Nació en el hotel de sus abuelos y de niño ya jugaba a ser comerciante. Nunca dudó de que su vida laboral iba a ir por ese lado. Se formó como mozo y hotelero en Europa, principalmente en Italia, Suiza, Francia e Inglaterra, donde tuvo la “suerte” de trabajar para una de las personas más ricas del mundo, experiencia que no lo nubló en su objetivo: sabía que quería volver a Uruguay. Hoy, a sus 63 años, recién casado y padre de tres, dice que su lado socialista quedó atrás. Se planta como militante y diputado suplente del Partido Nacional y eventual asesor de Luis Lacalle Pou, a quien “respeta mucho” y considera que “sería un gran presidente”. Además de dirigir dos hoteles, también tiene una empresa de marketing digital para hoteles y el Instituto Técnico Hotelero Gastronómico del Uruguay (ITHU), donde recibió a la diaria la semana pasada para conversar sobre su trayectoria.

El hotel Biltmore, de sus abuelos, inaugurado en 1872, fue uno de los primeros en el país y sin duda de Santa Lucía, un pueblo que hace 63 años contaba con 12.000 habitantes y donde Monzeglio pasó su infancia, que recuerda como “linda”. El hotel era su casa, y el río y el parque al frente, el lugar elegido para pasar las tardes después de la escuela: jugaba al fútbol, pescaba, hacía fogones, tocaba la guitarra e intentaba cazar pájaros con una onda. “Nunca le pegué a nada, era un desastre, y además a mi padre no le gustaba”, confiesa.

El tránsito por la escuela y el liceo lo vivió desde un lugar “raro” porque “en los estudios era un desastre”. Fue al colegio Las Hermanas, después a una escuela pública –la 140– y siguió la secundaria en el ámbito estatal. “Fue una época hermosa, pero muy difícil”, reconoce. “Lo que menos me gustaba era el estudio, pero tenía una enorme facilidad, entonces cuando me mandaban a examen y no me quedaba otra que estudiar, me iba bárbaro”, recuerda. También se percibe como una persona “muy curiosa” y recuerda que de niño “constantemente me aburría haciendo lo mismo, entonces siempre buscaba algo nuevo para hacer”.

El hijo del hotelero

Su primer trabajo surgió casi espontáneamente: “De chico ayudaba a poner las mesas, limpiar las copas y ordenar en el restaurante del hotel, y mi padre vio estas características y me dijo: ‘Ya que te gusta tanto, vas a tener un horario y una paga: cuatro horas y ocho pesos por día’. A mí me encantaba: hacía lo que me gustaba y además me pagaban”. Ahora, con la perspectiva que da el tiempo, sostiene que fue “una preocupación bien dirigida: me dio disciplina, me hizo ahorrar, ser solidario e independiente en alguna medida”.

A los 16 cayó en la cuenta de que tenía “un montón de inquietudes”: “Viajaba por todo Uruguay, era gobernador de Interact, los jóvenes de Rotary del distrito 497, y al mismo tiempo secretario de la asociación de estudiantes del liceo, mientras militaba en las brigadas juveniles socialistas”, recuerda, y agrega: “Políticamente había dos partes muy marcadas. Era la época de la Ley de Educación del ministro [Julio María] Sanguinetti, la mayoría de los estudiantes estábamos en contra”.

En 1972, a los 19, incentivado por su padre, se fue a estudiar a Europa. “Yo tenía una habitación en el hotel que usaba de escritorio, un lugar chiquito, donde había pintado un Che Guevara de dos por dos y tenía los libros de socialismo. Eran años difíciles y mi padre estaba preocupado y me propuso llevarme a Italia a estudiar”. Arribó, después de un viaje de 17 días en barco, y recorrió “todo el país” durante dos meses, para luego ingresar en una escuela de hotelería.

Mientras estudiaba, durante las vacaciones viajaba –a Suiza en invierno y a Francia en verano– a trabajar de mozo en hoteles para “gente opulenta”. Después de dos años, al terminar la carrera, viajó a Inglaterra; quería “aprender bien” inglés mientras trabajaba en restaurantes chicos, hasta que, a punto de irse, lo contactó el entonces “tercer hombre más rico del mundo, Stavros Niarchos, el rival de [Aristóteles] Onassis” para ofrecerle trabajo de maître de uno de sus hoteles. “Para él trabajábamos 200 personas que no le dejábamos ninguna ganancia. De estas, casi 40 siempre estaban con él y otros cuatro viajábamos para todos lados a su lado. Yo, con 23 años, me alojaba dos veces por año en la suite presidencial del Waldorf Astoria e iba cuatro veces a su isla privada en Grecia, a la que llegábamos en helicópteros a fiestas increíbles con Carolina de Mónaco, Valentino, fotógrafos, actrices y actores de la época. Me dio la oportunidad de vivir como un rico siendo un empleado. Una vida irreal. Me tenía que pellizcar muchas veces”.

Paso a gerente

Más allá de todo eso, él “tenía claro que quería venir a Uruguay” y después de siete años se dio la oportunidad, pero recuerda que “las cosas no fueron fáciles”. A pesar de la experiencia y la formación, no encontraba trabajo. Estuvo un año en esa búsqueda y decidió volver a Suiza, donde durante ocho meses fue director de una discoteca. Volvió una vez más, esta vez con trabajo en el hotel Palace.

A los cuatro meses –con 26 años– viajó a Chile a raíz de una oferta de la gerencia general de un hotel de 180 habitaciones en Viña del Mar: “Me la jugué y me fui”. Así fue que empezó “una carrera internacional” que duró tres años y medio. Con la vuelta a la democracia, en marzo de 1985 volvió a Uruguay aprovechando las oportunidades que brindaba el comité de repatriación: “el primer repatriado que llegó al país”.

Trabajó en el Victoria Plaza y en un último intento de carrera internacional se fue al Sheraton en Ciudad de México. Unos años después volvió –“ahora si para siempre”– y se empleó en varios hoteles hasta que, varios años después, se encontró con su potencial: una empresa de marketing digital, Monzeglio Hotel Management, que “da distintos servicios de asesoría a los hoteles para aumentar sus ventas”. Al mismo tiempo, también desarrolló otra arista: en 1993 fundó el ITHU, cuya sociedad compartió hasta el año pasado con Sergio Puglia. “Mi sueño era llegar a esta edad dedicándome a esto”.

Los números del turismo

“Lo veo complicado”, responde cuando se le pregunta por el sector. Sostiene que hay un “sobreoferta hotelera” que “ha tirado abajo las tarifas” y también “un cóctel muy complicado de sobrellevar: impuestos municipales, aportes al Banco de Previsión Social y costos de personal cada vez mayores, junto a más beneficios sociales y, por otro lado, las tarifas cada vez más bajas”. En consecuencia, nota “una competencia feroz” y asegura que hay “muchos” hoteles que “están dando pérdida, sobre todo en Montevideo”.

Otro factor, dice, es que “el turismo, como le llamamos acá, no es tal”. “Acá entra mucho visitante, los turistas no son ni por asomo cuatro millones”, afirma y explica: por un lado, hay personas que vienen varias veces al año y todas las veces que se las cuenta como un turista nuevo, después están los que vienen a trabajar y no son turistas. “Turista es el que viene a recorrer el país, sacar fotos, conocer, y acá el Ministerio de Turismo pone a todos los visitantes dentro de la misma bolsa, lo cual es una irresponsabilidad”. Entre los cuatro millones, estima, “puede ser que un millón sean veraneantes”. Para Monzeglio estos números generan una “falsa expectativa” entre las personas, que “en general, no se asesoran” y “terminan lanzándose a abrir restaurantes y hoteles”.

Sin embargo, desde hace unos años los niveles de ocupación marcan nuevos récords. “Pasa que se abren nuevos hoteles, que necesitan ocuparse y les proponen a los operadores de transporte ofertas bajísimas. La ocupación de los hoteles es la que más se ha mantenido, pero a costa de estar entre 30% y 40% más bajo que otros años”, señala.

La mejor época del turismo en Uruguay fue, para Monzeglio, a partir de la creación del ministerio en 1987, “cuando asumió el mejor ministro de Turismo del país, José Villar, y sentó las bases de lo que fue el desarrollo de la construcción, no sólo de hoteles, sino de complejos turísticos. Ahí vino la mejor década del turismo”.

El ascenso de las plataformas digitales de reserva es para Monzeglio “una realidad del mercado”. Considera que lo que refiere a la plataforma Booking “está bien reglamentado”, pero que “hay que empezar a pensar en regular” otras como Airbnb. “Soy defensor del libre mercado a ultranza, pero regulado”, asevera.

En cuanto a esta temporada, la considera “mala”. “Veníamos de muy buenas temporadas. Cuando asumió [Mauricio] Macri en Argentina se dio un boom –yo lo llamaba San Macri– y desde entonces fueron cada vez mejores”, afirma. En cuanto a la gestión de la actual ministra de Turismo, Liliam Kechichián, sostiene que “no hizo nada nuevo” y que “hizo bien en mantener las políticas que se venían haciendo”. “Hoy la vi en la tele diciendo que esta es la mejor temporada y ¡claro que sí! Pero porque es la última, y cada vez viaja más gente en el mundo, pero eso no quiere decir que ella haya hecho nada bueno. Tampoco nada malo. Siguieron haciendo las cosas prolijas y siguieron publicitando; eso está bien”.

Para Monzeglio, “el mérito del Frente Amplio [FA] en turismo es haber recapacitado y no haber cambiado nada de lo que se venía haciendo”. Cree que “todas las obras que propician el turismo fueron pensadas y ejecutadas en gobiernos blancos y colorados. El FA se opuso al Conrad, al aeropuerto, a la doble vía, e incluso iba a las manifestaciones esas que ahora le preocupan tanto”.

En los últimos años se amplió la concepción del territorio turístico, fomentando el litoral y el oeste, al igual que el norte del país. Consultado sobre esto, considera que fue “un error” haber cambiado el nombre “Corredor termal” por “Corredor de los pájaros pintados” y sostiene que “pasó lo mismo” con la Ciudad de la Costa y la Costa de Oro, donde “se perdió con el cambio de nombre la identidad de los balnearios: un error desde todos los ángulos; hay que puntualizar las virtudes y características de cada lugar”. De todas maneras, reconoce que “ahora la gente va todo el año a las termas, algo que antes sucedía sólo en invierno”, y acota que “igual, en la mayoría de los casos no es el público de mayor poder adquisitivo”.

El empresario y el dirigente

Como dirigente empresarial, dice sentirse “a gusto”, con “una cantidad de experiencia que sirve”. Dice que en el Sindicato Único Gastronómico y Hotelero del Uruguay (SUGHU) lo “respetan mucho y viceversa”. “Soy un tipo muy llano, directo. En general nunca tuve problemas con los trabajadores porque empecé trabajando de abajo, sé ponerme en sus lugares y entiendo que las diferencias hay que arreglarlas de igual a igual, dialogando tranquilamente en una mesa. Mientras manejé hoteles nunca le di al sindicato algo más de lo que le correspondía, pero tampoco nunca le di menos, y por eso hay un respeto mutuo. Los logros son logros”, afirma, al tiempo que sostiene que “hay que respetar a la gente y no sirve de nada tener una conducta antisindical o hacerle la vida imposible a un trabajador para que se vaya, porque es una práctica insana y al final se terminan enfermando los dos”.

Sobre la calidad del trabajo de los hoteleros y gastronómicos, considera que “le hemos dado un vuelco” y recuerda que a su regreso a Uruguay, en 1985, quienes trabajaban en gastronomía “lo hacían por necesidad, ninguno por vocación”, y que “en este sentido, fue un cambio cualitativo brutal porque hoy son creativos, desarrollan un arte, aman lo que hacen y los que no, lo dejan”. En particular, sobre la salud y seguridad en el trabajo, un tema que el sindicato ha descrito como “invisibilizado” en el sector porque no hay víctimas fatales sino una degradación a lo largo de la vida laboral, considera que “no es tal”. “Yo desempeñé varias tareas del rubro: fui recepcionista, ayudante de cocina, gerente en diversas áreas. Acá el mozo es mozo y nada más. Cuando yo trabajaba me hacían pasar la aspiradora, limpiar los vidrios. Por otro lado, mucama nunca fui, pero diría que es muy improbable que hoy tengan que hacer esfuerzos similares a los que se hacían antes. Yo no conozco a nadie hoy que se descuide o se desplome haciendo un trabajo de estos. La tecnología lo ha cambiado todo. No veo que haya un perjuicio físico puntual ni en la hotelería ni en la gastronomía”, expresa, y agrega que “capaz que me estoy perdiendo de algo”.

En cuanto a la remuneración de estos empleos sostiene que si bien “en principio no son bien remunerados, no tienen techo”. “A la gente que quiere entrar a este rubro para hacer plata, le digo que se vaya a la construcción –que ahora no es como antes, que tenías que estar deslomándote–, porque acá se necesita vocación”.

Política y militancia

Dice que no le queda “nada” de socialista, y que fue cuando descubrió la “figura” de Wilson Ferreira Aldunate que se “hizo blanco”. Dice que buscó “en su momento” participar en la política para “aportar las cosas que podía” y hace tres legislaturas llegó al Parlamento como primer suplente de la lista 400 de Canelones.

Como diputado presentó un proyecto –el de tax free para los turistas– que sostiene que es “un beneficio real”, que equipara con el “descuento del IVA incluido en la reforma tributaria de 2007”, pero los distingue en el propósito: “Eso fue para controlarnos, para que hubiera menor evasión”.

Dice que entrar a la cámara baja “no es lo que más le agrada”, que lo hace “en casos puntuales”; los últimos fueron para participar en una discusión sobre la contaminación del río Santa Lucía y en el aniversario de la República Italiana.

Para esta campaña se postula como primer suplente de Julio Lara en la lista 71 en Canelones y la 200 por Montevideo, del sector Todos del Partido Nacional. Sobre su militancia, sostiene que va a “apostar por las redes” y en cuanto a Luis Lacalle Pou dice que lo apoya porque “quisiera ver algún día un presidente joven, honesto, súper accesible, como es él”.

Si gana Lacalle Pou, ¿serías ministro de Turismo?

Me ofreció y le dije que no. No podría estar detrás de un escritorio en un ministerio. La vida es una sola y la prefiero como es ahora, que tengo la mañana libre y recién arranco con reuniones a las tres de la tarde, que puedo viajar cuando quiero. Ahí tienen que estar los jóvenes.