,8% de los estudiantes, seguida por la depresión (30%), los ataques de pánico (10%) y, lo que es “muy preocupante”, las ideas suicidas, en 4,2% de los encuestados, detalló.

La encuesta mostró, por otro lado, que 74,1% de los estudiantes se siente medianamente humanista. El académico expresó, en esta línea, que los estudiantes próximos a su egreso no se perciben entre sí como altamente humanistas, hecho que se esperaría al culminar su carrera.

Por último, otro de los datos que destacó Müller fue que 45% de los estudiantes cambió su percepción sobre la carrera y 17,5% lo hizo para mal. Además, aproximadamente a uno de cada tres estudiantes no le fue útil el trabajo en comunidad y uno de cada dos no lo cursaría de ser una materia no obligatoria.