Los integrantes de San Carlos Composta trabajan desde hace varios años en la promoción de la agricultura urbana: cultivan y dan cursos de huerta y de elaboración de compost. A partir de esas experiencias, decidieron impulsar una iniciativa barrial de recolección de residuos orgánicos, que recibió el apoyo de la Agencia Nacional de Desarrollo y de Biovalor, un proyecto que involucra a varios ministerios y cuenta con respaldo del Fondo Mundial para el Medio Ambiente.

La iniciativa busca poner en marcha un proceso de recolección de residuos orgánicos de aquellos vecinos de la ciudad de San Carlos que quieran sumarse, elaboración compost con ese material y su comercializalización. La venta del compost forma parte del objetivo del proyecto porque es lo que permitiría financiarlo.

Los impulsores de esta propuesta son dos personas con conocimientos en agronomía, Gabriel Rius y Caio Larrauri, y un veterinario, Javier Fernández. Aunque hace sólo unos días que empezaron a ponerla en marcha, ya hay 15 familias involucradas. “A partir de marzo vamos a hacer una campaña fuerte de contacto barrial, porque este proyecto está muy enfocado a crear un sistema de reciclado de residuos orgánicos barrial”, explicó Rius a la diaria. “Queremos medir cuánto impacta en el barrio, cuánta gente se adhiere, evaluar la dimensión que puede llegar a tener, para que se empiece a replicar en otros lugares”, agregó.

“Por ahora estamos empezando a contar la idea”, dijo Rius. Sin embargo, ya están recibiendo residuos de 15 familias que se sumaron a la propuesta, y está previsto que en la semana se sumen también dos centros CAIF que funcionan en la zona y que tienen comedor. “Eso aporta un volumen más interesante”, señaló Rius.

San Carlos Composta explica en su página web que los vecinos, además de sumar sus residuos, pueden donar recipientes de plástico, como los tarros de pintura de 20 litros, para utilizarlos en este proceso. Recipientes de ese tipo son distribuidos en cada casa que adhiera a esta iniciativa. “Hacemos una recolección semanal. Les dejamos un tarro, vamos a la semana siguiente, levantamos ese tarro y dejamos uno limpio para que no se acumule demasiado en la casa”, explicó Rius.

Además están probando algunos sistemas para evitar que esos residuos comiencen a pudrirse y desprendan mal olor. “Para evitarlo hay que reducir la cantidad de agua con algún elemento secante, que puede ser desde cartón hasta aserrín, una viruta”, señaló. “Otra manera es airearlo. Le pedimos a la familia que cada vez que echa residuos revuelva un poco, que deje entrar aire, y con eso bajan los olores hasta que son casi inexistentes”, agregó.

De este modo, la experiencia es acompañada de un proceso de aprendizaje. “Hay gente que nos dice que se había demorado en reciclar sus residuos y que va a probar con nosotros, pero que su idea es aprender y después hacerlo en casa para su propio uso. Si podemos colaborar con eso, impecable”, dijo.

Microorganismos eficientes

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Nosotros hacemos un compostaje microbiológico, basado en los microorganismos eficientes, que se han vuelto conocidos por el proyecto de los niños de la escuela China [que los utilizaron también para limpiar pozos negros]. Son los microorganismos que naturalmente descomponen todo lo que cae a la tierra en la naturaleza”, dijo Rius, y agregó: “Se hace una multiplicación de esos microorganismos y se van agregando en forma líquida o sólida en el compost para que haya una rápida población y evitar así que el compost se pudra. Con este sistema generamos que empiece rápidamente el proceso de fermentación y de descomposición”.

Rius dijo que este método ‒distinto al más tradicional, con lombrices‒ permite elaborar el compost en menos tiempo: “En dos meses, o dos y medio, estaría pronto para utilizarlo en una huerta o jardín, o sacarlo a la venta”.

Fácil sumarse

“Otras huertas ya están haciendo un trabajo de procesamiento ‒no de recolección‒ de residuos orgánicos. Tienen un tarro en una huerta y cada uno lleva lo suyo”, afirmó Rius. “Nosotros encontramos que quizás la manera era ir a buscarlos para evitar la acumulación, el mal estado, y para estimular a la gente a sumarse. Nos pusimos en el lugar del que tiene que hacer la clasificación en su casa y pensamos qué es lo más cómodo, lo que estarías dispuesto a hacer, que te exija lo menos posible de esfuerzo. No es para fomentar la comodidad, sino para que la gente se adhiera”, explicó.

Los residuos que utiliza San Carlos Composta son restos de hortalizas y frutas, sobres de té, café de filtro y papeles de cocina.

“Al principio recibíamos cáscaras de huevo, que son ricas en varios minerales y es una forma de reincorporarlas a la tierra”, dijo Rius, “pero encontramos que el proceso es complicado y, además, es lo que genera mal olor enseguida, porque enseguida se pudre. Así que eso lo eliminamos”, agregó.

Experiencia en huerta

Los impulsores de San Carlos Composta pertenecen a colectivos que trabajan en el Centro Ecológico Molino Lavagna (CEML), y están vinculados con la Red de Huertas Comunitarias del Uruguay, que integran más de 40 huertas. Cada uno de ellos tiene una ocupación laboral que no está vinculada con la huerta, pero le dedica a esta actividad parte de su tiempo libre. La mayoría de los integrantes de sus colectivos no cuentan con un lugar propio donde cultivar, y se sacan el gusto con el trabajo en la huerta comunitaria.

El CEML está junto a la escuela N.° 10 de San Carlos, Cayetano Silva, donde los integrantes de San Carlos Composta dieron talleres los últimos dos años. “Empezamos en la escuela. Ellos nos cedieron una parte del terreno, y el año pasado se hizo una recuperación del espacio del comunal que está pegado a la escuela. Conseguimos recuperar el fondo del comunal, que estaba ganado por el parque, por plantas invasoras, y ahí mismo estamos desarrollando este proyecto, que tiene esas ventajas de que no genera olor, es de manejo rápido y no necesita mucho espacio”, relató Rius.

“Queríamos un sistema para fomentar en el ámbito educativo esa costumbre de clasificar. Encontramos esta oportunidad que nos permitía armar una infraestructura; empezamos a pulir la idea y la redondeamos en este sistema”, agregó.

A prueba

Parte del apoyo que recibió el proyecto consiste en ponerlo a prueba y someterlo a análisis. “Vamos a validar si es eficiente con el sistema de recolección barrial casa por casa. Capaz que llegamos a la conclusión de que es ineficiente en cuanto a costos, y que hay que instalar un tarro común en el que se junte lo de toda una cuadra o toda una manzana. Pero nosotros apostamos a ver si este sistema es válido porque es fácilmente replicable por alguien que tenga una bicicleta y ganas de trabajar”, dijo Rius. “Gurises de distintos barrios nos dicen que les encanta la idea”, agrega, y señala que, en ese caso, pueden conseguir un lugar donde hacer compost, ofrecer a los vecinos y pasar a recoger los residuos. “La parte orgánica es la que se les complicaba un poquito más, porque hay que tener cierto conocimiento, cierto manejo”, dijo Rius.

“Este sistema es rápido, no necesita mucho espacio ni mucho tiempo. Esa es la idea que queremos validar”, afirmó. La propuesta busca “que se genere trabajo a partir de eso que, de otra manera, va a un camión, que genera un gasto energético y monetario, y después, en la mayoría de los casos, a un enterradero que termina contaminando agua, contaminando el aire por los gases que emite, y no se reutiliza toda esa materia orgánica que se entierra”, cuestionó Rius. En cambio, San Carlos Composta busca convertirlo en algo “con valor, por lo que alguien esté dispuesto a pagar”.

Con ese objetivo, está previsto que el compost que surja de este proyecto sea sometido a pruebas agronómicas que permitan medir si tiene algún grado de toxicidad, y cuál es su calidad nutritiva para su uso como fertilizante.

Por el momento, Rius pudo sacar dos conclusiones. Una, referida a su impacto en la comunidad, es que la mayoría de quienes se contactan con esta iniciativa son mujeres. La otra conclusión refiere al método que utilizan. Por las características del proceso que llevan adelante y por las condiciones de temperatura y acidez, reafirmaron que las lombrices no son adecuadas para iniciar el proceso de producción de compost ‒sino los microorganismos‒, aunque sí pueden ser las encargadas de terminar el producto. “Intuíamos que era así, pero ahora hicimos unas pequeñas pruebas que nos lo confirmaron”, dijo Rius.