La inteligencia artificial (IA) comienza gradualmente a ocupar un lugar en el mercado laboral uruguayo. Como una “pequeña llovizna”, sus efectos no son notorios de forma inmediata, pero sus efectos a largo plazo podrían acumularse y generar cambios profundos, especialmente entre los trabajadores con menor formación, los jóvenes, aquellos con escasa capacidad de negociación colectiva y quienes se desempeñan en empleos más precarios, indicaron, en diálogo con la diaria, distintos especialistas.
Los expertos coincidieron en que la IA puede “agrandar las brechas” ya existentes si el Estado no asume un rol activo que proteja el empleo y promueva políticas de formación que permitan la adaptación de los trabajadores a los nuevos desafíos tecnológicos.
“La IA claramente no es ciencia ficción: ya está cambiando el mundo del trabajo, el cómo trabajamos”, indicó, en diálogo con la diaria, el economista e integrante del equipo económico del Instituto Cuesta Duarte, del PIT-CNT, Pablo da Rocha.
En Uruguay, unos 600.000 puestos de trabajo (alrededor del 37% del empleo total) podrían verse afectados, según estimaciones elaboradas a partir de estudios del Banco Mundial, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Instituto Cuesta Duarte.
“El impacto no implica 600.000 personas a la calle, sino 600.000 puestos que van a cambiar cómo se hacen”, aclaró Da Rocha, docente universitario.
Uruguay mantiene una tasa de desempleo en torno al 7%, pero ese promedio oculta “realidades duras”. “Entre los jóvenes de 14 a 24 años, el desempleo ronda el 24%, y en algunas zonas del país supera el 10%. ¿Qué significa esto? Que el problema no es sólo si habrá empleo, sino quién se va a quedar sin empleo primero. Si no actuamos, la tecnología puede agrandar brechas que ya existen”, señaló Da Rocha.
Por su parte, Ignacio Munyo, director ejecutivo del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres) y profesor de la Universidad de Montevideo, indicó, en diálogo con la diaria, que el impacto de la IA sobre el empleo no será un golpe súbito, sino una “llovizna constante”.
“Es un proceso que ya empezó, pero cuesta verlo en el día a día. Es como esa llovizna que parece que no moja, pero cuando uno se queda horas abajo, termina empapado y las consecuencias se van a ver sobre todo en las personas con menos formación”, resumió Munyo, quien además es economista.
Indicó que “más allá de los números”, está “preocupado” por el impacto que tendrá la IA sobre el empleo en Uruguay. “En el medio de todo hay personas que tienen que estar capacitadas para readaptarse, reinventarse laboralmente, y Uruguay, lamentablemente, a lo largo de décadas y décadas, no ha dado a las distintas generaciones de estudiantes o trabajadores que pasaron por el sistema educativo del país las herramientas necesarias”, opinó.
Por su parte, la exdirectora de Uruguay Innovation Hub, Sabrina Sauksteliskis, dijo a la diaria que “siempre el componente humano, ante toda revolución, persistió. El pensamiento crítico siempre tiene que estar presente, y no va a ser sustituido o esperamos que no sea reemplazado por las máquinas”.
Sauksteliskis indicó que en “toda revolución siempre hubo puestos de trabajo que se vieron comprometidos frente a los cambios tecnológicos”, pero consideró que con los nuevos tiempos se “abren otras posibilidades”. “El desafío es la reconversión, intentar como sea subirse a esa ola desde el lugar en el que estemos”, remarcó.
La mirada de las empresas
Las declaraciones de Sauksteliskis sucedieron luego de la mesa de trabajo “La IA y trabajo humano: ¿nos reemplaza o nos ayuda?”, que se realizó el sábado 24 en el marco de la conferencia Connectia. Participaron Sauksteliskis, el CEO de Meet Pia (que aplica IA en recursos humanos), Martín Liguori y el cofundador de la empresa emergente uruguaya Zapia (una aplicación conversacional), Pablo Rodríguez Bocca.
En dicho encuentro, Rodríguez Bocca sostuvo que la clave es tratar de “subir lo más posible a todos los ciudadanos” en “este carro” para evitar efectos sobre el empleo.
“La tecnología lo está permitiendo; es más fácil ahora subirse. Depende de decisiones personales y, por supuesto, no es igual de fácil para todos. Tenemos que educar más en esa dirección y redoblar esfuerzos para ver dónde están los problemas y tratar de acercar [el tema] a la gente”, indicó.
Por su parte, Liguori dijo que está trabajando con muchas empresas y remarcó que “la cantidad de gente que se quedó sin empleo es cero”. “Esa gente no se va a quedar sin trabajo, sino que va a hacer otras cosas priorizando los tiempos. Creo que hay que dar a conocer la IA y mostrar las cosas que se pueden hacer. [...] Es un camino, no podemos asegurar que toda la gente va a seguir con su trabajo, pero sí van a aparecer un montón de nuevos empleos que ni siquiera hoy existen”, manifestó.
Algunas cifras
Según una investigación realizada por la OIT llamada “La IA generativa y los empleos en América Latina y el Caribe: ¿la brecha digital es un amortiguador o un cuello de botella?”, publicada en julio de 2024, entre el 26% y el 38% de los empleos en América Latina y el Caribe podrían verse expuestos o modificados por la IA.
Asimismo, la OIT reportó que la IA podría mejorar la productividad de los puestos de trabajo hasta en un 14%, “con una probabilidad mayor en los sectores urbano, educativo y formal, y entre las personas de ingresos más altos”.
El organismo internacional estimó que frente a las capacidades actuales de la IA, hasta el 5% de los empleos corren el riesgo de ser automatizados por completo.
En dicho informe se señaló que en Uruguay la IA podría afectar a unos 600.000 empleos, ya sea automatizándolos (5%), aumentando su productividad (11%) o de forma indeterminada (21%).
Automatización e IA
Por otro lado, Da Rocha hizo una distinción entre dos planos: la automatización de procesos, que se instrumenta desde hace décadas, y la IA como un “cambio trascendente” en materia cultural. La IA, comentó, “influye en la forma de pensar y hacer las cosas; y otra es la combinación de la automatización con IA, que supone un nivel superlativo del cómo hacer las cosas”, afirmó.
Mientras la automatización sustituye tareas repetitivas, que en general no tienen sofisticación tecnológica e implican un riesgo de desplazar trabajadores en tareas de baja calificación, “la IA es una herramienta con tanto potencial que puede cubrir tareas de alta calificación”, añadió.
“Combinar la IA con la automatización es un nivel superlativo de sofisticación tecnológica, lo que extiende el riesgo de sustitución a personas de alta capacitación”, indicó.
Entre los sectores más expuestos, mencionó servicios administrativos, oficinas, atención al cliente, call centers, finanzas, seguros y banca, puestos de trabajo en donde abundan “tareas rutinarias” y repetitivas que los sistemas de IA pueden hacer “más rápido y sin cansancio”. También la logística, el agro, la forestación y la industria con procesos estandarizados.
En contraste, salud, educación, cuidados y trabajo social presentan mayor resiliencia. “La IA puede apoyar, pero no sustituir el componente humano. Son sectores que combinan conocimiento técnico y vínculo humano directo, y por eso tienen menor riesgo de reemplazo completo. Por lo menos en el corto y mediano plazo, parece razonable pensar en la no sustitución humana”.
Da Rocha dijo que hay ramas donde la IA sustituye tareas y abarata costos y otras donde puede ser una herramienta para “trabajar mejor, no para sustituir trabajadores”.
Cambio cultural
Para el economista Da Rocha, el impacto de la IA trasciende la comparación con las revoluciones industriales. “Creo que representa un cambio cultural, similar al que se debe haber experimentado cuando controlamos el fuego”. “Si bien no soy apocalíptico, creo que en última instancia no se trata de sí o no, sino de cómo. La OIT viene señalando que uno de cada cuatro empleos a nivel global está en riesgo de transformarse por la IA generativa, pero que sólo una parte pequeña sería totalmente automatizable”, agregó.
“En las revoluciones industriales clásicas, vos cambiabas la máquina y barrías ocupaciones enteras. Hoy lo que pasa es que adentro del mismo puesto de trabajo te cambian las tareas, la forma de control y el ritmo. Eso es más silencioso y más peligroso políticamente, porque parece el mismo trabajo, pero con más presión, más vigilancia digital y menos poder de negociación del trabajador”, añadió.
Un proceso más lento
A diferencia de economías más competitivas, Munyo consideró que el proceso de aplicación de la IA en Uruguay es más gradual. “En nuestro país hay muchos sectores con poca competencia, que mantienen puestos que incluso ya podrían ser prescindibles. Eso hace que la transición sea más lenta. Pero no hay duda de que está ocurriendo”.
Sostuvo que las consecuencias se concentrarán en los trabajadores con menor formación. “El esfuerzo de preparación es cada vez más exigente, y nuestro sistema educativo no está a la altura de generar las habilidades necesarias para convivir con esta tecnología”, señaló.
Munyo enfatizó que no se trata sólo de formar más profesionales universitarios, sino de promover habilidades complementarias a la tecnología. “Hay oficios manuales que serán muy demandados si se combinan con conocimientos tecnológicos. No todo pasa por programar o saber matemáticas avanzadas: también hay destrezas humanas que la tecnología no puede reemplazar”.
A mediano plazo identificó un fenómeno estructural: los nuevos puestos de trabajo que surgen en sectores innovadores ya nacen con menor intensidad de mano de obra. “Cuando una empresa cierra y otra nueva se instala, la nueva suele tener procesos más tecnológicos. Entonces no se destruyen puestos dentro de una misma empresa, sino que se crean menos en las nuevas”.
Productividad y poder
Da Rocha reconoció que la IA puede aumentar la productividad sin necesariamente destruir empleo, pero advirtió sobre el riesgo distributivo. “El problema es quién se queda con esa ganancia. Si toda la mejora va a la empresa en forma de margen y no se reparte en salario, reducción de jornada o formación, la productividad termina siendo una excusa para ajustar plantilla”. En ese sentido, consideró clave el papel de la negociación colectiva: “Ahí es donde entran los convenios”.
Asimismo, sostuvo que la IA puede reemplazar a las personas y también complementar el trabajo humano. Actualmente, el “riesgo principal es el reemplazo parcial de tareas, no la desaparición total del puesto”, indicó.
“El empleador puede decir: con esta herramienta hago con tres personas lo que antes hacía con cinco. Ese ajuste ya es desempleo. Pero también es cierto que, bien negociada, la IA puede complementar: descargar tareas repetitivas, liberar horas para atención humana de calidad y mejorar la seguridad y salud laboral en trabajos duros o peligrosos. Por eso la pregunta clave no es técnica, es política: ¿quién define para qué se usa la IA en cada lugar de trabajo? ¿La empresa sola o la mesa de negociación?”, agregó.
Educación y reconversión
El diagnóstico más severo de Munyo apuntó al sistema educativo. “Estamos realmente muy mal en la preparación que el sistema educativo da en contextos más desfavorables. [...] Sabemos hace muchísimos años que la educación tradicional del liceo fue diseñada para otra época, y que es imposible que pueda generarle a un joven hoy, que está en las puertas del mercado de trabajo, las herramientas necesarias para poder convivir con esta tecnología y agregar valor”, afirmó.
El economista mencionó que desde la primera prueba PISA de 2003, los resultados del país se mantienen estancados. “Existe una ausencia casi que imperdonable de cambios sustanciales en el sistema educativo uruguayo a través de décadas. [...] Cada tres años se confirma lo mismo: los resultados dan lo mismo. Lo más grave es que la mitad de los jóvenes de 15 años no puede resolver un problema complejo. Sólo tienen capacidad para seguir instrucciones muy ordenadas, no pueden razonar”.
En este contexto, destacó el rol del Inefop como organismo clave para la reconversión laboral. “Tiene que ser una de las instituciones con mayor relevancia hacia el futuro. El desafío es monumental: dar a las personas la posibilidad de reinventarse laboralmente, y eso cuesta mucho. Pero sin eso, no hay convivencia posible entre tecnología y sociedad”.
Desigualdad y concentración
La IA genera el riesgo de profundizar desigualdades entre trabajadores calificados y no calificados, aseguró Da Rocha. “Sin intervención pública, la brecha se agranda por dos vías, porque la IA premia habilidades digitales y capacidad de adaptación rápida. Eso suele estar más presente en trabajadores con más educación formal y acceso a formación continua. La empresa usa la tecnología también para vigilar tiempos, medir pausas y fijar objetivos inalcanzables. Eso pega más a quienes ya están en posiciones frágiles, con menos estabilidad y menos sindicalizados”.
“El dominio de la IA se disputa en términos geopolíticos, así es claro que está bajo tensión y contradicciones propias del marco económico en el que se desarrollan. De modo que la tecnología en sí no es neutral. En manos de pocos, refuerza desigualdades que ya son estructurales: de género, de edad, territoriales y de calificación”, añadió.
En ese sentido, el economista indicó que la IA puede aumentar la concentración de la riqueza y poder en manos de grandes tecnológicas. “Cada vez más tareas del trabajo —comunicación interna, evaluación de desempeño, control de calidad, incluso selección de personal— pasan a depender de plataformas privadas, muchas veces extranjeras. Eso les da datos, y los datos son poder económico y poder de disciplinamiento sobre el trabajador. Si dejamos que la infraestructura digital del trabajo quede en manos de tres o cuatro corporaciones globales, lo que estamos entregando no es sólo renta futura del país: estamos entregando capacidad de decidir cómo trabajamos y bajo qué reglas”.
Rol del Estado
Para Da Rocha, el Estado debe actuar en tres frentes. El primero es en formación y reconversión laboral como política pública universal, con participación sindical y empresarial. “No como curso voluntario si te echan. Se requiere capacitación paga en horario laboral, con participación de sindicatos y cámaras, sector por sector. Eso es tan estratégico como la educación obligatoria en el siglo XX”, afirmó.
En segundo lugar, en protección de derechos laborales y, por último, la transparencia tecnológica en el Estado mismo: “Si organismos públicos empiezan a usar la IA para tomar decisiones que afectan derechos, esa herramienta no puede ser una caja negra privada. Tiene que haber auditoría sindical y social. La peor respuesta sería: que el mercado se arregle solo. Sin planificación pública, la tecnología se usa para bajar costos laborales, punto”.
“En resumen, la IA puede ser una palanca para un trabajo más digno, con menos tareas alienantes y más valor agregado nacional. Pero eso no va a pasar por accidente. Va a suceder si los trabajadores, organizados, negocian a tiempo; y si el Estado asume que esta discusión es tan estructural como lo fue, en su momento, la jornada de 8 horas”, finalizó.