La sostenibilidad ambiental, económica y social es el pilar fundamental de la Red de Emprendimientos Sostenibles de Uruguay (Resur), un programa que desde 2019 capacita a personas privadas de libertad para practicar oficios a partir de materiales textiles recuperados.
La iniciativa surgió un año antes, luego de que Ana de León, una de sus directoras, instalara un taller de marroquinería en caucho en la cárcel de Maldonado, en el marco del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo de capacidades empresariales. Paola Albé, quien en ese momento era su tutora, contó a la diaria que De León la convenció para que se asociara con ella. “Fue una experiencia que la movilizó mucho, y me dijo: ‘Esto hay que replicarlo, hay que reproducirlo en otras cárceles’”, recordó.
Así comenzaron a trabajar en la cárcel de Maldonado y en la Unidad 1 de Punta de Rieles -la primera cárcel que se construyó en Uruguay bajo un régimen de participación público-privada-, donde instalaron un taller para trabajar con textiles donados por empresas particulares. Según explicó Albé, talleres y fábricas les brindan ropa usada y recortes de tela que son utilizados por las personas privadas de libertad para la confección de prendas. El objetivo es que la venta de las prendas financie el proyecto, pero aún no lo han logrado porque los ingresos generados “ni de cerca cubren todos los costos” que supone el desarrollo del programa. Además de que “hay una inversión enorme en máquinas” -algunas de ellas son alquiladas-, deben contemplarse la compra de otros insumos y el pago de los sueldos de las dos docentes a cargo de los talleres.
Las clases se dictan de lunes a viernes y funcionan en dos turnos: de 8.30 a 12.00 y de 13.30 a 15.00. Actualmente asisten alrededor de 18 personas, pero la cifra suele variar por los traslados a la Unidad 6, conocida como la cárcel de Punta de Rieles vieja, solicitados por los privados de libertad. De hecho, la asistencia al taller es un mérito para obtenerlo. También están acostumbradas a que cada nueve o diez meses roten las docentes, “porque es bastante exigente el trabajo en la cárcel”. Albé contó que la constante incorporación de nuevos alumnos y la cantidad de “cosas robables” que utilizan, como tijeras y agujas, implica un nivel de atención que puede ser desgastante. Aun así, destacó que luego de entrar en confianza y conocer las dinámicas, el lugar se caracteriza por su buen ambiente.
“Tenemos normas: si faltan tres veces sin justificación, se le deja el lugar a otra persona”, dijo Albé. Lo importante es “que se acostumbren al compromiso”, pero “no se saca a nadie por no tener habilidades”. A la vez, Albé está a cargo de un espacio para conversar e “inducir la reflexión sobre el futuro una vez que estén en libertad”, algo que a quienes acuden “les gusta mucho”.
En peligro
En el proceso de confección hay mucho material que se pierde. “A pesar de que aprovechamos un montón de descartes, tenemos restos. Siempre van quedando bordes de telas que no podemos usar por distintos motivos”, contó Albé. En busca de soluciones para desperdiciar lo menos posible, las directoras de Resur descubrieron una empresa chilena -la única en América Latina- que convierte desechos textiles en hilados. Con la idea de replicar la experiencia en Uruguay, visitaron su planta para capacitarse. Luego presentaron la propuesta al fondo concursable “Puesta en marcha de iniciativas circulares”, de la Agencia Nacional de Desarrollo (Ande), y aunque ganaron, aún no han podido ejecutarlo.
Como sabían que el aporte de Ande “no sería suficiente”, Albé y De León contactaron a una fundación con la que trabajaban desde 2021. Esta accedió a financiarlas, pero luego cambió de parecer porque prefería apoyar a “otro tipo de proyectos”. Ante la negativa, “está en peligro la puesta en funcionamiento de la fábrica de hilados” y, por lo tanto, todo el programa, porque sin esta unidad productiva “no es posible lograr la circularidad y la sostenibilidad económica”.
Ahora las directoras de Resur apuestan a encontrar nuevos apoyos. Según Albé, “a muchas empresas que trabajan en confección, sobre todo, realmente les preocupa o les importa poder darles un destino a sus textiles”. En ese sentido, la idea de replicar el sistema de Chile sería una solución que “resuelve un problema para el ambiente” e introduce “una salida de impacto” y sin precedentes para nuestro país, donde los materiales textiles no son considerados reciclables. “Por la capacidad de la planta que pensamos instalar, que es pequeña, podríamos procesar hasta una tonelada de residuos por mes. Para Uruguay es bastante”, subrayó su impulsora.