El síndrome de burnout se caracteriza por un estado de agotamiento mental, emocional y físico por causa del estrés crónico que surge de la interacción social y la rutina laboral.

En las últimas décadas, este síndrome ha generado una mayor preocupación por parte de los investigadores, que ha llevado a un amplio reconocimiento de sus repercusiones en relación con la salud mental y física de las y los trabajadores en diversas profesiones.

El burnout se caracteriza por tres dimensiones: falta de realización personal, agotamiento y distanciamiento emocional. “Se presenta en trabajadores que tienen relación directa con personas, como los de la salud, la educación o el ámbito social. En particular, el trabajo médico presenta características específicas exigentes en los aspectos cognitivos y emocionales que vuelven susceptibles a presentar SB”, sostiene el artículo Síndrome de burnout en médicos del Uruguay y condiciones laborales, escrito por los doctores Eloísa Soto, Soledad García da Rosa, Shushanik Boyadjian, Nurit Stolovas y Fernando Tomasina, junto con el grado 3 en Métodos Cuantitativos, Santiago Mansilla.

El estudio descriptivo sobre la prevalencia del síndrome en la población de médicos se hizo entre los afiliados al Colegio Médico del Uruguay (CMU), y es el primero que se realiza a nivel nacional. Recolectó datos de una muestra tomada de 1.083 personas encuestadas entre agosto y setiembre de 2023, representando un 7,4% del total de los profesionales afiliados.

De las respuestas obtenidas, la mediana de edad fue de 41 años, entre un rango que va de 26 a 73, y el género que predominó fue mujer cis con un 78,8%.

La prevalencia del síndrome de burnout fue de 32,1% y se observó una asociación significativa de este síndrome con edades menores, menor antigüedad laboral, estar cursando residencia, mayor cantidad de horas de trabajo por semana, área o sector laboral y una menor realización de actividades recreativas. A su vez, 86,9% de los encuestados se percibió como profesional autoexigente.

Del total de los profesionales que realizaron la encuesta, 29,1% desarrolla su tarea en policlínica, 20,5% en puerta de emergencia y 15,1% en una emergencia móvil o como médico de radio, y el resto en otros ámbitos. Entre los que presentan el síndrome de burnout, 26,4% trabaja en puertas de emergencia, 24,1% en policlínicas y 20,4% en emergencias móviles o como médico de radio.

Además, entre todos los médicos consultados, 51,2% trabaja bajo contrato de dependencia, 11,5% como independiente y 37,5% en ambos regímenes. La mediana de la cantidad de empleos es de tres y el promedio de horas semanales trabajadas es de 50.

Respecto a las tres dimensiones del síndrome, entre los encuestados, el agotamiento emocional es alto para 13,6%, medio para 44,2% y bajo para 42,1%. En tanto, sienten distanciamiento emocional alto 62,9% de quienes participaron en la encuesta, medio 24,9% y bajo 12,1%. En tercer lugar, 89,5% de los encuestados dijo tener una realización personal baja, 9,6% media y 0,8% alta.

Asimismo, el estudio encontró una asociación significativa entre quienes tienen síndrome de burnout y el desempeño en emergencias, policlínicas y cuidados intensivos. La mayoría de los participantes tiene multiempleo, lo cual, según el artículo, es un “reflejo del complejo sistema de trabajo médico nacional”.

Este sistema incluye diversos factores: diferentes tipos de contratos (dependiente y no dependiente), diversas modalidades de trabajo (guardias internas, de retén, urgencias, policlínicas y teleconsulta), dos tipos de instituciones (públicas o privadas), horarios (rotativos o nocturnos), cargos (titular, alta dedicación, suplente) y cargas horarias (fijas o a demanda).

“Se destaca que uno de cada tres médicos presenta síndrome de burnout. Los autores identifican la necesidad de generar espacios de promoción de salud en el trabajo y prevención de los riesgos psicosociales identificados”, concluyen los autores en el artículo.

La organización del trabajo y sus consecuencias

Eloísa Soto, Soledad García da Rosa y Shushanik Boyadjian, las tres integrantes de la Unidad Académica de Salud Ocupacional en la Facultad de Medicina (Fmed) de la Universidad de la República (Udelar), son las autoras principales de este artículo.

En diálogo con la diaria, reflexionaron acerca de los datos obtenidos. “La vocación o el hecho de querer ser servicial choca frente a cómo se dan las cosas en el ámbito de la salud, la organización, la carrera, que implica una gran exigencia y, a su vez, comenzar con conocimientos básicos, porque no se tiene la experiencia suficiente. Es decir, todo este gran sistema lleva a que alguien se frustre más rápido, o piense que eso no es para esa persona, o que tenía otros objetivos y de repente no se dieron como los había planeado. Creo que todo esto, sumado a la autoexigencia, lleva a que alguien se pueda sentir no realizado profesionalmente”, expresó García da Rosa.

Por su parte, Boyadjian considera que la autoexigencia es una característica “inherente” a la profesión médica: “La mayoría de las veces se elige esta carrera porque se quiere ayudar a otras personas. Desde el hecho de hacer una buena historia clínica, interrogar bien al paciente, examinarlo bien y que no se escape ningún detalle, también pensar bien qué estudios se le van a pedir para completar un diagnóstico, todo es una tarea bastante detectivesca y compleja”.

En sintonía con sus colegas, Soto complementa: “Por ejemplo, cuando se hacen guardias de 12 horas nocturnas, se sale a las 8.00 de la mañana y luego se va a sala hasta las 12.00, que sería lo esperable, pero por la sobrecarga de trabajo y/o por querer ser excelente, aunque capaz que ya se lo está siendo, es muy difícil soltar al paciente. Incluso se van a las 15.00, sin haber almorzado, a llegar y seguir estudiando o a leer dos o tres papers porque al otro día tienen un ateneo”.

Además, Boyadjian afirma que todo esto responde a las exigentes condiciones laborales generadas por la organización del trabajo.

“En la policlínica tenés un paciente cada diez minutos, y en ese tiempo tenés que interrogarlo, examinarlo, pensar qué tiene, cómo lo vas a seguir, responderle las dudas, y necesitás mucho análisis para todo esto. Es un paciente tras otro, lo cual no te da tiempo ni de pensar. Esto lleva a una frustración, porque se siente que no se pudo dar todo lo que se tendría que haber dado, pero esta situación se da por cómo está el sistema de trabajo”, remarcó.

“Hacemos hincapié en que para mitigar todo esto debería haber cambios en las condiciones laborales”, enfatizó.

La urgencia de una regulación normativa

Otro de los aspectos en los que el artículo hace énfasis es la sobrecarga laboral en el mundo de la medicina, ya que, indica, la mayoría de las especialidades carecen de un límite máximo de extensión horaria para las guardias; de esta manera no existe un mecanismo capaz de regular y limitar la cantidad de horas que un médico decide trabajar.

Frente a esto, las tres autoras consideran que es “urgente” una regulación normativa respecto a la sobrecarga laboral dentro de su profesión.

“No es que no haya normativas, pero sucede que si alguien, por ejemplo, tiene un cargo en un hospital público y es titular, en general se tiene una carga horaria preestablecida que puede ser de 48 horas semanales o de 96 horas mensuales. Pero como existe el multiempleo y nadie trabaja en un solo lugar, se tiene otro trabajo en otro lugar privado, y eso hace que se sumen guardias y se superpongan, es decir que salís de una y entrás en otra, y no hay nadie que controle eso por ser dentro de trabajos diferentes”, expresó Boyadjian.

Y agrega: “Cuando en el artículo mencionamos que no existen mecanismos regulatorios que impidan que un médico trabaje en guardia las 24 horas, los siete días a la semana si así lo decidiera, es algo que planteamos con cierta ironía, pero esto viene de la mano con el multiempleo. Esto es una parte muy importante del problema”.

Soto, sumando su punto de vista a este enfoque, también menciona la cultura laboral que se tiene como médicos. “Si alguien trabaja en un supermercado, aunque sea el supervisor, suena el reloj y esa persona se va; no se le ocurre quedarse más horas porque quiere arreglar la góndola de mejor manera; incluso, si esa persona se queda, le va a llamar la atención a los demás. En la medicina a nadie le va a llamar la atención que alguien se quede después de hora, nadie le va a decir a otra persona que no es necesario que siga trabajando después de terminar su horario. Es una cultura entre nosotros”, afirmó.

A su vez, Boyadjian reflexiona sobre la problemática a la que se enfrentan muchos y muchas profesionales en el comienzo de sus carreras, lo cual también conduce a trabajar más y más horas. “Cuando alguien recién empieza a trabajar, es joven, recién se recibió y es suplente en varios lugares, existe una inseguridad laboral. Entonces va a suceder que esa persona va a aceptar hacer guardias en el lugar del que la llamen, después la van a llamar de otro establecimiento y también las va a aceptar, y así permanentemente, porque no va a saber si tiene guardias al mes siguiente. Todo esto hace que la agenda quede colapsada y que no pueda ser capaz de darle importancia a esto, porque se tiene otra meta que es llegar a fin de mes y asegurar el trabajo cuando no se tiene experiencia y no se sabe qué va a pasar”, afirmó.

“En este sentido el sistema es perverso, una cosa lleva a la otra y genera miedo decir que no, pero no es que una persona quiera trabajar todo el tiempo”, remarcó.

Una visión desde lo colectivo

Cuando escribieron el artículo, los seis autores pensaron que había que hacerlo en tres niveles: a nivel de políticas públicas, es decir, todo lo referido a lo normativo, siendo este el nivel más amplio; a nivel institucional, es decir, dentro de cada institución, y, por último, a nivel personal.

Según Soto, en lo que refiere a la salud ocupacional, siempre se tratan otras medidas antes de priorizar resoluciones sobre el trabajador de forma personal, porque consideran que “la organización es lo que genera este síndrome”.

“Si ya imaginamos que hay una ley que regula e indica un límite de hasta cuántas horas se puede trabajar, ahí podríamos hablar de normativas a nivel organizacional, las cuales podrían ser, por ejemplo, realizar talleres o instancias donde se pueda hablar de par en par y así poder arreglar algunas situaciones. Por ejemplo, alguna situación vivida con un paciente por parte de un doctor, donde se pueda charlar acerca de lo que le pasó, de qué forma resolvió algún problema u otro tema. También talleres con profesionales de la salud mental, ya sea psicólogos, psiquiatras, etcétera”, considera.

Y destaca: “Si bien las medidas individuales suman, nuestro objeto de estudio es el colectivo de trabajadores, por eso buscamos generar medidas que repercutan en todo el colectivo y no sólo de forma individual”.

García da Rosa, alineada con esta visión, considera “fundamental” la participación de los trabajadores. De esta forma, Soto plantea realizar talleres en los que se haga una evaluación de cómo son las condiciones laborales: “Deben ser los mismos trabajadores quienes la hagan, guiados por un técnico, especialista en salud ocupacional o dentro de la esfera de la salud mental. Que en esos talleres se debata qué es lo que encuentran como riesgo y cómo lo podrían afrontar”.

Boyadjian, además, subraya que “la prevención profunda de todo esto es sobre la organización y la normativa”, y que este problema de salud mental en los profesionales de la salud “recién se está comenzando a visibilizar”.

“Nosotras, en nuestra carrera y dentro de nuestra formación, nunca supimos qué era el síndrome de burnout, te enterabas de que existía cuando colegas tuyos estaban certificados por esto. Pero se llega tarde, nunca nadie antes te explicó los factores de riesgo ni cómo cuidarte para prevenir todo esto”, remarca.

A su vez, considera que es en varios niveles donde debería haber modificaciones para hacer una correcta prevención. “El último nivel sería en lo individual, que obviamente es importante, pero nosotras apuntamos al colectivo, a lo institucional y a las políticas en salud”, subrayó.