A principios de este período de gobierno, la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) definió que se enfocaría en el diseño de una estrategia nacional de desarrollo a 2050 que tratara la transformación productiva como uno de los ejes clave para pensar el desarrollo. En principio, se propuso abordar en paralelo y de manera transversal la equidad de género, pero en el avance del proceso se percataron de que, para una transformación profunda, debería abordarse como un pilar en sí mismo. Buscando sumar desde esta mirada, la Unidad Curricular Economía y Género de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración (FCEA) organizó un intercambio entre Fernando Isabella, director de Planificación de la OPP, Soledad Salvador, representante del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo (Ciedur), y Alma Espino, representante de Ciedur y docente de la FCEA.

Según estudios incluidos en el conjunto de trabajos prospectivos con mirada de futuro, la población total del país a 2050 va a estar en un rango muy estrecho entre la cifra actual –3,4 millones– y cuatro millones, pero lo que está claro es que va a ser una población mucho más envejecida. La ampliación de los horizontes de realización personal de las mujeres en el último siglo generó cambios con respecto a la cantidad de personas dispuestas a trabajar. Isabella indicó que “el crecimiento de tasa de actividad femenina explica un tercio del crecimiento económico de las últimas décadas”, y que si bien “aumentó a más de 15 puntos en los últimos 30 años”, “todavía está unos 20 puntos por debajo de la masculina”. Sin embargo, la demografía “jugará en contra” de la participación laboral femenina en las próximas décadas, por lo que el director de Planificación estimó que “además de promover la participación laboral de las mujeres y el rol que juegue el sistema de cuidados y la corresponsabilidad para la redistribución del trabajo no remunerado, también será necesario seguir incrementando la cobertura de la educación inicial, así como mejorar los niveles educativos de la población”. Agregó que “a largo plazo, la única respuesta consistente es el incremento de la productividad laboral”.

Con respecto a la educación, “en Uruguay las mujeres presentan mayores logros educativos que los hombres en todos los niveles”, pero tienen mayores dificultades para insertarse en el mercado de trabajo. Por eso, según Isabella hay “talento desaprovechado” y “una segregación enorme a nivel educativo”, ya que mientras que más de 80% de las mujeres egresan de carreras de las áreas sociales y ciencias de la salud, en las áreas científicas y tecnologías son solamente el 12%, siendo más del doble el porcentaje de los varones que egresan en estas áreas. Además, “las carreras científicas y tecnológicas juegan un papel relevante en este momento a nivel productivo y las mujeres se están insertando en sectores de baja productividad”, por lo que es necesario contrarrestar esta tendencia.

De cara al futuro, la OPP concluye que es necesario avanzar en el empoderamiento económico y la integración laboral, la superación de las segregaciones educativa y laboral, así como de la división sexual del trabajo.

En tanto, Salvador afirmó que desde la perspectiva del desarrollo humano, la equidad social y de género es una base fundamental del desarrollo económico y social, para que todas las personas puedan expandir sus capacidades y libertades. “Estos procesos se interconectan: la falta de dispositivos para resolver los cuidados genera una inserción laboral estratificada”. Esta economista resaltó la importancia de distinguir la segregación ocupacional de la segmentación del mercado laboral, dos fenómenos que se superponen pero difieren en sus orígenes. “Ambos procesos impactan en la reproducción de otras desigualdades, pero responden a efectos distintos: hay algunos sectores que acceden a ciertas oportunidades laborales y hay quienes no pueden acceder a determinados puestos laborales y siguen reproduciendo la desigualdad de género, como en los estratos bajos. Esto responde a una discriminación que tiene que ver con estereotipos de género”, explicó.

Las mujeres representan 44% de las personas ocupadas, pero sólo 32% de las personas están ocupadas en los complejos productivos más altos, en particular las más jóvenes. Los complejos productivos con mayor presencia femenina son el turismo y la industria creativa, el sector con mayores dificultades para ingresar es el de economía digital, y, en general, las mujeres tienden a insertarse en empleos de oficina, administración y venta.

Salvador explicó que “el nivel educativo por sí mismo no resuelve los problemas de segregación y discriminación”, más allá de que haya cierta tendencia a creer de que a mayor nivel educativo las brechas de género se acortan. Además, señaló que “los puestos de trabajo femeninos en sectores de alta productividad están más amenazados por la automatización”, y a raíz de esto resulta “imprescindible” trabajar la igualdad de género, además de en términos generales, también a nivel sectorial o de complejo productivo. “Es importante que se entienda que el género no es una variable sino que es un eje que condiciona el desarrollo”, afirmó.

Por su parte, y en base a las exposiciones de Isabella y Salvador, Espino resaltó la importancia de considerar las relaciones de género: “Los hombres y las mujeres tienen roles distintos y no son intercambiables. Existen relaciones de poder y no tienen la misma posición en la sociedad, ni las mismas libertades ni capacidad de elección”. Ante esto, explicó que lo que determina esas inequidades son las dimensiones culturales “simbólicas, políticas, prácticas e históricas”, así como el rol del mercado, los costos que significan para las mujeres salir a trabajar y “cuánto el Estado considera, en sus estrategias y en sus políticas, la perspectiva de género como un tema de justicia social y entiende que hace al desarrollo productivo, económico, social y humano”.

Agregó que “las desigualdades de género no son un accidente del sistema económico, sino que son parte de este”, y que “muchas de las actividades y las ganancias se dan, precisamente, en base a estas desigualdades”, por lo que resulta importante comprender los motivos por los cuales el mercado puede reproducir las desigualdades de género que tienen que ver con el ciclo de vida y el envejecimiento.

Para Espino, “el empoderamiento económico de las mujeres resulta fundamental para resolver las desigualdades de género”, pero esto no implica “incluirnos en el mercado laboral a cualquier precio”. En cambio, consideró que pasa por “pensar firmemente que fuera de los mercados también se generan recursos, es decir, los trabajos no remunerados”; que “el conflicto social no se reduce al conflicto capital-trabajo, ya que existen relaciones sociales de poder igual de potentes, y por eso es necesario reflexionar sobre otros modelos teóricos más acordes a la economía integradora” y, por último, “evaluar el sistema económico según su impacto en el bienestar entendido de forma amplia, incluyendo más indicadores de desarrollo, y lograr involucrar otros valores y otras medidas de bienestar”, y para esto es importante investigar desde un enfoque interdisciplinario”.