¿Qué es la seguridad climática, en manos de quién está garantizarla y de qué forma? A partir de estas preguntas, Nick Buxton, integrante del Transnational Institute –instituto internacional de investigación e incidencia política–, escribió el Manual para seguridad climática: Los peligros de militarizar la crisis climática. “Enmarcar la crisis climática como un problema de seguridad es profundamente problemático; en última instancia refuerza un enfoque militarizado del cambio climático que probablemente profundizará las injusticias para los más afectados”, sentenció Buxton.
Hay ejemplos claros en América Latina donde la militarización se ha presentado como una herramienta política para salvaguardar el ambiente. Uno de los más notorios es Brasil. Después de romper un nuevo récord en las cifras de deforestación en la Amazonia, el presidente, Jair Bolsonaro, envió en junio más de 3.000 militares con la excusa de contrarrestar el problema. Es la tercera operación militar que se realizó durante su mandato. En abril terminó la segunda Operación Brasil Verde, que movilizó una cifra similar de integrantes del Ejército, 110 vehículos terrestres, 20 buques y 12 aviones. Tuvo un costo de 11,25 millones de dólares; cifra similar a los 14,25 millones de dólares del presupuesto anual del Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables, que se encarga del control y la inspección ambiental en todo el territorio brasileño.
“Para las entidades militares y de seguridad nacional, el enfoque en el cambio climático refleja la creencia de que cualquier planificador racional puede ver que está empeorando su situación y afectará a su sector”, apuntó el integrante del Transnational Institute. Definió que el Ejército es “una de las pocas instituciones” que se dedica a la “planificación a largo plazo, para garantizar su capacidad continua de participar en conflictos y estar preparada para los contextos cambiantes”. Planteó que se inclinan a “examinar los peores escenarios, de una manera que los planificadores sociales no lo hacen” y sumó que esto puede ser una ventaja en la temática del cambio climático.
“La naturaleza del militarismo y la guerra es que prioriza los objetivos de seguridad nacional con exclusión de todo lo demás y viene con una forma de excepcionalismo que significa que los militares a menudo tienen margen para ignorar incluso las regulaciones y restricciones limitadas para proteger el medioambiente”, explicó Buxton. Este tipo de medidas tiene como resultado “un legado ambiental en gran medida devastador”. Remarcó que “no sólo han usado altos niveles de combustibles fósiles”, sino que “han desplegado armas y artillería profundamente tóxicas y contaminantes, infraestructura dirigida (petróleo, industria, servicios de alcantarillado, etc.) con daños ambientales duraderos”. También dejan atrás paisajes “llenos de municiones tóxicas sin detonar”.
En su trabajo manifestó que los países en conflicto sufren impactos “a largo plazo” por “el colapso de la gobernanza que socava las regulaciones ambientales”. “Obliga a las personas a destruir sus propios entornos para sobrevivir y fomenta el surgimiento de grupos paramilitares, que a menudo extraen recursos (petróleo, minerales, etcétera) utilizando prácticas extremadamente destructivas y violatorias de los derechos humanos”, agregó.
Sin embargo, Buxton expresó que la seguridad climática puede tener diferentes interpretaciones. Tomó la distinción del politólogo Matt McDonald, donde el concepto de seguridad varía según a quién se debe proteger: “'personas' (seguridad humana), 'naciones-Estado' (seguridad nacional), 'la comunidad internacional' (seguridad internacional) y el 'ecosistema' (seguridad ecológica)”.
Buxton desarrolló que el enfoque de la seguridad nacional sobre el cambio climático está impulsado por “su determinación de lograr un control cada vez mayor de todos los riesgos y amenazas potenciales”. “Esto ha llevado a aumentos en la financiación de cada brazo coercitivo del Estado durante varias décadas”, agregó. Desde su punto de vista, la inseguridad climática se ha convertido en “una nueva excusa abierta” para el gasto militar, de seguridad y para “medidas de emergencia que eluden las normas democráticas”.
“El peligro de las soluciones de seguridad es que, por definición, buscan asegurar lo que existe: un status quo injusto. Una respuesta de seguridad ve como 'amenazas' a cualquiera que pueda alterar el status quo, como los refugiados, o que se opongan directamente a él, como los activistas climáticos”, sentenció. Desde su perspectiva, el enfoque desde la “seguridad climática” excluye “otras soluciones colaborativas para la inestabilidad”. Destacó como opción a la “justicia climática”, que obliga a “revertir y transformar” los sistemas económicos que provocaron la crisis climática “dando prioridad a las comunidades en primera línea” y “anteponiendo sus soluciones”.
Adaptarse al enemigo
En el manual se expresó que el cambio climático está afectando directamente a las fuerzas armadas. Por ejemplo, se recordó que un informe del Pentágono de 2018 reveló que 1.750 emplazamientos militares estaban sufriendo fenómenos meteorológicos extremos, como marejadas ciclónicas, incendios forestales y sequías.
“Esta experiencia de los impactos del cambio climático y un ciclo de planificación a largo plazo ha aislado a las fuerzas de seguridad nacionales de muchos de los debates ideológicos y el negacionismo sobre el cambio climático”, escribió Buxton. Añadió que este punto significó que durante la presidencia de Donald Trump –énfatico negacionista de la crisis climática– el Ejército debió continuar “con sus planes de seguridad climática mientras los minimizaba en público”.
El autor dijo que las agencias de seguridad nacional, en particular los servicios militares y de inteligencia de “las naciones industrializadas ricas”, están planificando el cambio climático de dos formas: “investigando y prediciendo escenarios futuros de riesgos y amenazas basados en diferentes escenarios de aumento de temperatura” e implementando “planes para la adaptación climática militar”.
“Estados Unidos y otras fuerzas militares de la alianza de la OTAN [Organización del Tratado del Atlántico Norte] también han mostrado su compromiso de 'ecologizar' sus instalaciones y operaciones”, afirmó el integrante del Transnational Institute. Como consecuencia, planteó que se instalaron paneles solares en bases militares, se buscó combustibles alternativos en el transporte marítimo y equipos que funcionan con energía renovable.
“Aunque estos esfuerzos se anuncian como señales de que el ejército se está 'volviendo verde', la motivación más apremiante para adoptar energías renovables es la vulnerabilidad que la dependencia de los combustibles fósiles ha creado para los militares”, apuntó. Resaltó que el transporte de combustible fue uno de los mayores problemas logísticos para el ejército estadounidense y “una fuente de gran vulnerabilidad” durante la guerra de Afganistán porque “los petroleros que abastecían a las fuerzas estadounidenses fueron atacados con frecuencia por los talibanes”. “Un estudio del Ejército de Estados Unidos encontró una víctima por cada 39 convoyes de combustible en Irak y una por cada 24 convoyes de combustible en Afganistán”, subrayó.
“A largo plazo, la eficiencia energética, los combustibles alternativos, las unidades de telecomunicaciones con energía solar y las tecnologías renovables en general, presentarán la perspectiva de un ejército menos vulnerable, más flexible y más eficaz”, manifestó. En su trabajo citó al exsecretario de la Marina de Estados Unidos, Ray Mabus, cuando mencionó que estaban utilizando combustibles alternativos en la Armada y el Cuerpo de Marines para convertirse en “mejores combatientes”.
“Los presupuestos militares casi se han duplicado desde el final de la Guerra Fría a pesar de que no brindan soluciones a las mayores crisis de la actualidad, como el cambio climático, las pandemias, la desigualdad y la pobreza”, señaló.
Sin embargo, las estrategias de seguridad nacional también utilizan “poder blando: diplomacia, coaliciones, colaboraciones internacionales, trabajo humanitario”, sumó. Por esta razón, este tipo de movimientos también manejan “el lenguaje de la seguridad humana como parte de sus objetivos”.
Violencia incrustada
Otro de los problemas de la “seguridad nacional” aplicada a la crisis climática que Buxton describió en su texto fue que “desvían la atención” de las propias causas. “El poder de las empresas y las naciones que más han contribuido a causar el cambio climático; el papel de las fuerzas armadas, que es uno de los mayores emisores institucionales de gases de efecto invernadero; y las políticas económicas, como los acuerdos de libre comercio, que han hecho que muchas personas sean aún más vulnerables a los cambios relacionados con el clima”, destacó como principales factores.
Entiende que se ignora “la violencia incrustada en un modelo económico extractivo globalizado” e implícitamente se apoya “la continua concentración de poder y riqueza” para después buscar “detener los conflictos y las inseguridades resultantes”.
Denunció que el sistema permitió el “consumo excesivo, sistemas ecológicamente dañinos y cadenas de suministros globales” controladas “por un pequeño puñado de empresas que atienden las necesidades de unos pocos y niegan el acceso por completo a la mayoría”. Remarcó que “en tiempos de crisis climática, esta injusticia estructural no se resolverá con un aumento de la oferta, ya que eso simplemente agrandará la injusticia”.