“Emprendedores” los quieran llamar; pero no es justo si su condición laboral no viene asociada a cierta libertad de decisión respecto de cuánto trabajar, de cómo hacerlo, con quién y bajo qué circunstancias, de gestionar su propio cobro y pagos, por nombrar algunas. Estamos ante un nuevo estado del capitalismo, en el que, hartos de las relaciones de dependencia explotadoras, hay trabajadores que vuelven a sus casas a trabajar a distancia, de manera aparentemente independiente. Pero la discriminación e indiferencia algorítmica redoblan la apuesta y las condiciones de trabajo se vuelven más precarias y vulnerables, porque la tecnología no es neutral. Derechos laborales como las ocho horas, la negociación colectiva, el salario mínimo, vacaciones, días por enfermedad y feriados, la igualdad de la remuneración, se ponen en cuestión y, por otro lado, surge la necesidad de abordar nuevos desafíos como el derecho a la desconexión, a la réplica frente a amonestaciones de un algoritmo y la protección de datos. El papel del Estado es clave, pero el de los sindicatos y la sociedad organizada también lo es. Desde hace unos años, la economista y sindicalista Sofía Scasserra analiza el ascenso de la economía de las plataformas e investiga datos y algoritmos del mundo del trabajo. En su último libro, Cuando el jefe se tomó el buque. El algoritmo toma el control, iniciativa de la Fundación Foro del Sur en el marco del proyecto lasargentinastrabajamos.com y que se presentará mañana en Montevideo, en Teluria, Scasserra reflexiona respecto de estos desafíos y los debates pendientes.

Muchos entienden el comercio electrónico como la compraventa a través de canales digitales, pero abarca mucho más, prácticamente todo lo que hacemos y genera datos.

En realidad, le pusieron un nombre bonito. Uno dice “comercio electrónico” y se imagina MercadoLibre, pero la realidad es que el comercio electrónico como agenda de comercio mundial, de comercio internacional, tiene que ver con la transmisión de datos transfronterizos, el comercio de datos, básicamente, y nada que ver con comprar y vender por internet. De hecho, la OMC [Organización Mundial del Comercio] define el comercio electrónico como “la producción, distribución, comercialización, venta o entrega de bienes y servicios por medios electrónicos”, con lo cual estamos hablando de todas las plataformas existentes y que existirán en un futuro, todas las transferencias de datos, y todos los objetos que se conecten de manera remota a la web mediante el internet de las cosas. En este sentido, la agenda de comercio electrónico está tratando de entregar propiedad privada de las empresas que minan esos datos hacia servidores lejanos y de prohibir el acceso a esos datos a la población en general y a los estados en particular. Entonces, el comercio electrónico se mete como un caballo de Troya: viene disfrazado de algo, pero adentro tiene un montón de normas que lo que están haciendo es básicamente prohibir el desarrollo de los pueblos. Lo disfrazan de comercio de datos, pero en realidad no pagan ningún precio por esos datos. Si fuera comercio, existiría una contraprestación, pero ellos no pagan nada, ni siquiera impuestos. Entonces ni siquiera es un tema comercial; lo llevan a la OMC porque es el único ámbito en el que pueden negociar.

¿Cuál es la diferencia entre regular el comercio de datos y las actividades electrónicas?

Una cosa es lo que se negocia a nivel global y otra es lo que se puede hacer desde la regulación doméstica, pero el tema es que si entrego la propiedad de los datos, lo que puedo hacer desde el plano doméstico es muy limitado. Regular, puedo regular la privacidad de los datos, aun habiéndose entregado, en los términos nacionales. Los límites de la soberanía pasan a ser muy difusos, por eso es tan importante no firmar acuerdos porque lo que están tratando de hacer es desregular el sector a nivel global. Están queriendo privatizar totalmente un recurso que todavía no se sabe hacia dónde va a ir. Mejor parece, antes de desregular, tener una instancia de debate público y social sobre el recurso.

¿A qué pensás que se debe el interés de los organismos internacionales de usar la igualdad de género para impulsar la agenda de comercio electrónico?

Usan dos agendas: la agenda pyme [pequeñas y medianas empresas] y la agenda mujeres. Son dos grandes excusas, que se basan en que con la exportación van a alcanzar el éxito, pero es una mentira, porque hay barreras idiomáticas, aduaneras y culturales. Los estados se están dando cuenta de por dónde va la cosa realmente. Al principio no se entendía de qué se trataba, pero ahora hay una conciencia de que los datos son importantes y no se pueden entregar así, sin más. Estos acuerdos de libre comercio se basan en eslóganes bonitos, cuando en realidad son una pérdida de soberanía en política comercial, y si vamos a otros que se firmaron hace años, comprobamos que nunca resultaron en beneficio de la población.

Afirmás que no existe la neutralidad tecnológica, de la que muchos se agarran para defender estos avances.

La tecnología siempre es diseñada por alguien, y quien la diseña lo hace a sus gusto. La tecnología es diseñada, en este caso, por empresas transnacionales, de países poderosos en su mayoría los diseñadores de esta tecnología son hombres, encima, con lo que la tecnología está diseñada para repetir determinados patrones culturales, sociales y económicos. Entonces, no es neutral, sino que replica en el plano virtual desigualdades –tanto de género, raciales, de clases sociales– que existen en la sociedad. Y esto se ve por una multiplicidad de mecanismos. Por ejemplo, un caso bien a la vista es el de la publicidad segmentada, donde si la mujer es la encargada de hacer las compras del hogar, muy probablemente reciba los cupones de descuento del supermercado. La big data actúa dándote aquello en lo que ya tuviste interés en el pasado. Replica el pasado, estereotipos y patrones que ya existen y que muchas veces vienen con carga y con sesgo. Se puede inferir, por diversos canales que abordó en el libro, que la tecnología es lo que diseñamos de ella en la sociedad y el debate público-privado en torno a esto es lo que va a determinar qué tipo de sociedades vamos a tener en el futuro, por eso no hay que dejarlo librado a los técnicos o a las empresas que “saben”. Tenemos que tener un debate más abierto de cómo regular y diseñar las tecnologías en las sociedades del futuro.

En el libro te referís a esto como “el nuevo paradigma de la plusvalía de la vida”.

Sí, lo puse en clave marxista para provocar. La realidad es que hoy por hoy, con la economía digital, salimos de los puestos de trabajo y seguimos generando un montón de datos, cada vez que desbloqueamos nuestro teléfono y abrimos las aplicaciones, cada vez que mandamos un whatsapp, calificamos un negocio o buscamos algo en Google. Esos datos generan ganancias extraordinarias para las empresas, no sólo para las que trabajamos, sino para las de tecnología en general, para las de marketing y para las de todo tipo. Entonces, lo que trato de argumentar es que estamos frente a un nuevo paradigma, en el que la vida de la persona genera ganancias tecnológicas y, frente a esto, la pregunta que tenemos que hacernos es si queremos sociedades en las que las personas sean meras productoras de datos y fabricadoras de plusvalía constante al servicio de que la tecnología y los datos sean utilizados para el diseño de políticas públicas para generar mayor cantidad de ingresos fiscales para redistribuir, es decir, la tecnología está puesta al servicio del hombre.

Parece lógico que el Estado tenga un rol predefinido, pero ¿qué papel tienen los sindicatos en esto? ¿Qué modificaciones habría que hacerle a la acción sindical actual?

Creo que tienen un enorme rol a cumplir en los años por venir. El sindicalismo global nunca fue tan importante como ahora, porque el capitalismo es cada vez más transnacional y el debate en torno a estas cuestiones, como la algoritmización del trabajo, en su mayoría es diseñado afuera y los servicios son tercerizados. La reivindicación no es sólo sobre nuevos derechos laborales, sino de derechos que ya se creía conquistados, como por ejemplo la jornada de ocho horas; hoy los trabajadores, en su mayoría, están conectados 24 horas al día, concluyen su jornada de trabajo y siguen mandando mails o whatsapp. Hay algunas cuestiones de derechos que creíamos conquistados que están en jaque. Y también hay otros derechos, como la protección de los datos de los trabajadores, que el sindicalismo se tiene que empezar a plantear con el Estado para el desarrollo de nuevas leyes que protejan los trabajadores en estos ámbitos virtuales y frente a la algoritmización del trabajo. También hay un desafío que me parece muy interesante, tanto para los estados como para el sindicalismo: empezar a crear bases de datos propias que les permitan identificar casos de discriminación algorítmica, porque para probarlo sólo se puede hacer si agrego muchos datos, y examinó los resultados de este algoritmo. Ahí recién lo puedo llevar a un juzgado para exigir la apertura de los códigos fuente para poder ver si fue programado con sesgo, porque, encima, estos algoritmos están protegidos por propiedad intelectual y no se pueden auditar; ese es otro gran problema que enfrentamos.

A esto se suma que los trabajadores muchas veces trabajan desde su casa en la soledad, sin acceso a redes humanas de protección. ¿La alternativa debería ser una resistencia individual? No sólo trabajando, sino también en el uso cotidiano de nuestros dispositivos.

No usarlas no es la solución. La respuesta siempre es política pública, Estado y regulación. Y creo que la respuesta nunca la puede dar un ciudadano de a pie, sino que tiene que ser colectiva, de ahí la relevancia del sindicalismo en esta nueva generación de trabajadores y trabajadoras. Es verdad que el empleo remoto complica en el proceso de sindicalización, y otro desafío es que la mayoría de quienes optan por el empleo remoto son mujeres. Frente a esto, enfrentamos el riesgo de que los sindicatos se vacíen de mujeres y se amplíe la brecha de género, porque las mujeres estamos optando por trabajos más precarios. En este contexto, el sindicalismo debe empezar a plantearse estrategias de sindicalización virtual que le permitan llegar al último rincón para darle sentido de solidaridad a ese trabajador. Hay que empezar a trabajar en los mensajes en las campañas, aumentar la presencia en las redes. Se habla mucho de la economía de las plataformas, pero se trata de todo tipo de empleos que se realizan de forma remota, y estos quitan un espectro social a la persona para que las personas tomen conciencia de los que están viviendo. Y esto tiene muchas aristas sociales no solamente desde el plano sindical.

¿Por qué cuesta tanto demostrar la relación de dependencia en el caso de este tipo de trabajadores?

Ahí hay un conflicto de interés, nada más. Los gobiernos se van dando cuenta de que por más que las empresas hagan lobby para que no les reconozcan la forma laboral, poco a poco, se vuelve casi ridículo no hacerlo y cada vez tenemos más gobiernos, sobre todo a nivel municipal, que reconocen la característica del trabajador, del chofer de Uber o del repartidor de Rappi o de Glovo. Es un debate que se va a terminar ganando sobre todo en los países que tienen leyes laborales más fuertes. Poco a poco se va a llegar a buen puerto, porque creo que hay muy pocos que opinan que esa precarización es el resultado del emprendedurismo.

Hay quienes ponen en cuestión el fin del empleo. En el libro decís que, debido a un tema de creatividad, la máquina y los algoritmos nunca van a suplantar al humano.

Sí, aunque no es la única razón. Los únicos que somos capaces de generar valor y de crear somos los humanos. Las máquinas son diseñadas para reemplazar al humano, pero nunca van a hacerlo. La intuición y la empatía sólo las tienen los seres humanos, y por eso es ridículo pensar en un mundo sin trabajo. A su vez, los únicos que generamos plusvalía somos los seres humanos. Las máquinas repiten patrones o alguien las tiene que idear, diseñar, reparar y mejorar, y siempre ese alguien es una persona. El debate en torno al futuro del empleo lo quieren centrar en cuanto a un mundo sin empleo porque, justamente, lo que quieren es que la gente se resigne a negociar condiciones laborales a la baja, pero lo que tenemos que hacer desde el sindicalismo y la sociedad es no debatir si va a haber empleo, es debatir y luchar por empleo decente, para que no nos quiten derechos que con mucho esfuerzo hemos sabido ganar a lo largo de la humanidad. Es más, tenemos que ir a más, porque si hay algo que nos vendieron es que la tecnología iba a mejorar la humanidad.

Cuando el jefe se toma el buque. El algoritmo toma el control. Sofía Scasserra. Fundación Foro del Sur, 2019. 73 páginas.