Mariela Bentancor y Ennio Filippini emigraron a España en 2002, primero a las islas Canarias, y luego se instalaron en Cataluña, donde realizaron cursos de gastronomía y de dirección de cocina para aprender el idioma y lograr insertarse laboralmente.

Ambos consiguieron trabajo estable, pero poco a poco se fueron embarcando en un proyecto que les permitía unir sus dos grandes motivaciones: la gastronomía y ayudar a quienes más lo necesitan.

Es por eso que desde hace seis años dedican la mayoría de su tiempo a gestionar el Café Rocallaura y el Vallbona Café, dos restaurantes ubicados en la provincia catalana de Lérida. Allí emplean a unas 20 personas con discapacidad y a mayores de 45 años, trabajando en sinergia con otros emprendimientos de la zona, especialmente con la bodega y cooperativa La Olivera, que ya tenía políticas de inclusión laboral.

El primer restaurante se inauguró en 2013, precisamente en el pueblo de Rocallaura, que se ubica sobre una colina de 600 metros y tiene sólo 70 habitantes. Además, funciona como tienda para comprar harina, huevos, azúcar y otros productos. A seis kilómetros de distancia, en Vallbona de las Monjas, en 2018 instalaron el Vallbona Café, al que popularmente llaman “el de abajo”, ya que se ubica en el valle.

“Era algo bastante arriesgado; imagínate, con sólo 70 personas que tiene el pueblo... Todo el mundo nos decía que estábamos locos”, recuerda Mariela, y agrega que para garantizar los puestos laborales de 20 personas mes a mes “hay que estar todo el tiempo inventando cosas”.

“Prefiero hacer de tripas corazón, inventar más trabajo, pero que no se vayan o tener que dejarlos afuera”, afirma.

Como en Rocallaura viven muy pocas personas, se trabaja sobre todo con el turismo y los huéspedes de un hotel cercano. Vallbona Café, por su parte, se ubica muy cerca de la llamada Ruta del Císter, una ruta turística de ciclistas y senderistas que une tres monasterios de Cataluña.

Trabajo y familia

Los trabajadores realizan tareas de lo más diversas, de acuerdo con sus capacidades y deseos, y tanto etiquetan botellas de vino o trabajan como ayudantes de cocina, mozos o cajeros como recogen uvas al aire libre, según dónde se sientan más cómodos.

“A veces las personas con discapacidad en vez de hacer un barquillo hacían como unas bolitas, y los vendíamos como galletas. Acá no se les dice ‘no pueden hacer’, ellos van viendo lo que más les gusta”, cuenta Mariela.

La mayoría de quienes trabajan en los restaurantes viven en la residencia que ofrece La Olivera, porque no tienen hogar ni familia a quien recurrir. Muchos de ellos están allí desde hace más de 30 años.

“Son muy pocos los que tienen familia. En esos casos vienen a verlos los fines de semana. Pero para los demás, la familia somos nosotros”, relata Mariela.

En 2019, Mariela y Ennio constituyeron la cooperativa Casola Cultural, que incluye a los dos restaurantes, a través de la cual realizan otras actividades, como asistir a conciertos, reuniones, proyecciones de películas o clases de piscina.

Además, cuentan con un equipo de profesionales (como psicólogos y psiquiatras) que se reúne periódicamente con los empleadores para brindar apoyo y seguimiento, y procurar así que las personas puedan insertarse laboralmente de la mejor forma, considerando su tipo de discapacidad.

“Queremos brindarles otra cosa, no solamente una relación laboral”, expresó.

Transmitir el legado

Desde temprano se siente el olor a magdalenas caseras, galletitas de manteca, tortas y pizzas. “Siempre estás oliendo comida, y las recetas son de vecinas de nuestro pueblo y alrededores”, menciona Mariela.

Los platos que integran el menú son complejos de preparar, ya que están pensados para que cualquier persona pueda consumirlos.

“Cuando empezamos dijimos: ‘Vamos a hacer que un vegetariano se pueda sentar, que un vegano se pueda sentar, un celíaco, un intolerante a los frutos secos, pero que no nos tenga que decir eso a nosotros. Todos van a poder comer’”, destaca.

En ambos emprendimientos se trabaja con materias primas ecológicas; el café, por ejemplo, viaja desde Sudamérica y tiene que ser de comercio justo, al igual que otras infusiones.

“Este proyecto tiene toda una filosofía de vida, una forma de ver la cocina y de tratar al público, y la idea es que no se pierda”, dice, considerando que, por su edad, en unos años se jubilará.

“Podríamos vender las llaves, y quien las compre podría trabajar como nosotros o no”, comenta. Es por eso que decidieron crear la cooperativa, para que otras personas se integren como socias y en un futuro puedan continuar con el proyecto.