Duelo, profundo dolor, experimentamos los trabajadores de la construcción ante el inevitable desenlace diagnosticado para Faustino Rodríguez, presidente de la Dirección Nacional del Sindicato Único Nacional de la Construcción y Anexos (SUNCA).

No debe haber obrero en todo el Uruguay, tras tantos años de su presencia militante, que no tenga una experiencia, una anécdota, un aprendizaje de vida relacionado con él, que de alguna manera lo marcó o ayudó a comprender la necesidad de organizarse sindicalmente, para defender y conquistar mejores condiciones de trabajo y de dignidad.

Los jóvenes de ayer, hoy mujeres y hombres trabajadores, expresan un sentimiento de responsabilidad y respeto hacia Faustino, de aquel respecto que alguien se gana también por afecto, por ser como es.

En los momentos difíciles de militancia, cuando la incomprensión cunde, aferrarse a la trenza indestructible, símbolo de unidad, organización, lucha y solidaridad, fue la antorcha clara de su vida.

Cuando la sociedad no te da espacio... Una pareja llega al SUNCA y le dice a Faustino: “¿No me conoce? Usted me dejo dormir aquí mientras buscaba trabajo, en la crisis del 2001. Yo no conocía Montevideo, no tenía donde quedarme, ni para comer tenía... Venía de Rivera, ¿se acuerda? Vine a agradecerle y presentarle a mi familia”.

Aquella viuda jefa de hogar y sus hijos se quedaron en la calle, se les quemó el rancho, y con las brigadas le construyeron la casa nueva. Faustino tuvo la magia de transformar el dolor y la tristeza en lágrimas de emoción, de alegría, devolviendo felicidad y esperanza de que sí se puede. Capacidades propias heredadas del Negro Abuelo Agustín Pedroza: la rebeldía, la fuerza conjugada con la ternura, eso tan natural del trabajador, también impregnado en sus poros. Como el convencimiento de que la lucha paga.

En aquella huelga interminable, de esas en las que sabés cuándo entrás pero nunca cuándo salís, su tarea sindical fundamental era construir unidad, porque sin ella es imposible mantener y ganar un conflicto. Era una madrugada invernal, muy fría, y Faustino dormía en el piso, sobre bolsas de pórtland, allá en la obra de la construcción de los accesos, de la empresa Stiler. Viene un obrero y lo despierta.

−¡Chimango, Chimango, se quebró el Lirio!

−¿Qué? ¿Cómo que se quebró? ¿Se fue, abandonó la huelga?

−No, no... tuvo un accidente, cayó de la moto y se quebró una pierna.

−Ah... Ta, ta, que vaya al hospital y se la enyesen y ta. ¡Dejame dormir!

El primero en llegar y el último en irse. Así de sencillo y práctico es el obrero de la construcción. Y Faustino asumió hasta el tuétano su lugar en el mundo.

Pero principio tienen las cosas: su padre, alambrador y sieteoficios, curtió con el ejemplo su rebeldía para caminar en la vida, y él siempre lo recordaba.

En ese camino, un viejo obrero le explicó: “La lucha es con todos los trabajadores, con el protagonismo de todo el pueblo. Si no, no es”. Y le regaló un libro, el Manifiesto Comunista. “¡Tomá, leé !”, le dijo.