En vísperas del Día Mundial del Medio Ambiente, acepté esta invitación de la Sociedad de Arquitectos del Uruguay (SAU) para hacer un breve repaso de algunos asuntos asociados a su relación con la práctica arquitectónica y urbanística, que en principio podrían resultarnos ajenos, pero que en realidad están íntimamente relacionados con nuestra vida cotidiana; muy conectados con el presente y, sobre todo, con el futuro. Creo que todos vemos, sentimos y sufrimos progresivamente los efectos del cambio climático y del deterioro ambiental de nuestro hábitat. La arquitectura y la ciudad son factores decisivos en esa tensión; si bien son parte del problema, podrían ser a la vez instrumentos óptimos para revertir ese deterioro, formando parte así de la solución. En ese plano, cobra fuerza la necesidad de conectar la ecología con el urbanismo y con la producción arquitectónica. Las fuerzas del sector de la construcción, el sector privado y el sector público, la academia, los obreros, técnicos y empresarios, tenemos la oportunidad de activar nuestra capacidad de innovación, de poner el cambio tecnológico al servicio de un emergente cambio cultural, de una ineludible transición hacia un modelo de desarrollo más ecológico y resiliente.

La preocupación ambiental es un tema que siempre está en la agenda, pero que no logra la centralidad necesaria. Existe un creciente interés por ser más conscientes de nuestra huella ambiental, por saber cuántos recursos consumimos y qué efectos generamos en cada proceso, en cada actividad o en cada decisión; quizás esto se convierta en el motor de ese cambio necesario.

El objetivo de alcanzar buenos niveles de acceso a la vivienda requiere combinarse con otros derechos básicos: el derecho a un ambiente sano y el derecho a la ciudad y sus servicios. Resolver ese déficit aparece entonces como una oportunidad. Si aún faltan decenas de miles de viviendas, que se construyan en suelo bien localizado, con buenas condiciones de confort y seguridad y conectadas al sistema de movilidad; si falta consolidar las calles y drenajes de nuestras ciudades, que sean calles con ciclovías, veredas, árboles y drenajes verdes, el desafío de la sustentabilidad se juega mucho en la producción del hábitat, en la producción de viviendas y ciudades.

La industria de la construcción genera importantes impactos ambientales en su etapa de extracción de materia prima, fabricación, construcción y demolición, y luego en la etapa de su uso: los edificios utilizan una parte importante de los recursos energéticos del país, principalmente para su acondicionamiento térmico y lumínico.1

Con ese foco podemos destacar los proyectos de rehabilitación, reciclaje y mejoramiento del stock construido como prácticas que concretan la reutilización y la recuperación de materiales y edificios, evitando el desuso o la demolición. En el mismo sentido, se puede decir que importa la adopción de la tecnología apropiada a las especificidades geográficas, climáticas y culturales locales, por ejemplo, a partir de promover la construcción industrializada en base a materiales de base biológica como la madera o de baja energía incorporada.

Seguramente el punto central sea apostar a un diseño bioclimático que aproveche la luz, el agua, el viento y el suelo, haciendo jugar adecuadamente la orientación del edificio y las volumetrías, más compactas para reducir la exposición al frío y más dispersas para mitigar el clima cálido. Con diseño y dispositivos que puedan captar la radiación solar en invierno y la ventilación cruzada en verano, así como con el uso de fachadas y sobretechos ventilados, cubiertas verdes o “blancas”, parasoles y vegetación para producir sombras. Complementariamente, los diseños de arquitectura sustentable consideran el desempeño energético de la edificación y de su vida útil, con diseño y uso de componentes que aumenten la capacidad para absorber, almacenar y generar energía, reduciendo así los costos energéticos para los hogares, pero también alterando la forma en que las personas usan y valoran la energía.

Es deseable en la arquitectura incluir componentes vegetales: árboles, pérgolas, cubiertas y fachadas verdes, cortinas vegetales sirven tanto para proteger como para contribuir a la infraestructura verde de la ciudad. Los componentes verdes urbanos están en las parcelas individuales y en los espacios públicos. La situación actual de “quedarse en casa”, muchas veces en viviendas mínimas, ha revalorizado como nunca antes la trascendencia socioambiental de los espacios verdes en la vivienda, pero especialmente de la plaza de barrio.

La planificación urbana es una práctica en desarrollo en el país, con resultados aún muy parciales; en ese sentido, es muy necesario fortalecer los procesos de elaboración e implementación de planes de ordenamiento territorial en ciudades, capaces de orientar la forma urbana, revitalizar la ciudad y promover la organización de sus actividades con criterios de sustentabilidad. Pero igual de necesario es articular esos planes con los programas y proyectos de inversión pública y privada: espacios verdes, vialidad, drenajes, movilidad, saneamiento y arquitectura.

Los planes de ordenamiento territorial en el marco de la Ley 18.308 de Ordenamiento Territorial y Desarrollo Sostenible y sus decretos reglamentarios establecieron la realización de una Evaluación Ambiental Estratégica (EAE) de cada plan y programa. Esta condición logra incorporar la dimensión ambiental a la toma de decisiones estratégicas de estos instrumentos, habilitando una visión más global de los efectos ambientales, la previsión de los riesgos ambientales y los efectos acumulativos de largo plazo.

Otro aspecto que surge como clave es el cambio de la movilidad urbana con criterios de sostenibilidad, necesariamente integrada con la planificación urbana, porque son indisociables los usos de suelo y la forma urbana de la movilidad. Una trama urbana bien diseñada es la base para sistemas de transporte eficientes que permitan conectar los barrios y sus dinámicas, contribuyendo a la integración social y al mejor aprovechamiento de los servicios y las ofertas de la ciudad. La modificación del sistema de transporte público hacia uno más sostenible y eficaz va asociada a un diseño multimodal de los desplazamientos. Allí aparecen los esfuerzos por concretar veredas y sendas, redes de ciclovías y ciclocalles, servicios y estacionamientos, y soluciones de electromovilidad.

Por último, la protección de la costa, así como de humedales o cursos de agua, pone en valor los servicios ecosistémicos que estos ofrecen al conjunto de las actividades y que afectan el bienestar de las personas: por ejemplo, la pérdida de playa afecta el uso de la playa y la actividad turística. Cada vez más, vamos hacia la valoración económica de los servicios ecosistémicos y se diseñan incentivos económicos en ese sentido: impuestos, tasas o subsidios con fines de protección ambiental. Los planes y proyectos también deberán considerar cómo lograr mayor biodiversidad, regular la temperatura, defender la costa, amortiguar inundaciones o secuestrar contaminantes, etcétera, para aportar a la sustentabilidad en el corto y en el mediano plazo.

De este modo, el concepto de sustentabilidad ambiental involucra todas las disciplinas y atraviesa todo el proceso creativo: desde el diseño de la forma a la elección de los materiales, desde la propuesta normativa de la ciudad a las decisiones financieras en una inversión privada.

Este año de pandemia reveló con más crudeza nuestra debilidad; suele decirse que estamos ante una crisis civilizatoria. Si no construimos y mantenemos comunidades sostenibles en las que podamos reducir las brechas sociales y desarrollarnos sin comprometer las oportunidades de las próximas generaciones, habremos fracasado.

Es claro que es necesario un cambio de rumbo y de velocidad, que este puede dinamizarse a partir de la conciencia ecológica individual, sustentarse en el liderazgo desde la política pública pero con fuerte articulación entre el sector público y privado, con el motor de las iniciativas de I+D.


  1. Según el Balance Energético Nacional, BEN 2019, 18% de los recursos energéticos del país se utilizan en viviendas y aumentó 40% desde 1965 a 2019, principalmente para su acondicionamiento térmico y lumínico.