La dictadura dejó presa varias veces a Lilián Celiberti. Una de esas veces fue en noviembre de 1972 y no pudo salir de Punta de Rieles hasta setiembre de 1973, a pesar de que la justicia civil había demostrado que no había ninguna razón para detenerla. Fue en esa celda del penal en la que la maestra y militante de la Federación Anarquista del Uruguay (FAU) se enteró el 27 de junio de que se había consumado el esperable golpe de Estado. Fue en esa cárcel que se unió a sus compañeras para resistir. Celiberti habló con la diaria sobre cómo recibió y procesó la noticia tras las rejas.
¿Te acordás dónde estabas y cómo recibiste la noticia de que se había consumado un golpe de Estado?
Estaba en Punta de Rieles, estuve detenida desde noviembre del 72 y el 16 de enero del 73 estuve en el contingente de mujeres que inauguramos la cárcel de mujeres, porque antes había varones allí. El día del golpe lo recuerdo perfectamente, pero creo que en realidad el mayor impacto, para mí personal y para un grupo de compañeras, fueron los comunicados 4 y 7 de febrero. En realidad la idea de golpe de Estado estaba pautada desde febrero.
La vida interna del penal de Punta de Rieles fue cambiando desde que llegamos, después en febrero, y en esos meses hicieron una gran reestructura. Ellos usaban los altoparlantes del penal y ponían “Disculpe”, que era una canción que identificaba la corriente, era como decir: “se terminó, ustedes están del otro lado, son los enemigos”.
Creo que nos enteramos por los altoparlantes, porque ellos estaban festejando. Para los militares que estaban allí al mando éramos las enemigas. Ellos se encargaron –de la misma manera que me acuerdo cuando fue el golpe de Estado en Chile– de recorrer las celdas para decirnos que las fuerzas del orden se habían impuesto. Había una cuestión celebratoria de parte de la guardia.
No tuvimos en ese momento, como creo que le pasó a la mayoría de la gente de este país, una dimensión tan brutal como la que realmente se dio. Partíamos de cierta civilidad compartida, pensábamos, tal vez de forma muy ingenua, que había algunos parámetros comunes, a pesar de la tortura que ya se había instaurado de hecho en el 72.
Estando en el Penal, ¿pensaron que en algún momento se podía detener esta situación?
Es difícil contestar porque yo creo que eso está atravesado por las perspectivas políticas que teníamos cada una. Desde el punto de vista de mi militancia, yo militaba en la FAU, estaba en la Resistencia Obrero Estudiantil, y nosotros teníamos un análisis de las políticas represivas en el Estado que venía de mucho antes. Pensemos que había cierta naturalización. La FAU fue ilegalizada en el año 71, en realidad no pensábamos que estábamos en una democracia.
En ese momento nosotras pensábamos que la dictadura había venido para quedarse o por lo menos para intentar copar todos los estamentos, a pesar de que nuestra imaginación no nos llevó a pensar que habría desaparecidos, la coordinación represiva entre las fuerzas armadas de los países y todo eso que fuimos descubriendo paso a paso en la medida que lo fuimos viviendo.
¿De qué se conversaba esos días? ¿Qué discusiones se generaban?
Las conversaciones venían en la línea de reafirmar que aquello que había pasado en febrero de alguna manera se confirmaba en un proceso autoritario y de control del aparato del Estado, por parte de los militares. Hubo un impacto emocional muy fuerte. Yo por ejemplo tenía sobreseimiento de causa e iba a salir en libertad en setiembre, y en realidad después entrabas en una lógica de clasificación que los militares hacían de tu peligrosidad y no salías.
Decías que las condiciones en la cárcel fueron cambiando, ¿en qué veías esos cambios?
Tengo que decir que el posterior al golpe fue muy poco tiempo en Punta de Rieles. Estuve en el Batallón 14 de infantería, que era un barracón, en una cucheta al lado de la otra, un hacinamiento total, condiciones muy desagradables para la vivencia, tuvimos unos meses sancionadas y no recibimos paquetes, la comida era un asco, era invivible.
Esa transformación se fue dando cada vez peor. Sacaron a las rehenes a rotar por los cuarteles y eso funcionaba como elemento de presión y miedo, había algunos interrogatorios también. Había una sensación más de que pensar en la parte institucional de la dictadura y todo lo que significaba para el afuera, un miedo a la tortura, a las condiciones represivas. ¿Cómo te preparás para eso? Más bien lo pensabas.
Y todo eso en una condición en la cual tampoco era posible hablarlo tanto, porque también tenías que resistir para no caer en el desánimo, para ayudar a las que estaban en peores condiciones en el sentido emocional, afectivas o psíquicas incluso, entonces era un equilibrio muy complejo de poder expresar el miedo colectivamente y a la vez mantener una actitud de resistencia, de integridad, porque una de las cosas que hace la tortura es justamente desequilibrar tu integridad, tu dignidad como persona.
Yo creo que esas eran más las preocupaciones. El golpe venía a consolidar que eso no se terminaba ahí, que de alguna manera perdías las pocas garantías que ya en realidad habían sido violadas en muchos momentos, pero perdías esas garantías mínimas que el Estado de derecho te concede.
¿Cómo cambió la actitud de los militares con ustedes?
Empezaron a tener otras conductas, actitudes de agresión y de control que íbamos resistiendo como podíamos. Había una cuestión de actos de resistencia mínimos, que era cuando nos formaban, eso en el suelo tenía pedregullo y nosotras movíamos los pies y hacíamos ruido, tosíamos. Cuestiones de resistencia muy elementales, pero necesarias, porque todo acto de resistencia fortalece tu propia conciencia, tu propia dignidad, aunque pierdas, aunque sepas que no vas a cambiar nada, es una forma de mantener tus ideas, tu ser político, que no te lo borre la represión.
Todo el proceso de convertir Punta de Rieles en un lugar especializado de represión se fue dando muy paulatinamente a lo largo de todos los años, llegando a niveles de sofisticación inconcebibles, de tortura psicológica. Por ejemplo, si ellos veían que algunas de nosotras estábamos siempre juntas, nos dábamos ánimo, estudiábamos, leíamos, salíamos al recreo, cantábamos, sabíamos que eso iba a ser motivo de represión: te separaban y no te dejaban saludar a esa persona que era tu amiga, con la que venías resistiendo.
¿Qué sabían desde el exterior? ¿Qué información les iba llegando el día del golpe y los posteriores?
No me acuerdo muy bien porque casi enseguida fui internada en el Hospital Militar, creo que por una cuestión de estrés, porque esas cosas también se viven a nivel del cuerpo, también te afectan. Entonces, no me acuerdo de haber tenido visita entre el golpe y el día que me internaron. Me quedé internada en una sala común, de un lado los hombres y del otro las mujeres, separados, aunque algún intercambio lográbamos hacer.
Sí recuerdo que muchos soldados rasos estando en el Hospital Militar te contaban de las desocupaciones de fábricas o comentaban sobre todo el 9 de julio. Nunca me voy a olvidar un soldado sorprendido de la movilización de ese día y para nosotros era un motivo de alegría. Pero había poca información, creo que también había bastante confusión al respecto sobre qué significaba concretamente ese golpe.
Teníamos muy poca información ahí, a diferencia de Punta de Rieles, donde toda la gente tenía visitas en distintos momentos, algunas tenían hijos un poquito más grandes que podían traer alguna información, en el Hospital Militar era un poco más limitada.
¿Tenías esperanza en la movilización? ¿Creías que podía mover la aguja?
No la dimensionás, es muy difícil en el momento concreto pensar que nada de esto va a cambiar nada, porque todos los seres humanos necesitamos tener esperanzas para construir nuestras resistencias. Además hay algunas cosas que son obligadas a hacerlas, no es lo mismo haber hecho la huelga, aunque se perdiera, que no haberla hecho, porque eso supone la acumulación de una conciencia democrática que está instalada en una parte de la población, esa es mi interpretación.
A 50 años de haberse concretado el golpe, ¿qué enseñanzas pensás que dejó?
Creo que la dictadura, en primer lugar, fue un operativo de terror contra toda la población, contra todas las personas, donde algunas fueron sacadas de sus cargos, condenadas a la miseria porque eran grandes y no podían volver a trabajar. Creo que la dimensión a mirar en el día de hoy de la dictadura no es sólo la represiva de la tortura, ese clima de terror lo vivieron las infancias, lo vivieron los jóvenes que iban al liceo y ese autoritarismo es el germen de la resistencia.
El mejor ejemplo es lo que pasó después, en el 80. Si hay algo que es la mayor enseñanza es la respuesta. Con represiones cada vez más profundas, cosas que pensábamos que en este país nunca iban a suceder, esa excepcionalidad creo que caló hondo en nuestra conciencia colectiva, no de todo el mundo obviamente, pero de una parte muy importante de la población que llegó a decirle “No” a los militares aún en ese clima de terror.
Cuando hoy se vuelve a discutir o poner sobre la mesa la lógica de los dos demonios, es de una ignorancia, de una falta de sensibilidad con las miles de personas que vivieron la represión y el autoritarismo, desde los estudiantes en los liceos, los niños en las escuelas o las personas sumariadas. La represión no fue una cuestión de guerra, de enfrentamientos militares, ni de personas armadas; eso me parece que es una falsedad perversa y que distorsiona la historia.