Cada dos semanas, la feria Paseo del Encuentro se apodera de San Antonio, un pueblo de Canelones conformado, en su mayoría, por productores agrícolas familiares. Entre licores, conservas, artesanías y productos de huertas artesanales, las 14 mujeres que la impulsan, integrantes del colectivo “Con los pies y las manos en la tierra”, disfrutan juntas de compartir las tradiciones que heredaron de sus abuelas.

Todo empezó en 2015 con el llamado de una médica a Andrea Vidal, la entonces presidenta de la Sociedad de Fomento Rural de San Antonio. Según contó Andrea a la diaria, la profesional le propuso realizar talleres de salud mental, con el objetivo de nuclear a mujeres rurales que estuvieran “dispersas” y no pudieran asistir a la policlínica de la zona. Tras conversarlo, abrieron un llamado para invitar a participar en charlas guiadas por un equipo interdisciplinario.

La convocatoria fue “increíble”, aseguró Andrea. Aunque al acercarse había cierta desconfianza –“estaremos chifladas”, pensaban algunas–, pronto se encontraron con un espacio enriquecedor, que les permitió percibirse desde otro lugar. A través de las dinámicas propuestas por el grupo de ASSE, conversaron sobre los prejuicios y miedos que las afectaban, mientras, poco a poco, fueron descubriendo eso que hoy llaman “amor propio”.

“Nosotras no pudimos estudiar, nos tocó quedarnos en el campo y producir”, explicó Andrea, y agregó que allí les enseñaron a valorar su trabajo como productoras y a comprender que la naturaleza fue su “universidad” y que lo de sembrar y cosechar “no lo hace cualquiera”.

En el camino, con la suma de las instancias, también profundizaron los vínculos entre sí. “Conocemos a la vecina, a las compañeras, pero no sabemos por dentro qué personas son”, reflexionó la productora, recordando lo sucedido. Al encontrarse, empezaron a “aflorar los sentimientos y los deseos” de cada una, así como los sueños que no pudieron cumplir, algo que les permitió animarse a “soñar juntas”. En su opinión, construida luego de varios años de trabajo compartido, esa es una clave fundamental para el funcionamiento de un colectivo. “Creo que a veces las cooperativas fallan porque no se conocen por dentro. Si se empezaran a conocer más profundamente, la herramienta funcionaría muchísimo más”, consideró Andrea.

Hoy, además de la feria, “Con los pies y las manos en la tierra” cuenta con un espacio propio, cedido por la Intendencia de Canelones. En el predio, adquirido a partir del impulso de sus integrantes, hay unos contenedores que fueron adaptados para construir la cocina en donde se reúnen, no sólo a trabajar, sino a “seguir fortaleciéndonos”, reflexionó Andrea. A la vez, en pocas semanas se concretará el lanzamiento del sello Murú –cuyo nombre se debe a las palabras Mujeres Rurales, pero también es una planta y un río-, impulsado varios años atrás con el fin de distinguir su trabajo a través de una marca que identifique sus productos.

“Nuestras rutinas logran que salgamos de todo lo que vive un productor rural con la sequía y el dinero muy escaso”, confesó. En ese sentido, festejó que han vuelto a incorporar actividades que realizaban antes, pero “que en el pueblo ya se estaban terminando”, como el fogón por el día de San Juan que llevaron adelante la semana pasada. Instancias así suelen reunir a todo el pueblo a través de guitarreadas y cantos que ponen a flote la cultura y la identidad de San Antonio, pero sobre todo, “lo principal es el motivo de estar juntos”, subrayó Andrea.

Abrir las puertas

Otro proyecto que se desarrolló en el marco de la Sociedad de Fomento Rural de San Antonio fue el de “Rutas de la horticultura”. La actividad, que funciona desde octubre de 2021, organiza visitas mensuales por las casas de diferentes productores de la zona. Según contó Dayana Bazzano, una de sus coordinadoras, a la diaria, la idea surgió a partir de un llamado del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca para presentar proyectos de turismo rural. Si bien al principio los vecinos y vecinas que la componen no se presentaron por una cuestión de tiempos y de libertades –“los ministerios a veces imponen ciertas lógicas y formas de organizarnos, y queríamos que fuera más libre”, dijo Dayana–, la propuesta quedó picando durante alrededor de cinco meses hasta que finalmente se consolidó.

“El objetivo era dar a conocer las formas de vida de la ruralidad”, sobre todo porque en San Antonio “hay una forma particular de vivir y de producir la tierra”, relató Dayana. Mientras algunos lo hacen de forma convencional, otros optan por la agroecología, y el plan es mostrar todo, incluidas las razones que llevan a cada uno a elegir esos modos. Más allá de lo productivo, su búsqueda implicaba compartir con los visitantes “cómo se vive”, e invitarlos “a ver qué hay” y qué historias componen al pueblo. En general, los predios son pequeños y “eso supone un contacto más directo con cada cosa que se produce”, además de que el trabajo suele ser realizado por el dueño del lugar. “Hay poca mano de obra dependiente”, ilustró Dayana.

Para quienes abren las puertas de su casa, la experiencia ha sido reveladora. Recibir a personas interesadas en conocer sus formas de vida ha logrado, en la mayoría de los casos, darles valor a cosas que pensaban que no las tenían. Dado que “el turismo a veces se vive como algo que tiene que ser para el servicio” de los visitantes, muchos vecinos demoraron en sumarse a la ruta porque sentían que no tenían nada para ofrecer, o que para hacerlo deberían modificar su hogar. De acuerdo a Dayana, con el pasar de los meses y de la gente, se dieron cuenta de que “en este caso no es así, vos sos vos y lo que estás haciendo y lo que tenés para mostrar está bien”, pues justamente se trata de eso: “Es lo que vienen a ver”.

El recorrido suele realizarse los sábados. Pese a que los lugares visitados varían en cada nueva edición, algunos puntos, como la feria organizada por las integrantes de “Con los pies y las manos en la tierra” o el paseo por el pueblo, se mantienen. Aunque tiene costo, el dinero alcanza para cubrir los gastos de lo que se ofrece. Luego se intenta que cada vecino pueda poner a disposición para la venta lo que produce –desde verduras a pastafrolas–, si es que lo hace. Los que no, simplemente abren sus espacios para que sean conocidos.

Actualmente, el grupo organizador, que suele reunirse una vez por semana, está integrado por alrededor de diez personas, pero el número varía y aumenta cerca de los encuentros. Al principio estaba compuesto por interesados en ser visitados, pero con el tiempo y la suma de productores con deseo de formar parte de la ruta, los roles cambiaron. Junto con Margarita, la guía turística, y el equipo fijo, “también hay gente que está aportando para pensar el cómo”, señaló Dayana.