“Compras cooperativas” sería quizás una buena traducción para Food Coop, el nombre de un supermercado ‒el Park Slope‒ que nace en los años 70 en Brooklyn, Estados Unidos, como uno de los primeros con el objetivo de hacer frente al abuso de las grandes superficies, en cuanto a precios y calidad, en principio. Food Coop es también un documental, filmado en 2016, que registra la evolución de dicha experiencia a lo largo de los últimos casi 50 años y pretende servir como “manual de instrucciones” para replicarla, porque según su distribuidor y productor, Hernán Mazzeo ‒miembro fundador de la La Louve, el supermercado cooperativo de París‒ este modelo no sólo funciona, sino que también “puede adaptarse a cualquier lugar”.

En junio comenzó el ciclo la diaria Eventos, destinado a suscriptores, que busca generar encuentros y debates de manera virtual en torno a diferentes temas de interés. Uno de los primeros eventos reunió a integrantes de proyectos instalados en Madrid, París, Pamplona y Montevideo, todos con diferentes aproximaciones, pero con un mismo objetivo: la generación de una red de consumo alternativo, autogestionado y con valores diferenciales. La proyección del documental Food Coop fue el disparador.

El Mercado Popular de Subsistencia (MPS) es una organización que surge en 2015 en Montevideo a partir de la coordinación de varios grupos con base en distintos barrios, que se organizan para comprarle directamente a los productores, con prioridad, a cooperativas, empresas recuperadas por sus trabajadores, emprendimientos autogestionados y familiares. Arrancó con una canasta de 15 productos, y cinco años después esta contiene más de 300 productos, con alcance a unas 2.000 familias de 38 barrios, entre Montevideo y Canelones, fundamentalmente la costa y Las Piedras.

Así como el MPS se enfoca en determinado tipo de proveedores, cada proyecto tiene sus preferencias respecto del abastecimiento. Valero Casasnovas, integrante desde hace 20 años de la Asociación Landare, de Consumidores de Productos Ecológicos de Pamplona, y miembro de su junta directiva durante ocho, cuenta que esta surgió dentro de los movimientos ecologistas, en busca de “una alimentación más saludable y menos contaminante”.

Si bien el mercado agroecológico y orgánico, en muchos lugares, puede ser sinónimo de mayores precios, Casasnovas explica que para evitarlo “se buscó, desde un principio, un enfoque rupturista: productos ecológicos y de carácter popular. “Si no tenían lo popular, chocaban con la propia filosofía, entonces lo que se hizo es un modelo de gestión muy eficiente para que los márgenes sean lo menor posibles y el precio lo más ajustado a los costos”. En la Asociación Landare los precios son transparentes para los consumidores: “Nosotros trabajamos con márgenes estándar, de entre 20% y 25% dependiendo el producto”, apunta. Que el consumidor sepa lo que se le está retribuyendo al proveedor por lo que compra es también parte de los valores en que se basa. En el caso del MPS no hay un margen, pero sí cada 500 pesos de compra se paga un bono de 10 pesos, dinero que se recolecta para el funcionamiento de las comisiones que sustentan la organización.

Desde Madrid, participa Pablo García, que es miembro fundador de SuperCoop Madrid, ubicado en Lavapiés, una cooperativa con un “pequeño huerto en un pueblo a pocos kilómetros de la ciudad” gestionado y mantenido por unas 300 personas que se alimentan de sus cosechas. Si bien desde los años 90 venían desarrollándose cooperativas de pequeños grupos de consumo autogestionado, el paso a la formación de este supermercado a gran escala surge a partir del documental. “Se nos abrió la mirada”, sostiene y encuadra: “Lavapiés se vende como un barrio cool, pero es uno de mucha pobreza”, por eso la iniciativa reunió después de una asamblea inicial a más de 800 personas en pocos meses”. Ahora, en medio del confinamiento a raíz de la pandemia, las obras de construcción se paralizaron, pero la cooperativa no ha parado: se concentra en repartir comida entre sus socios, llegando a 5.000 el número de personas que no accederían al alimento si no fuera por esta organización barrial.

A futuro, la vista de la mayoría de estas asociaciones está puesta en un salto de escala, donde encuentran su principal limitación, y donde a la vez se proyecta un punto de inflexión en su viabilidad. En el caso del MPS, en los últimos tres meses se triplicó la cantidad de personas integrantes del proyecto en la zona metropolitana y se han acercado personas de Rocha y Piriápolis con la intención de replicar allí la experiencia. Como representantes del proyecto, Verónica Anzalone y Pablo Píriz, integrantes de la Mesa Coordinadora, contaron que tomaron este impulso de crecimiento para avanzar en la estructura que sustenta la organización, desde una forma más “rudimentaria” hacia una más tecnológica: en particular, se están dando los primeros pasos para la creación de una aplicación para dispositivos digitales que gestione las compras. “Que el crecimiento sea sostenido es el principal objetivo político de este tipo de proyectos, para así canalizar el flujo de recursos a nuestros pares, y no alimentar a aquellos que nos explotan a nivel social”, sostiene Piriz. Por su parte, Anzalone, advierte que no todas las familias cuentan con la posibilidad de planificar un pedido mensual, por lo que un cambio de estrategia en el proceso de crecimiento fue la apertura de almacenes y locales pequeños que pudieran vender alguno de los productos del MPS.

En el caso de la Asociación Landare la base del proyecto se gestó con mucho trabajo gratuito, pero hace diez años el agotamiento de sus integrantes hizo peligrar su existencia y propició un salto de gestión ‒de una lógica militante, a una más estructurada, con tiendas y empleados‒. “Contrario a lo que parecía, el salto de escala nos ha permitido ser mucho más fieles a los ideales que queríamos alcanzar: no sólo hizo que se sostuviera el proyecto, sino que disparó su impacto social. La logística, la gestión, la selección de proveedores y el análisis de los productos se hace de manera más profunda”, concluye Casasnovas. Hoy en día los socios alcanzan 3.000 familias, de una población pamplonesa de 150.000 habitantes, sin ninguna campaña de publicidad. Así, también señala que la escala brinda una oportunidad al desarrollo de nuevos emprendimientos y productores a nivel macro: “Mucha gente se lanza a producir porque sabe que tiene aquí una demanda asegurada y no tiene que ‒de entrada‒ luchar con los supermercados u optar por venderles a miles de pequeñas tiendas. Es un espacio que, sin hablar, logra transformar mucho”, concluye.

Para Mazzeo, el trabajo militante es un “agregado” en este tipo de modelos por la dificultad para conseguir financiación para iniciar el proyecto, pero que debería evolucionar hacia otras formas. Píriz también coincide en esto: si bien el MPS se constituye íntegramente con trabajo militante como un compromiso fundacional, “probablemente sea algo que se abandone en algún momento para asegurar el funcionamiento en determinado nichos”.

Ahora también surge el desafío de mantener la intención del propósito ante el crecimiento y los cambios organizacionales. Para Anzalone, lo esencial consiste en que “todas las decisiones que se tomen sean participativas para que todo el colectivo trabaje de manera alineada y con motivación”. En el caso de Landare, la clave, para Casasnovas, fue que el crecimiento haya sido paulatino. “Ahora somos atractivos para gente que nunca hubiera mirado nuestro proyecto con interés, pero ahora le interesa porque aquí tiene mejores productos, con más garantía, confianza y mejores precios, y además sabe que hay valores detrás”, dice. “El ofrecer un espacio que no sea muy diferente al habitual de consumo, pero que derive a formas con más valores hace que haya un proceso de reforzamiento por parte de los propios consumidores”, agrega.

Además de precios y calidad en los consumidores, otra premisa de este tipo de proyectos apunta a una mejora en las condiciones de trabajo de un sector que se caracteriza por su precariedad laboral y salarial. En el caso madrileño ‒al igual que en Brooklyn‒ esto va de la mano con poner en valor la fuerza de trabajo de la cooperativa, donde se establecen tres horas de trabajo colaborativo al mes como condición necesaria para comprar, más allá de que la estructura laboral sea un híbrido: 70% del trabajo realizado por los socios y el restante por asalariados ‒casi exclusivamente la gestión de las compras, por un tema de eficiencia‒. “Negamos el lucro y ponemos en valor nuestro trabajo, sin dejar de pasarla bien”, resume García, en referencia a los vínculos que se generan entre los cooperativistas al compartir el ámbito laboral. “Es un incentivo para sentirse parte motora del proyecto”, apunta por su parte Mazzeo, quien subraya la importancia de que exista un “intercambio real”, ya que un motivo común de fracaso de este tipo de proyectos se da cuando no se llega a proveer una parte suficiente de las compras totales: “Es difícil liberar tiempo de nuestras vidas sin obtener una verdadera ganancia de hacerlo”.

En cuanto a inversión inicial, La Louve tuvo una equivalente a 1,7 millones de euros, destinados principalmente al alquiler del local. En el mercado madrileño esto no fue necesario, ya que el local, situado en el piso superior del Mercado de San Fernando, fue cedido por la municipalidad hasta 2038 a cambio de una renta menor a la de mercado. Sí hay una inversión relacionada al acondicionamiento del local, que en el caso de Lavapiés se resuelve con una alternativa bioclimática. Para estos conceptos, en Brooklyn y La Louve en París, se solicita una cifra equivalente a 100 dólares y 100 euros ‒en cada caso‒ a cada persona que se asocie. Si uno está bajo la llamada línea de pobreza, el monto desciende a diez; y, en cualquier caso, el día que uno se retira del proyecto, el monto se le devuelve.

En el caso de Park Slope, en Brooklyn, el verdadero acto político es proveer buena comida a bajos precios. Así, los consumidores se ahorran allí entre 20% y 40% de su presupuesto. En el caso del MPS, se estima un ahorro promedio de diez pesos por producto, y en el de SuperCoop de hasta 40%.

Para Casasnovas que el sector de la alimentación esté muy concentrado en la distribución es una oportunidad, porque están abusando de su dominio diariamente y eso da espacio para actuar en una alternativa. “Lo que hacen las cadenas es precarizar la fuerza de trabajo ‒incluso de los productores agroecológicos‒ de varias maneras: imponiéndoles los precios y con formas muy abusivas de pago, y su alta dependencia los deja a merced de este tipo de abusos”, aporta Píriz. También señala la responsabilidad como consumidores de “deconstruirnos” y aportar desde allí a un cambio transformador de la realidad. El pamplonés sostiene que la clave para construir una iniciativa como esta está en que se trata de una necesidad básica y que no se necesita de grandes capitales ni de trabajo muy calificado. “No hay una dificultad real. Luego, la forma de trabajo, es particular de cada sitio”, puntualiza.

Quienes tengan una suscripción paga a la diaria pueden ver tanto el documental como el debate posterior en la web de la diaria Eventos.