El mar está tranquilo. Corre una brisa leve, se ha despejado el cielo y el sol le trae a la tarde la calidez que caracteriza al otoño. Por la playa caminan algunas personas -pocas, para las que se veían un par de meses atrás- y adentro de la garita de guardavidas Claudio e Ignacio escuchan el clásico.

Tienen la piel curtida y morena, el pelo de los que se bañan a diario en el océano, el verano impreso en la cara. Los jóvenes, que llegaron a Valizas en diciembre y no tuvieron ni un día libre hasta el 13 de marzo, se preparan para sus últimos días en el balneario del que se despedirán por unos meses luego del domingo. Dicen que fue un período bastante movido en comparación con otros. “El arroyo siempre estaba contra las dunas y esta temporada se vino para el lado de la bajada principal, entonces hizo que la dinámica de la playa estuviera más acá enfrente y fuera más complicado”, cuenta Claudio.

Aunque a su alrededor no se oye más que el sonido de las olas, a poca distancia hay un bullicio inusual. En la plaza Leopoldina Rosa, ubicada sobre la calle Aladino Vega, se desarrolla la 5ª edición de la Camaronada, un festival gastronómico que celebra al crustáceo característico de ciertas lagunas y arroyos de Rocha. Desde las 12.00 y hasta la tardecita el centro del lugar será la sede de decenas de encuentros entre stands de restaurantes de la zona, emprendimientos locales y música.

En total hay 19 puestos de centros gastronómicos y siete de productores locales, sin contar a los comerciantes que se sumaron de manera informal. Los menús ofrecen wraps con masa de algas, empanadas, pizza, arepas, ravioles, tacos y hamburguesas, todos con el camarón como protagonista. Para quienes prefieren lo dulce, hay alfajores, tortas y helados a base de butiá y arazá. También se encuentran licores, cervezas, gins y fernets artesanales.

“Um, dois, três. Agora sim”, dice una muchacha desde el escenario que la Intendencia de Rocha montó para la ocasión y en el que más tarde se presentarán Nelson Pindingo Pereyra, El Tren y Edy Blues de La Blues Rural. La frase no está dirigida al público, que espera el inicio del espectáculo sobre el pasto o en mesitas de madera, sino al sonidista con el que están ajustando los últimos detalles. Minutos después, la Banda Municipal do Chuí comienza a tocar.

Cerca de ellos, las mujeres que atienden el stand de la escuela 61 no paran. Pegado en las patas de la mesa que sostiene las tortas que venden, hechas con frutos nativos, hay un cartel que reza: “Colabore con la escuela de Valizas y su proyecto educativo”. Graciela, su directora, explica a la diaria que desde el año pasado están trabajando entre padres, maestras y alumnos en el desarrollo de una huerta comunitaria, con el objetivo de abordar la soberanía alimentaria. Si bien todavía están arrancando, los niños han demostrado interés en la propuesta y se han involucrado en su crecimiento. “Ellos son muy conscientes del trabajo y de la alimentación saludable”, asegura Graciela, y agrega que después de asentarse y concluir esta etapa de aprendizaje teórico les gustaría plantar árboles frutales, hacer abono y generar un control de plagas, “todo en base a cosas naturales”.

Fuera de la escuela hay otra huerta comunitaria, gestionada por ocho vecinos y vecinas de entre 30 y 70 años. Dos de sus impulsoras, Graciela y Rosario, toman mate sentadas en reposeras, detrás de varias plantas y unos bidones con un líquido amarronado, que presentan a la venta. “Son microorganismos que sirven no sólo para la tierra, sino para las graseras y los pozos negros”, comenta Graciela, una jubilada que vive 20 días en el este y diez en Montevideo. Con el dinero recaudado a partir de su comercialización, resuelven necesidades de la huerta, establecida en un terreno que les brindó la intendencia. Según cuentan, un grupo de técnicos del área de Desarrollo Productivo del gobierno municipal les ha brindado talleres, asesoramiento y materiales para instancias como la construcción de un invernáculo.

Además han intentado hacer partícipe al resto de la comunidad a través de una campaña de clasificación de residuos que actualmente está en pausa. “Nosotros poníamos unos contenedores y los vecinos ponían ahí todo lo orgánico”, pero “los hemos retirado porque en la temporada de verano se relajaba todo y la gente ponía cualquier cosa”, relata la montevideana. Pese al cese, las vecinas quieren buscar alternativas para volver a implementar el plan y subrayan que “el deseo es que se sume más gente a participar”.

Algunas cuadras al norte, apartados del movimiento de la plaza principal, hombres y mujeres despliegan sus creaciones sobre las mesas de madera que componen la Feria de Artesanos, abierta todos los días durante la temporada y una vez al mes el resto del año. Entre las voces de extranjeros que recorren el espacio, Silvana, realizadora de jabones, shampoos e hidrolatos, conversa con la diaria y cuenta lo que sucederá una vez finalizada la semana de Turismo.

Luego del 9 de abril, ella y sus compañeros se ocuparán de gestionar la reparación de techos y mesas. “Es el momento en el que invertimos todo aquello que pudimos recaudar” porque “es una feria bastante grande y hay que mantenerla”, relata. También continuarán abriendo el segundo sábado de cada mes, para exponer sus artesanías, realizar trueques de semillas y plantines, y una gratifería, junto a nuevas propuestas que puedan aparecer. Para Silvana, aunque la participación puede fluctuar, lo rico de la organización es que sus integrantes tienen “una visión y una misión en común”, que concibe al lugar como un espacio cultural, en el que se aprende a trabajar en equipo.

Más apoyo

Acodada en un mostrador armado junto a una camioneta, una niña que acaba de pedir churros le pregunta a la vendedora de Churros Crazy si ofrecen brownies. Natalia esboza una sonrisa y responde que sí, pero que son para mayores de edad. A su lado, su pareja, Israel, cuenta a la diaria que se dedican a esto hace 12 años, y que, aunque son de Canelones y trabajan seis meses allá, se sienten valiceros.

Él y su familia llegan a Rocha en diciembre y vuelven a su departamento de origen a mediados de abril para trabajar en diferentes eventos. Dicen que el de 2023 ha sido un lindo verano y que, contra todo pronóstico, la sequía los benefició porque la lluvia afecta directamente a su emprendimiento, por encontrarse al aire libre. Pese a que consideran que es más tranquilo que otros balnearios rochenses y que eso repercute en las ventas, aseguran que no lo cambiarían por nada. “Siempre nos gustó, tiene su magia, es lindo y nos identificamos” porque “somos todos iguales y no hay una diferencia de si estás bien o estás mal vestido”, argumenta Israel.

En el primero de todos los stands, que ofrece empanadas y croquetas de camarón, Juan, el vendedor, coloca una mamadera en el microondas, mientras su dueña espera detrás de los clientes. “Tiene características de comunidad, no es un simple lugar de paso, hay gente que se asienta”, responde cuando le preguntan qué de lo que disfrutaba de Valizas al mudarse, hace 36 años, continúa en el presente. “Es un lugar donde conviven diversas tribus y todo el mundo más o menos se respeta”, agrega, con la seguridad del que conoce el pago.

Tras su decimosexta temporada al frente de la panadería Agua na Boca, conocida y recomendada por el sabor de sus productos y la variedad de su oferta, Juan celebra iniciativas como la de la Camaronada pero destaca la necesidad de que se brinde “un poco más de apoyo por parte de las autoridades”. Si bien reconoce que la intendencia acompaña a través del municipio, entiende que aún falta un abordaje estructural. “Rocha tiene que definir un proyecto de turismo, que no tiene”, en el que “cada lugar mantenga sus características, pero que se mejore la infraestructura”.

Con orgullo, enumera las cualidades del balneario: los tonos agrestes, la mezcla de campo y bosque, el arroyo, las dunas, y la cercanía con el Cabo Polonio y Aguas Dulces, a los que se puede llegar a pie. “Es lo que nos mantiene en vigencia, pero, en realidad, necesitamos un poco más de apoyo para que se divulguen nuestras aptitudes”, reafirma. Por último, menciona el hecho de que durante el año hay muy pocas fuentes de trabajo, algo que “debería ser un motivo de preocupación” para los gobernantes.